Augusto Monterroso: el estigma de la brevedad

1 febrero, 2023

«Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que  hechos,  cosas,  animales  y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.»

Augusto Monterroso

Coincidencias

A solo tres filas del estrado se encontraba una joven argentina. Venía de La Patagonia. Cosas de fábula: la mujer llegó por una semana a conocer los callos madrileños y, sin proponérselo, se enteró de la presencia de Augusto Monterroso en El Escorial. El encuentro le había caído del cielo. El escritor guatemalteco desde hacía unos días era el sujeto de estudio de su tesis de Letras, y ahora estaba a escasos metros de ella leyéndole al público parte de su obra. Quizá, sin mucho pensarlo, esa misma argentina recordaría toda su vida lo que momentos después, y para colmo de las sagradas leyes de la coincidencia, respondió su admirado en pleno coloquio:

«No sería caballeroso de mi parte rebatir la existencia de un público que me venera. Yo también venero a ese público, aunque no siento que exista. Posiblemente sí, pero está muy disperso. No creo que se junten en un mismo sitio tres personas que me hayan leído.»

La risa del escritor

En Venezuela lo quieren mucho. Hemos viajado en varias ocasiones –dijo, con dulzura, la también escritora Bárbara Jacobs.

Ella se refería a su esposo, Augusto Monterroso. Mientras éste caminaba con parsimonia, e intentaba eludir al grupo de molestos periodistas y curiosos, que lo seguían hasta con los ojos, Bárbara prometía unos minutos de  conversación con su marido, incluso facilitaba algunas técnicas para ganar un tiempo extra en la compañía de don Augusto.

Muy en el fondo era comprensible la reticencia del escritor. Desde hacía un tiempo cargaba una infame gastroen- teritis que no lo dejaba en paz. Era imposible que también mantuviera una sonrisa, en medio de su malestar, para vol- ver a hablar del tan mentado dinosaurio de su minúsculo cuento y continuar su eterno trajín sobre las típicas pregun- tas acerca de la risa en su obra. El momento se prestaba a todo, menos para las carcajadas.

«Efectivamente, sí me he reído de cosas que he escrito, aunque solo pase de vez en cuando –diría más tarde–.

¿Si me sorprendo de eso?  Bueno, siempre  me  sorprendo de estar escribiendo, porque siempre rehúyo de hacerlo… Luego de la sorpresa, me entrego con tenacidad hasta que tenga terminada la obra.»

Entre pulgas y moscas

Don Augusto es pequeñito. Con su traje  y  sus  enormes gafas parece el típico personaje de sus libros. Hasta él mismo no ha negado la posibilidad de que un escritor termine escribiendo sobre él, como personaje invisible de la obra que se está realizando. Su verbo y agudeza producen respeto y admiración; su imagen provoca simpatía y cariño. Monterroso, tan pequeño y circunspecto, también es afecto a las miniaturas. Incluso confiesa arropar preferencias por la pulga escritora de La oveja negra y demás fábulas.

Autoretrato de Monterroso
Autoretrato de Monterroso

«Me es simpática por dos razones. Una es porque no me he encontrado mucho con ellas, así que no he tenido tiem-   po de no simpatizar. La otra razón es porque es pequeña, tenaz y porque en la literatura hay por lo menos dos pulgas famosas que yo recuerdo y respeto mucho. Una es de Lope de Vega y otra del poeta inglés John Donne. Los dos se refieren a la pulga como uniendo a dos seres. Es decir, una misma pulga le chupa la sangre a un hombre y a una mujer,   y esos poetas pues representan que en este pequeño animal están unidos ellos más que en la vida real. Por eso me sim- patizan las pulgas, literariamente…»

Como le simpatizan las moscas de Movimiento perpetuoEse es otro problema. Las moscas son un problema meta- físico. No es que me simpaticen sino que he observado que son como los representantes del mal…

Tenacidad

Como sucede con la pulga, y no con las moscas, la tenacidad es otro de los rasgos indisolubles en la persona de Mon- terroso. Desde muy temprana edad, su vida fue un vaivén. Don  Augusto, «Tito», nació  en  Tegucigalpa, Honduras, en 1921. Hijo de un padre bohemio guatemalteco, de una madre hondureña comprensiva y descendiente directo de una estir- pe de generales y políticos, la existencia de Tito fluctuó entre las bonanzas y pérdidas del dinero de su padre en proyectos editoriales y de otras índoles soñadoras… De esta forma, y no de otra, el joven vivió continuamente a caballo entre Honduras y Guatemala, y sin alguna instrucción regular.

«Soy autodidacta, efectivamente, porque tuve desde joven que abandonar la escuela por muchas razones. Entre ellas, porque había cosas en la escuela que no me gustaban y porque mis padres viajaban mucho de  un  lugar  a  otro, y, pues, no podía estar cambiando de escuela… Entonces, abandoné los estudios desde muy niño y me dediqué a estudiar yo solo».

Sin embargo, usted no recomienda ser autodidacta…

Yo no es que no recomiende ser autodidacta, solo reco-miendo que todos deberíamos  tener  una  formación.  Todo el mundo debería tener acceso a las universidades y a estudios superiores. Es el ideal, pero ese ideal no siempre se puede cumplir. Estamos divididos entre los que lo han podido cumplir y los que no. Yo estoy en los últimos. Y siempre uno está en deuda cuando se es autodidacta, siempre se está en deuda con cierta disciplina, con la idea de que uno  no estudió de forma seria, académica, autorizada…

Pero, don Augusto, usted ha demostrado que no necesita estar en deuda con eso. Quizá hasta sea al revés. Es conocido que La oveja negra y demás fábulas es un libro de texto obligado en México, incluso nos ha legado una minuciosa Antología del cuento triste. Por cierto, ¿por qué no del «feliz»?

No se podría hacer, no… No tendría interés. Uno siempre busca el interés, literariamente hablando, por la infelicidad, por los problemas, por lo negativo… En cambio, si la vida la cuentas venturosamente, pues no interesa mucho.

Quizá eso tenga que ver con el conocido morbo que usted posee hacia las lecturas de biografías…

Bueno, si usted quiere hablar de morbo, vamos a decir que sí…

Una característica

La obra de Don Augusto se caracteriza por ser breve. De hecho, es imposible que sea susceptible de más reducciones de las que ya le hizo su propio creador. Tan cierto es esto que La oveja negra y demás fábulas o Movimiento Perpetuo, al igual que El aleph de Borges, quizá constituyan uno de los pocos textos de la literatura hispanoamericana con cada palabra en su santo lugar.

El fin de la fábula

«Yo no he escrito sobre cientos de temas que no he tocado en mis fábulas, y no tengo ninguno en  concreto  que  haya eludido –dijo, en esa ocasión, el famoso fabulista–. Las que escribí salieron porque salieron. Y llegó el momento en el que yo di por terminado ese libro… Pero no me puse a pensar si me faltaría algún tema.»

Otra más

Otra de las características del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2000 está en ser considerado un escritor de escritores e intelectuales. Alabado por Julio Cortázar, Luis Buñuel, Gabriel García Márquez y Alfredo Bryce Echenique, don Augusto ha escrito con su calculada síntesis sobre escritores fracasados o en trance de serlo. Así él opine lo contrario.

«Yo no diría que he escrito sobre determinados sujetos fracasados, sino sobre personas que por alguna razón quieren cambiar su ser, su modo de ser y sus vidas. Y, cuando se trata de hacer eso, uno se da cuenta de que es sumamente difícil; y se encuentra también conque los demás no los dejan cambiar o la vida no los deja cambiar, y en eso generalmente se fracasa. Pero no es que yo me haya propuesto escribir sobre fracasados…»

¿Ya leíste el dossier en homenaje a Rafael Cadenas?

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El gran ejemplo

El genio (de títulos sobre escritores en medio de enor- mes encrucijadas, como Lo demás es silencio, Obras completas, El mono que quiso ser escritor satírico, A lo mejor sí, El mono piensa en ese tema o Paréntesis, entre otros), también vivió la agridulce experiencia de algunos de sus amanuenses. Corrían los primeros años en los que se había afincado en México, y el fabulista intentó ser poeta.

«Pensé en hacer poemas, incluso los hice –dijo con profunda sinceridad–. Recién llegado a México publiqué dos o tres poemas en una revista. Ahora me gustaría romper todos los números que existan de esa publicación, y que consiga en casa de mis amigos. Me di cuenta de que no servía para eso. Yo llevaba trescientos años de atraso con los demás poetas de mi generación que leían a Rilke o a Neruda. Los míos eran parecidos a los de Calderón de la Barca, eran morales… Entonces, me inhibí de la idea de ponerme al día para hacerlos, no para leerlos. Me di cuenta de que podía realizarlo por medio de la prosa.»

Las tres excepciones de la regla

Bárbara Jacobs se emocionó al ver una nueva edición empastada de Lo demás es silencio. Con evidente turbación se lo mostró a su esposo, quien, a su vez, lo palpó entre sus manos y se contentó con la inesperada sorpresa.

Entretanto, una joven mexicana lo veía de lejos, con admiración, y le afirmaba a su acompañante que ella había cursado primaria gracias a un texto de Don Augusto. La de la Patagonia, igual, se benefició de la gran oportunidad, al cabo que esperaba su ejemplar autografiado y copiaba la dirección y el fax de la residencia privada del escritor. Mientras, un lector venezolano también aprovechó la ocasión y le comentó a Bárbara Jacobs, a pocos pasos de su admirado, cómo su vida había cambiado a raíz de la fábula El mono piensa en ese tema. La escritora mexicana lo vio con alegría y le sugirió con una dulce sonrisa:

¿Por qué no se lo comentas (a Monterroso)? A él le gusta que le digan esas cosas.

Mientras tanto, don Augusto se mantenía sentado en una butaca del hotel. Ya intentaba dar por terminada su breve entrevista y, con su voz entrecortada y abultada de acentos centroamericanos, inició el fin de la conversación. Solo estaba a escasos minutos de otro compromiso literario, y lo único que lo demoraba era la firma de un par de libros más.

Oiga, don Augusto, cuando observa una persona con un libro suyo entre las manos, ¿se alegra, se emociona o se aterra?

Me alegro y me emociono. No, no me aterro –sorprendido. Me da mucho gusto… El que debe aterrarse es quien lo compró, el que lo tiene en la mano…

El autor de La letra e se incorporó, los lectores seguían rodeándolo y éste intentaba llegar a la sala en la que lo esperaba una mesa redonda.

Finalmente, después de tantas obras publicadas y de tantos reconocimientos, ¿cree que su persona le hace honor al significado de su nombre: Augusto?

Don Tito se mantuvo en silencio por un momento, intentó pensar la respuesta, titubeó un poco y luego se libró con la obstinación de los modestos.

No… no había pensado en eso. Realmente, no veo si hay adecuación o no de una cosa u otra.

En el camino hacia la sala se le recomendó la pluma del venezolano Aquiles Nazoa, con quien de seguro iba a deleitarse dentro de su mundo de fábulas criollas. Flanqueado por su inseparable mujer, don  Augusto  habló  con  agrado en ese trayecto, lamentó lo breve del encuentro, estrechó la mano y dijo que, efectivamente, la entrevista era el género literario del siglo XX. Luego remató con su inseparable educación:

Pues, en usted está hacerle honor a mis palabras.

El Escorial
2001

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Escritor, editor y periodista venezolano. En la actualidad dicta clases de cine y literatura en la Universidad de Houston y dirige la revista Carátula. La novela La vida alegre (Alfaguara, 2020) es su libro más reciente. Su Twitter/X: @dcenteno1