Casas vacías y el patriarcado del salario

3 octubre, 2022

La violencia hacia las mujeres resulta ser también una pandemia que todavía persiste en la actualidad. A veces, no se perciben los micromachismos que ocurren dentro del hogar, lugar donde la sociedad da por sentado que son “asuntos de pareja” y que nadie debería meterse porque así se encargó el sistema de aclararlo. Sin embargo, la violencia intrafamiliar existe, convive y es, lamentablemente, muda para quien la padece ¿Qué sería de esas historias, sueltas a la deriva, si la literatura no buscara retratarlas, evidenciando las condiciones sociales de las mujeres latinoamericanas, o bien, explorando sus intimidades? Un ejemplo de esta corriente es Casas vacías (2018) de la escritora mexicana Brenda Navarro. 

Dos mujeres sin nombre —porque representan a cualquier mujer del mundo violentada y casi inexistente— nos cuentan desde sus puntos de vistas toda su situación emocional que gira en torno a Daniel-Leonel. La mujer A pierde a su hijo Daniel mientras este juega en el parque y a partir de ese suceso traumático, empieza a cuestionarse sobre su maternidad no deseada. La mujer B es quien rapta al hijo de la mujer A y le nombra Leonel; a diferencia de la mujer A, la mujer B expresa constantemente su deseo de ser madre. En un juego de soliloquios alternados, la trama se despliega con la vida de otros actantes, las parejas y familias de cada mujer con vínculos generacionales violentos traumáticos. A simple vista, Casas vacías pareciera visibilizar la violencia intrafamiliar y sus afecciones psicológicas en las mujeres, pero es más, Brenda Navarro enarbola una crítica hacia a lo que Silvia Federici, escritora y activista feminista, ha denominado el patriarcado del salario en su libro del mismo nombre, publicado en 2018. 

Para Silvia Federici, el estado capitalista falla constantemente en habitar los hogares “con la doble consecuencia de que nosotras presumiblemente nos mantenemos en un estado feudal, precapitalista, y que nada de lo que hagamos en los dormitorios o en las cocinas puede ser relevante para el cambio social” (27). Lo que sucede con las mujeres de la novela se relega a un espacio minoritario y se ve como obsoleto por sus prácticas denominadas “hogareñas”, que sirven al sistema al modo de economía escindida, es decir, el trabajo que no se ve pero que es la base para el buen funcionamiento del proletariado. Y es ahí donde “esta organización del trabajo y del salario, que divide la familia en dos partes, una asalariada y otra no asalariada, crea una situación donde la violencia está siempre latente” (Federici 17). 

Entonces en el sistema capitalista, las mujeres están siendo preparadas principalmente para las atenciones del hogar. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa, se trata de servir física, emocional y sexualmente a los que ganan un salario, “es la crianza de nuestros hijos —los futuros trabajadores— cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo” (Federici 30). Y es en este último punto de deberes impuestos en el cual se enmarca Casa vacías. La mujer A se autoculpa por la pérdida de su hijo y se cuestiona por su maternidad: “No sé por qué, ni bajo qué manda o perorata social me impuse ese deseo que, a decir verdad, no sentía” (Navarro 125). Ella no quiere ser madre y lo enfatiza en muchas partes de la novela, especialmente en el cuido de Nagore, su sobrina, decidido por su esposo y no por ella. En otros capítulos, lo demuestra con el deseo de abortar a Daniel/Leonel: “Pensé en abortar, lo pensé, por eso es que si alguien fue culpable de lo que pasó después fui yo, porque decidí ignorar ese pensamiento que pudo salvarnos a todos” (Navarro 70). Lo misma imposición ocurre con la mujer B. Al indagar las razones, da cuenta que existe una carga social sobre sus hombros por cumplir su función de procreadora: 

Todo empezó cuando mis primas empezaron a tener hijos, de la noche a la mañana las casas de mis tías se llenaron de niños que gritaban por todos lados. Primero dejé de ir a visitarlas, no sé, me sentía incómoda, pero luego empecé a salir con Rafael y al mes de andar le dije que yo quería tener una hija. (Navarro 42)

De igual forma, la mujer B, queda embarazada y no lo sabe hasta que sufre un aborto espontáneo. La sociedad recae sobre su cuerpo recriminándola, piensan que el aborto fue provocado: “Y me preñó pero yo no lo supe hasta que la doctora del turno de las seis de la mañana me dijo que ojalá no hubiera provocado el aborto porque me podían meter a la cárcel” (Navarro 89). Ambas personajes viven las maternidades impuestas y la falta de apoyo de sus parejas para comprender la precariedad de la convivencia matrimonial que se vuelve violenta por las carencias socioafectivas. Silvia Federici insiste en que estas prácticas machistas se refuerzan porque “durante años el capital nos ha remarcado que solo servíamos para el sexo y para fabricar hijos” (37). 

La violencia que sufren también es sinónimo de explotación laboral. “Desde el punto de vista de la clase obrera, ser productivo significa simplemente ser explotado” (Federici 33). Así, las personajes se fragmentan en la violencia iniciada en sus hogares. La mujer A vive la sumisión y la pasividad de su esposo que le deja toda la carga de la maternidad: “Tú quisiste embarazarte, me decía Fran, aunque luego me besara y me dijera que era broma” (Navarro 70). La mujer B, en una situación económica más precaria que la mujer A, es golpeada, jaloneada, ahorcada, escupida e insultada por su esposo, al cual ama con concepciones del amor romántico, dando por sentado que eso es el amor: “Tampoco es que me pegara mucho, porque decía que por cualquier moretoncito ya andaban metiendo a la cárcel a la gente” (Navarro 44). 

Asimismo, el patriarcado del salario le ofrece a la mujer el derecho de trabajar más, es decir, el derecho a estar más explotadas (Federici 28), esto toma un rol protagonista en la mujer B. Al nacer sin una estabilidad económica y no terminar la secundaria, empieza a preparar gelatinas o paletas de hielo para ofertarlos al público (Navarro 94). A parte de atender a Leonel, al mantenido esposo junto a los quehaceres de la propia casa que ella decidió alquilar, depende de un solo salario que proviene de la venta de sus dulces, cuando debería ser remunerada hasta por ocuparse del hogar. “Lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero. El doble empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener incluso menos tiempo y energía para luchar contra ambos” (Federici 31).

Las consecuencias de la violencia, la explotación y la discriminación se ven a flor de piel en Casas vacías. Lidiar con las emociones o las situaciones afectivas de manera individual, en entornos violentos, nos lleva reprimirnos o a aceptarlo aunque no estemos convencidas. “Desde que el término mujer se ha convertido en sinónimo de ama de casa, cargamos, vayamos donde vayamos, con esta identidad y con las «habilidades domésticas» que se nos otorgan al nacer mujer” (Federici 35). Ambas personajes principales son víctimas del patriarcado del salario y la única forma que tienen para desahogarse es con ellas mismas, de ahí que la novela esté escrita en primera persona.  

Casas vacías revela la condición marginal de la mujer y sus roles sociales. También es un acompañamiento a las lloronas, “así me dijo Vladimir que éramos, lloronas, invisibles con un grito ensordecedor. Pero nadie hablaba de nosotras” (Navarro 127), que solo con nuestro hablar entre dientes y nuestros pensamientos buscamos autocurarnos del sistema patriarcal y así, tratar de no sentirnos como “una especie de patio vacío al que le llegaban los ruidos citadinos a lo lejos. La casa vacía jamás habitada y lúgubre aunque con estructura fija” (Navarro 116). 

Referencias bibliográficas:

  • Federici, Silvia. El patriarcado del salario: Críticas feministas al marxismo. Traficante de Sueños: España. 2018. Digital.
  • Navarro, Brenda. Casas vacías. Kaja Negra: México. 2018. Digital.
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Nicaragua, 1997.
Es comunicadora social, periodista y literata. Egresada de la Maestría en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana de Puebla, México. Su obra más reciente es 6 Mujeres 1 Casa: Sanar por elección ganadora del Premio Nacional Conchita Palacios (IV edición, 2018), sin publicar. Historias de vida (2019), sistematización periodística de niños con referentes encarcelados en dicho país, a beneficio del Instituto de Promoción Humana, INPRHU.