Astor Piazzola, el genio que revolucionó el tango

2 junio, 2021

El solo nombrar a Astor Piazzolla se convierte ipso facto en pasaporte directo al universo del tango, esa sensual y reconocible música de Argentina. Tanto él como Gardel se han erigido como portaestandartes del popular género, que siempre subyuga. Víctor Rey, en esta su remembranza sobre Piazzolla, relata su acercamiento al transformador y renovador de las estructuras clásicas del tango y, por supuesto, nos invita a escucharlo, justo en la conmemoración de los cien años del nacimiento del gigante compositor argentino.

Personalmente no me gustaba el tango. Recuerdo que cuando era niño veía a mi padre escuchando, en una vieja radio, todos los domingos en la tarde, un programa de tangos que se extendía hasta el anochecer. Creo que se llamaba: Compases al atardecer. Por eso para mí el tango tenía esa tristeza que canta Víctor Heredia: “Tengo una nostalgia de domingo por llover.”, yo digo: una nostalgia de domingo al atardecer.

Más tarde, en la Universidad, encontré un libro de Ernesto Sábato titulado: Tango Discusión y Clave. Lo leí con sospecha, pero me ayudó a entender este arte y me dejó pensando una de sus frases: “El tango es eminentemente metafísico”. Yo estudiaba Filosofía, así que le puse atención a las letras, a la música y al baile.  Mi impresión por el tango fue cambiando. Pero cuando escuché por primera vez a Astor Piazzola comprobé que el tango, efectivamente es metafísica, más aún después de haber escuchado, Balada para un Loco.

También agradecí la música que puso a la película chilena sobre el Golpe de Estado, de Helvio Soto: Llueve sobre Santiago, donde destaca el tango dedicado a Salvador Allende.

Astor Pantaleón Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata, Argentina, y en sus 71 años de vida alcanzó una inigualable obra con alrededor de mil composiciones originales. A los 8 años de edad, su padre le regaló un bandoneón con el que inició sus estudios en Nueva York, donde residía su familia, y desde entonces emprendió un camino lleno de aventuras.

Allí en la Gran Manzana tuvo un temprano y mitológico encuentro con Carlos Gardel, durante la filmación de la película El día que me quieras, donde Piazzolla interpretó a un canillita. El joven Astor sacó a relucir su bandoneón detrás de escena y mereció una recordada frase de El Zorzal, quien le sentenció: “Vas a ser grande, pibe, pero el tango lo tocás como un gallego”.

El gran Astor, que emergió del mejor linaje de la tradición tanguera formando fila en la orquesta de Aníbal Troilo, fue educado sin embargo en la música erudita y entrenado en el lenguaje del jazz. Fue así como dio al tango una nueva faceta, más rica, más compleja, que le valió la crítica de la vieja guardia y hasta de Borges, con quien tuvo varios desacuerdos por el disco que grabaron juntos en 1965: El tango.

“Mi audacia está en la armonía, en los ritmos, en los contratiempos, en el contrapunto de dos o tres instrumentos, que es hermoso, y buscar que no siempre sea tonal, buscar la atonalidad”, dijo el propio músico sobre su arte. A través de los diversos conjuntos que formó, entre ellos el Octeto Buenos Aires, Piazzolla impulsó una transformación que lo alejó del reconocimiento inicial hacia otras formas musicales para, finalmente, volver al canon que ocupa en la actualidad.

Su legado trasciende los géneros y hoy es una referencia obligada a la hora de componer tangos, a la vez que representa un desafío para quienes desean seguir sus pasos, por cuanto logró un estilo muy personal con el que fusionó el lenguaje culto y el popular, algo novedoso para su época y que aún es muy difícil imitar en el presente.

Entre sus trabajos más reconocidos se cuentan los álbumes Libertango y Adiós Nonino. Sus últimos años, acaso los de mayor difusión de su música, los dedicó a una mayor exploración en la música sinfónica. Murió el 4 de julio de 1992 afectado por una trombosis cerebral. 

En la ciudad de Mar del Plata en la Plaza Bicentenario al lado de la gran pileta, su ciudad natal lo ha honrado con una estatua a escala humana, donde Piazzola con su bandoneón sigue tocando, ya sea con días de lluvia y de sol.  Cuando camino por esa plaza, siguiendo la ruta de los lugares donde vivió y se presentó, siempre paso a saludarlo, y coloco mi brazo sobre su hombro diciéndole al oído: “Gracias maestro”.

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