Ciencia Burda
5 agosto, 2024
Presentamos diez poemas de Jorge Ortega, pertenecientes a su último libro, titulado Hotel del universo. Ciencia burda, que corresponde al quinto acto del poemario, resulta en una indagación en torno de la poesía, el acto poético y la palabra. De esta forma, la experiencia de la escritura y el paladeo palabras son una alquimia que combina en la imaginación del poeta los elementos de la naturaleza clásica y diversas imágenes del mundo real. Cabe destacar que Hotel del universo recibió en 2022 el Premio de Literatura Gilberto Owen.
Es la perspectiva de los números.
Vamos hacia el Pneuma. Es
indudable, una revelación esto que
digo. Lo acepto, y, no sabiendo
explicarme sin argumentos paganos,
considero callarme.
A. R.
Madera y fuego
Tu obra está por debajo de tus actos.
Poesía es desistir del poema y patear los rieles.
Un repertorio no de mímica ni alharacas sino de espléndidas zancadas como una tijera que trasquila despreocupadamente la distancia.
Escribir es movilizarse, saldar a horcajadas la siberia, bucear en la lejanía; traspasar las llamas de una exorbitante oquedad.
Poema de huellas que se hunden en la nieve del desierto. Coplas trascendidas de una culebreante endecha redactada al merodear.
Escribir es movilizarse. No una metáfora: una performance, un contundente hacer, la existencia bifurcada por la cisura de un cuerpo en el espacio. Una ejecución.
Como un puñetazo en la mandíbula, el trayecto de una botella cargada de aceite y gasolina, la rapidez de una carroza a punto de desbarrancarse en una curva peligrosa.
Fuego y tierra
Montar hacia una prefectura donde los lexemas se nebulizan y el sol deseca el lubricante de los pensamientos.
Donde el cenit explota como una vesícula de camello, esparciendo su picante salmuera.
Donde las datileras son los condominios del Máshrek y, al decaer la jornada, la fragua en que el mistral pulimenta su cimitarra de aullidos.
Donde los minaretes enarbolan por gracia de la acústica las casi inaudibles súplicas del paralítico en la pileta de las abluciones.
Donde el galimatías de los tenderos en el tianguis del estuario cesa de repente como la falaz retirada de los dánaos hacia el islote de Ténedos.
Donde los rumiantes son los esquifes del Sahara, y, las embarcaciones, los mamíferos del mar en la apertura de un paisaje bíblico diseccionado por una bocana.
Donde la achicoria y la alcandora acaparan por sentido común el revulsivo para amortiguar la soflama de un furibundo verano atrapado en la piel.
Donde el cero es la promesa del conjunto, y, la totalidad, una fístula, el saldo de una entrega astillada por el embrión azul de la septicemia.
Donde la prensa llega siempre con retraso y sólo vale ya para bruñir la vajilla o calentar durante el afilado invierno los pies de los convictos.
Tierra y metal
La medianoche ha modificado la directriz del viento.
Voces articuladas dejaron de viajar desde los odoríferos tabacales en la giba de un dragón incorpóreo.
Temblequean los sarmientos con las maquinaciones de un entusiasmo engarrotado de golpe como el reumatismo que has estado tolerando, estampida salida de qué escondrijo detenida en el chaflán de la quebrada.
Algo insiste en comunicarse del otro lado, en la redoma de una trémula templanza.
Un zorzal ermitaño; un atisbo de cencerros; el sordo impacto de una estalactita en la celda de una cueva, la opacidad de una gruta; la transpiración de los eucaliptos.
Algo te vigila en la penumbra y se apresta a abordarte.
Los faroles permiten deletrear en el asfalto la desmesura de tu silueta.
La sombra de Dios acoge la sumatoria de todas las oscuridades.
Metal y agua
Fluctuar del todo a la nada como la materia que por sí misma se contrae y sucumbe reducida a una mole de chatarra.
Prescindir de una circunstancia al cruzar una raya y sentir que una metrópoli se desbarata a la espalda sin la imperiosidad de voltear para comprobarlo.
Transitar inopinadamente a lo que no es ⸺el cuenco feraz⸺ con mitigar la candela o soltar el interruptor del mechero.
Oír los plafones derrumbarse, el bataclán de las trabes pegando en un proscenio de cristal biselado por la arrogante orfebrería de los siglos.
Dar reversa y acreditar no el desastre: la conversión fulminante que experimentan los desentendidos al franquear un atrio.
El pasado es un transatlántico que se chamusca y zozobra en altamar con el fragor de los fierros dislocados y el fajo de cables que revienta.
A la zaga de tu nuca persistirán agriándose incluso más los soporíferos brebajes de una rancia ilustración.
Has aventajado la costa que te amordazaba y bulle hoy en lo ilimitado la aureola fantasmal de una tierra inaudita.
Migrar de lo empapado a lo marchito, de la saturación de los afluentes a los remansos de Libia, de las aglomeraciones del Trocadero a la misantropía de san Jerónimo.
Si en una ciudad del norte departiste con las mujeres de los antiguos pintores, brinca en tu alpargata el quilate de un grano de arena, y ante ti se estira pulverizado todo el iridio del orbe.
Agua y madera
Estropeaste con premeditación la estatura histórica del verso.
Contra la prosa de tus parcas misivas fueron a descuartizarse las tablas de la ley del alejandrino.
La cadencia y su engañoso metrónomo, u otra incipiente melodía alumbrada entre los estertores de las sílabas contadas.
Obsoletos el renglón de una estrofa y la estrofa y el apunte de corrido, qué procedía sino la ardua sintaxis de las extremidades y el torso endurecido al retar el yermo.
Ribetes en la greda. Y el contoneo de la cintura garabateando en los papiros del aire un provisorio serventesio de energía vital que un tornado difuminará.
¿Ficción o testimonio? Crónica de un extenuante periplo condensado en un ideograma de aspavientos, un kanji de gesticulaciones.
Husmeaste una respuesta en el lenguaje. Su inexactitud, su margen de falibilidad, su apreciar los toros desde el palco, su cuestionable prestigio, te exasperaba hasta la deposición.
Mejor cavar zanjas o traficar divisas, subastar pellejo de ternera, incienso y clavo que nombrar a diestra y siniestra sin comulgar del mundo.
Madera y tierra
La arena es una forma de ceniza, y, el páramo, la yesca que nunca se consume.
Como alma en pena, el sosiego discurre a lo largo de la planicie, tensando los cordeles de un tosco cuadrilátero.
Deliberas sin vociferar y el eco de tu ingenio brama en las cañadas, eficacia de la sinapsis que dimana con la celeridad de un reflejo.
Estás destinado a escuchar no a los demás, a su holograma, vómito de sonsonetes y runruneos que la roca segrega al mediodía sin que la fustigue el recuerdo de la vara de Moisés.
Eres el venaje subterráneo de los acres que recorres, errante surtidor, manantial subrepticio de treinta y siete mil francos embutidos en una faltriquera.
Te apabulla tanta infinitud, tanto éter sobre la mollera. Rema detrás de ti, arriba o a la retaguardia, la nao de los dementes.
Jaja, no hay posada que te escude. El sol te escolta y acorrala, candente ojo de Dios.
Es la dimisión del edén. Dónde quedó Siena, el paraje ameno, la umbría de las Ardenas, la suave tramontana destilada en un campo de lavanda.
Tierra y agua
Escribes por debajo de tu capacidad. Intentar decoro es iluso.
No hay un escribir mal ni un escribir bien. Escribir: línea recta en el horizonte, nivel medio de las corrientes que se mezclan.
Tomar el lápiz como beber o rascarse por impulso, estornudar (¿toser?), saltar de la colcha, asearse con premura, atravesar por donde no una calle.
La compostura encierra la quimera de los castrados y los pusilánimes.
El preciosismo emboza la blandura de los obsesos y los perfeccionistas.
La escritura constituye un ejercicio de emancipación.
Suelta amarras quien se fija reconstruir con regularidad la pedacería de los ideales.
Quien desembucha leva anclas hacia las Indias indeterminadas del ensalmo y la sutura.
Quien se agacha sobre un pupitre a borronear en un pequeño cuaderno azul libera en un periquete las aves del zoológico.
Destraba la jaula, confiesa el epicentro de tu laconismo, y se desplegarán por arte de magia las vigorosas lonas de un bergantín encallado.
Desanuda un ovillo de tinta para que a hectáreas de aquí los peces transmitan a los acuíferos la burbuja del estremecimiento.
Fricción de causas y efectos, roce de los vocablos y las cosas en una resina de propiedades inmejorables.
Dices algo y los objetos están más cerca de lo que aparentan.
Como la tórtola que se arrima al jardinero que le surte una pizca de maíz, la realidad asiste a las manos que la nominan.
Escribes por debajo de tu destreza.
El mundo se antepone a las palabras.
Agua y fuego
La vida muele las palabras, polvoriza la literatura. Te dispones a enyugar unos bueyes y hay un decasílabo que te eximes de anotar. Cruzas en diagonal una marisma y hay también, por ahí, una cuartilla tuya que no habrá de estudiarse.
Cuánto de ti se pierde o desperdicia cada que resuelves salir de cacería a Bubassa.
Qué tanto se depaupera la Tierra cuando exhortas a otro destacamento para visitar la luna. Pospones para jamás a lo que tendrías que estar dedicado en serio: papando moscas en pos del adjetivo justo; viendo el tabique de estuco a la expectativa de un hemistiquio, bono de las divinidades de ultramar; enmendando un texto; calando novedosas fórmulas en tu espontáneo gabinete salpicado de probetas, cráteras y matraces relucientes, áureos copones en el apaisado mostrador de caoba de una bodega a la que apodarías La Ballena.
La pirueta del faisán que truncas con una munición es el poema al que te sustraes una vez más, el poema que no ha de ser.
Fuego y metal
Declaraste lo indispensable y doblaste tanto el arco de tu lengua que regresaste al principio y te rendiste a las puertas de tu decir.
En la torsión retemblaba aún la elipse del comienzo y el domo del paladar era una caja de resonancias en la que se afinaba el primer fonema del día.
La redondez del sentimiento de haber dicho lo suficiente contenía sólo un boleto de ida al polo boreal de la abstención.
Desmigas en tu boca los abrojos de mescalina de una métrica en la que yace aletargada la pepita de un soneto imposible.
Se trata de una alubia que ha de madurar hacia adentro hasta desintegrarse, microscópica flor del abandono.
Se trata de un cubo de sacarina que paseas entre las encías hasta probar la crisopeya fugaz de la delicuescencia.
En la baba se amotinan los poliedros de los estribillos y los párrafos que no conocerán el bolígrafo ni alcanzarán oído alguno.
El saco roto de una inescrutable reserva congrega, invertidos, los Alpes de los ripios y los balbuceos que la saliva sofoca.
Cuánto amago de poema se tambalea en la faringe y derrapa inevitablemente
a la olla de la ingesta y la descomposición para caducar allí.
Tarta de tartamudeo que ennoblece el reverso del habla al exhumar con la humildad de un sepulturero el quiste de la anomalía.
La noche es el silencio de la luz. Y su excelsa ingravidez sostiene contra el álgebra la longevidad de las nebulosas.
Metal y madera
En el actuar está el vivir. Entretanto, fortalezas de naipes se alzan y derriban, resurgen de la escoria y la pinaza, reverdecen del cascajo, y tornan a demolerse frente al mojón del tiempo, ese falso centinela que gobierna y espía desde ningún lado.
Carrera junto a quién o hacia qué punto. Abatir congostos, galopar sin escararse año tras año la intratable meseta del estío; presenciar a cielo limpio los pespuntes de la ionización, soportar la arremetida del torrente, la tropelía de chamizos desaforados por el llano.
Partirse el lomo igual que un rucio bajo el látigo de la calima, someterse a la purga de la temperatura que podría extinguir los alacranes, volatizar los pedruscos, transparentar los altozanos como un escáner para visibilizar a través de la materia.
Vas a la caza de ti mismo. Eres la presa de tu frenesí, la diana de tu obnubilación. Rivalizas con tu espectro, tu ángel de la guarda, un otro tú que te excede y coteja las algaidas de una fingida eternidad, hazaña que no culmina y que te avienta a perseguirte legua a legua sin que lo sospeches.
Poeta y ensayista mexicano. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde 1992 ha publicado más de quince títulos de poesía en México, Argentina, España, Estados Unidos, Canadá e Italia, cuyos últimos títulos son: “Guía de forasteros” (2014) y “Hotel del Universo” (2023). Ha sido traducido al inglés, mandarín, alemán, portugués, francés e italiano, y se ha incluido en múltiples compilaciones de poesía mexicana contemporánea. Ha obtenido el Premio Estatal de Literatura de Baja California, el Premio Nacional de Poesía Tijuana, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines y el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.