Poesía: Juan Sánchez Peláez
11 octubre, 2021
Un día sea
Si solamente reposaran tus quejas a la orilla de mi país,
¿Hasta dónde podría llegar yo, hasta dónde
podría?
Humanos, mi sangre es culpable.
Mi sangre no canta como una cabellera de laúd.
Ruedo a un pórtico de niebla estival.
Grito en un mundo sin agua ni sentido.
Un día sea. Un día finalizará este sueño.
Yo me levanto.
Yo te buscaré, claridad simple.
Yo fui prisionero en una celda
de abúlicos mercaderes.
Me veo en constante fuga.
Me escapo a mí mismo
Y desciendo a mis oquedales de pavor.
Me despojo de imágenes falsas.
No escucharé.
Al nivel de la noche, mi sangre
es una estrella
que desvía de ruta.
He aquí el llamamiento. He aquí la voz.
Un mundo anterior, un mundo alzado sobre la dicha futura
Flota en la libre voluntad de los navíos.
Leones, no hay leones.
Mujeres, no hay mujeres.
Aquí me perteneces, vértigo anonadante —en mis palmas
arrodilladas.
Un diluvio de fósforo primitivo en las cabinas de la tierra
insomne.
El busto de las orquídeas
iluminando como una antorcha el tacto de la
tempestad.
Yo soy lo que no soy: Un paso de fervor. Un paso.
Me separan de ti. Nos separan.
Yo me he traicionado, inocencia vertical.
Me busco inútilmente.
¿Quién soy yo?
La mano del sollozo con su insignia de tímida flauta
excavará el yeso desafiante en mis calzadas
sobre las esfinges y los recuerdos.
XVIII
Mi animal de costumbre me observa y me vigila.
Mueve su larga cola. Viene hasta mí
A una hora imprecisa.
Me devora todos los días, a cada segundo.
Cuando voy a la oficina, me pregunta:
“¿Por qué trabajas
Justamente
Aquí?”
Y yo le respondo, muy bajo, casi al oído:
Por nada, por nada.
Y como soy supersticioso, toco madera
De repente,
Para que desaparezca.
Estoy ilógicamente desamparado:
De las rodillas para arriba
A lo largo de esta primavera que se inicia
Mi animal de costumbre me roba el sol
Y la claridad fugaz de los transeúntes.
Yo nunca he sido fiel a la luna ni a la lluvia ni a los
guijarros de la playa.
Mi animal de costumbre me toma por las muñecas, me
seca las lágrimas.
A una hora imprecisa
Baja del cielo.
A una hora imprecisa
Sorbe el humo de mi pobre sopa.
A una hora imprecisa
En que expío mi sed
Pasa con jarras de vino.
A una hora imprecisa
Me matará, recogerá mis huesos
Y ya mis huesos metidos en un gran saco, hará de mí
Un pequeño barco,
Una diminuta burbuja sobre la playa.
Entonces sí
Seré fiel
A la luna
La lluvia
El sol
Y los guijarros de la playa.
Entonces,
Persistirá un extraño rumor
En torno al árbol y la víctima;
Persistirá…
Barriendo para siempre
Las rosas,
Las hojas dúctiles
Y el viento.
Filiación oscura
No es el acto secular de extraer candela frotando una
piedra.
No.
Para comenzar una historia verídica es necesario atraer
en sucesiva ordenación de ideas las ánimas, el
purgatorio y el infierno.
Después, el anhelo humano corre el señalado albur.
Después, uno sabe lo que ha de venir o lo ignora.
Después, si la historia es triste acaece la nostalgia.
Hablamos del cine mudo.
No hay antes ni después; ni acto secular ni historia
verídica.
Una piedra con un nombre o ninguno. Eso es todo.
Uno sabe lo que sigue. Si finge es sereno. Si duda,
caviloso.
En la mayoría de los casos, uno no sabe nada.
Hay vivos que deletrean, hay vivos que hablan tuteándose
y hay muertos que nos tutean,
pero uno no sabe nada.
En la mayoría de los casos, uno no sabe nada.
XI
Si vuelvo a la mujer, y comienzo por el pezón que me trae desde su valle profundo, y recupero así mi hogar en el blanco desierto y en la fuente mágica.
Si alzando los brazos, corto la luna. Si pregunto: ¿y nuestro amor? Si ella y yo nos encontramos muy ufanos.
Si la mujer sensible se inclina de nuevo a la tierra, Estrella cálida, azul y azur.
Si se detiene bajo la lluvia, inmóvil, más inmóvil que todos los siglos reunidos en una cáscara vacía.
Si en la grey estamos de paso y vamos aprisa. si la vida teje la trama ilusoria. si es difícil en las condiciones en que trabajo, ser la compasión de nadie.
Sin fingir y sin apoyo en las varillas mágicas de la loba, no olvidas comenzar por el pezón.
Si con el mismo ojo del precioso líquido que es la tarea de las nubes.
Si son desenvueltas mis maneras me pesa el habla. Si no nos pillan. Si salgo en lugar de los pensamientos. Si borro el brote difuso en mi desvelo. Si hace frío, si la mañana es clara. Si vuelvo a ti, si muero, si renazco en ti.
Sí, en el interior; es mi promesa. Si esta irisada raya, relámpago súbito, oh Solo de sed.
Profundamente
Profundamente los muertos tienen sueño, pero ¿qué hacer? Luego se halla con ellos el ídolo del vaho y el humus, el lento y fortuito reptar en medio del follaje trémulo o el miedo que los consume como mariposas blancas o rojas detrás de una lámpara. Si quieren pronunciar nuestros nombres, la noche cerrada les impone muros altísimos de ardorosa ley. A veces agitan sin embargo una máscara que ruega y aúlla en la penumbra sobre nuestro perfil y tallan por el pozo de la roca, brechas en línea recta con ases de oros, rumbo a atribulados, fríos arcanos.
Los viejos
No sé si los viejos viven lo inmediato
Sé que quieren huir
como borrachos
y que
agachados
o de pie
advienen distintos
y ocurren puntuales
a la gran cita
en un mar
a la orilla del mar
tampoco duermen
ni están solos
sin embargo
hállanse siempre
están siempre ahí
aguardan calmos
bebiendo leche de cabra
entre amplios
corredores
más arriba de los techos
en una aldea que
pertenece a la luna
o en un hotel de Liverpool
no hay sino instantes
no vengan a contradecirme
mis pensamientos
vanos
hay eso
que sobra
nos falta
y
zozobra
aquello que tú echas de menos
que arde
es joven
y es antiguo
pero
ninguna madre nos habla ya
sino
la puta madre muerte
que come
umbelas umbrales
cerezos rojos en el patio
cantarían los viejos
pero ellos ocupan un nombre extranjero
sin lugar en el mapa ni en la
geografía
por eso cuando me pesan y
degüellan
a causa del tiempo
también soy de otro rumbo
doy un paso al frente
pruebo el norte con mi nuca
y me asalta abajo
o en medio
del agua que mana sed
el espíritu en vela
de los viejos
que
descorren la enorme cortina
o
quieren trepar
la muralla
hipando rabiosos
guturales o naturales
los jalones sucesivos de una historia
verídica
real
que transcurrió
hablarían o cantarían entonces
si tuvieran timbre de voz
para hacernos humano el nombre.
Venezuela (1922-2004).
Poeta, traductor y profesor venezolano. Es considerado como el iniciador de la poesía contemporánea venezolana. Su primer libro, «Elena y los elementos» en 1951, lo hizo merecedor al título de Doctor Honoris Causa Universidad de los Andes, convirtiéndolo en una importante referencia dentro del panorama de la lírica hispanoamericana. Se desempeñó como agregado cultural de Venezuela en Colombia, Chile y Francia, estadías que le permitieron madurar su formación literaria. Siempre próximo al surrealismo, supo asimilar el legado formal del célebre movimiento liderado por André Breton, para construir una poesía personalísima y característica. Por la obra «Rasgos Comunes» se le otorgó el Premio Nacional de Literatura 1976. Publicó además las siguientes obras: «Animal de Costumbre» en 1959, «Filiación Oscura» en 1966, «Un día sea» en 1969, «Por cuál causa o nostalgia» en 1981 y «Aire sobre el aire en 1989.