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Espacio sagrado: microcosmo y miniatura poéticos

28 noviembre, 2018

Gastón Bachelard, Jean Chevalier e Ives Bonnefoy le sirven de báculo sustantivo a Gabriela Turner Saad en su intento para recalar en los conceptos de imagen, lenguaje, espacio visual – verbal dentro del fenómeno poético, avistando cimas insospechadas como simas enigmáticas. Un grano de sal sale a relucir desde un poema de Víctor Toledo, como la ignición del proceso ensayístico – crítico de Gabriela, desde donde ella arriba a la aseveración de que: “lo relevante radica en el espacio sagrado, en el acto y en la presencia”, de tal suerte que el poema, como la sal, en un desarrollo dinámico, se debate siempre entre lo profano –sazonar la comida- y lo sacro -el sentido religioso del valor purificador-, transitando, en perenne oscilación, desde la ínsula mínima al “continente de la inmensidad”.


Gabriela Turner Saad

 

En el poema se concibe el espacio tanto geométrico -visual- como verbal que permite la indagación del contenido o de la estructura o de los elementos mínimos que constituyen al verso o la estrofa, a la suma de esta que promueve al poema, además de diversos recursos literarios. El espacio verbal requiere de la cadencia, la medida, la prosodia, el encabalgamiento, el significado mayor que construye la imagen, entre otros elementos, de acuerdo con la visión y el ser del poeta. Gaston Bachelard cuando escribe sobre el espacio poético, manifiesta la importancia de los “elementos de la materia, de los cuatro principios de cosmogonías intuitivas”, ante esto desvincula el carácter fenomenológico para adentrarse a que la “imagen poética tiene un ser propio, un dinamismo propio”, por tanto, su planteamiento procede de la ontología, por ello señala que “el poeta habla en el umbral del ser”. Entonces, como paráfrasis, Bachelard propone que el alma inaugura la forma, la mora, se complace, luego, el ser cobra presencia en y por la imagen construida de manera nueva, ya que el instante del lenguaje se aparta del pasado, pues abre resonancias dispersas sobre distintos planos de la vida, las cuales repercuten en la profundización de la existencia. Para él, podría decirse que la imagen es el espacio, y en este, las palabras otorgan vivacidad y movimiento. Así el espacio promueve habitar lo inhabitable, o bien, “una estética de lo oculto”.

La imagen no es una representación de la realidad o de lo tangible, sino el “universo” que el poeta en su delirio o persecución refleja con su esperanza o con su tragedia, verbaliza con interrogantes sobre los objetos a los que les otorga ser, o bien, ante la duda, genera un espacio propio, donde el concepto de realidad es una estancia.  María Zambrano señala que la realidad no es un atributo, al contrario, “es algo anterior a las cosas, es una irradiación de vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida; corresponde, en suma, a lo que hoy llamamos <sagrado>”.  Lejos de los conceptos “sacrificio” y “ceremonia”, de “sitios” donde el humano religioso considera el re-encuentro con la divinidad, habrá que vincularlo con “presencia”, “inmortalidad”, “infinitud”, “inmensidad”; pues resulta un pensamiento común que el término “sagrado” concentre un punto de vista del humano religioso, y al humano no religioso pareciera se le expulsa de ese territorio.

Si el ser del poeta, de acuerdo con Bachelard, está en el umbral de la imagen, entonces, aquello que le ha rodeado, su espacio exterior, entraña la percepción de los objetos, estos jamás serán iguales ante la mirada o la observación de quien contempla y adiciona lo que el objeto le revela, pues su espacio interior es susceptible a la “irradiación de la vida”. Yves Bonnefoy menciona que “el objeto sensible es presencia. Se distingue de lo conceptual ante todo por un acto, la presencia”. Esta afirmación conlleva a que la presencia en la imagen poética no es estática, sino dinámica, y el lenguaje está por encima de sí mismo. El acto es la presencia en el poema, en la estrofa o el verso. La presencia es el espacio donde lo sensible genera transmutaciones profundas. Escribe Bachelard: “una vez que el poeta ha elegido su objeto, el objeto mismo cambia de ser y es promovido a lo poético”. El objeto cotidiano cobra mayor significado porque es espacio, por su presencia y por su cambio de ser, su misterio concede el aspecto sagrado que el poeta revela, o bien, cada vez que se da lectura al poema implica un ritual o ceremonia y lo vuelve dinámico.

Víctor Toledo en el poema Si es tan blanca la sal genera preguntas poéticas bajo la condición del color, el cual, según Jean Chevalier, como símbolo, tiende a diferentes valoraciones de diversas culturas, doctrinas o teorías, menciona que está relacionado con el fenómeno iniciático, a su vez, implica “afirmación, responsabilidades asumidas, poderes asumidos y reconocidos, renacimiento cumplido y consagración”, por decir lo más básico dentro de sus cualidades simbólicas. Lo sorprendente o la “fuerza de lo desasosegante” surge en el color, en sí le pertenece a la sal, por lo tanto, no alude a una simbolización sino a la condición “natural”, sin embargo, funge como “fuerza desasosegante”, es decir, fuerzas de atracción o de encantamiento ejercidas entre el sujeto y el objeto conforman el detonante del asombro y del cuestionamiento por y sobre el objeto. Entonces el espacio del poema resulta ser el ser de la sal, cuyo movimiento por medio de preguntas da presencia al mar, arroyo, océano, hielo, también al cielo, así el ser del poeta vislumbra un espacio propio en el umbral de la imagen. Así mismo inicia a partir del color ofreciéndole a la miniatura, profundidad.

Si es tan blanca la sal
¿por qué vuelve verde al mar?
Si está soñando en el fondo
¿cómo une al cielo este lar?*  (Hogar, fogón) (estelar)

De lo pequeño a lo inmenso. De la sustancia al movimiento. Del abismo marítimo a la unión con lo alto o más allá del nivel de la tierra. Anota Bachelard que “la miniatura adopta las dimensiones del universo. Lo grande… está contenido en lo pequeño”. La sal sueña en el fondo de aguas agitadas por la infinitud del oleaje, mientras lo dubitativo suscita ascensión y visión aérea. ¿Entrañar y desentrañar o transmutación? ¿Habrá que pasar por fuego o hallar el hogar? Las preguntas poéticas debaten entre lo profano y lo sagrado, alientan a la imaginación y convocan al ser sal. El objeto ordinario proyecta lo sensible y su grandeza.

La obtención de la sal marina y de manantiales se da a través de la evaporación, para ello, requiere cierta temperatura. El vapor asciende, se expande, lo que rememora que el agua se torna gaseosa. De la materialidad líquida se convierte en dinamismo más allá de su lugar de origen, por tanto, la ascensión prevalece. Dentro de lo simbólico la sal es extraída de “aguas primordiales”; el cristal que ha partido de dos sustancias “complementarias”, en sí mismo, advierte el simbolismo hermético y como tal, brinda sentido de incorruptibilidad. El viaje histórico de la sal es añejo y fundamental, ya que en diferentes culturas le han atribuido determinados usos, de acuerdo con sus costumbres, condimentos, alimentos y rituales, desde la antigüedad puede encontrarse en el hinduismo, budismo, sintoísmo, entre otras. Chevalier menciona: “a la inversa el grano de sal mezclado con agua y fundido con ella es un símbolo tántrico de la reabsorción del yo en el sí universal”. Entre cananeos, asirios, egipcios, y hebreos, la oblación fue importante, puesto que es una ofrenda a Yahvé, de los productos de tierra, un rito de sedentarios; el libro Levítico (2:13) dicta: “Sazonarás con sal toda oblación que ofrezcas; en ninguna de tus oblaciones permitirás que falte nunca la sal de la alianza de tu Dios. Todas tus ofrendas llevarán sal.” Para ellos, la sal poseía valor purificador, específicamente entre los asirios se le utilizaba en el culto, entre los nómadas, en las comidas de amistad o de alianza para expresar su estabilidad entre Dios y su pueblo. De esta manera, la sal tuvo cabida tanto en la conservación de alimentos como sentido religioso dentro de las ceremonias u ofrendas asociadas con la divinidad. Lo relevante radica en el espacio sagrado, en el acto, y en la presencia. La pregunta poética continúa en el poema de Víctor Toledo:

¿Por qué siendo tan pequeño
-y disolviéndose pronto-
un grano contiene océano
y un pájaro todo el cielo?

La inmensidad y la infinitud manifiestas en el sustantivo “océano” invitan a recrear lo inconmensurable, pues la relación de lo pequeño con lo grandioso insta a una imagen de transposiciones, por lo cual brinda un espacio. Bachelard comenta: “las transacciones de lo pequeño y de lo grande se multiplican, se repercuten. Cuando una imagen […] crece hasta las dimensiones del cielo, nos llega de súbito el sentimiento de que, correlativamente, los objetos […] se convierten en las miniaturas de un mundo”. En este caso, el grano, microcosmo, contiene al macrocosmo, comprendido como océano, y a su vez, a este, como universo. Universo material que admite diversas sustancias y esencias; objetos sensibles-seres en un solo ser que impide contemplarlo en su totalidad, solamente el ser grano en su cristalización y blancura, en el fondo donde sueña, abraza en su miniatura lo imperceptible, “una realidad oculta” que no alcanza a mostrarse. El continente de la inmensidad e infinitud es el grano, su presencia potencia el espacio sagrado.

Luego, añade el poeta: “y un pájaro todo el cielo”.

¿Quién vuela, el pájaro o el aire? El aire mueve a los objetos sensibles a él, envuelve cada minúscula parte de cada objeto móvil o inmóvil. Invade el espacio cálidamente, y los colores logran luminosidad u opacidad en ese medio y gozan de una mudanza frágil o violenta. Enfrente de lo visible se halla lo invisible. Bachelard describe: “se asocia esencialmente con tres factores: el hálito creador, y en consecuencia, la palabra; el viento de la tempestad, ligado en muchas mitologías a la idea de la creación; finalmente, al espacio como ámbito de movimiento y de producción de procesos vitales”. De acuerdo con él, el cielo ingresa en el elemento aire. Su ensoñación depende del alma del poeta y su percepción, de nuevo, de la relación entre fuerza desasosegante y fuerza de lo desasosegante. De nuevo, la miniatura frente al cielo abierto, inabarcable en su totalidad. El pájaro asciende y desciende, relaciona la tierra con el cielo, así mismo, tiende a considerarse un símbolo celeste con significación de mensajero o intermediario entre el humano y lo divino, entonces, el pájaro vuela con ligereza y contiene todo el cielo, lo que incluye todos sus objetos sensibles. Por lo tanto, representa “el símbolo vivo de la libertad divina, liberada” de la pesadez de lo terrestre. Su refugio está en lo alto de los árboles. Mora lejos de los humanos, pertenece al edén donde los poderes vitales exhalan su alma. En el microcosmo, el macrocosmo. El poema Si es tan blanca la sal de Toledo, propone desde el umbral de la imagen, el microcosmo y la miniatura ante la infinitud y la inmensidad, ante símbolos que se correlacionan para signar lo numinoso dentro del espacio sagrado.


Referencias

Bachelard, Gaston. (1988). El agua y los sueños. México. FCE.
(1997). La poética de la ensoñación. México. FCE.
(1997). El aire y los sueños. México. FCE
(2007). La poética del espacio. México. FCE.
Bonnefoy, Yves. (1998). Lo improbable. Argentina. Alción.
Toledo, Víctor (2013). Ver de mar de Ver. México. INBA/CONACULTA.
Zambrano, María. (1992). El hombre y lo divino. España. Siruela.

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