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Bethoven tenía algo de negro: Nadine Gordimer y la dieciseisava parte del otro

1 diciembre, 2008

El poeta y crítico literario nicaragüense, Moisés Elías Fuentes, señala la solvencia descriptiva de Nadine Gordimer, Premio Nóbel sudafricana, para equilibrar la presencia del mundo físico y el síquico en los catorce relatos que conforman “Beethoven tenía algo de negro, donde sobresalen el desamor, la soledad, el rencor, el exilio interior y la incomunicación.


Si algo ha caracterizado la narrativa de Nadine Gordimer (Sudáfrica, 1923) esto ha sido su precisión descriptiva, el equilibrio con que sostiene el aspecto físico y el emocional de sus relatos. Los dos aspectos se compaginan en un todo hecho de alteridad y desavenencias, lo que no implica su consecuente desestabilización y derrumbe, sino su evolución a nuevos planos de la existencia, su paso a nuevas formas de causa y efecto.

“Beethoven tenía algo de negro” afirma el presentador de una radio, aludiendo al aspecto emocional de la música del compositor alemán, pero también a lo fisiológico, a las razas inevitablemente mezcladas de un modo o de otro entre sí. “Beethoven Was One-Sixteenth Black” dice la expresión original en inglés, lo que remite a la pureza de sangre y a la limpieza étnica que han obsesionado a los seres humanos, y en especial a los europeos blancos occidentales, durante siglos. Hay un sesgo, una enunciación perturbadora en esa “dieciseisava parte” que señala el presentador, “dieciseisava parte” que podría estar contaminada, o renovada, según sea la visión.

Pero, más allá de tal contaminación o renovación, la verdad perturbadora a la vez que tranquilizadora es el ansia de reinvención del ser humano, negro, blanco, amarillo, terroso, “café con leche” o “leche con café”, que quiere convertirse, divertirse o revertirse en la dieciseisava parte de lo que no es pero que podría o desearía ser.

Los catorce cuentos que conforman la colección Beethoven tenía algo de negro (Beethoven Was One-Sixteenth Black. Traducción de Francisco Rodríguez de Lecea. Ediciones B-Editorial Bruguera. Barcelona, 2008) se alejan abiertamente de la insinuación, la sugerencia o el juego de significados, para imponer en su lugar las posibilidades de la alternativa: la posibilidad de ser negro, hijo de una persona distinta a la que creíamos, vivir la bisexualidad sin ser bisexual, ser un parásito con pensamiento y sensibilidad, de rescribir el final de una historia y por tanto rescribirnos.

Antes señalé la solvencia descriptiva de Gordimer para equilibrar la presencia de lo físico y lo psíquico en sus relatos. Pues bien, tal solvencia sería insostenible sin otra característica también presente en la narrativa de la Premio Nóbel sudafricana: la tensión anticlimática. En efecto, el discurso narratológico de Gordimer serpentea entre la tensión dramática y la distensión emocional, entre la inacción intelectual y las alteraciones de los sentidos.

Charlotte, fruto del amorío ocasional de una actriz fallida y un primer actor, deviene en Charlie, la hija única del fallido matrimonio de una actriz y un neurólogo, en “Una beneficiaria”. La suicida imposible deriva en un irónico ángel de la guarda en “Medidas de seguridad”. El sueño de los deseos se pervierte en el sueño del intelecto en “Soñando con muertos”. El mundo físico y el mundo psíquico evolucionan permanentemente en la prosa de Gordimer, se contradicen y se conjugan, de manera que su transformación no es abrupta sino, de manera burlona, tersa y dúctil.

Más que violentas, las evoluciones en Beethoven tenía algo de negro son crueles. El desamor, la soledad, el rencor, el exilio interior y la incomunicación campean en la colección de relatos. Sin embargo, esto no autoriza la conclusión de que los cuentos son pesimistas o derrotistas. Al contrario, la narrativa de Gordimer está hecha de fuerza lírica, de pasión creativa y de pasión humana.

Hay un guiño de ojo único que recorre las páginas de Beethoven tenía algo de negro, que podría sintetizarse en la siguiente cuestión: si soy eficaz y aun arrojado en la vida exterior, por qué soy torpe y aun cobarde en la vida interior, cuestión que se resuelve en la portada de la edición española, que reproduce el lienzo Mujer caminando, de la pintora Tilly Willis: la silueta delgada, silenciosa, de esa mujer negra que carga en su espalda quizá a su hijo y sobre su cabeza una olla de barro –tal vez llena de agua- es la silueta del equilibrio entre el mundo interior y el mundo exterior.

El hijo y la olla, el amor de nuestro interior humano entregado al exterior, y un utensilio de trabajo exterior, la olla, que conserva el agua para continuar con nuestras vidas, la  externa y la íntima. Los temores, las desavenencias, las mezquindades emergen cuando desequilibramos el interior y el exterior, lo que soy dentro de mí y lo que soy afuera.

Catorce cuentos concéntricos, elegantes, algunos de ellos piezas excepcionales de dominio técnico, otros más exaltados por la libertad lírica, sin faltar los relatos cumplidos aunque sin mayores vuelos discursivos. Todos, cuentos que develan la solvencia literaria de la escritora sudafricana.

Sin embargo, donde la colección narrativa descuella, donde encuentra su voz más alta y el equilibrio entre maestría técnica y emotividad lírica, es en los tres relatos reunidos bajo el rubro de “Finales alternativos”, los cuentos de los tres sentidos: el oído, la vista, el olfato, aunque resulta más apropiado llamarlos los cuentos de los cinco sentidos, porque los cinco sentidos se involucran en las pequeñas crueldades de la infidelidad.

Tres formas de afrontar la costumbre, la desazón amorosa, la soledad interior, de la que no nos salvamos incluso si en verdad somos plenos por dentro y por fuera. La infidelidad como parte de la caída inevitable en el sinsabor humano. Hay ferocidad en los tres cuentos, en el fino trazo de sus caracteres humanos, pero también una rara solidaridad, no está exenta de dobles sentimientos: burla y comprensión, afecto y enojo.

En un alarde de seguridad narrativa, Gordimer perfila seis personajes tridimensionales, que nos hacen ver al mundo desde su perspectiva, pero también desde la perspectiva oblicua del otro. Si por una parte los cuentos están escritos desde la voz de la autora, por otra parte diríase que en realidad los personajes hablan a través de ella, desdoblados en una tercera persona que se observa desde adentro y a la vez desde afuera. Soy yo y soy el otro que me mira, me analiza, quiere entenderme. Es ahí donde surge la dieciseisava parte del otro, la sangre negra, amarilla, blanca, bronce o “café con leche”. Al descubrir mis limitaciones me universalizo, al comprender mis alcances me individualizo.

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Managua, Nicaragua, 1972.
Poeta y ensayista nicaragüense . Licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Ha colaborado en diversas revistas culturales de su país (Cultura de Paz, Decenio, El Pez y la Serpiente), así como de México (Diturna, Alforja de Poesía, Cuadernos Americanos). Publica artículos y ensayos de crítica literaria y de cine en el periódico El Nuevo Diario, de su país, y en la revista virtual Carátula, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Ha participado en el 4º Encuentro Internacional de Poesía Pacífico-Lázaro Cárdenas (2002), en Michoacán, en el Primer Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), en el 8º Encuentro Internacional de Escritores Zamora (2004), en Michoacán, en el Libro Club de la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (2004), como invitado especial en el Tercer Encuentro Regional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), y en el Segundo Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2005). Radica en México, D.F.