Claudia dice que no se olvida de las estrellas

1 febrero, 2007

El universo narrativo de Claudia Hernández tiene la límpida sencillez de los cuentos infantiles y la atmósfera turbadora e irónica propia del surrealismo tardío, librado ya del “puro automatismo físico” del cual hablaba André Breton. Según el descollante –aunque todavía desconocido en América Latina– filólogo ruso Vadim Rúdnev, en la actualidad el surrealismo se ocupa fundamentalmente del “problema de la relación entre la ilusión y la realidad y de la búsqueda de fronteras entre ambas”. Este mismo autor añade que la “sofisticada técnica de compatibilizar lo incompatible”, y la presencia de la ironía y del humor le permitieron a esta tendencia estética “incorporarse orgánicamente a la poética del posmodernismo”.

Hernández crea en cada uno de sus cuentos mundos inquietantes regidos por reglas complejas, enrevesadas y con frecuencia funestas, acatadas resignadamente. Todo es posible: un cierto día las mujeres cuyo nombre es Margarita “ se dejan cautivar por el color del otoño y se van a perseguirlo” suicidándose. En la casa de un buen ciudadano aparece un cadáver lacerado de una mujer desconocida, lo cual resulta más inoportuno que sorprendente. Sobre toda una ciudad llueve caca de perro. Un hombre con su familia – esposa y dos hijos– se instalan a vivir en el alcantarillado. Otro hombre se va convirtiendo, por su propia voluntad y con formidable sacrificio, en un buey. Una joven se encuentra en las calles de Nueva York con un lobo de piedra que la invita a jugar. Llega un ángel que gusta de galletas, emparedados y cervecitas. Las “voces del tiempo” queden pegadas al abrigo y cuentan chistes obscenos…

Resulta significativo que los eventos amables sorprendan a los protagonistas más que los nefastos. Al ángel, que, al fin y al cabo, no ha hecho nada malo, se lo lleva la policía, pero el tener cadáveres ajenos en su domicilio se considera normal, y la posibilidad de que un hijo que salió de la casa entero regrese “en forma de trozos” es sólo una contingencia a la cual se le debe hacer frente siguiendo un manual de instrucciones.

La presencia tan cotidiana de la muerte, que atraviesa toda la narrativa de Hernández, obedece más a las experiencias históricas de El Salvador – compartidas por otros países centroamericanos – que a una visión particular de la autora. A veces solo lleva al extremo del absurdo acontecimientos dolorosamente reales. Doña Aurora Argüello, que en paz descanse, me contó en una entrevista que ella había traído de la montaña la osamenta de su hijo, Óscar Danilo Rosales, caído en la guerrilla, y luego armó el esqueleto cuidadosamente para poderlo enterrar de una manera adecuada. No importa si “Manual del hijo muerto” ( Mediodía de frontera ) está basado en un caso semejante o se debe a la inventiva. De todos modos, la realidad y la ficción se trenzan, se confunden.

Además, Hernández no circunscribe esas espantosas situaciones – más espantosas precisamente porque son cotidianas y aceptadas como tales– al pasado; la violencia no ha desaparecido, sólo ha cambiado de antifaz, y no importa en qué año, 1983, 1993 ó 2003, se ubique la trama de “Hoy (por la mañana)” ( Otras ciudades ): “ El muchacho está tendido con la rapiña humana rodeándolo. Los dueños de la casa de esquina han salido para limpiar la mancha de sangre de su muro rosa antes de que se seque y sea difícil de arrancar, pero es ya tarde para todos: tarde para los dueños de la casa de muro rosa, que ya no podrán quitarla; tarde para el muchacho, que ya no podrá recuperar lo perdido; tarde para el barrio, que siendo tan nuevo cuenta ya con su primera culpa”.

Sin embargo, las narraciones de esta escritora no dejan – aquí cito Subversión de la memoria/Tendencias en la narrativa centroamericana de posguerra de Erick Aguirre– “en el paladar un amargo sabor a derrota y en el corazón un frío glacial”. El sobregusto es más complejo e incluye en su gama un humor ácido pero no corrosivo –algo como ácido cítrico, que es un conservante y antioxidante natural– y hasta una pizquita de dulzura. Muchos otros escritores y escritoras centroamericanos parecen vivir la “hora del desprecio” –así se titula una acerba novela del polaco Andrzej Sapkowski que no debería ser calificada de light por pertenecer formalmente al subgénero de fantasy – y aunque tenga razón Franz Kafka y “el gesto de amargura” sea, “con frecuencia, sólo el petrificado azoramiento de un niño”, el amargor que rezuman aquellas páginas resulta mortífero. No sucede lo mismo con Hernández, que no ha renunciado a los imperativos éticos ni se solaza con juegos relativistas, aunque su narrativa no es para nada consoladora.

Las consideraciones anteriores son aplicables a los tres libros de esta cuentista, pero el más reciente, Olvida Uno , tiene características particulares. Sus tramas se desarrollan en los Estados Unidos, adonde los protagonistas, mujeres y hombres, se trasladaron no tanto en busca de “mejores horizontes” –que no se ven por ningún lado y ni siquiera parecen seducirlos en demasía– sino de mejores salarios y de un poco de sosiego. Morando en una ciudad cosmopolita donde cualquier encuentro es “material para el olvido” y el miedo a la muerte violenta es sustituido por el a la migra, la responsabilidad y a la invasión de espacios, están revelando el potencial creativo de su alteridad, sea para plantar universos en la bañera o hacer que alguien pudiera soñar en kurdo a sus anchas.

La angustia está diluida pero tiene un nombre cabal: nostalgia, “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”. Y no se cura son ir de compras o asistir a fiestas sino con la presencia y la figura .

La simbología de Hernández no tiene rigidez de las alegorías, y sería aventurado atribuirle un significado único, por ejemplo, al lobo de piedra del tamaño de un automóvil que habla español, pero es obvio que aquellos “animales que libran a las mujeres de la noche perpetua de la ciudad y las llevan de regreso a casa” son la antítesis o, al menos, antídoto para un mundo plástico, supermodelado y vacío denunciado por Carlos Martínez Rivas.

En cuanto al aspecto formal, la mayoría de los escritos de Claudia Hernández son lineales y no polifónicos, pero esta sobriedad no se fundamenta en el facilismo sino en un cálculo exacto que le permite a la autora consumar el encantamiento con la habilidad de una madre, abuela o nana cuentacuentos más avezada. Además, sabe manejar otros registros. En “La han despedido de nuevo” ( Olvida Uno ) experimenta acertadamente con una modalidad más compleja de tiempos y voces múltiples, con el fin de transferirnos ambientes cada vez más vertiginosos.

Aunque la lógica con la que opera Hernández no es la aristotélica, aprehensible y binaria sino plural, consonante al posmodernismo, la escritora no iguala la historia al texto ni renuncia –sea con desconsuelo o con euforia– a los principios del humanismo. Sería erróneo identificar a la autora con una de sus protagonistas, pero creo que la frase de “Jon prefiere que no nos veamos por un tiempo” ( Olvida Uno ), “su prioridad ahora es plantar un nuevo universo en la bañera”, sintetiza toda una estrategia de resistencia.

Corto Biográfico:

Claudia Hernández nació el 22 de julio de 1975 en San Salvador. Estudió Comunicación y Derecho. En 1998 ganó el premio de Radio Francia Internacional, en la categoría de cuento, siendo la primera salvadoreña –y centroamericana– en obtener este galardón. En 2004 recibió el Premio Anna Seghers de Alemania, “por describir –según el jurado– en sus relatos con imágenes originales y surrealistamente convincentes una realidad que no coincide con la versión oficial de la historia” de su país.

Su obra ha sido antologada en España, Italia, Francia, Estados Unidos y Alemania. Ha publicado tres colecciones de cuentos: Otras ciudades (San Salvador: Alkimia, 2001), Mediodía de frontera (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2002) y Olvida Uno (San Salvador: Índole Editores, 2006).

Comparte en:

Yaroslavl, Federación Rusa,1960. Desde niña escribió poesía y a mediados de los años 90 adoptó como lengua literaria el español. Se graduó con honores en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Leningrado. Desde 1987 reside en Nicaragua. Se ha dedicado a la docencia, el periodismo y la investigación de la literatura escrita por mujeres en Nicaragua y Centroamérica. Entre sus obres se destacan: Río de sangre será mi nombre (Managua: Fondo Editorial CIRA, 2003); Polychromos (Managua: ANIDE, 2006); Mujeres de sol y luna / Poetas nicaragüenses 1970-2006 -Antología (Managua,Centro Nicaragüense de Escritores).