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Buenos días camaradas. Ondjaki

1 abril, 2011

Una de las propuestas que se le debe agradecer a la editorial Almadía, aparte de que sea una empresa independiente preocupada por descentralizar el stablishment editorial en México, es que está poniendo sus ojos sobre y dando espacio a autores que posiblemente otras editoriales no se animarían a siquiera ver. Bajo esta premisa publicó en 2008 esta novela del escritor angoleño Ondjaki (Luanda, 1977).

La obra tiene una estructura sencilla, pero no floja. Dos capítulos que se ocupan de un tema poco concurrido en la literatura africana. La entrada de la paz a Luanda, capital de Angola, y los últimos días de la guerra civil donde intervinieron ejércitos norteamericanos, rusos y cubanos y que duró casi treinta años.

La novela puede configurarse dentro del llamado relato de testimonio personal, gracias a su desinterés en ser una obra que denuncie la desgracia de un país y en declararse en contra de los resabios que dejó el conflicto bélico. Buenos días, camaradas se deslinda de las filas de esa literatura de protesta y se nos ofrece como una pieza narrativa sobre la inocencia, sobre la niñez y lo que esto implica. Ondjaki concentra su poder creativo y narrativo en evidenciar, mas no reprobar, desde la mente de un niño lo poco funcional que es el sistema de gobierno de su país, donde los ciudadanos no tienen los mismos privilegios o derechos que podría tener un inglés o un francés en su propio territorio.

Buenos días, camaradas está narrada por una voz infantil que en pocas instancias se nos revela con el nombre de Ndalu. Esta voz nos cuenta sus aventuras y el amor que le tiene a las personas que lo rodean: su tía Dada, el camarada Antonio, sus padres y sus compañeros de escuela. Nos hace detener nuestra atención en lo absurdo que le parece que presidentes extranjeros caminen sin guardia nacional a sus espaldas —al contrario del mandatario de Angola—. Así también el que los rusos tengan en un país que no es de ellos un mar propio. Pero lo que hace ser a Ndalu un personaje entrañable, a pesar de que se encuentra ensamblado en un ambiente adverso, son su carisma y su cándida y a la vez despierta visión del mundo. En toda la novela sus ideas y cuestionamientos nos permiten pensar que la morada de la imaginación, donde habitan las historias grandiosas, donde se concentran los sueños del hombre, se halla en la niñez. No importa que el mundo se caiga a pedazos frente a nosotros, la imaginación siempre estará para salvarnos. Se descubre en Ndalu cierta hermandad con Peter Pan de Matthew Barrie. A Ndalu lo define la dominante de negarse a abandonar el sendero de la niñez, como al joven de Nunca Jamás: “Los mayores no exageran automáticamente las cosas que cuentan y no se quedan mucho tiempo hablando de las cosas que uno ya hizo, o que le gustaría hacer. ¡Los mayores no juegan a decir buenos chistes, ni albures! Ser mayor es muy aburrido”.   

El mundo de Buenos días, camaradas está construido por niños que muestran sus miedos, que se niegan a crecer, que se iluminan cuando sueñan, porque saben que al llegar a la edad adulta finalizarán muchos de sus deseos y se les abrirán las puertas a nuevos temores, a nuevos mundos. Niños que creen que en su ciudad suceden cosas increíbles que los ayudan a erigir una salida alterna frente a la hostilidad: “Sí, tía, como te lo cuento: aquí en Angola los cojos, los lisiados y las personas en sillas de ruedas son los que más corren”, le confiesa Ndalu a su tía Dada. E insiste en líneas siguientes luego de haber huido junto a sus compañeros de la escuela por culpa de esa amenaza llamada Ataúd Vacío: “Aquí en Luanda no se puede dudar de las historias que te cuentan. Hay muchas cosas que pueden suceder y otras que, si no pueden, terminan por suceder de alguna manera”. Se refiere a su maestra con pierna de acrílico que puede correr más rápido que un maratonista al sentir una amenaza, a un cocodrilo que vive junto a una familia en la misma casa. Esos detalles, más que parecer imposibles, lucen como objetos mágicos que dotan a la obra de una creatividad esplendida y alejan al grupo de infantes que la habitan del dolor humano que cifra los resabios de una guerra.

Con Buenos días, camaradas Ondjaki se nos revela como un autor que ve a la literatura de manera funcional: con fabular se intenta tocar las fibras sensibles, remover los sentimientos del lector. Y nos muestra una postura perfectamente fija: contar historias no es decir o no decir, sino buscar maneras para reconocernos como humanos, como camaradas.

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Zacatecas, México, 1984.
Es pasante de la licenciatura en Letras, por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha trabajado como corrector de estilo, docente para varias escuelas privadas y consejero editorial de varias revistas de circulación nacional. También ha impartido talleres literarios. Sus artículos, ensayos y cuentos se han publicado en distintos medios electrónicos e impresos, tanto de Brasil, España, Nicaragua y México.

Tres antologías han recogido su trabajo: Son de marzo (Universidad Autónoma de Guanajuato), Antología de Letras, Dramaturgia y guión cinematográfico, Jóvenes Creadores 2006-2007, (CONACULTA FONCA) y Sensational Gourmets, (Nostromo Editores).

Ha obtenido los reconocimientos: premio Estatal Artista Joven Nueva Generación 2004 y el Artista Joven 2010; las becas FECAZ 2004-2005 y 2009-2010, el FONCA para Jóvenes Creadores 2006-2007 y la residencia Antonio Gala para Jóvenes Artistas 2008-2009, en Córdoba, España; y el Premio Ensayo Científico XI Nacional y I Iberoamericano “Leamos la Ciencia para Todos 2006”.

Ha escrito dos libros, El amor nos dio cocodrilos (cuento), Plaza de Armas (relato). En la actualidad finaliza su primera novela y escribe en su blog Bunker84.blogspot.com