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Cine Colombiano. De la guerra y sus consecuencias: el desplazado

1 junio, 2012

Según el sociólogo Alfredo Molano, quizás el investigador más importante de la violencia en su país, desde 1985 en Colombia, 250.000 personas han sido asesinadas por razones políticas, 25.000 han sido detenidas y desaparecidas y cuatro millones (el 10% de la población nacional) han tenido que desplazarse de manera forzada a otro punto del país.


La guerra es como un río en que uno no puede hacer pie,
hay que echar hacia adelante buscando salir a cualquier orilla.

Alfredo Molano.

Colombia debe ser el único país del mundo en que su guerra civil se interrumpe de vez en vez, por un breve e imperceptible periodo de paz. Desde los comienzos mismos de su historia independiente las guerras civiles se han sucedido de manera permanente, en que solo se le cambia el nombre para organización de los historiadores. Tampoco varían las causas en esencia siempre las mismas las abismales diferencias sociales, que provocan un despotismo absoluto de la gran burguesía sobre el pueblo explotado y sometido a toda clase de iniquidades.

Las guerras que se sucediendo desde 1812 alcanzaron un punto de altísimo conflagración hacia fines del siglo XIX, con lo que se conoció como la Guerra de los Mil Días (1899-1902) que dejaría entre 100 mil y 120 mil muertos.

Si bien la paz nunca sería un bien en Colombia, la furia volvería a consagrarse de manera  absoluta a partir del 9 de abril de 1948, cuando en pleno centro de Bogota es asesinado el líder popular y candidato a la presidencia de la republica Jorge Eliécer Gaitán, lo que generó el Bogotazo, reacción popular que se extendió durante varios días en la ciudad, dejando más de mil quinientos muertos y cantidad de edificios, autos y medios de transporte destruidos por los incendios. De allí en adelante, en un escalonado sistema de venganzas, se inicia el periodo que se conoce como “La Violencia” que algunos historiadores dan por terminado en 1953. En esos tres años se producirían más de 300 mil muertes. Esas masacres tendrían como resultado el surgimiento de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia), guerrilla de inspiración marxista, que se inicia como grupos de autodefensa de los campesinos que estaban siendo exterminados por las bandas Chulavistas (grupos paramilitares armados por el gobierno y el partido Conservador, para eliminar todo lo que se suponga reivindicatorio de las clases populares).

De  allí en adelante la violencia política en Colombia es bien conocida y no se ha detenido hasta nuestros días, sumando a cada momento nuevas víctimas a una lista que desborda toda razón.

Pero esta guerra no solo provoca muertos, torturados, desaparecidos y heridos; una nueva clase de víctimas marca la crónica y angustiante realidad colombiana: Los desplazados.

Según el sociólogo colombiano Alfredo Molano, quizás el investigador más importante de la violencia en su país, desde 1985, 250.000 personas han sido asesinadas por razones políticas, 25.000 han sido detenidas y desaparecidas y cuatro millones (el 10% de la población nacional) han tenido que desplazarse de manera forzada a otro punto del país. En su enorme mayoría estos desplazados son campesinos. Estas cifras demoledoras no tienden a revertir su crecimiento, más allá de las engañosas tergiversaciones de los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, su continuador Juan Manuel Santos y los medios adictos.

Un nuevo protagonista se ha agregado al desangradero colombiano oficialmente desde 1997, aunque se conoce que están activos desde por lo menos una década antes: las fuerzas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), grupos paramilitares, fundados por ricos ganaderos para combatir a los grupos insurgentes como las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), El Ejército Popular de Liberación (EPL) y El Movimiento 19 de Abril (M-19). Las AUC, abastecidos también de armas e infraestructura por carteles de la droga, con absoluta autonomía se han apoderado del poder del estado en muchas regiones del país, y sin enfrentar a las guerrillas, solo se han dedican a hostigar a pequeños productores rurales y poblaciones aisladas, que han debido abandonar sus casas y sembradíos para huir a las ciudades.

La violencia ejercida por las AUC, provocó la primera corriente de desplazamiento interno en el país. Este grupo con la pretendida actitud de aislar a la guerrilla, dando por hecho que todos los campesinos son soporte de los grupos insurgentes, los expulsan de sus propiedades apoderándose de sus tierras y bienes. Más de cinco millones de hectáreas ya han pasado a manos de los paramilitares.

Los crímenes de las AUC permanecen en la impunidad, aunque cuatro millones de desarraigados son víctimas y testigos de estos hechos. Es claro que el tándem Uribe-Santos ha sido gran propiciador de este estado de cosas; el aparato del terror fue creado entre otros por el padre del propio Uribe Vélez y ambos gobiernos han sido sostenedores de ello.

El drama de los desplazados, si bien mediáticamete está presente, no se traduce en políticas gubernamentales para resolver la raíz del problema, ni siquiera sus consecuencias más inmediatas, en las que millones de seres humanos han engrosado el ancho bolsón de miseria en las ciudades colombianas.

El cine colombiano se ha hecho cargo de la problemática intentado visibilizar el drama de millones de estos hombres y mujeres que han sido despojados de todo.

En 1982 el director Jorge Gaitán Gómez, filma quizás la primera película sobre el desplazamiento forzado. Una familia campesina debe abandonar su pueblo, por imposición de los poderosos. Ayer me echaron del pueblo, si bien no es a causa del conflicto armado, no deja de subyacer en el relato la violencia de los terratenientes contra el campesino. La historia remite a una canción del folklor colombiano que cuenta como un campesino que golpeó a su patrón por faltarle el respeto a su familia, como castigo es obligado por el alcalde a abandonar el pueblo.  Una vez en la ciudad, la familia se ira desintegrando y la lucha por la supervivencia provocará el quiebre moral, realidad concreta para muchos desplazados: el hombre finalmente caerá en la delincuencia y la mujer del servicio doméstico pasará a prostituirse, al tiempo que los hijos se convertirán en niños de la calle.

En 2003 Luis Alberto Restrepo estrena su opera prima, La primera noche, donde por primera vez se encara desde el cine el problema del desplazado por la violencia. Una joven pareja de campesinos, Toño y Paulina y sus dos hijos, recién expulsados de su región llegan a la gran ciudad. Detrás  dejan sus vidas, sus familias, sus hogares, sometidos al arbitrio de los “señores de la guerra”. En esa primera noche ellos tendrán que aprender los códigos de la ciudad, sus extraños manejos y agregar todavía más desamparo a sus vidas.

Una mirada diferente sobre la misma visión es el road movie Retratos en un mar de mentiras (2010) dirigida, escrita y editada por Carlos Gaviria. El film fue premiado como mejor Largometraje Iberoamericano de Ficción en el festival de Guadalajara a la vez que la protagonista Paola Baldión obtuvo el premio como mejor actriz.

Dos primos, Jairo, fotógrafo ambulante y Miriam, amnésica y muda, tras la muerte de su abuelo en un alud, vuelven para recuperar las tierras de la familia por las que fueron desplazados años atrás. El texto se centra en el viaje desde Bogotá a la costa caribeña, en un viejo auto. En el trayecto Marina revivirá la matanza de su familia de la que fue testigo. Al llegar al pueblo serán secuestrados por los mismos paramilitares que asesinaron a la familia.

El film contiene todos los elementos de la problemática de los desplazados, la perdida no solo de sus bienes, sino y fundamentalmente de sus orígenes.

El cineasta Carlos César Arbeláez, se aproxima a la cuestión, desde el comienzo mismo de la problemática. En Los Colores de la Montaña (2011), en un pequeño poblado rural, la plácida vida de un grupo de niños cuyo único anhelo es terminar el horario de colegio para ir a jugar futbol, empieza a ser cruzada por diferentes segmentos de la violencia: un grupo de extraños minaran un lugar cercano al prado donde juegan, el padre de uno de ellos comienza a ser presionado para que ingrese a uno de los grupos beligerantes, extrañas reuniones nocturnas y pintas difíciles de comprender para su universo infantil se suceden en la propia escuela hasta que toda una familia parece haber desaparecido en el trascurso de una noche. A partir de esto, como un goteo constante, la maestra regresa a la ciudad, las familia del poblado irán abandonando sus tierras, dejándolas a las buenas de Dios; todo parece desarmarse al tiempo que ellos irán a engrosar la estadística de los desplazados. Dura y sobrecogedora, la historia será difícil de olvidar además de la increíble actuación de su protagonista, el niño Hernán Mauricio Ocampo, como Manuel.

Durante once años. el director Jairo Carrillo trabajó en el proyecto Pequeñas voces, la primera película de animación 3D colombiana, donde a través de dibujos unos ciento veinte niños desplazados entre los 8 y los 13 años, que viven en Ciudad Bolívar los Altos de Cazucá, uno de los barrios bogotanos formados a partir de la llegada de desplazados, narran sus historias de vida, sus esperanzas, ilusiones y pesadillas.

En un principio fue un cortometraje de 19 minutos, que se estrenó en el 2003 en el Festival Internacional de Cine de Venecia, en la sección Nuevos Territorios, obteniendo muy buenas críticas. Siete años después le ha agregado 56 minutos más y lo digitalizó en 3D.

Otra mirada a la realidad de los desplazados es en la que tienen que trabajar casi como mano de obra esclava en campos de cultivos ilegales. De esto trata Jardín de amapolas de Juan Carlos Melo Guevara, que acaba de ser exhibida en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), en febrero último. La historia se centra en la relación de un campesino de 38 años, Emilio, y su hijo Simón de 9, obligados a abandonar su parcela de tierra por un grupo armado. Buscando un lugar donde refugiarse, llegan a un pequeño pueblo. Debido a su situación económica, están obligados a trabajar en cultivos ilícitos de amapola de un reconocido capo narcotraficante de la región.

El corto metraje No todos los ríos van a dar al mar (2012) de Santiago Carrillo, vuelve a la problemática de los desplazados con niños como protagonistas, en este caso Jenny y Esmeralda, dos hermanas recién llegadas a un barrio de las afuera de Bogotá, recibirán una carta de Hassan, un niño de Oriente Medio inscrito en un programa internacional de intercambio de correspondencia entre niños refugiados de distintos lugares del mundo.

Hassan le cuenta su conflicto al tiempo que Jenny narra el suyo, y si bien todo pareciera ser muy diferentes visto desde afuera lo paradójico es  que no importa cuales puedan ser las diferencias un niño desplazado es igual en cualquier lugar del mundo.

Sobre el cierre de estas líneas los cables internacionales cuentan acerca de un nuevo atentando en la ciudad de Bogotá, contra un ex ministro de Álvaro Uribe Vélez, acusado de corrupción, en el día que comienzan a funcionar el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos.  Las nubes de tormentas se aprietan sobre el cielo de Colombia,  y ya se saben quiénes seguirán siendo los primeros damnificados.

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.