Augusto Roa Bastos

Augusto Roa Bastos: «Lo importante es el libro que escriben los pueblos»

5 febrero, 2024

En las palabras del recordado escritor Augusto Roa Bastos, la profunda relación entre su narrativa y la realidad de su país se manifiesta de manera contundente. En esta entrevista que sostuvo con Hortensia Campanella, el autor paraguayo se distendió sobre diferentes temas, entre ellos, el fantasma de las dictaduras en Latinoamérica.


Cuando Augusto Roa Bastos dice «he escrito toda mi obra fuera de Paraguay, pero sin dejar de estar ahí dentro«, bruscamente nos enfrentamos a la realidad del largo exilio, de la larga dictadura y de las profundas raíces que lo conectan a su tierra. EI escritor no necesita dar pruebas: su obra es el mejor testimonio. La profunda vinculación entre su narrativa y la realidad de su país ha convertido a Roa Bastos en un verdadero representante del pueblo paraguayo desde el punto de vista más entrañable, como quien mejor ha escuchado las resonancias colectivas de ese pueblo.

El furor, nuevo, de las dictaduras del Cono Sur latinoamericano dejó aún más en la sombra la situación de ese país inmediato geográficamente, Paraguay. Su trágica historia es, por desgracia, difícil de esquematizar: de 1811 a 1870 una serie de gobiernos nacionalistas lo llevaron a una situación de desarrollo sobresaliente en el continente, frustrada por una guerra que comenzó en 1864 y que arrasó al país mediante la acción coordinada de los ejércitos de Argentina, Brasil y Uruguay, fue la triste Guerra de la Triple Alianza. Hasta 1935, gobiernos liberales no lograron una definitiva estabilización, y en 1936 se produce un golpe de estado que inaugura una hegemonía militar derechista que se prolongó por décadas. En 1947, una guerra civil tuvo consecuencias muy graves para la historia posterior; el triunfo del sector más reaccionario de las fuerzas políticas paraguayas determinó, en 1954, el ascenso al poder de un militar, Alfredo Stroessner, que instauró un puro régimen dictatorial, siendo a partir de entonces «reelegido» periódicamente.

Otra consecuencia previsible de este estado de cosas  fue el exilio, fruto de la represión de toda voz opositora. Desde ese momento una masa de paraguayos se extendió por el mundo demostrando una tenaz capacidad de resistir, que no de resignarse. Que la mirada está en la patria y no en el entorno del exiliado lo demuestran principalmente las dos grandes novelas de Roa Bastos, Hijo de hombre (1960) y Yo, el Supremo (1974).

UNA LITERATURA EN EL FOCO DE LA ENERGÍA SOCIAL

En el contexto de una dictadura tan larga como la de Paraguay, ¿cómo cree que un escritor puede ayudar a su pueblo desde su obra?

 Yo pienso que la literatura puede poco, que no es una mediación importante en la lucha política  y social. Es un elemento de colaboración, por supuesto importante. Pero no comparto el criterio de la literatura como un camino de salvación, esa especie de exaltación de la literatura como un medio privilegiado para combatir en el terreno político. La política será siempre servida por la acción, por la acción práctica y concreta, y la literatura tiene un rol ancilar, secundario. Pero justamente, si se hace eso bien, con autenticidad, sin proponerse una literatura que se quiera profética, que se quiera intérprete de las aspiraciones de una colectividad,  bueno, yo creo que en ese sentido la literatura participa de toda esa masa de energía social que está puesta al servicio de la causa. La causa no solamente de América Latina, sino de la Humanidad en general, es su transformación en un momento tan difícil como es el tiempo nuestro de ahora en sociedades más justas. En el caso de América Latina la situación es mucho más clara en este aspecto.

   Entonces, ¿usted no cree en la literatura «de mensaje»?

   La literatura no puede dejar de tener una carga ideológica, una carga política, pero no creo que deba proponerse un determinado objetivo político. Una literatura está en el centro, en el foco de la energía social, colectiva,  y es fiel a la Iey de su tiempo o se reabsorbe y se destruye a sí misma. Creo que en ese aspecto no hay opciones y tampoco hay problemas, salvo falsos problemas. Yo creo que lo que debe hacer un escritor simplemente es situarse en ese foco de energía social y construir su obra de la mejor manera posible. Ahora, si está bien ubicado y si su literatura, su mundo, está conectado a esas líneas de fuerza, tiene que dar necesariamente obras que sean una conjunción. De lo contrario, está condenado al fracaso.

   Desde ese punto de vista, si el escritor está bien ubicado junto a ese foco social, como usted dice, ¿podría comunicarse con su pueblo a pesar de ser un escritor hermético?

 Yo no creo que una literatura que corresponda y responda a estas necesidades, de las que acabo de hablar, pueda ser hermética. Puede ser compleja, pero no creo en una literatura órfica para iniciados. No creo tampoco en una literatura experimental, creo que la literatura debe ser como la vida, un proceso orgánico, muy simple y muy complejo a la vez, pero lleno de irradiación vital. Una literatura hermética, que sirva para élites cultas está limitada a esa sola función.

UNA LENGUA QUE RESISTE

   Para un escritor el conflicto lingüístico que se plantea en Paraguay es, al mismo tiempo, un desgarramiento y un desafío. Muchos escritores paraguayos sienten profundamente el problema de ser guaraní hablantes y tener que escribir en castellano, o la simple coexistencia de las dos lenguas. ¿Cómo siente usted el problema? 

 Todos los paraguayos sentimos ese problema de una manera muy lacerante porque nosotros vivimos una realidad lingüística compleja. Todo el pueblo habla en guaraní, hay un ochenta y cinco por ciento de guaraní parlantes, y el porcentaje de quienes se expresan solamente en castellano es muy restringido, no alcanza al cinco por ciento. La lengua oficial es el castellano, pero el vehículo de comunicación social por excelencia es el guaraní. Esto plantea un problema con respecto no solo a la mediación literaria, a la mediación de la escritura, del lenguaje, sino también a ese trasfondo psíquico, anímico, que interviene de una manera muy fundamental en la literatura. También yo siento agudamente este problema. A través de mi experiencia, he estado buscando caminos para tratar de hacer emerger esta especie de zona sumergida que está en el guaraní y que no puede ser llevada al castellano. EI genio lingüístico de ambos idiomas es distinto, son lenguas complementarias, son lenguas que están en duelo permanente, y de erosión reciproca. De manera que lo que sí puede hacerse es llegar a las fuentes subyacentes de ese encuentro no solo lingüístico, sino comunicacional, y entonces de lo que se trata es de incorporar esa posibilidad, esa latencia del idioma vernáculo a la dimensión semántica de la obra que se da en castellano. También esto se logra no por un camino de simple voluntad experimental, sino tratando de sentir ese problema: como un problema de vida.

   Ante un problema tan singular también tiene que serlo la solución, ¿no es así?

   Sin duda, pero el problema de la vivencia simultánea de los dos idiomas no es de ninguna manera un problema insoluble. Si se lo enfrenta desde el ángulo de la posibilidad del empleo del guaraní pare construir una lengua literaria, evidentemente esto es imposible, hay un retraso en el proceso histórico que lo impediría. Pero hay una literatura popular en guaraní muy rica y hay poetas que emplean simultáneamente las dos lenguas, como es el caso de un poeta que  para mí es el más importante de Paraguay, Emiliano R. Fernández. De manera que estos hechos están marcando que el guaraní no constituye una rémora, un obstáculo para la expresión profunda de la colectividad paraguaya en sus vivencias más hondas, más significativas. En el caso personal, y no estoy haciendo mención de logros, sino simplemente del movimiento de mi proceso en cuanto a mi literatura, uno de los elementos de mayor riqueza que he obtenido, al margen de los estímulos culturales que uno recibe de otras lenguas, de otras culturas, han sido esencialmente los que provienen de sentir en profundidad el estimulo de mi lengua nacional, de mi lengua paraguaya, de mi lengua guaraní.  Lo cual no ha impedido que yo pueda escribir en un español corriente y más o menos correcto, ¿no? Pero esa otra radiación, esa otra temperatura que da las raíces profundas de una colectividad yo las he encontrado en el guaraní, y además con la posibilidad de una proyección hacia afuera, hacia la universalidad del hombre.

LO COLECTIVO COMO ELABORADOR DE CULTURA

Roa Bastos tiene la serenidad de quien no tiene prisa, de quien atesora, sin proclamarla, una gran sabiduría de vida. Estamos hablando en un imponente patio de la Sorbona que el sol hace más simpático. Es un intervalo en las sesiones del «Coloquio sobre el cuento latinoamericano» (febrero de 1980) y el escritor paraguayo se ha podido apartar cordialmente de los muchos asedios que ha atendido con una leve sonrisa atenta, sorprendida, casi humilde, como si la admiración por su obra estuviera dirigida a otro. Sin embargo, cuando habla demuestra su fuerza y puede ser vehemente ante una certeza.

   A usted no le gusta llamarse creador, ¿por qué?

   «Crear» es, desde el punto de visto teológico y semántico, sacar algo de la nada, ex nihilo. Un artista lo que hace es elaborar una obra. El creador, en el sentido que se le da en nuestra cultura burguesa, es una exasperación del concepto individualista del trabajador. Para mí el escritor no tiene ninguna diferencia con respecto a las demás categorías del trabajo humano en general, con la diferencia, por supuesto, de que manipula otros mundos, otros valores,  otros elementos de expresión.

  ¿Tampoco se siente un medio o un intermediario entre algo y el público?

   Absolutamente, no. Niego, de una manera categórica la función demiúrgica que se quiere atribuir a los escritores, a los artistas. En todo caso, para mí no hay un artista, no hay una función del arte en abstracto. Hay que considerar este problema en función del aporte que dan todos en general,  dentro de un proceso, de un contexto históricosocial, donde se anula ese vestigio de nuestra individualidad burguesa que se resiste a desaparecer, que busca persistir con su marca, con su indicio. En última instancia la palabra que nosotros utilizamos en literatura es una palabra mentirosa, es una palabra engañadora, es todo un sistema de coartadas para la no expresión, entonces hay que luchar contra todo lo que está en contra. Desde el momento en que la palabra del punto de vista lingüístico, e incluso semiótico, no está trabajando con el objeto que es en cierto modo la posibilidad de su función elaboradora, bueno, sin duda, las cosas se complican. Nosotros vemos el uso, abuso y finalmente la distorsión que se está operando todo el tiempo con la palabra, de manera que solamente se ve la posibilidad de sentido que puede tener una palabra en el contexto determinado de una obra. Esa obra forma parte de un corpus, que además se remite otra vez a lo que ha producido una colectividad, y no solamente en literatura, en su vida histórica, social, cultural. Yo creo que, definitivamente, sobre todo los jóvenes, deben luchar contra ese concepto en cierta manera muy reaccionario y regresivo de privilegiar la individualidad como factor de elaboración de cultura. En todo caso, ese trabajador de la cultura solamente tiene valor en función de un conjunto de factores.

MÁS ALLÁ DEL INDIVIDUO

  ¿Niega entonces toda posibilidad de aislamiento o contradicción del escritor con su medio social?

  Yo no estoy contra el individuo ni contra la individualidad; simplemente trato de ubicarlo en su contexto social y sé positivamente sobre eso también estoy seguro que la posibilidad que tiene un individuo de producir un aporte genuino para la cultura en cualquiera de los campos de su actividad es sentir esta intersubjetividad social, es decir, a través de su sensibilidad individual sentir que esta energía social se proyecta y se reelabora a través de ella. Repito, sé que el individuo es importante, incluso que los cambios de lengua que se producen, en este instrumento social por excelencia que es la lengua, provienen siempre de aportes individuales- esto lo ha establecido ya la ciencia lingüística-, pero rehúso dar al rol del individuo una función privilegiada en ese aspecto.

Más que una concepción de la literatura parece ser una certidumbre en Roa Bastos, esa superioridad de lo colectivo sobre lo individual que lo integra. En otro lugar ha dicho: “Yo, el Supremo me acercó a uno de los hallazgos más fértiles de mi vida de escritor: que los libros de los particulares no tienen importancia; que solo importa el libro que hacen los pueblos para que los particulares lo lean».

Cuando, para despedirme, le pregunto qué está haciendo en la actualidad, responde:

Estoy trabajando en este momento en una novela que interrumpí hace muchos años, que debí dejar de lado para comenzar a trabajar en Yo, el Supremo. Estoy trabajando poco a poco, sin prisa, en esta novela que se llama provisoriamente Contravida. Después, no sé. Yo no soy un escritor profesional que produce un librito ritual cada año, trabajo cuando siento la compulsión muy dolorosa de algo que me desborda, que quiere expresarse. De manera que si esta novela pudo esperar diez años envejeciendo en esta especie de gravidez demasiado prolongada ya… Sé que es el único campo donde puedo producir mi aporte, persistiré en este trabajo en una relación muy estrecha fundamentalmente con mi colectividad, que es el centro y el sentido de mi existencia personal, en busca de lo humano en general. Para mí la Humanidad en su conjunto es importante por encima de todas las fronteras, pero sé que el lugar desde el que yo debo y puedo trabajar es a partir de mi sociedad, de la que formo parte, aunque me hayan separado de ella tantos años de exilio.


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Nació en Montevideo, Uruguay.
Licenciada en Filosofía y Letras, ha trabajado como periodista cultural y crítica literaria en numerosos medios de prensa. Para culminar una extensa carrera de gestión cultural, dirigió el Centro Cultural de España en Montevideo y en Santiago de Chile. Entre sus trabajos se cuentan la biografía de Mario Benedetti, Un mito discretísimo y la edición de las Obras Completas de Juan Carlos Onetti.
En la actualidad es presidenta de la Fundación Mario Benedetti.