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Crueldad racional. Primo Levi: Preso #174517

1 junio, 2013

Encuadrada en la literatura del dolor, las reflexiones originadas después de la lectura de dos libros torales en la obra literaria de Primo Levi – Si esto es un hombre y La Tregua-, Ileana Rodríguez consigue descargar luminosas vetas, en el afán de develar los recovecos del espíritu, sobre todo cuando éste se enfrenta a situaciones límites. Vida y creación se entrecruzan en la obra del italiano Levi para manifestarse ante la barbarie, descubrirla y relatarla, dejando en sus palabras la dramática desnudez de la naturaleza humana, experiencia que es interpretada con mesura e inteligencia, por qué no decirlo con coraje, por una aguda ensayista como lo es Ileana Rodríguez.


Todo estudioso de la memoria incluye en sus bibliografías los libros de Primo Levi, un judío italiano que vivió en los campos de concentración Monowitz-Buna y Birkenau (Lager) un año —de finales de enero de 1944 a finales del mismo mes en 1945—.  Dos de los textos de Levi, Si esto es un hombre La Tregua, llegaron a mis manos por pura casualidad. Había hecho un viaje a Nueva York a visitar a Jean Franco y me había llevado para leer un libro titulado After Testimony: The Ethics and Aesthetics of Holocaust Narrative for the Future cuyo primer capítulo leí en el avión.   Era un artículo de J. Hillis Miller sobre Fatelesness, una novelade Imre Kertész, premio Nobel de literatura 2002.  El cuarto de visitas de la casa de Jean era su biblioteca, y antes de apagar las luces para dormir leí en el canto de un libro un título que me llamó la atención de inmediato.  Era precisamente  Fatelesness.  ¡Qué gran casualidad!  Y justo al lado del de Kertész estaban los dos libros de Levi que comento aquí.

Al leer Fatelesness no sólo constaté la certeza del artículo de Miller sobre la modalidad de escritura de Kertész sino otras cosas más.  Entre ellas, las que más suscitaron mi interés fueron dos; primero, una prosa magra en extremo, que elude toda exageración y dramatismo, logrando justamente, por eso mismo, un efecto monumentalmente dramático del asunto narrado—paradójicamente, ambos estilos, el de Levi y el de Kertész, apelan a la razón, llamando a lo que sucede, o a aquello de lo que se habla, ‘razonable,’ y alabando, en cada uno de los pasos por los que transita el prisionero, la precisión alemana.  Leamos a Levi:

“Los alemanes habían perfeccionado un sistema diabólico, ingenioso y versátil de muerte colectiva.  En la mayoría de los casos, los recién llegados no sabían qué les esperaba.  Eran engañados con eficiencia fría pero sin brutalidad, invitados a desvestirse ‘para el baño.’  Algunas veces se les daba jabón y toallas y se les prometía café después del baño (388)”.

En segundo lugar me llamó la atención que, leyendo a contrapelo del tratamiento nazi a los judíos en el campo de concentración, podíamos recordar no sólo las prácticas españolas contra los indígenas, sobre las cuales se ha escrito en abundancia (por ejemplo el uso de perros para desgarrar la carne de los humillados), sino también la coincidencia de estas narrativas de prisioneros con los testimonios de las comisiones de verdad que cerraron el siglo pasado, para ya no mencionar comportamientos cotidianos que muchos hemos presenciado en el trato a los indígenas hasta el día de hoy.

Recuerdo ahora con precisión cuánto me impacto el trabajo de Woodrow Borah y Sherburne F. Cook sobre las poblaciones nativas de América durante la conquista y colonización española.  Al leer bibliografía sobre la Shoa, siempre pensé que la experiencia indígena, aunque muchos sostengan que no, sólo tenía su parangón en el genocidio sufrido por las poblaciones judías bajo el régimen nazi.  Pues me percaté, más allá del dato demográfico que mide la devastación humana, la enumeración de las causas de esta devastación, que entre principios del siglo XVI y mediados del XVII sólo la población mesoamericana, sin contar la andina, disminuyó de diez a dos millones.  Entre ellas hay que subrayar, primero, la imposición de un ritmo de trabajo más acelerado y, segundo, las enfermedades contraídas por los indígenas a causa del debilitamiento del cuerpo debido al trabajo forzoso, al maltrato cultural, a más de aquellas pestes europeas contra las cuales los indígenas no tenían defensas —Levi habla de todas estas cosas en paralelo.   Así se pagó al contado el precio de la temprana modernidad en América; el de la modernidad tardía está inscrita en los testimonios sobre trauma y memoria de la Shoa, tanto como en las comisiones de verdad en América Latina.

Si leemos los testimonios mismos de los indígenas durante los primeros años de la conquista, digamos, para poner un ejemplo, El memorial de Sololá, el atropello a estas poblaciones aborígenes se asemeja, en mucho, a la vejación dispensada a los judíos durante la Shoa.   Las diferencias radicarían, primero, en el tono mismo de la narrativa —muy emotiva en los primeros y muy seca en los segundos; segundo, en la escasez de relatos hechos por los mismos indígenas y, tercero, en el tiempo que dilata esa opresión.  En ellos no media, por supuesto, ni la abundancia de escritos, ni la obstinada y efectiva publicitación de lo ocurrido a las poblaciones judías en la postguerra, y mucho menos aún, y esto es vital, la solidaridad que los judíos suscitaron.  Todo lo contrario; incluso en las bibliografías sobre genocidios leemos hoy a veces la reticencia de llamar a las brutales prácticas contra los indígenas, “genocidio”, término que según Joan Ramón Recinas en su artículo Negationism and Freedom of Speech fue inventado a propósito de la Shoa.  

Sin embargo, no es de esta comparación precisamente de lo que quiero hablar en este artículo, aún si la tengo en mente, sino de la supervivencia, de la recuperación vital de aquéllos que han pasado por una experiencia de extrema crueldad racionalizada, o de la razón como crueldad, y pueden de nuevo contemplar y gozar lo bello; y, mediante ello, recuperar el deseo, la armonía, re-establecer su humanidad, el gusto de estar vivo —aunque la pregunta de fondo es por qué unos sí pueden y otros no.  Pues, como dice Levi mismo,

“la hora de la libertad estaba llena de gozo pero también de un sentido de pudor y de angustia porque después de lo que había sucedido, nada podría nunca ser de nuevo bueno y puro para borrar el pasado; las heridas del ultraje permanecerían con ellos para siempre y también permanecerían en las memorias de aquellos que lo vieron, en los lugares donde ocurrió y en las historias que ellos contarían (188)”.

Levi sobrevivió, lo dice él mismo, porque quería contar el cuento y así lo hizo: la experiencia de la razón cruel en Si esto es un hombre, y su renacimiento en La Tregua [en itálicas]

* * *
Le preguntó a la vieja: ¿Qué es aquel fuego?  Y ella contestó: ‘somos nosotros que estamos ardiendo’ (390).

Desde los primeros capítulos de Si esto es un hombre quedamos atrapados en una atmósfera de racionalidad asfixiante, en la más absoluta y clínica de las indiferencias.  El Lager (campo) responde a reglas de funcionamiento cronometrado, normado, calculado; el viaje a un destino incierto hacinados en un furgón sellado; la llegada al campo de concentración, donde expeditamente se es clasificado por edad y género; el despojo de las escasas pertenencias; la entrada en un baño desinfectante; el rapado del cabello con fines profilácticos. De inmediato se priva al prisionero de su nombre substituyéndolo con un número —el de Primo Levi es 174517  de ahí en adelante su santo y seña.  Duermen en una barraca, de dos en dos y hasta de tres, o más, en tres, en literas que alcanzan hasta los tres niveles.  Comen apenas para sobrevivir y a los hombres jóvenes de dieciséis años o más se les envía a trabajar bajo el lema: “Arbeit macht frei —el trabajo da la libertad—”. 

Tal trabajo forzoso, versión moderna de mitas, encomiendas y esclavitud, nos hace enmendar lo que dice Levi de que “los campos alemanes constituyen algo único en la historia de la humanidad, sangrienta como es.  Al fin antiguo de eliminar o aterrorizar al adversario político, impusieron una meta moderna monstruosa, la de borrar poblaciones y culturas enteras del mundo” (391). No podemos ignorar que muchas de estas tácticas y estrategias habían sido ya ensayadas con los indígenas americanos y africanos en pareja crueldad moderna y con sus particularidades seculares.

Tanto en el caso de los judíos como en el de los indígenas y africanos se trata de trazar una línea que divida humanos de no humanos —estrategias de animalización que desposeen a la persona de su subjetividad (nombre), de sus necesidades físicas (sed, hambre), de sus necesidades afectivas (familia, amigos) —.  El lazo social se destroza ante la prohibición de comunicación; nadie sabe nada —la falta de información es absoluta—; pocos pueden hablar entre sí debido a la cantidad de lenguas europeas presentes.  La prosa fría de una racionalidad cruel narra este predicamento que se instala directamente en el cuerpo de manera indeleble y fundamental, primero por el trato indiferente que reduce al silencio y, segundo, por la disecación del cuerpo. La vulnerabilidad de la carne conduce al debilitamiento espiritual, a la condición de muerto en vida, el zombie de la esclavitud llamado “musulmán” en el campo de concentración y, por último, a la muerte física por desaliento, enfermedad o exterminio. 

Si los que atraviesan el proceso de clasificación e internamiento no marchan al ritmo establecido, hay castigo:

“Cuando, por el contrario, los prisioneros mostraban el más leve signo de conocer o sospechar su destino inminente, la SS y sus colaboradores usaban tácticas sorpresivas, interviniendo con extrema brutalidad […] soltando los perros, entrenados para desgarrar al prisionero en pedazos, contra gente confusa, desesperada, debilitada por cinco o diez días de viaje en vagones de ferrocarril sellados” (388)”. 

Naturalmente, el relator de la historia se encuentra en una encrucijada pues quiere transmitir dos instancias y experiencias contradictorias a la vez.  Para lograrlo, narra cuidadosamente las reglamentaciones del campo: a qué horas levantarse, dónde asearse y hacer las necesidades, la hora y el tipo de comida, el trabajo esclavizado.  El otro lado de esta exactitud es la angustia, la desesperación, el deseo de saber hasta cuándo, por qué, dónde. Esta es la invaginación de lo humano en lo inhumano—seres sin expresión ni lengua, sin conocimiento, alimento o piedad, sin consuelo, esperanza o futuro, el no ser siendo, irremediablemente quebrantado, sin habla, sin asombro, en total pasividad, como la de la proverbial impasibilidad indígena.

Pero siempre hay resistencia.  En Levi tenemos a la del amigo Steinlauf, un hombre de casi cincuenta años, que se asea a diario cuello y hombros con energía mientras advierte que:

“Somos esclavos, privados de todo derecho, expuestos a todos los insultos, condenados a cierta muerte, pero todavía poseemos un poder, y debemos defenderlo con todas nuestras fuerzas porque es el último —el poder de rehusar nuestro consentimiento—.  Por tanto debemos ciertamente lavarnos la cara  sin jabón y con agua sucia y limpiarnos con nuestras chaquetas.  Debemos limpiar nuestros zapatos, no porque el reglamento lo dice sino por dignidad y propiedad.  Debemos caminar erectos, sin arrastrar los pies, no en homenaje a la disciplina prusiana sino para permanecer vivos, no para empezar a morir” (64).

¡El sentido de la resistencia ofrece grandes variedades!  Sin duda, ejemplos de las consecuencias del trabajo forzoso en el cuerpo y el trato que se dispensa a quienes contraen enfermedades constituyen casos extremos de contabilidad laboral.  Sabemos que una enfermedad que no se cura conduce rauda al crematorio.  Nos enteramos de los contrastes en el comportamiento de los que acaban de entrar al campo con los que ya llevan ahí algún tiempo.  Esos ejemplos dan paso al sentido de incredulidad, resistencia e iniciativa del recién llegado hasta la entrada del ejército rojo y el desmantelamiento del campo.

La enfermería y las enfermedades constituyen el capítulo final del primer libro.  En ellas Levi resalta la inventiva humana una vez que los alemanes han abandonado los campos ante la ofensiva soviética. En ese momento se trenzan las condiciones humanas de ambos lados, del lado de la crueldad racionalizada y del lado del ingenio de los sobrevivientes que se atienden a sí mismos y a los enfermos.  El miasma, el lodo, el hambre, la falta de medicamentos, todo se combina al final para exhibir el aire fétido, los ríos de sangre y mierda de la guerra en el pabellón de los que padecen de disentería y que serán trasladados al pabellón lejos de los vivos justo a la entrada del Ejército Rojo.  En todo, menos en la duración,  empatan el genocidio colonizador español y el genocidio fascista alemán.

* * *

Y después, la aurora.
“Después de un profundo sueño, que nos revivió por completo, aunque habíamos dormido en el puro suelo, nos despertamos en la mañana de excelente humor y salud.  Estábamos contentos por el sol, porque nos sentíamos libres, por el buen olor que venía de la tierra y también un poco porque a pocas millas de ahí había gente que no nos era hostil, de hecho, contentos y prestos a reír… Estábamos contentos porque ese día (no sabíamos acerca del próximo; pero lo que pase mañana no nos importa siempre) podíamos hacer cosas que no habíamos hecho durante mucho tiempo: beber agua de un pozo, estirarnos bajo el sol en medio de pastos altos y robustos, oler el aire del otoño, prender un fuego y cocinar, ir a los bosques a buscar fresas y hongos, fumarse un cigarro viendo a lo alto del cielo empujado por un aire limpio” (307).

Este mismo es el tono general de La Tregua que narra no sólo el momento de la liberación sino el del progresivo renacimiento de los prisioneros.  La prosa aséptica, precisa de Si esto es un hombre cede paso a la prosa poética de los liberados, a su expresión de afecto hacia los demás, a la esperanza y el goce por la vida.  Cuando llega el Ejército Rojo, el comportamiento automatizado del prisionero, ya bien asentado, no cede de inmediato a la realización de la libertad.  No hay acomodamientos instantáneos. Estrellas fugaces durante mucho tiempo, los recién liberados practicaban las restricciones automáticamente, sellando sus labios y abriendo sus ojos a paisajes fúnebres.   En algunos, si acaso, se diría que casi a nivel instintivo empezaban a practicar la compra-venta mercantil, el mercadeo.

En las estepas solitarias, en los bosques rusos, el contacto con la naturaleza —este locus amoenus que se opone vivamente al infierno de los campos— renueva a los liberados cuyo espíritu brota como las nuevas hojas de los árboles en la primavera.  Los nombres de los lugares por donde pasa el convoy traen a la memoria los grandes narradores rusos del XIX.  Visitamos de nuevo las topografías de Tolstoi, Chejov, Turgueniev y Dostoyevski.  Para todos aquellos que creíamos haber aprendido que los aliados eran los héroes de la liberación de Europa nos sorprende que quienes lograron la liberación fueron verdaderamente los rusos que sacrificaron veinte millones de vidas contra las cincuenta mil que perdieron los aliados, y por eso Levi afirma contundente: “La Unión Soviética es un país gigantesco, y alberga en su corazón un vigor gigantesco, una capacidad homérica de goce y abandono, una vitalidad primordial, un apetito pagano, incontaminado por la juerga, el carnaval y la ensoñación masiva” (260).

¿Qué es lo que importa en La Tregua?  Importa, en primera instancia, el papel del Ejército Rojo y la visión de la cultura rusa que ofrece el escritor mientras ellos, los judíos, vagaban perdidos sobre sus extensas topografías.  Importan los tipos humanos en su despertar tanto como en el muestreo de sus cicatrices y traumas.  Por ejemplo, Avesani, “un gran hombre nudoso de grandes huesos como un dinosaurio…, todavía tan Sorong como un caballo, aunque la edad y la fatiga lo habían privado de la agilidad de su niñez… Era claro que estaba poseído de una locura senil: pero había una grandeza en su locura, una dignidad y fuerza bárbara, una dignidad de bestia entrampada en una jaula, la dignidad que redime a Capaneus y Calibán” (270-71); Gottlieb, “filoso como un cuchillo; no había complicación burocrática, ni barrera negligente, ni obstinación oficial que él no pudiera trascender en pocos minutos, cada vez de manera diferente.  Cada dificultad se disolvía en niebla frente a su audacia, su fantasía de alto vuelo, su rapidez como la de Napier” (283).  Estos son sólo dos de los soñadores, los primeros en recobrar el sentido de la vida mientras sus heridas empezaban apenas a cicatrizar.  Son gente descrita como “inmune[s] al poder perturbador que emanaba” de ellas (197), “libre[s] pero no redimidos” (283); gente cuya “restricción confusa… selló sus labios y ató sus ojos a la escena fúnebre” (188), con una “necesidad del habla [que] cargó su mirada de urgencia explosiva —una mirada salvaje y humana, incluso madura, un juicio que ninguno de nosotros podía soportar, tan cargada de la fuerza de la angustia—” (197).  Muchos de ellos como aquel que guardaba “instintos sanguinarios sedados.  El campo, trampa mortal y torturador de huesos, había sido una buena escuela para él; en pocos meses lo había hecho un joven carnívoro, alerta, astuto, feroz y prudente” (199).  Ninguna justicia humana podría haber erradicado eso, pero otros, como Levi, pueden responder al “agudo olor a tierra, de juventud, de gozo” (239) que una mujer rusa había dejado, como estela, tras ella.  Por estas mismas razones, unos se salvan y otros no.  Auschwitz era el mismo genio de la destrucción y de la anti-creación; era la mística misma de la esterilidad en contraste con el más pueril de los goces.

Pero lo esencial es que para Levi el poder redentor emana de la naturaleza.  Nos dice que viajaba “a través de un escenografía majestuosa y monótona de estepas desiertas, bosques, pueblos abandonados y ríos anchos y lentos” (294).  Está salvado cuando puede ejercer el poder de contemplar un “sol rojo granate, hundiéndose oblicuamente entre los troncos de los árboles con máxima lentitud, echando su respaldo rojo sangre sobre las aguas, los bosques y las llanuras surcadas de batallas” (294), cuando empieza a decirnos que “camina durante horas en el aire matinal maravilloso, respirándolo a profundidad en [sus] pulmones aporreados como una medicina” (278).  O cuando nos dice que una judías y una rusa eran dos refugiadas que habían venido a Samarcanda, en Uzbekistan, “cerca del Techo del Mundo, con vista a montañas de veinte mil pies de altura… habían aprendido uzbeco y otras cosas fundamentales: cómo vivir día a día, viajar a través de los continentes con una valijita pequeña para ellas dos, de hecho vivir como las aves del aire, que no trabajan, ni hilan, y que no tienen pensamientos del mañana,” (286), plumas abandonadas al viento, sin dinero “solo con una fe ilimitada en el futuro y en sus vecinos, y en un amor virginal natural a la vida” (286).  Y más y más pasajes líricos en los que “[e]l encanto de nuestro redescubrimiento de la naturaleza”, (324) calma el espíritu aún en el lector, como el siguiente:

“El bosque alrededor del campo ejercía una atracción profunda sobre nosotros.  Quizás ofrecía el regalo inestimable de la soledad a todos los que la buscaban; quizás habían sido privados de esto por tanto tiempo! Quizá porque nos recordaban otros bosques, otras soledades de nuestra existencia previa; o quizás, por otro lado, porque era solemne y austero y sin máculas como ninguna otra visión que habíamos conocido… No había senderos, ninguna traza de hombres del bosque, nada: sólo silencio, desolación, y troncos de árboles en todas la direcciones, abedules pálidos, coníferas rojo-marrón, disparándose verticalmente hacia el cielo invisible; la tierra era igualmente invisible, cubierta de una capa gruesa de hojas muertas y agujas de pino, y por manojos de maleza salvaje alta hasta la cintura.” (316)

* * *
Los rusos están hechos de hierro (323).

Qué sentido de descanso me dio leer La Tregua después de haber leído Si esto es un hombre de Primo Levi; qué gusto recordar aquél sentido de lo que representaba el Ejército Rojo después de que incontables películas de guerra borraron esa epopeya; qué sentido el homenaje que les rinde Pablo Levi por haberlos liberado:

“nos dimos cuenta, para nuestra sorpresa, de que esta tierra sin necesidades, estos campos y bosques, que habían presenciado la batalla a la cual debíamos nuestra salvación, estos horizontes vírgenes primordiales, esta gente vigorosa llena de amor por la vida, había entrado en nuestros corazones, nos había penetrado y permanecería ahí durante mucho tiempo, gloriosas y vívidas imágenes de una temporada única de nuestra existencia” (352).

Queda claro en estas citas todas que la razón por la cual unos se salvan y otros no, es porque unos tuvieron la capacidad de gozar del apoyo y el afecto históricos; unos pudieron contar su cuento —otros no—.  Ya Walter Benjamin escribió sobre esto con bastante elocuencia.  La publicitación que tuvo la Shoa fue extraordinaria; su repudio, universal.  No sucedió lo mismo con los indígenas americanos. La lección de Levi es mostrar, en carne viva, cómo funciona la racionalidad cruel, fascista, sádica pero también, en la muerte de millones, la solidaridad social que es el amor en su forma política.


Primo Levi.  Is this a Man The Truce.  London: Penguin: Abacus, 1978.  El número de páginas de las citas pertenece a esta traducción al inglés de dichos textos y todas las traducciones son mías.

After Testimony: The Ethics and Aesthetics of Holocaust Narrative for the Future. (James Phelan, Peter J. Rabinowitz, Robyn Warhol (eds). The Ohio State University Press, 2012),

Woodrow Borah and Sherburne F. Cook.  “Conquest and Population: A Demographic Approach to Mexican History.”  Proceedings of the American Philosophical Society.  Vol. 113, No. 2 (Apr. 17, 1969), pp. 177-183: American Philosophical Society.  URL: http://www.jstor.org/stable/985964

La novela de Jonathan Littell, The Kindly Ones (New York : Harper, c2009), ofrece datos, vocabularios, y otra serie de especificidades y concreciones que muestran las tecnologías precisas y modernas que usaron los nazis en los campos de concentración.

Ver Ileana Rodríguez.  Transatlantic Topographies: Islands, Highlands, Jungle.  Minneapolis: University of Minnesota Press, 2004.

Joan Ramon Resina. “Negationism and Freedom of Speech,”  http://hispanicissues.umn.edu/assets/pdf/RESINA_HRLAIC.pdf

No dejo de reconocer, no obstante, una diferencia sustancial entre uno y otro genocidio: el de los indígenas americanos se encuentra inscrito básicamente en lo (político-) económico mientras que el de la colectividad judía, en lo ontológico: la erradicación planificada (el exterminio) por el solo hecho de existir de toda una cultura de la faz de la tierra.

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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.