Carlos Cortés: De la historia nacional a la intimidad histórica

1 agosto, 2011

Una fina incisión en el cuerpo de la obra de Carlos Cortés realiza Amalia Chaverri en este ensayo, para desde ese territorio mostrar las posibilidades literarias que Carlos establece con sus ficciones. Es, la de Chaverri, una posición crítica ejecutada con vigor y entusiasmo, haciendo un repaso de algunos elementos vitales de la literatura de este autor, quien ha ganado a pulso un sitio en el ámbito de las letras centroamericanas merced a su talento creativo y escritural.


En 1999 Carlos Cortés recibió el Premio Aquileo Echeverría por la novela Cruz de Olvido. En ella recrea un momento histórico que cubre un espectro social político y geográfico amplio: dos países –Costa Rica y Nicaragua-, dos ideologías y el tema contundente de la relación poder político/corrupción, en el marco de la relación de la problemática sandinista y el crimen de la cruz de Alajuelita.

La catalogué, a partir de la teoría de Noé Jitrik (Jitrik: 1995), como novela histórica catártica, lo cual implica que el referente (lo que se cuenta, la verdad histórica) ha sido experimentado por el escritor y lo ha impactado. El autor confesó que en ese momento sintió “pasmo y horror por la magnitud de la tragedia”. (Cfr. Bibliografía).

Su siguiente novela, Tanda de cuatro con Laura (2002), se desarrolla en un espacio social más restringido: un circuito teatral –ahora prácticamente en extinción- inserto en la ciudad de San José, con el antiguo cine Rex como punto urbano central, a cuyo alrededor giran otros cines: Líbano, Roxy, Adela, Raventós, Palace, Center City.

Hay en cada una de ellas un capítulo que se desprende, que puede ser autónomo y cobrar vida propia.  Es el caso del capítulo Marzo se me hace siempre tan largo, en Cruz de Olvido; y del capítulo No. 5 en Tanda de cuatro con Laura.  Me detendré un momento en estos capítulos.

Marzo se me hace siempre tan largo es una alucinante metáfora del tema de la orfandad, el regreso y la búsqueda de los orígenes. El personaje regresa a su casa/hogar y la encuentra sumergiéndose, poco a poco, en agua. Viven en él su madre y unas tías, con cierta despreocupación hacia todo lo que sucede a su alrededor. Mientras, el personaje se pregunta: “¿Por qué había vuelto yo al lugar remoto de mis sentimientos más encontrados. Esto es como el diluvio universal”. De igual manera en ese encuentro revive momentos cruciales de su vida: “No entrés ahí. Vos sabés que ahí está todo lo de tu papá y a tu mamá no le gusta verlo (…) Es mejor que no sepas nada. A tu papá lo mataron y eso es todo lo que hay que saber. (…) ¿Quién es mi padre?”. (Cortés: 1999).

En Tanda de cuatro con Laura, Andrés regresa al cine Rex donde había sido abandonado cuando niño. Simbólicamente un regreso a sus orígenes, pues sus recuerdos y su memoria, comienzan a tomar forma a partir del momento en que fue abandonado, cuando niño, en ese cine. Andrés, nunca supo quienes fueron sus padres: “¿Cómo sería la cara de su padre, igual a la suya?” se pregunta en una ocasión. Y, luego el abandono: “Quédese aquí, ahoritica vengo. Dijo La Negra (…) Andrés la siguió hasta que la miró perderse entre las sombras. Jamás volvió a verla”. (Cortés: 2002).

Las dos novelas, pero especialmente estos dos capítulos, aluden a la presencia explícita o implícita de los siguientes condensados semánticos: orfandad/abandono; paternidad/orfandad; madre/dolor/recuerdo; y el tema recurrente de la soledad, el abrazo y el agua como recurso simbólico significativo.

Estos condensados semánticos resurgen, reelaborados y diseminados, en el libro de cuentos, La última aventura de Batman – holgadamente Premio Nacional de Cuento 2010-, resurgen, reitero, ahora en forma explícita, siempre con aditamentos simbólicos, y en microcosmos sociales reducidos, como son: a) la interioridad emocional individual; b) el núcleo familiar más íntimo: la madre, el hijo y el padre asesinado; c) la familia extensa (tías y tíos), también el microcosmos de la época colegial y de las relaciones de pareja.

El conjunto de cuentos está dividido en tres secciones tituladas, contundentemente: Intimidades familiaresAmores imposibles y Destinos. De ellas, las dos primeras tienen cuatro cuentos cada una y la tercera tres, con un total de once cuentos. Los títulos de las tres secciones dejan ver una aparente secuencia cronológica que podría irse develando conforme se avanza en la lectura. Sin embargo, para efectos de este trabajo y como propuesta de lectura, me he tomado la libertad no sólo de agruparlos de distinta manera sino de entreverar los contenidos.

El primer grupo –en mi ordenamiento- son los cuentos que tienen fuertes rasgos biográficos: tres de la primera parte, dos de la segunda y dos de la tercera; es decir, siete de los once. Otro modelo son dos historias de tema amoroso; y, una tercera modalidad conformada por dos cuentos de temas menos ubicables dentro de mi propuesta de grupos.

En este conjunto de cuentos La última aventura de Batman, a diferencia de lo que sucede en Cruz de Olvido en la cual los referentes fueron los hechos históricos, los referentes son los recuerdos dolorosos, las intensas vivencias, las imágenes imborrables, los desgarramientos y obsesiones de la vida de Carlos Cortés, el escritor/narrador (permítanme, los estructuralistas ortodoxos, esta licencia de hablar, de escritor/narrador) quien, en una necesaria catarsis, los “ficcionaliza” y los convierte en gran literatura. Si la novela se catalogó como histórica catártica, es porque los hechos dejaron profunda huella en él como periodista testigo de los acontecimientos. Ahora estamos ante una catarsis producto de otro tipo de huella, más profunda, que apela a su doloroso mundo emocional, cuyo primer detonante fue lo más elemental a lo que puede aspirar un ser humano: conocer a su padre.

En el discurso de aceptación del Premio Cervantes, Ana María Matute, al referirse al tema de la presencia o no presencia de rasgos autobiográficos en su obra, dijo lo siguiente: “Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas”. Esta expresión de Matute afianzó algo que no podía dejar de lado: la faceta autobiográfica que subyace, muy diluida en las novelas y ahora condensada, en este corpus de cuentos. Ese “estar en las páginas”, implica, dentro de la convención de la literatura, un pendular entre los difusos límites de la ficción y la realidad, y en términos de teoría literaria, un vaivén entre el referente y el referido. El referente sería la realidad objetiva (hechos históricos: el crimen de Alajuelita, por ejemplo, la vida de personas, etc.); y el referido es la forma en que esa realidad aparece en el texto, producto de un proceso de escritura. Los referidos son la materialidad textual a la que se enfrentan los lectores y los críticos.

Así, planteo que este conjunto de cuentos, no es otra cosa que una anamnesis (término utilizado en el psicoanálisis) como traída a la memoria de reminiscencias que, aunque no necesariamente estén bajo la rigidez absoluta y cronológica de una autobiografía, sí tienen una lógica coherencia interna. Por eso, si Ana María Matute dijo que “ella estaba ahí, en su literatura” yo me atrevo a decir que “Carlos Cortés está aquí”, en la suya, arrastrando y reconstruyendo recuerdos de su vida. Por eso he titulado esta presentación De la historia nacional a la intimidad histórica al dar un paso hacia la intimidad de su propia historia.

Dentro de este marco planteo que la intencionalidad y la propuesta del escritor se apoyan en la fuerza de los recuerdos y de la memoria, como re-constructores de realidad. Lo avalo a partir de estas clarísimas citas, tomadas de uno de los cuentos: “La realidad es la memoria y no los hechos.  Nadie puede vivir sin el recuento cotidiano de sus cicatrices. De sus tristezas y alegrías. No hay un camino de regreso que pueda recorrer sin caerme, sin tropezar sobre las baldosas destrozadas, sin perderme en las grietas sangrantes que se abren entren mis recuerdos. Yo uso la memoria para no recordar y para no querer, para recordar y para querer. Para que me duela todo lo que recuerdo”.

1. Retrospectiva biográfica.

En el capítulo Marzo se me hace siempre tan largo de Cruz de Olvido,encontramos esta pregunta: “¿Por qué había vuelto yo al lugar remoto de mis sentimientos más encontrados?” Estábamos, sin saberlo en ese momento, ante el anuncio del tema esencial de esta colección de cuentos: un regreso al recuerdo, a la memoria, a la búsqueda de los orígenes, donde  la anamnesis cobra vida al amparo de los condensados semánticos orfandad/abandono /dolor materno/agua/; y también sobre los símbolos del agua y del abrazo, tal y como ya lo mencionamos.

Reelaboro, según mi criterio, la coherencia interna de los momentos climáticos de lo que considero una retrospectiva biográfica, la cual avalo, entre otras variables, con la presencia en el texto de los nombres verdaderos de algunos de los “personajes”.

Parto de la materialidad textual que como tal, y en tanto referido, habla por sí sola.“Mi madre tenía tres meses de embarazo cuando asesinaron a mi padre (…) Guardaba cama por prescripción médica para prevenir un aborto similar al del año anterior, y permaneció en reposo absoluto hasta que yo nací, cinco meses más tarde. Había pasado en cama o sin moverse algunos de los momentos más importantes de su vida”. (Retrato de una mujer con los instrumentos de la pasión).

“Conservé la esperanza de que mi padre volviera hasta los diez años cuando fui por primera vez a la Biblioteca Nacional. Recuerdo muy bien el día, pero no la fecha. Era finales de setiembre y llovía. Aún sigue lloviendo”. (La última aventura de Batman).

“Siempre me dijeron que murió de cinco balazos en el pecho, de forma instantánea”. (Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión). “Decidí entonces escabullirme a la biblioteca Nacional (…) Tomé entre las manos el tomo empastado y me fui temblando hasta una mesa donde me cogió la luz de la tarde. Llovía. Aun sigue lloviendo. (…)” Leyó: “Asesinado Subdirector de Deportes en el Unión (…)  Fue la última vez que usé la camiseta de Batman. Creo que me había hecho grande”. (La última aventura de Batman).
Porque todo niño necesita un superhéroe: “Me vestí de Batman. Era mi mejor camisa, la que reservaba para los cumpleaños o los sábados por la tarde, cuando íbamos al cine. Al conocer la verdad sobre el asesinato de su padre expresa: Me quité la camiseta y la guardé en el closet para siempre. Ahí debe de estar todavía”. (La última aventura de Batman).

“Mi madre fue una mujer con recuerdos. El juego de cuarto estaba clavado al piso por la aplastante contundencia del pasado. (…) Para cualquiera que ingresara en la habitación, era una presencia visible, imposible de evadir. (…) Eran unos muebles de madera maciza, difícil de mover. (…)  La cama, al centro, bajo un cielo raso en clave de tablero, era un poco el fantasma de mi padre que sólo se aparecía dentro de ella, como un suspiro quebrado, y que ella nunca consintió en dejar escapar”. (Retrato de mujer con los instrumentos de la pasión). Estamos ante la permanencia “in situ” de los asideros materiales (muebles, camas, sillas, cortinas), los cuales adquieren un poder casi sobrenatural: la presencia de las posesiones del muerto lo mantienen vivo y también dan vida a la viuda. Es una especie de museo muerto y vivo a la vez.

Durante su vida, el hijo/escritor/narrador ve sufrir a su madre. En una especie de transmutación se inserta en la conciencia de ella para narrar desde ahí: “Regué tus trajes por las calles de la ciudad para que todos supieran que estabas muerto. (…) Aquí estoy, esperando, con lo único que me quedó de vos, y no grito, y no lloro. ¿Cómo se puede enterrar en la memoria alguien que está vivo? (…) Nadie me lo dijo. Yo lo supe por la radio (…) Yo lo supe por la radio. Nadie me lo dijo. Nadie puede vivir sin el recuento cotidiano de sus cicatrices. De sus tristezas y alegrías. (…)  La realidad es la memoria y no los hechos. ¿Para qué es una mujer si no es para tener cicatrices?” (La viuda de blanco).

El hijo/escritor/narrador/hijo encuentra otro refugio familiar: “Ricardo Esquivel era 55 años mayor que yo, y le llevaba 16 años a mi tía Duvelya, la hermana de mi madre, con la que se casó y formaron la única unidad familiar que yo conocí…” (La herencia de la familia Freer).

De este núcleo familiar guarda el escritor experiencias que hoy lucen tragicómicas. A los diez años, en un viaje a Miami (de los viajes de rigor en la época) Ricardo y tía Duly con la mejor intención, lo llevan a un cabaret de la época. Recuerda una inesperada pero grotesca experiencia que ahí le sucedió, cuyo protagonista era una mujer vieja, decadente y beoda que estaba en el mismo sitio: “Cuando quedó en ropa interior, mi tía Duly me asió de la mano y decidió que era bastante para mí. Por el rabillo del ojo observé sus largas, alargadas, desesperadas tetas que, para mi asombro, no rodaron hasta el suelo, sino que se sostuvieron con imperturbable ingravidez. Fue su cuerpo el que se desplomó con un ruido sordo”. (Bésame mucho).

Le sigue el recuento de los once años vividos en el Colegio La Salle: amistades, desengaños, enamoramientos, ilusiones perdidas, búsquedas, época de penas y confusiones más que de disfrute: “Todo el tiempo estuve pensando en que se me habían acabado las vacaciones y ahora comenzaría la vida de verdad. Estuve despidiéndome de la primera parte de mi vida y enamorándome poco a poco de Irene Pucci. Fue el último amor platónico de mi adolescencia y me llevó de la mano hacia mis amores reales de la edad adulta. (…)  Entonces era algo tan lejano, llegar a ser adulto, que ni siquiera recuerdo lo que significaba que tendría que irme de la Sabana y que todo estaba llegando a su fin. (…) Así que ese primer año de soledad me lo pasé intentando hacer algunas alianzas que me permitieran vivir en un medio hostil y añorando, por supuesto mi grupo anterior. Me dolía terriblemente crecer y a la vez me habían ocurrido algunas cosas que explicaban mi emoción por abandonarlo todo: había perdido a mis amigos. (…) Fue la primera larga lista de traiciones que sumé aquel año inolvidable de mi paulatino viaje sin regreso hacia mí mismo, que me llevaría tan lejos del que era entonces. (…) en medio del mar de nostalgia en el que trataba de no naufragar (…) No había nada que yo pudiera hacer salvo salvarme solo. Estaba solo, absolutamente solo, y solo podía contar conmigo mismo. (…)   El cielo estaba encapotado y triste cuando comenzó mi nueva vida”.  (El año en que me enamoré perdidamente de Irene Pucci).

La retrospectiva biográfica termina con dos historias familiares, en un tono un poco más distendido, pero siempre con el halo de la nostalgia y salpicadas con el condimento de la ficción. En una narra el recuerdo de esos héroes familiares, aventureros, de destino incierto, que “existen” en casi todas las familias: Se inicia así: “El tío Willie fue una  presencia familiar desde que tengo memoria. Y termina: Con el tiempo lo único que me ha quedado del tío abuelo Willie, el último de los capitanes de mi familia incierta, fue su misterio, el fondo inabarcable de su misterio y esa sensación permanente de estar a punto de emprender un viaje, no importa a dónde me lleve”. En medio de esas dos citas transcurre toda la experiencia vivida con él. (La herencia de la Familia Freer).

En la otra, vuelve a nostalgia de la falta de padre: “No tenía porqué saber que durante dos meses y medio lo había querido como a un padre, yo, que era huérfano de padre incluso antes de nacer, y que llegué a creer que tuve durante aquella larga noche en Cristal Lake, un padre durante una noche, larga o corta, no importa (…) Yo era un niño, un niño esperando a un padre sin importar la edad que tuviera, y tío Ed fue por una noche todos los hombres que no habían sido mi padre. (…) Tío Ed se despidió de mí dos décadas después (…) No nos despedimos nunca porque me quedé esperándote a que volvieras”. (En L. A. con tío Ed).

a) La soledad y el abrazo

Dice uno de los cuentos: “No había nada que yo pudiera hacer salvo salvarme solo. Estaba solo, absolutamente solo, y solo podía contar conmigo mismo”. Ante esta  soledad existencial, los personajes, para atenuarla, se sienten impelidos a abrazarse a sí mismos. Primero fue en Cruz de Olvido, cuando Martín se abraza a sí mismo y se pregunta: “¿A quién podía abrazar si no en aquel entonces?”  Luego, en Tanda de cuatro con Laura se dice: “No pudo encontrar a nadie que lo abrazara y se abrazó a sí mismo”. En el cuento La viuda de blanco dice la madre: “la tristeza que todos los días me besa en la boca y me abraza para no sentirme tantas veces sola en el cuarto vacío”.

b) El agua

Si hay un símbolo elocuente es el agua. En el capítulo Marzo se me hace siempre tan largo, al que siempre regreso, dice el personaje: “La lluvia volvió a arreciar y el agua me llegó hasta el pecho”. El caos que encuentra “es como el diluvio universal”. En La última aventura de Batman, cuando el personaje/escritor anuncia que va a la Biblioteca, recuerda que: “Era finales de setiembre y llovía. Aún sigue lloviendo”. Cuando llega el momento de ver los detalles sobre la verdad: “Tomé entre las manos el tomo empastado y me fui temblando hasta una mesa donde me cogió la luz de la tarde. Llovía. Aun sigue lloviendo”. Otros ejemplos en otros cuentos son: “en medio del mar de nostalgia en el que trataba de no naufragar (…)”. Cuando debe iniciar su nueva vida dice: “El cielo estaba encapotado y triste cuando comenzó mi nueva vida”.

2. Dos historias de amor

El segundo gran tema son dos historias de amor, sobre las que no me detendré extensamente por razones de tiempo. Son dos perspectivas opuestas: En La bella durmiente de New York vivimos un doloroso y emotivo relato no sólo de amor y de abandono que se inicia en una temprana madurez y termina en los inicios de la “tercera edad”, sino que vivimos también una historia de amistad, confianza ysolidaridad.

“Chico conoce a chica (Una historia de amor)” es la otra cara de la moneda. Una historia de juventud, de fuerte erotismo, donde la relación agua/amor, más el aditamento de la búsqueda de los orígenes en el acto sexual, es explícita. Es un relato vertiginoso, lleno de brío, salpicado de escenas eróticas fuertes, dentro del más cuidado estilo de literatura contemporánea.

3. Dos temas aislados

El reto que me produjo esta propuesta de lectura, con el reordenamiento mencionado, me puso en la duda de dónde insertar el cuento titulado Nausea. Si bien podría hacerse una relación (por ciertas alusiones) a la secuencia planteada, prefiero dejarlo separado de los demás. Es también un cuento narrado en forma vertiginosa, donde la duda es una constante y las decisiones apabullan y culpabilizan a los actantes.

Finalmente, está el cuento  La breve guerra civil del camarada Mora, cuya matriz es una anécdota sucedida a don Manuel Mora, pero que está asumida en el acervo cultural de Carlos Cortés.

Palabras casi finales… Porque en literatura no hay finales.

El énfasis de mi propuesta de lectura estuvo puesto en lo que llamé retrospectiva autobiográfica, consciente de que aún siendo cada cuento una unidad perfecta, los siete tienen el mismo detonante orfandad/abandono/soledad, detonante que los une para formar un mural de recuerdos autobiográficos, donde la ficción “tuvo derecho” a jugar su parte. Como una espiral en crecimiento, el tema gira y se repite, pero en cada “vuelta” toma una nueva tesitura y un nuevo sentido.

Reitero, sin embargo, que si bien esta lectura tuvo un énfasis especial, la suma de los once cuentos muestra que todos están cobijados bajo la sombrilla de la memoria y el recuerdo.

El género, por la capacidad de síntesis que le exige al escritor, fue el mejor aliado en este proyecto. Es el molde perfecto para adaptar y aclimatar relatos intensos, densos, de condensadas compactos, que no den chance al respiro y con finales significativos que golpeen al lector.

El dramatismo de todos ellos, los alucinantes recuerdos que van aflorando, la sinceridad y el dolor que de ellos emana, así como el dolor que producen en el lector, no hubiera sido posible sin la fuerza narrativa que los define. El estilo es depurado, bien afinado, lleno de brío y trabajado hasta la saciedad.

Mucho de las experiencias vitales y emocionales de la vida del escritor están puestas en ellos, y puestas con sangre y dolor. Creo que por eso, los desgarramientos hacen la buena literatura.

Muchas gracias Carlos, por permitirme a mí y a los lectores gozar de tu capacidad literaria.


BIBLIOGRAFIA

– Chaverri, Amalia. Cruz de Olvido. La (in)fidelidad de la ficción. San José: La Nación. Suplemento Cultural Ancora, 1999.
– Tanda de sueños, visiones y ficciones  Revista Virtual ISTMO No. 5. Página electrónica de la revista: www. denison.edu/collaborations/istmo.
– Cinco preguntas al escritor. Entrevista realizada vía e mail, 8 de agosto de 1999.
– Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Labor, 1991.
– Cortés, Carlos. Cruz de Olvido. México: Editorial Alfaguara, 1999.
–  Tanda de cuatro con Laura. Bogotá: Editorial Alfaguara, 2002.
–  La última aventura de Batman. San José: Editorial Uruk. 2010
– Genette, Gerard. Seuils. París: Editions su Seuil, 1987.
– Jitrik, Noé. Historia e Imaginación Literaria. Las posibilidades de un género. Buenos Aires: Editorial Biblios, 1995.
– Universidad Latina. Entrevista realizada al escritor. 6 de Agosto, 1999.

Texto leído el día de la presentación de La última aventura de Batman (Premio nacional de cuento 2010) en el Instituto Cultural de México, el día 14 de junio del 2011, San José, Costa Rica.

Todas las citas que sobre este libro de cuentos aparecen en esta presentación pertenecen a la 1ª. Edición, de Uruk Editores, 2010, citada en la Bibliografía.

Como los contenidos de los cuentos están entreverados, y no en el orden original, es que se menciona el título al cual pertenece la cita.

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Magister Literarium Literatura Latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Profesora asociada de la Escuela de Estudios Generales de esa Universidad. Ha publicado en las revistas: Káñina: Revista de Artes y Letras; en la Revista de Filología, Lingüística y Literatura; en Escena, y en Herencia, todas publicaciones de la Universidad de Costa Rica, así como en En Comunicación del Instituto Tecnológico de Costa Rica.