Carlos Fuentes
Carlos Fuentes

Carlos Fuentes, el eterno, en tres tiempos

1 agosto, 2023

La siguiente es una entrevista realizada por la periodista Mónica Mateos al escritor mexicano Carlos Fuentes. Estas conversaciones, realizadas bajo la esencia de un ejercicio narrativo, son un digno recordatorio de la importancia y transcendencia a 11 años de su partida, de uno de los más importantes autores latinoamericanos del siglo XX.


Noviembre de 1998. Carlos Fuentes acaba de cumplir 70 años. Escucha la palabra amor y de inmediato su mirada sonríe. Se pierde unos segundos en el confín de sus recuerdos antes de responder a la reportera que le ha preguntado qué significa para él ese sentimiento. A manera de confesión dice con voz pausada: “Pues quisiera tener 70 años más para seguir amando a mi esposa, Silvia Lemus”. Sin embargo, la idea le cala y añade: “el amor, la literatura y los amigos son los tres pilares insustituibles de mi vida”.

Cae la tarde en Guadalajara, Jalisco. El escritor es el gran anfitrión de la Feria Internacional del Libro que ese año se llenó de letras y ritmos caribeños traídos por autores y artistas oriundos del país invitado de honor: Puerto Rico. Todo mundo se acerca al autor de Aura para pedirle que opine sobre política: que si la democracia es imperfecta, que si el país va rumbo a una catástrofe social.

Pero Fuentes escucha la palabra amor y se acomoda en el sillón donde se ha detenido a charlar con su entrevistadora en turno. No habla de mujeres ni de corazones rotos, sino de la mayor de sus pasiones, la escritura. Recuerda su juventud: “cuando tuve 25 años, a punto de escribir La región más transparente, mi gran angustia era combatir la página en blanco, porque por ahí se empieza para adquirir el oficio. A mi edad ya lo tengo. Aprendí muchas maneras de escribir, como dar largos paseos la noche anterior al inicio de mi jornada de escritor. En esas caminatas pienso y pienso y pienso en lo que voy a escribir. Eso facilita mucho lo que ocurre al día siguiente, porque llegar con la idea de que ‘soy escritor, tengo la energía de un león, me voy a sentar y me va a salir a la primera’, produce mucha angustia. A mí me ocasionó úlceras, pero ya no me sucede. Pienso muchísimo lo que voy a escribir y entonces ocurre el milagro, cuando todo lo que he pensado y apuntado se disuelve en el acto de escribir, y aparece otra voz, misteriosa, que me dicta. Es lo que escribo. A veces son mis sueños perdidos, porque mi escritura se nutre mucho del sueño, del inconsciente. Son momentos que nos ciegan de placer, como los del acto sexual o los de una charla muy intensa con amigos, que no sabemos qué residuos dejan hasta que resurgen en la escritura. Son muchas cosas misteriosas que si las conociera mejor, entonces dejaría de escribir pues, finalmente, lo que escribo no se parece a lo que estuve preparando.”

Escribir, para Carlos Fuentes, siempre fue una profesión muy solitaria, sobre todo cuando lo hacía en Inglaterra, en su casa en Cambridge, donde no solía ver a nadie. Se levantaba a las cinco de la mañana, escribía desde las seis hasta mediodía, y luego se ponía a leer por la tarde. Fue una vida “muy disciplinada”, en la que, sin embargo, siempre necesitó el contacto con otras personas. Por eso, huía del invierno inglés para regresar a México a darse “un baño de amigos”. También le encantaba dictar conferencias por todos lados, “para entrar en contacto con la juventud y sus ideas nuevas que tanto me vigorizan”.

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Diciembre de 2010. Cae la tarde en la casa de San Jerónimo de Carlos Fuentes, en el sur de la Ciudad de México. El escritor recorre con la mirada las montañas de papeles y libros que llenan uno de sus escritorios mientras explica que son ya muy pocos sus pendientes literarios. “Tengo que apurarme”, dice. Enumera los seis proyectos que aguardan en su tintero, las novelas La novia muerta, El baile del centenario, Emiliano en Chinameca, El camino de Texas, Aquiles o El guerrillero y el asesino, y Prometeo o El precio de la libertad.

“Es una lista que se metamorfosea todo el tiempo y que siempre deja entrar nuevas obras, como el libro Carolina Grau (publicado ese año por Alfaguara), que reúne ocho cuentos de terror y misterio”, se apresura a detallar al ver el asombro de la periodista ante lo que él llama su “plan general” o su “Comedia Humana”, dividida en 15 apartados, con títulos como El mal del tiempo, Tiempo de fundaciones, El tiempo romántico, El tiempo revolucionario, Fronteras del tiempo, El tiempo político y Crónicas de nuestro tiempo, entre otros.

Ese minucioso mundo literario, donde se ubican poco más de 35 novelas y cuentos, nació cuando se enfrentó al “infierno blanco”, en Dartmouth College, una universidad privada en Nueva Hampshire (Estados Unidos), “el lugar más nevado que se haya visto en la Tierra. Estaba encerrado, mirando lo blanco, y decía: ‘¡Dios mío, qué me queda sino imaginar literatura, si no, la nieve me va a comer!’”

Carlos Fuentes llamó con gran devoción “hijos” a sus libros, sin elegir a uno como favorito, pues, bromeaba, “unos son tuertos, otros son idiotas, pero los quiero a todos”.

Eso sí, nunca definió su narrativa como un laberinto, sino como una clara pero vertiginosa línea recta, con un principio, múltiples escalas y un único destino. Decía que su gran afición por Balzac lo llevó a la idea de nombrarla “Comedia Humana, como título general de una obra muy variada; de manera que no es el listado lo que cuenta, sino las obras, si son buenas, malas o interesantes. He tenido la fortuna de que las nuevas generaciones me sigan leyendo a pesar de los años. La crítica literaria de los años 40 y 50 en México era muy pobre, mala y mediocre; por eso Pedro Páramo, de Juan Rulfo, recibió unos palos. ¡Qué barbaridad! Decían que no tenía ni pies ni cabeza, que cómo se atrevía a llamarla novela, que era cuando mucho un poemita; fue muy maltratada, tuvo que triunfar en Francia y Alemania para convertirse en el clásico que es hoy.

“Ante eso, muchos escritores tuvimos que adelantarnos al momento crítico-cultural que se vivía en el país, plantear obras que duraran un poco más, pues cualquiera puede escribir de las cosas más banales que hay sobre la tierra, pero nosotros apostamos por relatos que duraderos, que tengan una permanencia, que sean no para los lectores de hoy, sino para los de mañana o de pasado mañana.

“Desde mis primeros libros me enfrenté a contradicciones críticas. De Los días enmascarados (1954), mi primer libro, dijeron que era totalmente gratuito, un ejercicio literario sin responsabilidad social, sin compromiso. Luego publiqué en 1958 La región más transparente y apuntaron: ‘¡qué falta de imaginación!’, ‘¿dónde está la fantasía?’, ‘está muy comprometido con el realismo social’. No se le puede dar gusto a todo mundo, pues uno escribe lo que tiene dentro y los géneros le pertenecen al escritor, más que el narrador a los géneros. Esa libertad hay que reivindicarla constantemente. No me dejo encasillar.”

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Enero de 2012. De nuevo cae la tarde en la casona de San Jerónimo. Faltan cuatro meses para que Carlos Fuentes parta al encuentro de esa compañera “fiel e inevitable”, la muerte, que el escritor tanto describió en su vasta obra. Pero no lo sabe, nadie lo imagina al verlo llenarse de energía conforme el sol se va ocultando. Siempre dispuesto a la charla con la reportera que, de entrada, comenta:

– Es extraño, maestro, nunca lo he visto de día. Siempre lo entrevisto al anochecer.

– ¡Qué bueno! No te recomiendo verme en las mañanas, amanezco muy dañado. Soy noctámbulo —responde un sonriente Fuentes, cubierto ya por las tenues luces del espacio donde recibe a la periodista.

¿Noctámbulo o un vampiro?

– También, pero no me alimento de sangre, sino del entusiasmo de mis jóvenes lectores, ellos son los que me llenan de vida. Hace poco, en una firma de libros, llegaron, en su mayoría, muchachos de entre 16 y 30 años. Los libros que más firmé fueron básicamente dos: Aura y La muerte de Artemio Cruz, ambos publicados en 1962. ¡Me da mucho gusto! Quiere decir que esos relatos tienen una actualidad ajena a mí, les pertenecen a las nuevas generaciones.

Aura me vino a la cabeza estando con una muchacha en París. Salió, regresó y en ese momento pasó bajo una luz que la transformó en una anciana. Luego entró y volvió a ser la de 19 años, y dije, ‘¡ay!, que pasaría si uno tuviera el poder, siendo anciano, de volverse joven, ¡ahí está la novela!’ Me senté a escribirla en un café. La escribí en cinco días, me salió muy rápido.”

Maestro, su novela Vlad (2010) gusta mucho incluso a los niños. Mire, aquí le manda este dibujo de un zombie uno de sus pequeños lectores.

Carlos Fuentes toma la hoja de papel donde un chico de 10 años dibujó con una pluma de tinta negra un ser descarnado. El escritor, sin quitar la vista de esos trazos, dice con voz pausada: “no, esto no es un zombi. ¡Es mi Vlad! ¡Me encanta! Voy a guardar el dibujo en mi libro”.

Su biblioteca personal es amplia, posee cerca de 15 mil libros. Otro tanto está en su casa de Cambridge, unos 7 mil ejemplares, entre los que destacan todos los títulos que ha escrito y, en un lugar especial, los de sus amigos y sus clásicos favoritos: Dostoyevski, Borges, Faulkner, Woolf, Aristóteles, Maquiavelo, Nietzsche, Montesquieu, Voltaire, Zambrano.

En cambio, los manuscritos originales de sus novelas, cuentos, obras teatrales, guiones cinematográficos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, dibujos, documentos, fotografías, cintas de audio y video, y cuadernos, se encuentran desde 1995 bajo el resguardo de la Universidad de Princeton.

Por instrucciones de Fuentes, desde esa fecha, todo el material podía ser consultado por investigadores acreditados, con excepción de su correspondencia con Guillermo Cabrera Infante, Hélène Cixous, Julio Cortázar, José Donoso, Roberto Fernández Retamar, Gabriel García Márquez, Norman Mailer, Octavio Paz, María Ramírez, Philip Roth y Jean Seberg, “la cual podrá abrirse al público a partir del 1º de enero de 2021, o dos años después de mi muerte, lo que ocurra primero”.

Voy a venir a visitarlo un día a pleno sol, maestro.

– No me encontrarás, y quizá ni siquiera exista esta casa —dijo a manera de broma, como un inquietante presagio.

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El 15 de mayo de 2012, cerca del mediodía, Carlos Fuentes, uno de los narradores en lengua española más importantes del siglo XX, murió a los 83 años en el hospital Ángeles del Pedregal de la Ciudad de México debido a complicaciones derivadas de un sangrado del tubo digestivo, por esas persistentes úlceras que brotaron de sus agobios juveniles ante la página en blanco.

El maestro tenía razón: cuando volví a su casa de San Jerónimo, una mañana de principios de marzo de 2014, a plena luz del día, su presencia física se había esfumado. Pero algo muy intenso de Fuentes aún habita esa casona, no sólo en sus venerados libros y en las decenas de fotografías de su rostro, colocadas en varios rincones, sino en la amorosa forma de referirse a él de su esposa, Silvia Lemus, siempre en presente, eterno.

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Ciudad de México, 1967. Desde 1991 pertenece al equipo de reporteros de La Jornada. Inició su carrera periodística en 1988 en el diario El Nacional. Ha realizado coberturas internaciones en Sudáfrica, Reino Unido, Suiza, España, Noruega, Perú, Cuba y Estados Unidos, principalmente para dar cuenta de la vida artística y cultural de esos países. En 2022 fue reconocida por su trayectoria de 30 años con el Premio Nacional de Periodismo que otorga el Club de Periodistas de México. Finalista en 2013 del Premio Nacional de Periodismo por su reportaje acerca de los restos de los héroes patrios que fueron exhumados durante las fiestas del Bicentenario. Es autora del libro Mariposa negra. Diagnóstico: tumor cerebral, una crónica sobre el sistema de salud en México, publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Actualmente, combina su oficio de reportera con la docencia. Imparte talleres de periodismo para niños y jóvenes. Twitter: @MonicaMateosV