Centroamérica cuenta 2014: Lo que nos une
1 junio, 2014
La escritora mexicana Rosa Beltrán reflexiona sobre su participación en el encuentro centroamericano de narradores Centroamérica cuenta 2014, y observa cómo la violencia se ha convertido en el centro imantador de los temas y las formas, «la violencia como virus mutante y marca de nuesto tiempo no anunciada en el programa. Desde los enfrentamientos sociales hasta los roces casuales en lo doméstico; la violencia ejercida desde el Estado y en las nuevas y difíciles relaciones de pareja.»
Desde sus primeros cronistas y hasta los años sesenta del siglo XX, la imaginación literaria diseñó un proyecto que llamaría “identidad latinoamericana” cuyo máximo exponente fue el boom. Sólo a partir de ese proyecto pueden leerse como un conjunto autores tan disímiles como Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez (sí, no hubo mujeres en el boom). Del mito fundacional “civilización versus barbarie” se exaltó la potencia simbólica de la segunda, la barbarie, ya fuera como sublimación de lo maravilloso y lo fantástico o bien como una extensión de la violencia que encontraría un tema compartido en la novela del dictador. Hoy sería difícil defender la idea de una literatura común, pese a las semejanzas históricas y sociales. Las diferentes poéticas nos obligan a hablar más que de la literatura latinoamericana, de sus autores. Y no obstante, la idea de vernos como un conjunto es demasiado tentadora. Porque vista así, la literatura que se hace en América Latina resulta exportable. Porque el fenómeno del boom sigue siendo un motivo de ensoñación para los que nos leen desde fuera.
Por eso era interesante asistir a un encuentro de escritores cuyo nombre es Centroamérica cuenta. “¿Y qué cuenta?” inquirió la agente aduanal cuando a su pregunta “Qué viene a hacer a Managua”, traté de responderle. Esperaba que le dijera en un enunciado cómo nos definimos ahora, cuáles son los temas que nos importan, por qué somos distintos de los personajes de las series norteamericanas de la t.v. con los que nos identificamos y por qué, si somos tan distintos, sentimos que esas series hablan de nosotros. “Eso mismo vengo a descubrir”, respondí. “¡Cómo! ¿Qué no me dijo que venía a hablar de eso?” Hasta entonces supe que había interpretado como broma una pregunta de lo más seria. Luego de teclear por varios minutos, la mujer me selló el pasaporte con gesto displicente y antes de entregármelo, con cara de pocos amigos, añadió: “Es el encuentro que organiza Sergio Ramírez, ¿verdad?” No sólo me asombró que un escritor fuera famoso en su país a ese grado; fue también el primer atisbo de lo que Centroamérica (al menos desde Nicaragua) cuenta.
Los encuentros literarios tienen la constante de enunciar en los títulos de las sesiones preguntas con respuesta implícita. “Periodismo y literatura: ¿matrimonio o divorcio?” Quien asiste sabe que la respuesta “divorcio por incompatibilidad de caracteres” estará ausente y eso habla de algo más de lo que Centroamérica cuenta. La necesidad de hallar la Verdad ha hecho que renazca el poder de la crónica como género y que el periodismo sea la fuente principal de la que abreva su literatura. Y es lógico que sea así. En países que pasaron o pasan por guerras civiles declaradas o encubiertas, la experiencia personal aparece a través de historias vividas por los que participaron, sobrevivieron y hablan de los efectos colaterales de esa sobrevivencia. Los testigos de la historia son en la misma medida los que se van o los que se quedan. Es el caso de los salvadoreños Miguel Huezo Mixco y Horacio Castellanos Moya; éste último reciente ganador del Premio Iberoamericano de narrativa Manuel Rojas, que otorga el CNCA de Chile. Camino de hormigas, el primer volumen de relatos del también poeta Huezo Mixco, narra historias de traición y heroísmo fallido desde un cuidador de caballerizas en un parque forestal de California, quien confronta las atrocidades de su experiencia como combatiente con la sensación de ser el marginado social en que se convierte una vez terminado el conflicto. Vanessa Núñez Handal, salvadoreña también, se concentra en los terribles descubrimientos que hacen quienes vivieron de espaldas a la guerra civil. En sus narraciones, el juego de los golpes bajos y las complicidades hechas por miedo con aquellos con los que uno convive día a día, hacen de la paz que sigue a la guerra un periodo casi peor.
En Guatemala, Kalton Harold Bruhl explora la crónica negra urbana y el terror de lo cotidiano mientras Jessica Sánchez escribe, entre otros temas, del viaje a esa región ignota e inexpugnable que es el punto G cuya existencia, como en el caso de Dios, depende de un acto de fe. Soltura y crudeza en los temas se combinan con cierres ambiguos y poéticos.
Aunque la finalidad –o una de las finalidades—del encuentro fue acercar a los autores centroamericanos y darlos a conocer a quienes leen y escriben en esa porción desconocida del continente, hubo varios invitados de otros países: Argentina, España, Alemania, Francia, entre otros. Y además de hablar de la necesidad de abrir vías de circulación para las obras de estos autores (y de nuestros autores en esos países), la relación entre periodismo y literatura, entre lo que ocurre y se registra en la prensa o en los medios digitales y las obras de ficción siguió siendo la nota dominante. De España, Luisgé Martín habló de los distintos usos periodísticos de los que echa mano su obra, por ejemplo, el tomar noticias de prensa que hablen del monstruo generado en la sociedad de consumo y crisis; un personaje que aparece con frecuencia encarnado en el vecino de a pie del que no sospechamos: el padre de familia, el ama de casa.
Se podría aventurar, después de oír y leer a estos autores, que México y Costa Rica son la excepción a esa regla; que nuestras obras y las de los costarricenses no tienen que ver con lo noticioso o que escapan al tema de la violencia. Es y no es así. Porque las novelas de Élmer Mendoza son fieles a la estructura policiaca y al tema del narcotráfico, es cierto, pero tienen como centro los manejos sutiles del poder a pequeña y gran escala, y lo inesperado en las relaciones humanas que se descubre a través de un uso sorprendente del lenguaje. En el caso de Costa Rica, Dorelia Barahona, quien ganó en 1989 en México el premio “Juan Rulfo” de Primera Novela con su obra De qué manera te olvido, explora las violentas ceremonias de las que participan nuestros sentimientos y las complejas explicaciones rayanas en lo metafísico de las que somos capaces con tal de justificarnos. Y en el caso de Carlos Cortés, su espléndida novela Larga noche hacia mi madre habla desde y de una forma de violencia que yo nunca había leído en un autor masculino. El odio por la madre; una madre disfuncional que elige al único hijo varón (el autor, que narra desde la autoficción) como el depositario del amor de ella. Una madre que entra y sale de sus confesiones al hijo con el mismo vértigo angustioso con que entra y sale del siquiátrico. Y un hijo que consigna las emociones encontradas que le provoca esa madre y las tías con quienes vive:
“Yo las detestaba y a la vez las había amado y las amaba. Las seguía amando. Por lo tanto, mi odio fue mucho mayor porque sabía de dónde había salido, de qué se nutría, cómo se alimentaba, a qué lugar de mi alma acudía a beber mi resentimiento, cada noche, bajo la luz de una luna sangrienta, que reclamaba más sangre, la sangre de quienes yo sentía que ya no me amaban y me habían amado. De ahí nació mi odio, del amor correspondido.”
Frente a la cordialidad y mesura de Sergio Ramírez en su esfuerzo por unir las distintas literaturas en nuestra lengua, la violencia como el centro imantador de los temas y las formas, la violencia como virus mutante y marca de nuesto tiempo no anunciada en el programa. Desde los enfrentamientos sociales hasta los roces casuales en lo doméstico; la violencia ejercida desde el Estado y en las nuevas y difíciles relaciones de pareja.
La nota final la dio una deslumbrante y divertida charla sobre el futbol como árbitro de las diferencias y como metáfora del mundo. El futbol fue el pie para que Juan Villoro, Edgar Tijerino, Manuel Vilas y Sergio Ramírez lanzaran el balón de los asuntos que importan a donde quisieran. La última clave la dio Juan Villoro al citar un memorable juego: cuando los asistentes al partido de México contra Costa Rica supieron que nuestro país quedaría eliminado para ir al mundial celebraron felices. Eso habla de la alegría de que nuestra derrota causa en Centroamérica. Yo, que nada sé de futbol y que oí hablar sobre la hermandad y el amor de los países latinoamericanos por México durante el encuentro, puedo dar fe de que ese día se refrendó el disfrute de aquella descalificación con nuevas risas. No sé si este es un misterio gozoso o doloroso. Pero es otra de las tantas cosas que Centroamérica cuenta.
Escritora mexicana y doctora en Literatura comparada por la UNAM.
Su obra ha sido traducida a más de cinco idiomas. Ha sido profesora en varios centros, como UCLA, Ramon Llull o la UNAM.
A lo largo de su carrera ha ganado premios como el Planeta-Premio Planeta-Joaquín Mortiz, gracias a su novela La corte de los ilusos (1995) o el Florence Fishbaum Award.