Portada La conducta iluminada
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Bailarín de tango/1935-1955

5 junio, 2023

El siguiente es un capítulo del libro Néstor Sánchez, La conducta iluminada, del autor mexicano Jorge Antolín, quizás la más completa biografía de uno de los más importantes escritores de culto argentinos.


Aunque para Néstor Sánchez toda narrativa histórica desbordaba un estilismo aburridamente pedagógico, hubiese advertido el humor implícito en la expresión que adjudica a los barcos la inmediata descendencia de los argentinos. Siendo hijo de extranjero, se desprendió por igual de los vestigios del puerto de Buenos Aires como de su herencia europea. Nada en él mostró la contemporánea proximidad con el viejo continente ni el colorido emblema de una identidad nacional.

Para Néstor Sánchez su biografía, entendida como variables dispuestas para un desenlace fatalmente infranqueable, no contemplaría la fecha de su nacimiento ni la fecha de su muerte que, divididas en guion, solo mostrarían números distribuidos azarosamente. Remitirse a Irlanda, protagonista de su costado materno, o España, por rumor y rasgos físicos de su padre una línea genealógica más romántica que relevante, le parecería un rodeo innecesario. De poder elegir, hubiese sido exageradamente más breve.

Cómico de la lengua:
Cada vida personal puede contarse o referirse en el transcurso de diez únicos minutos […] al fin de cuentas con sólo diez minutos continuados se tiene de sobra para relatar la propia vida.

[…] Solo seiscientos segundos para admitir limpiamente que incluso sesenta segundos más representarían un abuso ilimitado de confianza: talco, papá y mamá, miedo a lo oscuro, quince pesadillas, miedo a la claridad, la mano ahí, no papá o no mamá, la mano otra vez ahí, papel impreso y encuadernado, verrá la morte, en cualquier momento lo decido y basta, me reitero tanto, tanto; basta.[1]

Cuando reveló detalles de su vida familiar, primó la intimidad y su característico monólogo emocional difícilmente asimilable. También hubo alcohol. A modo de contención quizá, de sus personajes vació en el tío Ismael («hermano entero de mi madre»[2]), la fuerza familiar que jamás reconoció en primera persona.

A condición de asumirla como experiencia,  Néstor Sánchez nunca ocultó el costado profundamente biográfico de su escritura: «Roque Barcia soy yo», puntualizará sobre el resonante personaje de Cómico de la lengua; «Nunca en mis libros inventé una historia», confesará resignado en sus últimos años a modo de respuesta para su silencio; «Se me acabó la épica» significaba el otro riesgo de una escritura siempre subordinada a la vida, aunque los hechos finalmente desvanecerían el orden y la claridad de esa confesión: «Mi único consuelo de la angustia permanente (especie de mandato de una intensidad alocada) fue escribir»[3].

Con su tío Ismael hará exactamente lo contrario: aparece por primera vez en Nosotros dos tocando la guitarra; en Siberia blues no se menciona; en el prólogo de Cuentos de humor negro, libro negro del humor de antología de 1968 agrega Villa Urquiza como dirección de su vivienda y lo suma a la familia materna, nombrándolo hermano de su madre. Lo considera el tío más próximo a él, inclinado al humor negro leído por primera vez en las cartas de André Breton. Lo describe misógino y adepto a Alfred Jarry, quien fuera su autor obligado en la época del colegio. Se suicidaría a mediados de 1958, en las vísperas de la emergencia del free jazz; En El amhor, los orsinis y la muerte es uno de los grandes protagonistas y es posible leer sus cuadernos de notas mencionados por Néstor Sánchez en otros textos; en la entrevista que le realiza Reynaldo Mariani en 1969 confirma su costado literario y su falta de pretensión por publicar, al igual que su casi viaje de 3 meses a la ciudad de Londres para cumplir una vieja aspiración libresca; en Cómico de la lengua es citado en el epígrafe junto a James Joyce.

Carlos Sánchez:
En cuanto el Tío Ismael creo que forma parte de una estratagema muy común en los grandes escritores de encontrar un “culpable” que sintetice una espalda para infinidad de consideraciones ciertas, aparentemente no personales.[4]

Al otorgarle sangre galesa, el tío Ismael remite a Rimbaud, a Jacques Vaché en su pasado bélico, cuando le adjudica una temporada en la vieja guardia de Esquel, al sur de Argentina: cuando Néstor Sánchez le confiesa en voz propia a Reynaldo Mariani que «una ciudad es un lugar con humo más o menos negro habitado por gente que camina y camina. Ni viene otra agua ni el río ni nada cambia. A lo sumo, cuando dicha ciudad envejece del todo en uno es porque ha llegado el momento de no reprocharle nada a nadie y pisar las valijas»[5], está parafraseando y recordando al memorable inicio de Moby Dick de Herman Melville, cuyo personaje principal, Ismael, al igual que Néstor Sánchez en 1969, reconociendo los signos que le indican la hora de partir, iniciará una aventura sin precedentes.

 La crónica de su familia materna alberga el terrible episodio de la Gran Hambruna irlandesa. Dependientes de la exportación de patata, los irlandeses padecieron cosechas infectadas de parásitos. A razón de ello, entre 1850 y 1870, Buenos Aires registró la primera oleada de irlandeses. La familia demoró cuanto pudo el abandono de su hogar, extendiendo al verano de 1885 su inevitable exilio. Desde el puerto marítimo de la ciudad de Cork iniciaron su odisea. Al igual que sus contemporáneos, la necesidad de prosperidad y libertad los impulsaba. Pese al idioma y la distancia, Argentina remplazó a Estados Unidos, asumiendo una travesía más agotadora.

El nacimiento de Eduardo Davis en 1888 representa la adaptación inusualmente rápida de la familia, despertando la sospecha de un destino menos incierto, motivado quizá por un posible acuerdo laboral previo. En 1910, a sus 22 años, Eduardo Davis se casa con Adela, mujer de arraigadas raíces argentinas cuya devoción por Pancho Sierra, famoso y popular curandero argentino, destacaba entre sus atributos más íntimos. El matrimonio tiene seis hijos: Elvira, Julia, Ethel, Eduardo, Guillermo y Ricardo. Néstor Sánchez inserta entre ellos a su tío Ismael.

En una foto de 1953 -publicada por primera vez en 2006 en un dossier literario argentino[6]– Néstor Sánchez, a razón del festejo de sus 18 años («pantalones largos»[7]), posa junto a su abuelo Eduardo Davis. Con la muerte de su padre, su abuelo será quien, otorgándole licencias para beber y fumar («desde ahora puede empezar a hacerlo delante de todos»[8]), hará de consejero y modelo: «De los trabajos del abuelo, de su amor por lo que hacía, me serví después para intentar unirme a las cosas del mundo y muchas veces repetirme: él no lo haría de esta manera, él se quedaría pensándolo antes»[9].

La historia de la familia paterna también supuso un viaje agotador, comenzando en el transatlántico que partió del puerto de A Coruña y llegó a la ciudad de Buenos Aires en julio de 1912, entonces la ciudad con mayor población gallega en el mundo. Aunque huyen de la hambruna y las precarias condiciones laborales que sufren la mayoría de los gallegos, destacan por características cuanto menos extrañas: viaja toda la familia (el padre y un bebé en brazos de la madre), contrastando el notorio predominio de viajeros masculinos y solitarios; no tienen intención de volver a Galicia y su proyecto de arraigo es la ciudad de Santiago, Chile.

Extenuados por la novedosa experiencia de ciudad, conscientes de los riesgos del camino hacia la ciudad de Santiago, y confiando en las prometedoras palabras de la directora de un reconocido orfanato de la capital, confían provisionalmente a su pequeño hijo Antonio Sánchez -próximo a cumplir el año de edad- bajo su cuidado. La directora del orfanato – mujer burguesa de importantes influencias políticas – lo adopta ilegalmente. Sus padres nunca podrán recuperarlo. Antonio Sánchez se reencontrará con ellos en su juventud, pero será Cecilia, la directora entonces jubilada y viuda, a quien reconocerá como su verdadera madre.  

El encuentro de las familias sucedió alrededor de otro gran emblema de progreso, y de mala gestión, de la historia nacional y comercial del país, los ferrocarriles argentinos (durante años el principal transporte terrestre de mercancías). Desde sus inicios en 1885 los ingleses formaron parte de ellos, logrando en 1933, con el acuerdo Roca-Runciman, apropiarse de toda la empresa.

El acuerdo consolidó, a razón de su sangre irlandesa, la relación laboral con los Davis iniciada años atrás: ninguno de los hombres de la familia conoció un trabajo ajeno a la empresa de transportes. Incluso Néstor Sánchez trabajará con ellos durante un tiempo. Eduardo Davis fue capataz de obras y sus hijos se desperdigaron en distintas funciones internas: oficinista, miembro del cuerpo de seguridad y gerente general. Entre los compañeros se encontraba El Gallego, como se le conocía a Antonio Sánchez, hombre alto de orejas grandes y gafas aparatosas («anteojos negros de carey grueso»[10]) que le conferían un aura intelectual. Trabajaba en el departamento editorial de la empresa de transportes. Ceñido por máquinas de imprenta y teléfonos sonando, dirigía la edición de Revista Rieles («su revista ilustrada para ferroviarios»[11]) y colaboraba con artículos propios, entre lo que destaca uno dedicado a Sigmund Freud. Como ejercicio extralaboral, corregía los discursos protocolarios de sus compañeros.

Antonio Sánchez leía y escribía con frecuencia. Tocaba el piano de oído y componía tangos, algunos de los cuales llegará a editar. Sentado junto al piano es la primera imagen que Elvira Davis recordaría de él.  Socio del Urquiza Tennis Club -creado en 1907 para los trabajadores del ferrocarril, en su mayoría ingleses- que se encontraba en la calle Caracas, a pocos minutos caminando desde la casa donde vivirá con Elvira Davis, juega al tenis los fines de semana y se refresca durante horas en la piscina del club. Fuma todo el día. Influenciado por las costumbres inglesas que no le desagradan, toma el té que viene en cajitas de madera bajo el rotulo Té de Ceilán.

Su aura intelectual, elegante porte y modales delicadamente ingleses, así como su trabajo en la empresa de ferrocarriles, respaldaron su ingreso a la familia Davis: en 1931, en una reunión que ameniza sentado al piano («las manos grandes de papá al piano»[12]), conoce a Elvira, hija de Eduardo Davis que, como sus hermanas -siendo una familia estrictamente católica-, se dedica a las labores del hogar.

 En 1932, un año después de haberse conocido, se casan en una iglesia del barrio Pueyrredón. La vestimenta, como la ceremonia, sigue cuidadosamente las reglas católicas: Elvira -con rostro noble y juvenil (no cumple los 19 años)- luce un vestido liso y sin adornos, blanco con mangas largas que desde el cuello llega a los talones. Un largo encaje, sostenido por una sutil diadema blanca, transparente e imperceptible si no abarcara toda la espalda, sirve de velo; de ramo 24 rosas blancas sujetadas por un pequeño lazo igualmente blanco. A su lado, de traje negro y camisa blanca, Antonio Sánchez, tiene 20 años y es más alto que Elvira, lleva las gafas que le caracterizan y una pajarita perfectamente alineada. Una foto los inmortaliza mirándose el uno al otro.

A finales de 1910, los padres de Elvira se instalaron en el barrio Villa Pueyrredón, calle Bolivia, a minutos de la estación de tren. Pese al exponencial crecimiento de la ciudad, el barrio conservó la estructura característica del centro (calles trazadas en perfecta cuadricula): como barrio periférico, transcurre mayormente bajo un ritmo rural y otras veces, por su estación de tren y la fábrica de textiles GRAFA, a ritmo capitalino. La joven pareja recién casada no contempló opción que alejara a Elvira de sus padres. Las facilidades que la estación otorgaba a Antonio Sánchez, y la población mayoritariamente inglesa del barrio, favorecieron la adaptación.

La casa familiar, ubicada en la calle José León Cabezón 2915, a la vuelta de la Avenida Nazca donde vivía Eduardo (en la casa de Eduardo, Néstor Sánchez establecerá la vivienda de su tío Ismael), uno de los tres hermanos de Elvira, se encuentra la Avenida General Paz, que divide de la capital su provincia. La puerta principal de la casa separa las dos ventanas que componen una fachada de tonos claros en sus orígenes. Mariano Fiszman, joven escritor perteneciente al grupo de admiradores que acompañará a Néstor Sánchez a finales de la década de los 80, conoce en 1992 el interior de la casa. Una casa, según le cuenta Néstor Sánchez, casi en su totalidad con el aspecto de siempre.

Mariano Fiszman:
La casa, baja, la primera desde la esquina, tiene un frente de mármol claro, puerta de chapa con un rectángulo vertical de vidrio oscuro en el centro y dos ventanas a los costados, las celosías cerradas siempre. […] de la sala pasamos al comedor que corresponde a la otra celosía que da a la calle, juego de mesa y sillas tapizadas y vajillero, […] de ahí a la pieza que era de la madre adonde están el teléfono y el televisor y un diploma que imita un pergamino con caligrafía cuidada y muchas firmas. Los muebles, artefactos, cuadros, adornos, todo es de hace treinta años, todo mantiene su lugar. […] La cocina da al jardín por una puerta de alambre tejido. Salimos. El contraste con la casa golpea. El jardín es una isla de claridad. El pasto, las enredaderas sobre las paredes, muchas variedades de plantas y flores, a un costado hasta un banco de madera, todo crece fuerte, cuidado, alegre, mágico.[13]

Néstor Sánchez nace en Buenos Aires, el 7 de febrero de 1935, en mitad de la Década Infame, como se conoció a los años transcurridos entre 1930 y 1943.  Entre risas le cuenta a Mariano Fiszman que su padre quería bautizarlo con el nombre de Florencio, pero por fortuna fue disuadido[14].

Tres años después, en 1938, la joven familia tiene una hija. Se desconoce su nombre de bautizo, pero Carlos Sánchez, hermano menor, recuerda que la llamaban Negrita. Antes de cumplir un año de edad -en 1939- muere tras padecer por semanas síntomas respiratorios graves consistentes a la difteria. Diez años antes Alexander Fleming había descubierto la penicilina, poderoso antibiótico para contrarrestar la enfermedad, pero el primer cargamento del medicamento al país llegaría tres años después de la muerte de la niña (tras la segunda guerra mundial, la comercialización del medicamento adquiriría mayor fuerza).

En la Nochebuena de 1942 nace su tercer y último hijo, Carlos Sánchez, que se convertirá en escritor y poeta. Después de un extenso y colorido itinerario de viajes se instalará para siempre en una pequeña ciudad italiana.  

Antonio Sánchez y Elvira Davis quisieron que la muerte de su pequeña hija se mantuviera en secreto, quedándose para sí una única foto. Desafortunadamente para ellos, el trágico acontecimiento no conservó su hermetismo: Carlos Sánchez supo que sus padres esperaban en su lugar a una niña que compensara en cierto modo la pérdida de su hermana y completara la pareja anhelada; Néstor Sánchez, en un brote psicótico sufrido en la ciudad de París en 1973, imagina a su pequeña hermana muerta, episodio que, reforzado por la fantasiosa interpretación de Michel de Salzmann, lo precipita a una serie de terribles sucesos.

En 1941, sin la modalidad formativa y estructurada del jardín de infantes característica de los 80, siendo hijo único de una familia económicamente estable, Néstor Sánchez, a la edad de seis años, comienza su experiencia educativa en el colegio primario de la Avenida Nazca, a la vuelta de la casa familiar.    

Según testimonios, uno de ellos en voz de Néstor Sánchez, su infancia no sugiere nada extraordinario ni se distancia de cualquier otra enmarcada en el claustro de un barrio periférico: deseaba con tantas fuerzas tener un perro que los recogía de la calle para ser devueltos sin dilación por su madre; su pasión por los caballos compensaba el costo que la espera del lechero suponía; junto a sus padres visitaba la ciudad provincial Villa Ballester -en frontera con el barrio- donde jamás olvidará el nombre del perro encerrado en el patio de la casa de una vecina. 

Néstor Sánchez:
Yo nunca tuve perro en la infancia. Era una ambición muy grande en la infancia tener un perro. Yo me volvía loco. Juntaba perros por la calle y los llevaba a la casa. Elvira los echaba. Les ponía Gaucho de nombre. Todos se llamaban Gaucho. Llevaba cada perro infame a la casa, perdidos en la calle, pulgosos. Elvira se volvía loca. Elvira no quería perros. Es una experiencia que no se debe negar a un niño. Yo me acuerdo de la perra que había en la casa de Ballester, por el buen nombre que tenía, Camorra. Qué lindo nombre, ¿no? Era una linda perra esa.

No, no tengo experiencia de caballo. Me volvía loco de chico por los caballos también. Yo me subía al carro del lechero también. Yo tenía un carrero que trabajaba para una casa de materiales, Zapoliti se llamaba la casa. Iba muy lento. Era un hombre buenísimo. Entonces me subía. Cada vez que pasaba me subía y lo acompañaba a llevar materiales por el barrio, iba por el barrio siempre a entregar las obras. Iba lento, no se podía pegarle al caballo ni nada. El caballo iba solo. No había un gran entusiasmo. Era demasiado fácil. Sí, los caballos me apasionaban.[15] 

Si acotamos como única fuente descriptiva sus cartas, Néstor Sánchez gozó de una extraordinaria memoria, recurso que demostrará más allá de ellas y que convierte la ausencia en toda su obra del barrio Villa Pueyrredón en un rasgo cuanto menos curioso, prefiriendo escenarios ligados a una vida más tardía. Descartando una única frase («toda mi infancia transcurrió bajo el aromo erguido como un gigante en el fondo de la casa»[16]), silenció deliberadamente las anécdotas de su infancia; cuando, pensando en términos de destino, esbozó una línea autobiográfica, eligió como primer suceso la muerte de su padre. Lo demás fue desechado o leído desde esa prematura orfandad.

La influencia de ciertas coordenadas que consideró hasta cierto punto inevitables para su destino como escritor («un don que reconozco en la infancia, pero que no inquieta»[17]), no resultaron relevantes para reconsiderar la postura indiferente hacia su infancia. Esta actitud encuentra razón en su interés por distanciarse de toda idea concerniente a niño genio o talento innato que convirtiera el arduo trabajo de su escritura en una narración endulzada y romántica.

Su estadía en el colegio Secundario Mariano Acosta, lance que sucede en 1948 y que abruptamente se interrumpe en 1951, a tres años de su finalización, tampoco  supuso un punto de inflexión: por ser de los más altos de su generación fue abanderado oficial, su padre revisaba tan minuciosamente los deberes escolares que terminó destacándose como un estudiante con aptitudes literarias, razón del discurso protocolario que leyó frente al colegio y aliciente de sus primeros poemas juveniles que recordaría con humor («No se me da la poesía, me pongo filosófico, me voy por las ramas.»[18]) y vacíos de brillantez.

Aunque su breve experiencia académica resultó insignificante, dos acontecimientos -uno de ellos equiparable a un pasaje iniciático- tienen lugar en esas mismas fechas: el encuentro con Rodolfo Privitera, representado en el personaje del Obispo en Siberia blues («nos conocimos con el Obispo un poco al azar en la esquina de la academia.»[19]) y el descubrimiento del Club Atlanta («Todo empezó cuando estaba en el colegio secundario, y un día me asomé a un bailé multitudinario en el Club Atlanta»[20]), ubicado en la calle Humboldt, en el centro de la ciudad, a mitad de camino entre su casa y el colegio.

Si ambos acontecimientos en sus orígenes se equipararon en importancia, los años confirmarían a Rodolfo Privitera, que apareció en la vida de Néstor Sánchez a mediados de 1949, como una presencia vacilante que ilustró, durante los 20 años de amistad, la figura de un fiel escudero y, alto y robusto uno, pequeño y delgado otro, la instantánea de los contrarios. El Club Atlanta, descubierto igualmente a mediados de 1949, modeló en Néstor Sánchez un carácter diferenciable de sus contemporáneos -escritores y no escritores- que evocaba cualidades más propias de un antiguo bailarín de tango que de un escritor de época («La música, dicho sea de paso, siempre acompañó mi escritura»[21]).

El investigador Pablo Gianera, por encargo de la revista literaria Las Ranas, arte, ensayo y traducción, organizó en 2006 la primera tentativa de ordenamiento biográfico sobre la vida de Néstor Sánchez. Basándose en la entrevista de Lautaro Ortiz (Ortiz, L., 2001), confundiendo el año que formó un grupo de bailarines junto a Juan Carlos Copes con el año del descubrimiento del Club Atlanta, fecha en 1955 su primer acercamiento al tango. Hoy es posible distinguir ese acercamiento en años más tempranos y derivados directamente de las actividades musicales de su padre. El Club Atlanta fue el detonante cuyas consecuencias despertaron la tarde de un sábado de mediados de 1949 cuando, asomándose a sus 14 años en el Club Atlanta, «[Le] pareció mentira la cantidad de gente que había, lo que se bailaba y cómo se bailaba»[22].

El club deportivo y social Atlético Atlanta fundado en 1922, conocido popularmente como Club Atlanta, dispone de dos instalaciones principales, el pequeño estadio de futbol y la vacía nave industrial adyacente a éste, tapizada de hormigón azul y techo descubierto que subordinaba toda actividad a los caprichos climáticos. Por ello, cuando María Nieves, que frecuentó el club en las mismas fechas que Néstor Sánchez, rememora sus noches de milonga, precisa un cielo colmado de estrellas. La entrada principal se encontraba sobre la calle Humboldt del barrio de Villa Crespo. En la década de los 40 y principios de los 50, cada fin de semana grandes bailarines formaban largas filas.

El horario oficial marcaba su apertura de diez de la noche a tres de la mañana los sábados, hasta la una los domingos. Para Néstor Sánchez fue un mundo totalmente distinto: las descripciones de otros bailarines del Club Atlanta esbozan hombres de rostros serios, enfadados, presumiendo zapatos brillosos y vestimentas al detalle para la máxima elegancia, sin descuidar el ostentoso pañuelo que a la altura del corazón se resguardaba en el bolsillo del traje. A contrapunto, mujeres con zapatillas puntiagudas, altas y finas, igualmente elegantes: medias negras, uñas pintadas, cinturón por corsé y peinados a lo español o sueltos a lo Rita Hayworth[23].

Agregando a las apariencias el carácter, Néstor Sánchez configura en los bailarines la primera versión de lo que entenderá como mundo marginal y cuya impresión le acompañará a lo largo de su vida. Cuando a sus 39 años, en la ciudad de París, en una entrevista realizada por Albert Bensoussan (Bensoussan, A., 1974), describa al mundo marginal exento de esa «pobreza sobrecogedora» y por la cual cenaría primero con un buen ladrón antes que con un buen sociólogo, resonará dicha elección a sus años como bailarín en el Club Atlanta.

Si bien de la breve anécdota sobre su primer acercamiento al club se deduciría una visita en solitario, la reputación de los bailarines que asistían al club («era bastante conveniente hacer lo posible para que nada los alterara»[24]), hace improbable que un adolescente de 14 años acudiera por cuenta propia. Según la novela Nosotros dos es Momo quien, «con el sombrero para atrás, con el cigarrillo siempre en un ángulo de la boca»[25],  le advierte por primera vez de las reglas implícitas del club.

A principios de 1950, dejando ese inmovilismo casi absoluto de sus primeras noches, Néstor Sánchez conoce a Juan Carlos Copes. Ninguno de los dos registra ese primer encuentro en tono solemne: un joven de 19 años que vive en el barrio Pueyrredón, en la calle San Alberto, a la vuelta de la casa de Néstor Sánchez, conoce a otro joven de 15 años cuyos ensayos caseros («aprendí a bailar por mi cuenta»[26]) le permiten aventurarse a ciertas esquinas de la pista de baile y poner a prueba lo aprendido. Por un lado, Néstor Sánchez con traje azul en piqué -que remplazará después por un traje estampado príncipe de gales -, por otro Juan Carlos Copes con traje gris y camisa celeste. Según este último, Néstor Sánchez bailaba bien.

Para Juan Carlos Copes el mundo del tango empezó en 1948, en el Club Estrella Maldonado. Pronto pasará de bailar «como el culo, mal, agitando el brazo»[27], a bailar «[manejando] a una mujer con soltura»[28] en 1949 cuando, en el Club Atlanta, por segunda vez baile con María Nieves, entonces de 15 años de edad. La pareja se convertirá en un referente internacional del tango argentino. Al tiempo que Néstor Sánchez conoció a Juan Carlos Copes, conoció a María Nieves y a Néstor Bellichi, Teodoro Vázquez, Víctor Perera y Eduardo Figueroa.   

Se desconoce si la sintonía excedió con inmediatez los límites de la pista de baile, pero rodearse de un grupo de bailarines afines en un ambiente tenso, proclive a los golpes, no resultaba una mala elección. Los cambios de rutina más significativos contemplaron el formato de ensayo individual y frente al espejo al ensayo con pareja estable, así como cierto respaldo para los encontronazos con bailarines de otros clubs y, sobre todo, la participación en concursos de baile locales y de barrio. Según qué fechas, Néstor Sánchez bailaba con la Ñata (hermana mayor de María Nieves), algunas veces con la Nena (amiga de María Nieves y la Ñata) y Alicia (hermana mayor de la Nena), con quien tendrá una trayectoria más larga tras abandonar el grupo.

Las alabanzas que la pareja Copes-Nieves recibía donde se presentaba, despertó la vanidad de Juan Carlos Copes por crear oficialmente un grupo de bailarines que representara bajo un mismo sello las participaciones individuales y grupales: «formaron un grupo de bailarines, eran cuatro parejas, Copes con la Nieves, Néstor con la Nena (después Alicia, la hermana mayor de la Nena). Hicieron su aparición en algunos clubs de barrio. No recuerdo en que otros lugares»[29]. Cuando Juan Carlos Copes funda en 1951 el Conjunto Juvenil de Tango Moderno, Néstor Sánchez era conocido en los clubs y en el barrio como Rulo Sánchez, aludiendo a su cabello encrespado («Yo bailé tango profesionalmente, nunca enseñé. En 1955 [Sic][30] tuve un conjunto con Juan Carlos Copes […] que era de mi barrio»[31]).

Néstor Sánchez adoptó un lugar protagonista a nivel coreográfico y, quedándose en exclusiva la presentación del grupo, escribió los versos que se recitaban por megafonía: «Para el espectáculo Néstor había escrito los textos. Uno terminaba así “Me dijeron que tu forma de bailar transformarías, yo lo acepto y no me quejo, nace el Tango Fantasía”»[32]. El carácter de Juan Carlos Copes y Néstor Sánchez pronto rivalizaron, negándose cada vez más a otorgar licencias en nombre de la estabilidad y precipitando así una separación que resultaría inevitable.

Aunque ésta primera agrupación no mostraba el estilo que dará fama internacional a Juan Carlos Copes y María Nieves, el arraigo de Néstor Sánchez a ciertos principios del baile (moderación, pies a ras de suelo, atención al caminar dentro y fuera de la pista, movimientos sigilosos y pausados, abrazo fuerte y a la distancia debida, el pulgar en la espada de la mujer apoyado suavemente[33])  y los primeros indicios de giros rápidos, toscos y exagerados que proponía Juan Carlos Copes («como si las parejas se estuvieran peleando»[34]), excedieron hacia la ruptura la supuesta amistad.

Carlos Sánchez:
Juan Carlos Copes es poco generoso. Cuando comenzaron a bailar juntos hubo muchos encontronazos, y Néstor aportó muchas ideas que después Copes usó. Cuando se separaron, Néstor empezó a participar en concursos de tango, en el Alumni de Urquiza, en El viento Norte de Saavedra y otros que no recuerdo. Eran la última época de las verdaderas milongas, entre guapos y malandrines. Cada entrada a la milonga daba derecho a un voto, yo iba con mi madre, un voto más. El clima no era de lo más saludable, se luchaba por los votos, a veces a trompadas. En la sala de Almargo estaba el corazón del bailongo.[35]

Por razones distintas al drama adolescente con Juan Carlos Copes, el año 1951 se presentó en la vida de Néstor Sánchez como ese punto de inflexión que nunca podrá asimilar: mientras descuidaba el colegio a favor de los amigos, el tango y las mujeres residentes del conventillo de Saavedra, su padre Antonio Sánchez, en agosto de 1950, preocupado por constantes punzadas a la altura de su pecho, realiza de forma privada una serie de exámenes médicos. En una de las radiografías se identifica un pequeño bulto, confirmándose con posteriores pruebas el diagnóstico de cáncer y un pronóstico desalentador, limitando a meses su esperanza de vida. Esa misma semana visita a su amigo y vecino, el Dr. Roberto Zabala, para compartir con él los resultados de las pruebas y pedirle una segunda opinión, engañándole a favor de su franqueza, que se trataba del diagnóstico de un amigo de la oficina.      

Carlos Sánchez:
Nuestro padre tuvo que hacerse, por motivos de salud, una radiografía, después una biopsia. Le llevó la radiografía al médico de familia que vivía en la misma manzana de casa, lo engañó diciéndole que era de un amigo de oficina. El médico le confirmó que era cáncer, que el amigo tenía pocos meses de vida.[36]

Ben Amí Fihman:
Me contaba, todavía emocionado, que su padre una mañana, mientras se enjabonaba bajo la ducha, había descubierto una protuberancia bajo la axila: el tumor que lo llevaría a la tumba.[37]

Hay historias de personajes heroicos resolviendo tragedias de forma tan infalible que uno piensa en el destino: Antonio Sánchez mostró con su eficaz organización del tiempo que le quedaba de vida, excluyendo para ello la queja o el consuelo, que el terrible diagnostico no superaba sus capacidades. Trazó un plan convenientemente funcional: para no desamparar económicamente a su familia, cambió las condiciones del seguro médico, incluyendo una cláusula de seguro de vida; «compró un libro sobre su enfermedad y durante los meses que le quedaban, consumiéndose en la cama, discutió con el médico sobre ella»[38]. Preparó a su familia para el desenlace; lastrado por los síntomas, habló con Néstor Sánchez. El estoicismo mostrado terminó tras una larga agonía de 6 meses. A sus 39 años, el 17 de enero de 1951, muere en su habitación: «de repente un día no pudo más y decidió quedarse en la cama»[39].

Carlos Sánchez:
Creo que fue un elemento fundamental para que a sus 18 años Néstor sintiera que la vida era humo, y que la muerte era una tragedia irreparable.[40]


Escuchando a tu hijo
(1963):
Le parecerá ver a Antonio levantándose a la misma hora de siempre para afeitarse en el espejo que solía colgar contra el marco de la ventana de la cocina. Caminar después bajo el ruido de los pájaros en los árboles altos hasta que la nueva puntada lo paraliza, le corta la respiración, lo obliga a detenerse en una de esas veredas de cada uno de los días en ya casi treinta años.

Y quedarse ahí, sin fuerzas para llegar hasta la pared inmediata y apoyarse en ella, inclinando sobre el dolor que la mano metida en la ropa tampoco calma. Sólo al rato intentar moverse con mucha lentitud (¿Entenderá Roberto esa primera vez de aquellos pasos imprevistamente lentos?), resignar la hora y sentarse por fin en uno de los bancos de la estación para comprobar si pasa el escalofrío, la transpiración por todo el cuerpo todavía encogido.[41]

Nosotros dos (1966):
Igual percibo un compacto recogimiento familiar a mi alrededor, igual mamá una tarde de mis vacaciones en la que miro planchar me dice: “esta noche papá quiere hablar con vos, está muy preocupado por vos.” Papá que fuma dos cigarrillos seguidos después de la cena, papá con el codo en la biblioteca de roble. Lo veo caminar de una punta a la otra del hall con las puertas cerradas para dejarnos solos, uno frente al otro, y la ternura que todavía hoy me sacude, y su revista ilustrada para ferroviarios un domingo a la mañana de cada bimestre en la linotipia de la calle Salta. Aquellas estúpidas ganas de reír en el momento más serio, los grandes pasos de él sobre la importancia de mi destino.[42]

«La desilusión de Occidente y la recurrencia insoportable de la muerte empieza a los dieciocho años, con la muerte de mi padre.»[43] Tempranamente instaurada, la muerte le atormentará hasta el final, graduándose a niveles tan obsesivos como intratables, tan constantes como dolorosos. En un escenario próximo, abandona el colegio secundario y su breve temporada como trabajador en la empresa de ferrocarriles da comienzo, logrando mudarse a una pensión del centro de la ciudad en 1954 y abandonar el escenario familiar que le resultaba profundamente hostil.

Néstor Sánchez:
La muerte es, para mí, el tema central de toda mi vida: nada hice nunca sin pensar en ella; nada obtuve nunca sin que ella no se quedase con una parte. El drama biológico (mejorar para morir) es el trasfondo de mi escritura.[44]

Carlos Sánchez:
Néstor se fue de casa poco tiempo después de la muerte de nuestro padre. La pasó muy mal. Yo lo iba a visitar a una pensión roñosa que estaba frente a la Central de Policía de la calle Moreno y le llevaba cosas para comer.[45]

Según biógrafos de Juan Carlos Copes, la agrupación Conjunto Juvenil de Tango Moderno se fundó oficialmente en 1951 y se disolvió en 1954. Difícilmente Néstor Sánchez pudo haber permanecido todo ese tiempo bajo la tutela de su fundador. Es verdad que en 1951 y principios de 1952 la figura de Juan Carlos Copes aparece como un amigo que acompaña a otro amigo. A mediados o finales de 1952, Néstor Sánchez conoce a Milonguita, un respetado y temido bailarín de tango que en Nosotros dos aparece con el nombre de Santana. La información sobre este esquivo personaje nocturno es sumamente escasa: breves y esparcidos testimonios lo reflejan como un hombre malhumorado y cafisho de oficio, características que encajarían con cualquier otro bailarín de época.   

Lastrado por la muerte de su padre, encuentra en Milonguita admiración y consuelo. Es un bailarín temido y el imprudente acercamiento de Néstor Sánchez solidificó una relación más formativa que proporcional. Si seguimos la presencia de Santana en Nosotros Dos, se convierte en su primer guía y maestro tras la muerte de su padre. Néstor Sánchez remplaza la agrupación de Juan Carlos Copes por la compañía de Milonguita. Tras el cambio de directiva del Club Atlanta, empezará para ambos una travesía, entre exhibiciones y mujeres, de lugares por conquistar.  La confianza en Milonguita llevó a Néstor Sánchez a ejercer por un tiempo el oficio de cafisho, actividad que no soportará demasiado tiempo.     

Hugo Savino:
Le pregunté a Néstor por Santana. Me contó que era un personaje real, que efectivamente iba a fomento tal como aparece en Nosotros dos. Y que decía que el cantante Jorge Casal tendría que haberse dedicado a ser cafisho en lugar de cantante de tango, porque era un tipo muy pintón. Néstor me dijo que a él no le dio el estómago para ser cafisho. Le pregunté si le había dado Nosotros dos a Santana y me dijo que no, que una vez se lo cruzó en Montevideo y Tucumán o Lavalle, no me acuerdo ya, y no lo saludó. No sabe si Santana lo vio.[46]

En 1953, la mesa directiva convoca elecciones en el Club Atlanta. Las nuevas corrientes musicales irrumpen con inusitado brío por el país y obligan a considerar el curso del club. Las milongas no ofrecen el aliciente económico de antaño. El rock impone su presencia. En un escenario social y político turbulento, la figura rebelde, despreocupada, anarquista, contradictoria, de los cantantes de rock, se adhiere a una idea de resistencia pasiva y juvenil que sumará cada día más adeptos, convirtiéndolo, en menos de una década, en un emblema nacional.

La presencia de los bailarines de tango desaparecerá con rapidez. Su actitud sosegada y parsimoniosa resultaba obsoleta ante los movimientos extravagantes de quienes bailaban rock. Indiferente a los discursos políticos y a las voces de las masas, el bailarín de tango representaba un modelo inútil y torpe. Néstor Sánchez responsabilizará al rock de la desaparición del tango. Nunca llegará a sentir por ese género simpatía alguna.

Si Néstor Sánchez se sintió desamparado ante los cambios musicales, Juan Carlos Copes, libre de afiliaciones, encontró en las coreografías de Gene Kelly y Fred Astaire una fuente de inspiración que le llevará, junto a María Nieves, al éxito internacional. En 1954 funda otro grupo de bailarines titulado Conjunto Coreográfico de Tango, con el que debuta en 1955 en el Teatro Nacional y el Teatro Tabarís respectivamente, ubicados en la emblemática Avenida Corrientes. Para Néstor Sánchez, quien lo visitará en una de las noches en el Teatro Alvear, Juan Carlos Copes hizo del tango un espectáculo horrible y popular a condición de negarle su tono marginal. En la entrevista telefónica mantenida por Osvaldo Baigorria, a razón de su libro Sobre Sánchez, Juan Carlos Copes, que confunde las fechas, recuerda dicha visita.  

Sobre Sánchez:
Juan Carlos Copes sólo aceptó un breve ping-pong telefónico:
-La nuestra fue una amistad de barrio, de esquina, de club… ¿Cómo diríamos? De milonga -me dijo con voz de cuerdas vocales baqueteadas por las noches de siete décadas y media -apareció en Tangolandia, no recuerdo en qué año.[47]

Según Las Ranas, fue en el 55 [sic][48]. Le pedí a Copes que contara algo más de ese joven que decía haber sido bailarín en su conjunto. Pareció sorprenderse o quizá fastidiarse. Fue contundente:

-No. Nunca bailó profesionalmente conmigo. Sí estuvo entre los bailarines amateurs que fui agrupando en esa época en lo que llamamos el grupo de Atlanta[49], que era el lugar cumbre, el club más famoso en este asunto de la milonga. Eso es todo.

¿Eso era todo? Le pregunté si había algo más que pudiera recordar.

-Una vez Sánchez participó en un campeonato del Club Alumni, donde fuimos hacer número porque ahí se ganaba por cantidad de votos. Ganó porque lo votamos todos.

-¿Y cuándo dejaron de verse?

-Para la época en que elegí unas diez personas para formar el Conjunto Juvenil de Tango Moderno [sic][50], en el 58, él ya no estaba. Se abrió de todo aquello, se empezó a dedicar a otra cosa. Quizá a la literatura.

Sí, le confirmé que a fin de aquella década y principios de los 60 se había vuelto escritor. Le conté un poco de los libros que Sánchez había publicado.

-Se notaba que era un tipo que tenía que sobresalir en algo. Pero no como bailarín. La última vez que lo vi fue en el Teatro Alvear. Él vino a mi camarín, estuvo hablando conmigo. Pero si me pregunta de qué hablamos, no le podría decir. Me pareció algo incoherente. O por lo menos no lo razonablemente normal. Parecía no saber a qué había venido. Quizá a pedirme trabajo, o quería decirme algo y no se animó. En ese momento yo sentía que él quería hacer una cosa distinta, que rivalizaba o que estaba en contra de lo que yo hacía. ¿Y qué hacía yo? Exhibiciones, llevar historias al escenario, o sea una carrera como la que yo hice. Pero no, era como si yo fuera un rival de sus ideas. Luego no lo vi más.[51]

La idea de una relación exclusiva entre Néstor Sánchez y el Club Atlanta se diluye en los hechos que hoy conocemos: omitiendo colegios y fiestas de barrio, participó con frecuencia en clubs como la Enramada, Lavalle, Sin rumbo, Barracas o Estrella Maldonado. Su versión respondería más a una declaración de principios que a una precisión biográfica. Entre clubs y múltiples orquestas, melodías y letras, se quedó con el Club Atlanta como se quedará con Homero Expósito: «Un arco de violín clavado en un gorrión, ¿Puedes imaginarte esa figura tan hermosa?»[52]      

La contradanza española y cubana, la guajira, el flamenco o el fandango que contribuyeron a crear el tango, los ladrones, proxenetas, rufianes y prostitutas que lo representaron, cada tanto exponían el aliento ruin de sus orígenes, aunque pasaban desapercibidos en aromas más conservadores y populares. Néstor Sánchez limitó la imagen del bailarín a Milonguita que, por oficio, código, conducta y elegancia, heredaba la esencia de aquella época. Si consideramos solo el aspecto temporal, el tango y la muerte de su padre permanecieron más allá de su propia escritura.     

Emilio Sánchez Ortiz:
A él le gustaba [Néstor Sánchez] de vez en cuando, aunque estuviera solo, de vez en cuando se levantaba y dibujaba un tango. Decía que era una forma también de escribir con los pies. Allí, en este sitio, te podía bailar un tango. Hacía los movimientos del tango él solo.[53]

Hugo Savino:
Para Néstor el caminar era parte del lenguaje. Como el silencio y los gestos. Aprendió a caminar bailando tango. Podés leer Nosotros dos y lo vas a sentir de una.

Recuerdo conversaciones y escenas con Néstor. Una vez puse un cassette de Aníbal Troilo, y Néstor reconoció el piano de José Basso y me dijo que era un pianista que le gustaba mucho. Decía también, Troilo es Duke Ellington y Duke Ellington es Troilo. Una medida, decía Néstor, entre la seriedad y el humor, para hablar con alguien era preguntarle si sabía que hubo una dupla llamada Di Sarli-Rufino. Si no lo sabía, era difícil conversar con ese alguien. Improvisamos sobre ese tema en muchas mesas de café. Troilo-Fiorentino era otra pasión. También le gustaba Raúl Berón. Creo que Floreal Ruiz, pero no recuerdo conversaciones sobre él. Sánchez decía que todas las mañanas hacía tango. Eso quería decir que escuchaba tango en la radio.[54]

Néstor Sánchez:
Es lindo el caminar del tango. Yo aprendí a caminar en el tango. Y es bien difícil porque vos agarrás la pareja, se chocan los pies, no se aprende a caminar y a caminar rápido en los momentos en que la música lo exige. Nunca se encuentra una mujer que sepa bailar tango. Es un problema. Las mujeres te dicen que saben bailar y no lo saben. No hay esa cosa de la aproximación de los cuerpos y todo lo que hay en el tango, que es muchísimo, que se goza mucho bailando. Es un baile muy erótico.[55] 

Néstor Sánchez:
Por eso es que, en cierta medida, y sacando la música que llamamos groseramente clásica, las disyuntivas de la música son lumpen. Podemos hablar de tres manifestaciones rarísimas, por ejemplo, en Latinoamérica –no, no, perdón, por ejemplo, en América- y vamos a decir en principio el tango que es una música que hay que revalorizar incluso en el sentido poético de su utilización, hay tangos memorables, es algo que tiene la esencia estricta de la poesía, en dos o tres líneas. […] El tango Garras, por ejemplo.[56]

Citas 

[1] Sánchez, N., (1973). Cómico de la Lengua. Madrid: Seix Barral Editores, p. 143, 144.

[2] Sánchez, N., (1977). Prologo. En Sánchez, N. y Sierra, D., [Editores]. Libro negro del humor de Antología. Argentina: Diexa.

[3] Sánchez, N., (Sin Fecha). En Dossier Néstor Sánchez [fragmentos autobiográficos]. En la revista Las Ranas, arte, ensayo y traducción, Año II, n.3, noviembre de 2006, Buenos Aires, p116.

[4] Carlos Sánchez. Correspondencia personal.

[5] Sánchez, N., (1969). En Mariani, R., [Entrevistador]. Racconto a partir de un solo de flauta. Archivo Federico Barea.

[6] En la revista Las Ranas, arte, ensayo y traducción, Año II, n.3, noviembre de 2006, Buenos Aires. En él se incluye un dossier dedicado a Néstor Sánchez en el que es posible leer textos dedicados y textos de autoría inéditos, entre otras informaciones. (Sánchez, N., (2006). Dossier Néstor Sánchez. En la revista Las Ranas, arte, ensayo y traducción, Año II, n.3, noviembre de 2006, Buenos Aires,p. 81-128).

[7] La foto tiene la siguiente nota al pie: «Pantalones largos con su abuelo, Eduardo Davis, Hijo de Irlandeses», frase otorgada directamente por Carlos Sánchez. (Ibidem, 117).  

[8] Sánchez, N., (2014). Escuchando a tu hijo y otros relatos [1963]. En Sánchez, C., [Compilador]. Solos de rémington. Buenos Aires: La comarca libros, p. 41.

[9] Ibidem, 39.

[10] Ibidem, 82.

[11] Sánchez, N., (1966). Nosotros dos, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p.23.

[12] Ibidem, 22.

[13] Fiszman, M., (2014).  Cabezón 2915. En Sánchez, C., [Compilador]. Visiones de Sánchez. Buenos Aires: La comarca libros, p. 113.

[14] Ídem

[15]        Sánchez, N., (1996).  La comarca [Audio]. Disponible en: https://www.nestorsanchezescritor.com/su-voz/

[16] Sánchez, N., (2014). Escuchando a tu hijo y otros relatos [1963]. En Sánchez, C., [Compilador]. Solos de rémington. Buenos Aires: La comarca libros, p. 39.

[17] Sánchez, N., (2014). En Riccardo, C. & Sánchez, N., [Autores].  El Drama sin atenuantes, Buenos Aires: La comarca Libros, p. 32.

[18] Fiszman, M., (2014).  Cabezón 2915. En Sánchez, C., [Compilador]. Visiones de Sánchez. Buenos Aires: La comarca libros, p. 119.

[19] Sánchez, N., (1967). Siberia blues. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p. 19. 

[20] Sánchez, N., (2001). En Ortiz, L., [Entrevistador].  El sobreviviente de sí mismo. Página 12. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-10/01-10-28/nota3.htm

 Ídem

[21] Ídem

[22] Ídem

[23] Del Mazo, M. & D´Amore, A., (2001). Quien me quita lo bailado: Juan Carlos Copes, una vida de tango. Buenos Aires: Editorial Corregidor, p. 34.

[24] Ibidem, 50.

[25] Sánchez, N., (1966). Nosotros dos, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p.36.

[26] Ortiz, L., (2001).  El sobreviviente de sí mismo. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-10/01-10-28/nota3.htm

[27] Nieves, M., (2001). En Soto, M., (entrevistadora). Entrevista a María Nieves. https://www.todotango.com/historias/cronica/375/Nieves-Entrevista-a-Maria-Nieves/

[28] Ídem

[29] Carlos Sánchez. Correspondencia personal. 

[30] La fecha que proporciona Néstor Sánchez es incorrecta. Su participación junto a Juan Carlos Copes data entre 1951 y 1954. En 1955 la amistad con Juan Carlos Copes se había disuelto por completo. [Nota del autor]

[31] Ortiz, L., (2001).  El sobreviviente de sí mismo. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-10/01-10-28/nota3.htm

[32] Carlos Sánchez. Correspondencia personal.

[33] J. Ernesto Ayala-Dip. Conversaciones personales.

[34] Hugo Savino. Conversaciones personales.

[35] Carlos Sánchez. Correspondencia personal.

[36] Ídem

[37] Ben Amí Fihman. Correspondencia personal.

[38] Carlos Sánchez. Correspondencia personal.

[39] Sánchez, N., (2014). Escuchando a tu hijo y otros relatos [1963]. En Sánchez, C., [Compilador]. Solos de rémington, Buenos Aires: La comarca libros, p. 82.

[40] Sánchez, C., (2015). Testimonio persional. En Michanie, M., [Directora]. Se acabó la épica [DVD]. Argentina.

[41] Ibidem, 69.

[42] Sánchez, N., (1966). Nosotros dos, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, p.69.

[43] Sánchez, N., (2014). En Riccardo, C. & Sánchez, N., [Autores]. El drama sin atenuantes, Buenos Aires: La comarca libros, p. 18.

[44] Sánchez, N., (1988). En Bajarlía, J.J., [Entrevistador]. Néstor Sánchez o la búsqueda del lenguaje. Archivo Federico Barea.

[45] Carlos Sánchez. Correspondencia personal.

[46] Hugo Savino. Conversaciones personales.

[47] Se trata del año de 1957. Juan Carlos Copes se encuentra presentando un espectáculo titulado Tangolandia, bajo la dirección de Francisco Canaro. Con este espectáculo realiza su primer tour en 1958. [Nota del Autor].

[48] En el año 2001 la revista argentina Las Ranas, artes, ensayo y traducción publica un dossier dedicado a Néstor Sánchez donde se incluye algunos textos dedicados a él, fragmentos de textos inéditos y un resumen biográfico con pequeñas notas al margen de cada año. En el correspondiente a 1955 se menciona que formó un grupo con Juan Carlos Copes. La fuente bibliográfica que usan los editores de la revista es la entrevista realizada por Lautaro Ortiz en el 2001. En la conversación telefónica, Osvaldo Baigorria confunde el comentario de Juan Carlos Copes, creyendo que se refiere al año que estuvieron juntos y no al año que lo vio por última vez. [Notal del Autor].  

[49] Se trata del grupo Conjunto Juvenil de Tango Moderno. [Nota del Autor].

[50] El grupo es Conjunto Coreográfico de Tango, el segundo grupo de bailarines que reúne hacia finales de 1954. [Nota del Autor]

[51] Baigorria, O., (2012). Sobre Sánchez, Buenos Aires: Editorial Mansalva, p. 13,14.

[52] Sánchez, N., (1996).  Tango-Jazz-Droga [Audio]. Disponible en: https://nestorsanchezescritor.com/su-voz/

[53] Sánchez, Ortiz, E., (2015). En Michanie, M., [Directora]. Se acabó la épica [DVD]. Argentina.

[54] Hugo Savino. Conversaciones personales.

[55] Sánchez, N., (1996).  Tango-Jazz-Droga [Audio]. Disponible en: https://nestorsanchezescritor.com/su-voz/

[56] Sánchez, N., (1984). En Gallo, M., [Entrevistadora]. Entrevista a Néstor Sánchez. Archivo Federico Barea.

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México, 1986. Es psicoanalista, investigador y escritor. Doctor en filosofía, funda en 2016 el blog Entrelazos, psicoanálisis y cultura: prácticas del discurso, siendo director y colaborador hasta su último año en 2022. Su primer libro, Néstor Sánchez, la conducta iluminada (Zona Mítica Editores, 2023) es la primera biografía íntegra que se hace sobre el enigmático escritor argentino Néstor Sánchez.