Ficción: Conferencia perdida de Salvador Dalí

5 febrero, 2024

Damas y caballeros: no hace falta decir que soy Dalí para presentarme. Muchas personas pensarán que hay obvia petulancia en el hecho de afirmar semejante cosa al inicio de una conferencia dictada por el mejor pintor español desde Velázquez, pero nunca me ha importado lo que digan del Divino Dalí: todo es menor a la par de lo que piensa vuestro servidor de sí mismo.

Quien no haya degustado La vida secreta de Salvador Dalí aún no asiste a lo que se conoce como literatura universal. ¡Dante, Cervantes y Dalí, aquí está la Divina Trinidad! Se conoce de sobra lo que Dalí ha pintado hasta la fecha: relojes derritiéndose, perspectivas cónicas hasta hoy desconocidas, crucifixiones hipercúbicas, fosfenos alucinantes y angélicos, enigmas hitlerianos, reminiscencias freudianas de mi paraíso intrauterino perdido el día de mi nacimiento, cabezas prerrafaelistas, elefantes indios tentando a San Antonio mientras sostienen pirámides ocultistas y catedrales florentinas, esferas que se convierten en rostros de mármol a través de superposiciones contemplativas, toreros alucinógenos, personajes tristemente célebres como Lenin, Lincoln o Picasso en versiones dalinianas exquisitas, tigres de Bengala soñando con escopetas marrones, metamorfosis narcisistas, grandes masturbadores, cisnes que se reflejan como elefantes en aguas estancadas, cielos metafísicos, jirafas en llamas, naturalezas hiperrealistas, madonas gravitacionales, mujeres desnudas convertidas en flores exóticas que vagan a través de los desiertos nihilistas, niños geopolíticos, escritorios antropomórficos, autorretratos positivistas y, sobretodo, infinitas maneras de retratar la misteriosa belleza mística de Gala, musa intuitiva y sacramental que han protagonizado mis mejores lienzos.

No señoras, no señores, no os confundáis durante semejante cátedra, no daré esta conferencia magistral para quedar bien con vosotros, sino para demostrar en qué consiste el genio literario, el genio creativo y el genio original, virtudes que no hay entre mis contemporáneos. Siempre he sido un llanero solitario: ¡Qué hi farem!

 Será absolutamente normal que después de esta intervención, quienes aún no conozcan a Dalí —suponiendo que hay alguien en el mundo que aún no lo conoce—, le pidan un autógrafo, crucen el océano para dar fe de que lo vieron en persona, o simplemente quieran tocarlo entre tanto periodista ansioso por arrancarle un titular obsceno; pero lo cierto es que las deliciosas pinturas concebidas por una mente tan fértil como la de este catalán cosmopolita, sólo pueden ser adquiridas por amantes del dinero que estén dispuestos a invertir su fortuna en la presunción de mis óleos napoleónicos.

Sé que mi obvio carisma es irresistible para jóvenes y viejos, entiendo el magnetismo de mis palabras, conozco la fuerza y la belleza de mi tesón literario, pero como dijo Rubén Darío, otro mago de mi estirpe, aquel que se sume a mi estilo perderá su propia riqueza personal. Toda fijación, toda manía, todo enfoque obsesivo termina por afear el gusto y convertir la admiración en pura cursilería, a menos que se trate de una sucesión de arrebatos en la cabeza psicopatológica de Salvador Dalí.

Sé que nunca escucharon algo así en sus vidas, pero un día tenía que nacer alguien más grande que Leonardo, y vosotros sois testigos privilegiados de semejante prodigio. Esto lo he repetido en todas mis conferencias: la envidia de los demás pintores ha sido siempre el termómetro de mi éxito. Pese a ser un autor archiconocido desde que fui descubierto en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde demostré mi amor por todo lo que es dorado y resulta excesivo, mi pasión por el lujo y mi amor por la moda oriental, me confieso enigmático en la intimidad de mis elucubraciones nocturnas.

Sobra decir que no soy un gran pintor puesto que para serlo primero tendría que ser un gran bruto, y de bruto sólo tengo mis indomables bigotes imperiales y mis largos cabellos de ébano; sin embargo, también soy un anacoreta insaciable en peligro de extinción: mis libros de cabecera no pasan de cinco autores imprescindibles: todos son alter egos míos. Considero que para ser un escritor genial hay que ser un conversador genial y esto no es debatible: mi naturaleza políglota lo confirma tajantemente. La entrevista a Dalí me parece delirante.

Empiezo libros que no termino porque prefiero imaginarme el final de cada cuento, de cada novela, de cada historia y luego trasladarla al lienzo. Pinto mis sueños como quien inventa un nuevo color a través del infalible método paranoico-crítico, pero no cedo ante la mediocridad del expresionismo abstracto. Mi aura monárquica, mi aristocracia de pensamiento, mi ortodoxa fe católica, apostólica y romana, me exigen sentenciar a la manera de Nietzsche que nuestra civilización es tan decadente como la obra completa de los Beatles.

Pero Dalí seguirá entre ustedes, no hay nada de qué preocuparse. He sido enviado a este planeta infeliz para unir Arte y Ciencia desde la inmortalidad de mis creaciones; así lo confirma mi versión científica de la Última Cena o mi Teatro Museo Dalí, lugar apocalíptico que he firmado con sangre: nadie es el mismo después de presenciarlo.

Señoras, señores, ¡me sublevo contra el cretinismo del arte contemporáneo! ¡Y sostengo que hay que inventar el presente, así como el futuro nos inventa a nosotros!, ¿¡quién no sabe deleitarse con un bocado de langosta, un caviar, un exquisito erizo de mar con pan y butifarra!? ¡Esto mismo es la obra de Dalí! ¡Exquisitez!

La única verdad es que la Belleza se sentó en las piernas de Rimbaud y sólo Dalí la recuperó antes de que se perdiera en África… Ni siquiera Picasso con sus señoritas de Aviñón, esos cinco autorretratos que nunca terminaron de agradarle a mis exigentes pupilas dilatadas. Señoras, señores, ¡me cansé de dar cátedra! ¡El Divino Dalí les ha entretenido, pero mañana no habrá otro ser capaz de pintar el ácido desoxirribonucleico y las hélices del ADN mientras revoluciona el cine español! ¡Yo no vine al mundo sino para irme del mundo con los ojos muy abiertos! ¡Alguien como Dalí no puede morir!

Madrid, 1976

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William Grigsby Vergara. 1985. Managua, Nicaragua. Maestro en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad del Valle de Managua. Colaborador de la Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) y catedrático de la misma en la Facultad de Humanidades. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. Ha publicado cuatro libros hasta la fecha: Versos al óleo (Poesía, INC, 2008), Canciones para Stephanie (Poesía, CNE, 2010), Notas de un sobreviviente (Narrativa, CNE, 2012) y La mecánica del espíritu (Novela, Anamá, 2015).