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Conversaciones sobre Perséfone

1 abril, 2013

“…El tema de Perséfone es la vía amorosa en su ritualidad…”, además, “…una voz que al perseguirse encarna alma y le da al cuerpo la profunda densidad de una certeza que se consuma existencia;” así se expresa Juan Galván Paulín sobre la Perséfone de Homero Aridjis, libro de atribulado recorrido sobre el misterio femenino, considerado uno de los poemas de mayor extensión en la creación poética latinoamericana. Galván Paulín incursiona además en Perséfone –la que destruye la luz-, con su característica vena de sensibilidad embebida de sugerencias sensuales, cual debía ser, al tratarse de la mujer en su más íntima esencia, guiado, después de haberlo hecho suyo, “a través del astrolabio de sus versos”.


…ah, que Perséfone, el poema de Homero Aridjis anuncia en la vastedad de su relato el sentido de la expedición a los inframundos personales, a todo paraíso por terrible evocado, y su periplo; jornada que alcanza su cumplimiento en los versos finales: una voz que al perseguirse encarna alma y le da al cuerpo la profunda densidad de una certeza que se consuma existencia; conciencia de uno mismo-otro entregada por una muerte padecida en el recinto –le llamamos interior y hasta la definen psique- donde la luminosidad devastadora de la noche, ese cubil que opone su forma equívoca de santidad a la denostación de sus parroquianos, y a veces es el único lugar posible para que la voz de alguien, extraviado de la vida, encuentre de sí al menos una falaz sombra, un eco desmentido en la resaca; ese cubil, ese burdel, una ciudad envilecida en redenciones moralistas, es reconocido como el de la tentación y la caída, la crucifixión amorosa, la resurrección para quien el vacío de sus horas lo hace atreverse: He llovido y he visto por cuarenta horas [la tentación, los cuarenta días en el desierto]./ He orado bajo esta luz refleja y secundaria [el lupanar y su penumbra como un sol de medianoche: brújula de la conciencia para el ascenso espiritual o el descenso o la atadura de una carne que también clama sus victorias]./ He visto a mi deseo como a un extranjero bajo el día./ Sólo basura encarnada, sólo piedras con ojos son las formas, son el movimiento que descubre la mañana./ Son muertos asombrados lo que encuentra la luz/[…]/ Y lo que vi, no lo vi yo, sino otro: el de allá, donde la red del aire aprisiona al pájaro y nadie nos ve y nadie nos conoce. (pp.258-259)… pero si me he referido a los versos finales no es porque hubiera yo apurado una conclusión, ni pretendido develar el sentido de Perséfone; apenas una intuición sobre el final de la jornada a la que puede tener acceso el hombre, el poeta, un adolescente pasmado, si acierta a mantenerse lúcido, pues el poema en su inicio: La noche se abre, piernas bruscas, es una violenta desgarradura incurable para la fuente amniótica que es la mirada inaugural sobre la vida; este verso es un umbral, entrada deletérea al mortal ámbito genitor de la Diosa para un renacimiento o una condena: al abrirse la noche, con la violencia con que una mujer apura su entrega y devora, todo aparece y todo es, originario: Los colores, los sonidos se abren./ El instante se abre./ La visión se está abriendo.(p.9)… descenso al inframundo que ejerce siempre su paradoja de padecimiento y goce, no una ambigüedad sino la exacta condición del placer, la tribulación medida para pensar nuestra dimensión humana, pues quien abre la puerta de este gineceo, de toda calle que nos conduzca al término de la peregrinación, va a la búsqueda de la luz fecunda del encuentro con la propia sombra: Uno se asimila al antro en pausas o en un lapso./[…] uno germina en las posibilidades para volver al punto de partida, después de bosquejar el porvenir./[…]/ Uno aprende su nombre, y lo musita en tardes que no tienen otro sentido que el segundo en que se queman.(16-17)… pero quien desciende hacia y en la Diosa descendida, entronizada en su reino de […] treinta y tres alcobas, en treinta y tres cuerpos que se abren y se cierran en rojas floraciones. En lechos […] donde las mujercillas se acuestan boca al cielo […] donde son sentidas y soñadas por hombres de otra estirpe […] donde el gambito de dama encauza y brilla.(p.17), es el hombre, uno, cualquiera, todos; así Aridjis conjuga a Perséfone con Inana-Ishtar y la celebra Isis en silencio… y así es, Perséfone nos resuena griega por la inmediatez de nuestras lecturas y el apremio por explicarla; es griega por la propia filiación de Homero Aridjis con la Hélade, pero es también la sumeria acadia en su iluminador significado mitológico de que la vida proviene de la muerte: Anonadado por el espíritu de lo visible./ Siento mi origen en el origen de la vida […]/ Veo bajo la luz tus manos, sin estar despierto ni dormido./ Mi cuerpo no es este cuerpo que proyecta sombra.(p.118)… una cosmontología que da cumplimiento al atributo de la Diosa, un contenido del ser en tanto eterno, permanente e inmutable que se cumple ciclo a ciclo: así el cautiverio de Perséfone por Hades, o su ingreso al lugar de la Muerte por curiosidad y voluntad propia: el ocultamiento o resguardo de lo fértil, la tierra en su descanso funerario, y luego su ascenso, la plena manifestación de que la vida es otra vez para providencia de los hombres: Lejana ahora de mí. Con los mismos pechos deseados y frutales, siguiéndola pesadamente adonde vaya, adelantándose a su próximo ademán, entre risas que se abren y se cierran./ Perséfone camina con sus frutos arriba, con su raíz en medio./[…]/ A cada paso que da, retrocede algo en ella.(pp.98-92)… y esta Perséfone también se abraza con la “putilla del rubor helado” de Gorostiza: Ceñida y vaporosa llama desde las esquinas.(p.10)… en su sentido de alumbramiento, instaurador de la mirada y, por tanto, de la realidad, el verso La noche se abre, piernas bruscas, es una revelación, el significado del tiempo que se intuye en su progresión y en afortunada pérdida de la inocencia: ingreso al paraíso de la Diosa, de lo aparentemente estático conmovido por un eros masculino derrotado por su preferencia a callar lo vergonzante o lo que no puede alardearse (el dueño del antro en su impotente usura, gobernando un imperio cuyo destino es la decrepitud renovada; los parroquianos atesorando en sus cópulas el miedo de saberse invisibles; las hieródulas haciendo circular la savia del rencor, la oscuridad de su señora, la venganza del anonimato con que regalan a quien se afana sobre su cuerpo): Perséfone se levanta de las piernas del hombre, sin mirar de donde se levanta […]/ Perséfone y el hombre se dirigen a la busca de un lecho […]/ Al fondo está la parte capital del antro. Gime la noche allá un tiempo doble, un presente anudado y simultáneo.[…] La imaginación y la memoria tratan de captar el movimiento de Perséfone, la habitación en que yace, el hombre que dentro de ella gira[…].(pp.18,19-22). Este descenso iluminador va de su crápula al miedo, y de ellos a la profecía, a lo que solo puede entenderse a un paso de la muerte: […] la visión se está abriendo./Imagen por imagen [progresión del ser hacia el origen]/[…] Como un fruto de bendición del segundo que navega por aguas alumbradas [en su doble acepción luminosa, que da luz y pare, y es útero para que el hombre descienda a su raíz más original: la de su nada]… y en Perséfone la noche es su más claro ámbito en su tenebra, su identidad; es el vestido que la cubre de palabras, de gemidos, el estertor de su desnudez en toda su estridencia… la noche es el más claro ámbito para una fertilidad, esa, la de la lucidez en su más profundo delirio, para que todo advenga y encarne… el antro, en su descripción, es el más acabado retrato de la condición humana; esa ante la que cerramos la puerta y los ojos pues es nuestra imagen, siempre el espejo al que tememos asomarnos: el antro es el lugar al que acudimos para intentar conjurar ese miedo a ser en el simulacro de un ritual del que queremos extraer un origen y una voz; sobre todo, un anhelo que la amnesia que da las buenas costumbres y la buena conciencia han condenado para otros infiernos… eso, tentación y hechizamiento del infierno como únicos lugares posibles para la sinceridad, para la expansión de la sevicia y un placer suicida que se quiere más cercano del crimen; porque en la celebración de Aridjis, el antro es también lo adúltero, lo que trastoca en su desgaste el origen del placer, uno que olvidamos cuál es y que al imponerlo a las putas definitivamente olvidamos: sí, un ritual donde la vida y la muerte son el eje del gozo más absoluto, pero que la codicia distrae, y la hipocresía, y otra vez el miedo a mirar en ella nuestro rostro, hacen desaparecer; y desaparecido torna rabia y resabio y rencor, y dará lo mismo embriagarse que entrar en una de las sacerdotisas: en lugar de infierno, pues éste al menos conserva la condición terrible de todo símbolo, el antro se vuelve un pozo donde el vacío es una niebla de espectros, ni más ni menos que los que acarician nuestras pesadillas… pero el antro es también el axis en el que confluye la ciudad; ahí está reunida cada forma larvaria del ser –siempre un yo mismo– a punto de eclosión o de guardarse para siempre: Entra un jorobado con la espalda demasiado consciente: Libidinoso mira a Susi, a Marta. […]/ Entran Magdalena y Carmen abriéndose, quitándose los abrigos y los guantes.[…]/ Un viejo con pata de palo cruza el salón tras de ellas.[…]/ Llega Mariana encinta con un vestido ajustado de flores verdes.[…]/ Llega un negro con su tiempo negro. Se arroja a lo oscuro como una sombra adentro de otra sombra.[…]/ Llega la mujercita./ Se detiene a la entrada.[…]/ Abre su abrigo […]/ Sus pechos diminutos tiemblan separados./ Está desnuda de la cintura para arriba.[…] Desde el fondo del salón aplaude el dueño.(p.218)… y es la noche el territorio para la concavidad de la Diosa, siempre lúbrica, seductora, maternal y funeraria, siempre el interior, el ocultamiento para revelarse y provocar el cataclismo, así el del alma o de la carne, o de la memoria, su permanencia… el antro y Perséfone, una entera mujer acariciada a retazos, para que todo hombre sólo pueda tener de ella lo que la evocación o el arrepentimiento alcancen a atesorar de la contundencia de su ser… así el antro, la puta y la noche son ámbito y personaje, el gemido con el que el poeta construirá su voz –la hará existir-, un hombre que cree recorrerlos o habitarlos pero que, en realidad, es transverberado por la evidencia de sus sonidos o la humedad y calor de su piel; y es en ese ser traspasado por la noche que una identidad cierta emerge para desplegar su lucidez a todos los seres y las cosas, también a la devastadora sentencia del deseo: La noche camina por las calles. Lleva cara de invierno y piernas pálidas [la calle y la noche son el tugurio que tiene su núcleo profético en el prostíbulo, ahí donde en su disfraz quedan descarnados los asistentes, peregrinos llegados de la lejanía de su propia nada]/ Crece sobre la ciudad en vocecillas de mujer.(pp.9-10)… la noche –Perséfone- y su oscuridad, las sombras como evidencia ausente de lo real, que al propiciar la imaginación no crea espectros sino la realidad en una exacta apariencia otra para los sentidos; nos hace videntes y todo aparece entonces, todo es desde lo que puede recordarse: Cóncava toma manos, rostros, actitudes./ Duerme boca arriba en los hoteles, en posición fetal en las alcobas [vírgula del desamparo, retorno al momento en que somos, que anuncia al de la muerte: nada somos][…]/ Tose en la habitación de enfrente un horario quebrado [y en ella anida todo]. (pp.10-11)… La noche, la calle, el antro, lo que se anhela y despliega su deseo, eso es Perséfone, señora Inana orgiástica, Astarté que se maquilla Isis para iniciar el ritual en el que será adorada: […] tiene una manera extraña de mirar de soslayo, de conflicto y de Virgen cuando está de perfil./ Al abrir su cartera emerge la reproducción de un Hijo de Dios de rostro puntiagudo [Perséfone Magdalena, María visitada por Gabriel, siempre la Diosa en su trinidad de amante, madre y plañidera] […] un vagabundo se lo dio como talismán falible [ese objeto que el azar hace aparecer en la mano de quien nos lo otorga para cubrirnos con su bienintencionada venturanza, que aleja las sombras, es decir, las hace aparecer, porque el Dios advenido carne es humano; antes que mortal, sujeto del azar, la impúdica tragedia del albedrío] (p.11)… en Perséfone, esa noción del nosotros que se dilata o puede florecer en toda relación es lábil, de una fragilidad a veces dolorosa que obliga que obliga a imaginarla (nos mentimos) de otro modo, y no porque Perséfone sea una prostituta, al contrario, porque ella, Ishtar, es una totalidad; hieródula o Diosa, mujer en la plenitud de su voluntad –aunque la creamos conculcada por el dueño del antro o de quien la alquila-, es Ella en la decisión o no de permanecer, en este caso, con el poeta, con el relator y testigo de sus actos, incluso los que él se atreve a imaginar; y en tanto Ella es su pasión y su vida, no su oficio, su albedrío es el que matiza, para el poeta (debería ser para todos) el peso y el volumen de ese nosotros: una totalidad aquí distinta, una comunión atada por la impermanencia del instante amoroso y no en la cómoda eternidad que nos supone la costumbre; entonces la valencia de ese nosotros, de ese amor, es vital: la de la incertidumbre: Pero los recuerdos de desnudez no recrean esta cópula/[…] Perséfone no vuelve./ Morosa deja cabalgar su lado sombra, su puerta del infierno, su larva del demonio.(p.22). Con Perséfone Aridjis va al descubrimiento del amor, uno que nos es desconocido y mortal cuando se presenta, debo decir adviene, porque es una eucaristía con la que nos instaura la vida; por eso el poema es crónica y liturgia, largo ritual de iniciación en el que se padece la revelación de la vida y de la muerte en el centro exacto donde el alma deviene cuerpo, pues el acto amoroso se torna dimensión intolerable, una devastación fulgurante hasta para la cordura, pero entonces el hombre se levanta redimido… el tiempo vivido en el antro, en la piel de Perséfone, en el abismo de su entrepierna, le permite a Aridjis relatarnos un génesis, lo real habitado por primera vez por su densidad; entonces también, a través del astrolabio de sus versos, podemos ver… El amor levanta los cuerpos de toda superficie. (p.258)… el poeta penetra en la noche, no a las sombras, al vórtice de las piernas de una mujer, a esa fértil muerte del placer donde, en la agonía propiciada por la instantaneidad, lo eterno roza la piel y deja tatuada la memoria… el tema de Perséfone es la vía amorosa en su ritualidad: la mujer: el descenso del hombre a su misterio…


Utilizo la edición de 1967: Homero Aridjis, Perséfone, Joaquín Mortiz, México.

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Nació en la ciudad de México, octubre 9 de 1955. Poeta, narrador y ensayista. Cursó estudios en la UNAM: Sociología, Ingeniería Agrícola, Lengua y Literatura Hispánicas.

Obra publicada:
Poesía: Ritual en piedra. Desnudo peregrino de mi boca. La arena de sus huellas. Cuento: De biznagas y otros nombres. Fotografía del cementerio judío de Praga. Novela: Plúmbago Polanco. Ensayo: Me mato por una mujer traidora; La pintura de Abraham Ángel.
Obra inédita:
Poesía: Pavana para dos infantes. Mi cuerpo germina temblor entre tus labios. Novela: Dama León.

Maestro y conferencista especializado en fenomenología y simbólica del pensamiento religioso, en mitología y en las áreas del pensamiento místico judío, cristiano, del islam, así como en el taoísmo, el budismo Zen y el budismo vajrayana o tibetano; en literatura medieval caballeresca del ciclo artúrico; en literatura fantástica; y en literatura latinoamericana, en particular, entre otros, en las obras de José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, José Revueltas, Amparo Dávila, Esther Seligson y Gloria Gervitz; también en la obra de Yasunari Kawabata.
En el Distrito Federal es catedrático de las materias Mitología y Religiones Primitivas, Seminario del sistema poético de José Lezama Lima, Literatura del Ciclo Artúrico, Metodología de la Investigación, Didáctica de la Historia del Arte, Seminario de Literatura Fantástica para el Instituto de Cultura Superior (1989-2014).
Para el Instituto Cultural Helénico A.C. (2000-2014) catedrático en la maestría Humanismo y Cultura, en el Diplomado y Curso Religiones del Mundo, y la Experiencia Mística. Catedrático en la Escuela Mexicana de Escritores en la materia La Construcción del Imaginario y el Sentido de la Ficción (2013-2014).
Conferencista en diversos foros sobre los temas: Mito y Poesía; Literatura Fantástica: de Lovecraft a Bradbury; Los Poetas Malditos; La Figura de la Diosa en la Literatura Caballeresca; La División del Cosmos en Femenino-Masculino; El Mito y Jaime Sabines; El Mito y Juan Rulfo; La Función del Héroe y el Cuento de Hadas; La Diosa, el Héroe y el Villano, del Poema de Gilgamesh al Código da Vinci; Ciclo de Conferencias titulado De la Batalla de los Dioses a la Tragedia de Edipo, entre otros.
Actualmente, junto con la soprano Aída Rivera de la Cabada presenta en diversos foros el espectáculo Poesía y Canto con el ensamble del mismo nombre.