Crónica: Ahora que nuestros cuerpos son legales

29 marzo, 2021

En Tlaxcala cada paso en el reconocimiento de derechos a las parejas no heterosexuales significa años de lucha. Por eso todas las conquistas se festejan. La escritora Karen Villeda repasa las marcas de la discriminación en su vida y celebra la historia de avances en uno de los estados más conservadores de México en un texto escrito durante el Taller virtual de Periodismo LGBTIQ+: de la diversidad sexual a la narrativa queer, convocado por el Festival Centroamérica Cuenta y dictado por el escritor y periodista Cristian Alarcón

Fotografía: Roberto Murillo (@Pipiripunk)

“Mataron a Roberto por gay”, dijo mi madre. Me tuve que tragar las lágrimas. Era 1998. Yo tenía trece años cuando asesinaron al modisto de la abuelita y mamá. Él vivía cerca del Puente Rojo, a unas calles del centro de Tlaxcala. Tiraron su cuerpo en el río Zahuapan. Roberto era de los pocos ejemplos de cuerpo lábil que había en mi terruño: tenía una melena como la de Amanda Miguel. Y su pose. Yo, en cambio, llevaba el corte de pelo de Alejandro Camacho en Muchachitas y, estereotipadamente, solían confundirse conmigo: pensaban que era un niñito. A los trece años también me enamoré perdidamente de ella. Y ella se enamoró de mí y de mis cortos rizos. Es sólo que, en Tlaxcala, las niñas no se enamoran de otras niñas.

Mi estado natal se encuentra a casi dos horas de la ciudad de México. La casa materna está ubicada, según Google Maps, a una hora con cuarenta y tres minutos de la Alcaldía de Iztapalapa donde, en 2006, se firmó la primera sociedad de convivencia entre dos hombres. Catorce años después, en 2020, se cambió el Código Civil de Tlaxcala que estipulaba que el matrimonio solamente podía ser contraído por hombre y mujer. Se reformaron los artículos 39, 42 y 46 de ese cuerpo legal.

Me pregunto si ahora es legal mi cuerpo. ¿Ya es legal el cuerpo de Roberto? ¿Nuestros cuerpos, el de ella y el mío, son legales (¡por fin!) en Tlaxcala? En esta ciudad, la de México, tampoco era legal mi cuerpo hasta hace poco.

El deseo se materializó en 1992 gracias a María Mercedes. Imitando los roles heteronormados de Thalia y Arturo Peniche interpretados en horario estelar, ella y yo nos besamos por primera vez. Recreamos el capítulo de la noche anterior y yo me convertí en un galán protagonista de telenovela. La madre de ella entró intempestivamente a la habitación y nos interrumpió. Casi lloré pero esa mirada odiante fue un impedimento. Así fue definida la dinámica de nuestra relación: lo reprimido, el impedimento, el freno, lo tachoneado en iniciativas de ley al otro lado del mundo pues, en Francia, se peleaban por introducir una ley de parejas del mismo sexo a inicios de los noventa.

En ese 2006 la madre de ella descubrió nuestra relación gracias a una carta. Me echaron la culpa a mí mientras que a ella la enviaron a Estados Unidos. Y, en 2006, Tlaxcala no participó en el Informe especial de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sobre violaciones a los derechos humanos y delitos cometidos por homofobia. Ese mismo año, México obtuvo el segundo lugar de América Latina en crímenes homofóbicos.

Ella y yo seguimos estando juntas a partir de la distancia. En esa distancia yo era la loca. La enferma. La predadora. La que, ante los ojos clasemedieros de Tlaxcala, había desviado el camino a una “niña bien” y la que había huido a la ciudad de México para evitar el escarnio público. Estaba viviendo en un libro pulp de ficción lésbica como personaje secundario. Pinche pueblo. Porque ella se fue del pueblo pero el pueblo no se fue de ella. Me terminó con un escueto correo electrónico “porque habían visto nuestras conversaciones y, entonces, ciertas personas se habían enterado”. Poco después insistió en regresar… Con la condición de la secrecía. Yo acepté. “Nos vieron besándonos”, me dijo ella en unas vacaciones y puso palabras en mi boca sobre lo que no éramos. Y así me convertí en la actriz de relleno de una serie con una aparición esporádica y acomodaticia cuyo destino era borrado (o lo que se conoce en la crítica cultural como el “dead lesbian syndrome”). Yo fui la encarnación del silencio y, de nueva cuenta, me aguanté las ganas de llorar.

A finales de 2009 lo borrado ya era esa relación y las palabras “un hombre” y “una mujer” de un artículo del código civil de la capital. Más que borrado fue una enmienda. Pero no hubo enmienda alguna para ella y yo. El adiós nunca es una reforma.

ARTÍCULO 146.- El matrimonio es la unión libre de dos personas para realizar la comunidad de vida, en donde ambos se procuran respeto, igualdad y ayuda mutua.

En 2014 ella vivía nuevamente en México. Y estaba casada con un cuerpo legal en Tlaxcala, un cuerpo de carne y hueso y pene, un cuerpo del vetusto Derecho antiderechos, un cuerpo modelo bajo el modelo de matrimonio del código civil de nuestro estado.

Ese año la Asamblea Legislativa de Tlaxcala declaró el 17 de mayo como Día Estatal de la Homofobia y la Transfobia; y el 19 de octubre como Día Estatal Contra la Discriminación. Un par de años después, en 2016, hubo una iniciativa presidencial de “matrimonio sin discriminación” a nivel nacional. Fue desechada bajo el argumento de que le corresponde a cada entidad legislar su propia materia civil. Ese mismo año se registraron ocho asesinatos por homofobia en Tlaxcala.

El año pasado soñé contigo. Estábamos en tu cuarto escuchando a Britney Spears. Me tomabas de la mano y yo me recargaba en ti. Tarareábamos juntas el inicio de “Born to Make You Happy”. Era 1999. Y tú y yo estábamos cantando “Always and forever you and me”. Yo no estaba sola, estabas tú conmigo. Eras tú conmigo y era yo contigo. Contigo soñé. Te sueño y es 2019 y hay un grupo público llamado “Orgullo Gay Tlaxcala 2019” en Facebook con 480 miembros y no estamos ni tú ni yo. Ya no vivimos en Tlaxcala pero tú todavía tienes el mismo tono de cabello que la Princesa del Pop y yo todavía me sé de memoria esta canción. Ya no seremos nosotras como lo prometimos (porque la promesa siempre es un tiempo presente) aunque en el sueño sí, sí, sí éramos nosotras.

Tlaxcala significa “lugar de las tortillas de maíz” en náhuatl. Y tortillera se le dice a una lesbiana como yo. Y ya me puedo casar allá.

Hoy no me quedo con las ganas y lloro. Lloro por Roberto, lloro por ella, lloro por mí. Soy una persona con derechos, un cuerpo legal. Lloro por ser, por estar, por esto:

ARTÍCULO 39.- La promesa de matrimonio, que se hacen mutuamente dos personas, constituyen los esponsales. donde ambas se procuran respeto, igualdad y ayuda mutua.


Publicado originalemente en Cosecha Roja. Se reproduce en Carátula como parte del convenio de publicación entre el Festival Centroamérica Cuenta y medios asociados.

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Tlaxcala, México, 1985
Es escritora y editora titular de Este País (estepais.com). Su libros más recientes son Anna y Hans (Fondo de Cultura Económica), Agua de Lourdes (Editorial Turner) y Visegrado (Almadía Ediciones). En 2015 participó en el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa y en 2019 obtuvo el Premio Nacional de Literatura "Gilberto Owen". En su página web POETronica (poetronica.net) dialoga con poesía y multimedia.