La fe en tres cuentos de Darío

30 marzo, 2024

Nietzsche, el Salomón negro

Tan temprano como 1894, en vida aún del filósofo Fererico Nietzsche (1844-1900), comenzó Darío a tener noticias suyas a través de fuentes francesas, que procesó en su crónica Los raros. Filósofos “finiseculares”. Nietzsche-Multatuli1; dicha crónica fue sin embargo excluida de su famoso libro de 1896. Sin haber podido leer aún sus obras, destaca Darío la policromía de sus extraordinarias cualidades de “artista, pensador, pedagogo, músico, filólogo, filósofo”; y le llama “alma de elección, un solitario, un estilista, un raro, que al no tener la serenidad apolínea de Goethe (…) frágil como un cristal, crujió entre los ásperos dedos de la alienación”.

Cinco años más tarde publica el poeta en El Sol de Buenos Aires su enigmático relato El Salomón negro2, donde contrapone la visión judeocristiana de la vida a la de Federico Nietzsche3. Esta vez sí ya tiene clara idea de su anticristianismo. En este inquietante cuento Salomón dormita. Se le aparece un espíritu idéntico a él, pero azabache: “Soy tu igual, sólo que soy todo lo opuesto a ti”; “Tú amas la verdad, yo reino en la mentira, única que existe”, le dice la aparición. Salomón le llama espíritu maléfico.  

En este extraño cuento presenciamos un claro ejemplo de cómo piensan los poetas: no a través de ideas y conceptos abstractos, sino por medio de figuraciones simbólicas y narraciones alegóricas. Darío entreteje barrocamente en Salomón negro elementos mitológicos semitas, árabes y judíos, con otros persas. Alude a los Djinns4, traviesos geniecillos de las Mil y una noche que atacaban o ayudaban al ser humano y que, según la leyenda, aprendió a controlar Salomón. Alude también al pájaro Simorg (el Simurg persa), criatura voladora de carácter mítico y benevolente, asimismo al talismán de Salomón, su poderoso anillo mágico (elemento también tomado de las Mil y una noche).

El cuento realza la oscura e inaudita belleza del Salomón negro: ante él, el poder del anillo del Salomón bíblico queda inutilizado; si este comprende el sentido de las cosas por el lado iluminado por el sol, aquél lo hace por el lado oculto. Al Salomón bíblico le concedieron los ángeles el poder de su anillo; al negro, los demonios. El Salomón bíblico alega que está escrito: Que todas las criaturas alaben al Señor, y conjura así a las aves a que manifiesten su verdad. Se congregan entonces ante él las más diversas criaturas aladas, desde el pavo real, la tórtola, el halcón, el ave Syrdar (nombre evocador de la nobleza de la India), hasta el cuervo y el gallo…Larga es la lista de aves palmípedas, rapaces o domésticas que conjura el rey sabio. Todas le dicen algún pensamiento bíblico, a saber: El que no tenga piedad para los demás, no encontrará ninguna para sí. Pecadores, convertíos a Dios. Todo pasa; Dios sólo es eterno. Por larga que sea nuestra vida, llega siempre su fin. Pensad en Dios, hombres ligeros. A estas máximas opone sin embargo el Salomón negro su tenebroso credo:

Nada triunfa sino el ejercicio de la fuerza…. ¡Ay de los piadosos! El odio es el salvador y potente. Aplastad a los pequeños; rematad a los heridos; no deis pan a los hambrientos; inutilizad por completo a los cojos. Así se llega a la perfección del mundo…Por lo demás, Dios se llama X; se llama Cero.

Concluye así su sombrío cuento Darío:

Quedó el sabio desolado, y preparóse para ascender, con el ángel de las alas infinitas, a contemplar la verdad del Señor. El pájaro Simorg llegó en rápido vuelo: —Salomón, Salomón: has sido tentado. Consuélate; regocíjate. ¡Tu esperanza está en David! Y el alma de Salomón se fundió en Dios.

El Simurg representa el pájaro mitológico inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia en el paraíso terrenal. El cuento se resuelve en favor del bien. La exaltación del poder y la fuerza sucumbe ante el amor y la fe.

A Nietzsche alude sin duda Darío al final de Historia de mis libros, tras expresar que ninguna filosofía colmó sus ansias trascendentes de sentido, por lo que se lanzó a Dios como refugio, asiéndose de la plegaria como de un paracaídas:

Todas las filosofías me han parecido impotentes, y algunas abominables y obra de locos y malhechores. En cambio, desde Marco Aurelio hasta Bergson, he saludado con gratitud a los que dan alas, tranquilidad, vuelos apacibles y enseñan a comprender de la mejor manera posible el enigma de nuestra estancia sobre la tierra5.

Fray Pedro o la tentación del cientifismo

En otro relato de Darío titulado La extraña muerte de Fray Pedro (1913), Fray Pedro de la Pasión es un religioso aficionado a las ciencias; en su convento cuenta con un laboratorio donde se entrega a experimentos científicos. Su espíritu inquieto le lleva a explorar también la quiromancia, la astrología y la magia blanca; estudia ciencias ocultas. Un día lee en un periódico que el alemán Roentgen ha descubierto los rayos X y “no pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era un ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrílego que en ello se contenía, punzaba sus anhelos”…Y ahí está el punto subrayado por Darío: su afán científico en sí no es malo; el mal aflora cuando Fray Pedro se empeña en apuntalar su fe en demostraciones científicas, convirtiendo a Dios en objeto de experimentación. No comprende que en el instante en que Dios quedara demostrado científicamente, dejaría de ser Dios, porque entonces el hombre se habría enseñoreado sobre Él. Y ese es el límite que anhela traspasar Fray Pedro:

¡Si en Lourdes hubiese habido un Kodak, durante el tiempo de las visiones de Bernardette! ¡Si en los momentos en que Jesús, o su Santa Madre, favorecen con su presencia corporal a señalados fieles, se aplicase convenientemente la cámara oscura!… ¡Oh, cómo se convencerían los impíos, cómo triunfaría la religión!

Fray Pedro se figura que con ello haría un gran servicio a la religión, pues convencería “científicamente” a los impíos; no se da cuenta de que más bien ha entregado sus armas al adversario.

¡Cuánto de su vida no daría él, por ver los peregrinos instrumentos de los sabios nuevos en su pobre laboratorio de fraile aficionado, y poder sacar las anheladas pruebas[6], hacer los mágicos ensayos que abrirían una nueva era en la sabiduría y en la convicción humanas!… Él ofrecería más de lo que se ofreció a Santo Tomás.

Lo ofrecido a Santo Tomás fue nada menos que las llagas de Cristo Resucitado, para meter en ellas sus dedos incrédulos, y Tomás apóstol, avergonzado de sí mismo, finalmente creyó. Sin embargo Fray Pedro presume de una ciencia mayor que la fe. Ahí está su perdición. Él quiere “aplicar la ciencia a las cosas divinas”, transgrediendo la frontera entre ciencia y religión. Darío por eso lo presenta desgarrado:

Él, desde luego, creía, creía con la fe de un indiscutible creyente. Mas el ansia de saber le azuzaba el espíritu, le lanzaba a la averiguación de secretos de la naturaleza y de la vida, a tal punto, que no se daba cuenta de cómo esa sed de saber, ese deseo indominable de penetrar en lo vedado y en lo arcano del universo, era obra del pecado, y añagaza del Bajísimo, para impedirle de esa manera su consagración absoluta a la adoración del Eterno Padre.

El ansia y la sed de saber de Fray Pedro transgreden un límite al rozar “lo vedado y arcano del universo”. El narrador de la historia inicia contando que visita el convento de una ciudad española. Al pasar por el cementerio, ve una lápida en que se lee: Hic iacet frater Petrus. El religioso que le acompaña comenta: “Este fue uno de los vencidos por el diablo”. Mas el narrador –irónicamente- responde: “Por el viejo diablo que ya chochea”. Mas el fraile replica: “Por el demonio moderno que se escuda con la Ciencia”. La ironía sutil de Darío se hace patente cuando se sirve del mítico símbolo del mal para denostar otro demonio moderno y real, que no es la ciencia, sino el cientifismo. Darío combate el afán positivista de declarar irreal todo cuanto no se enmarca en el conocimiento de las ciencias positivas, negando cualquier otro tipo de acceso a la realidad, ya sea por vía de la intuición artística, el pensamiento filosófico o la espiritualidad7.

En su cuento acentúa Darío los rasgos “diabólicos” de la tentación de Fray Pedro: admira a Schwartz, introductor de la pólvora en Europa en el siglo XIV, “que nos hizo el diabólico favor de mezclar el salitre con el azufre”; en la rica biblioteca del convento consulta autores que “no fueron siempre los menos equívocos”; en fin, la ciencia, el ansia de saber, “le desvía de la contemplación y del espíritu de la Escritura. En él se había anidado el mal de la curiosidad, que perdió a nuestros primeros padres; la sed de saber, que es el arma de la Serpiente”. En tales referencias Darío no censura el loable afán de conocimiento científico, sino la malsana curiosidad transgresora de límites sagrados: el cientifismo decimonónico8, que pretendía medirlo y explicarlo todo, entronizando a la razón humana como medida de todas las cosas, descartando la Revelación como fuente primigenia del conocimiento de Dios9.

De Fray Pedro dice el poeta:  “Así cavilaba, así se estrujaba el cerebro el pobre fraile, tentado por uno de los más encarnizados príncipes de las tinieblas. Fray Pedro poco a poco se enfría en su vida religiosa: La oración misma era olvidada con frecuencia, cuando algún experimento le mantenía cauteloso y febril”. Un día de tantos, otro religioso deposita un envoltorio en su celda: es una de las máquinas con que los sabios maravillan al mundo, un aparato de rayos X. El fraile desaparece y Fray Pedro no se percata que debajo de su hábito “se habían mostrado dos patas de chivo”. Nuevamente otra alusión a Satanás.

La clave del cuento se encuentra en un párrafo que generalmente los comentaristas pasan por alto:

Los doctores –y Darío se refiere a los santos Padres de la Iglesia- explican y comentan altamente cómo, ante los ojos del Espíritu Santo, las almas de amor son de mayor manera glorificadas que las almas de entendimiento. Ernest Hello ha pintado, en los sublimes vitraux de sus Fisonomías de Santos, a esos beneméritos de la caridad, a esos favorecidos de la humildad, a esos seres columbinos, simples y blancos como los lirios, limpios de corazón, pobres de espíritu, bienaventurados hermanos de los pajaritos del Señor, mirados con ojos cariñosos y sororales por las puras estrellas del firmamento.

Fray Pedro es un religioso que, en vez de transitar por la vía regia del amor y la humildad, se siente subyugado por una malsana curiosidad. Finalmente concibe un sacrílego proyecto: someter a rayos X el Santísimo Sacramento. Quiere demostrar “científicamente” la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

El cuento tiene un final sorprendente. Fray Pedro es encontrado muerto en su celda. El padre provincial conversa con el arzobispo.

—¿Ha visto su reverencia esto? —dijo su señoría ilustrísima, mostrándole una revelada placa fotográfica que recogió del suelo, y en la cual se hallaba, con los brazos desclavados y una dulce mirada en los divinos ojos, la imagen de Nuestro Señor Jesucristo.

Fray Pedro ha transgredido un límite y muere. El arzobispo ignora lo que tiene entre sus manos. Darío pareciera decirnos: en su poca fe Fray Pedro quiso pruebas; quiso demostrar lo divino y sucumbió10. Mas Cristo está presente ahí, tan solo discernible a los ojos de la fe…Aunque su imagen radiográfica sea real, ya nada demuestra al que no cree. Se ha preservado el misterio.

Si comparamos ambas versiones del cuento, la de 1896, titulada Verónica, con La extraña muerte de Fray Pedro, de 1913, observamos ciertas diferencias importantes: primero la supresión del título inicial.  El título Verónica (del latín vera icon, verdadera imagen) aludía a la piadosa mujer que, según la leyenda, enjuga el rostro de Cristo con un lienzo en la Vía Sacra, quedando así grabado su rostro. Darío comprendió que la actitud de Fray Pedro difiere radicalmente y cambió por eso el título del cuento, pues un acto de reverencia a Cristo de ninguna manera iba a equiparse a un acto sacrílego, que intenta suplantar la fe por la ciencia. Otro importante añadido de la segunda versión es la frase: “Él (Fray Pedro) ofrecería más de lo que se ofreció a Santo Tomás” (¡más que palpar las llagas de Cristo resucitado!)…“las anheladas pruebas” (esta frase aparece en ambas versiones). Otro cambio que denota algo sustancial es que al final del cuento la terrible mirada (de la primera versión) se ha transformado en “la dulce mirada en los divinos ojos, la imagen de Nuestro Señor Jesucristo” -cambio de perspectiva fundamental. Con ello Darío sustituye la idea de castigo divino por la de una muerte provocada por el mismo sobresalto de la transgresión. Según la investigadora española Ana María Hernández López, ese cambio refleja la actitud de Darío ante la vida, que ya en 1913 no era la misma de 1896:

Tal vez en la dulce mirada Darío viera a un Padre bondadoso, lleno de mansedumbre y dispuesto a otorgar el perdón que de cierta manera imploraba, como en los versos de La Cartuja11.

Otro cambio cuyo sentido no logramos discernir es el del nombre del protagonista, que pasa de ser Fray Tomás de la Pasión a Fray Pedro de la Pasión; en ambos casos se trata de discípulos de Jesús, el uno que se resiste a creer hasta no meter su mano en el costado y las llagas del Resucitado, y el otro que niega al maestro a la hora de la Pasión, para luego llorar amargamente su cobardía. Sin embargo ambos apóstoles acaban creyendo; en cambio Fray Pedro se procura un sucedáneo de la fe y por consiguiente acaba no creyendo. Quizá se trate de un puro capricho literario. Otra diferencia significativa es que en Verónica se describe a Fray Pedro como “un espíritu perturbado por el demonio de la ciencia”, mientras que en la segunda versión Darío lo caracteriza como uno de los vencidos “por el demonio moderno que se escuda en la Ciencia”. Este cambio denota un importante matiz: el demonio ya no es la ciencia misma, sino el espíritu moderno de incredulidad que a veces se escuda tras ella. En la segunda versión Darío escribe la palabra ciencia con mayúscula: Ciencia. Acá vemos un apoyo a nuestra interpretación: lo que adversa no es la Ciencia en sí, de hecho muy respetable, sino su versión reduccionista, el cientifismo; es ese tipo de pseudociencia la que el narrador considera “el arma de la Serpiente que ha de ser la esencial potencia del Anticristo”. En la segunda versión Darío añade la frase: “Para el verdadero varón de fe, initium sapientiae est timor Domini”, dejando claro de que jamás la ciencia positiva podrá llegar a sustituir la fe. Un último cambio de carácter estrictamente literario es que en la segunda versión el cuento pasa a ser un relato enmarcado, en que un fraile narra al autor lo sucedido con Fray Pedro, mientras que en la versión inicial el propio autor narraba sus peripecias.

En Opiniones consignó Rubén Darío un profundo pensamiento acerca de los sabihondos del cientifismo:

Los profesores, los sabios oficiales, los doctores de la ciencia humana que creen haber asido la verdad con cuatro pinzas y cuatro estadísticas; los que ven hasta donde alcanza lo que saben, los explicadores novísimos del alma, los que han escamoteado a Dios.

Ante esos congéneres de Fray Pedro, afirma solemnemente el poeta:

La eternidad y el misterio estarán en las cosas humanas cuando no exista ni el polvo de recuerdo de la sabiduría de hoy, y como estaban en los tiempos en que se levantó la Esfinge egipciaca y en que había pensadores y sacerdotes en la Atlántida y Palenke12.

En Cuento de Pascuas, reitera Darío su pensamiento acerca de las posibilidades de la ciencia, que no son sino las concesiones de un enigma cada día más hondo, a pesar de todo.13 En ello radica para Darío la distinción fundamental entre ciencia y cientifismo: mientras el último pretende ingenuamente adueñarse del misterio de las cosas por la vía del conocimiento positivo, la primera, consciente de que sus descubrimientos únicamente agrandan y ahondan su enigma, está transida de humildad gnoseológica y se caracteriza por una actitud de apertura de cara el misterio trascendente que nos envuelve. Fe y cientifismo por tanto se excluyen mutuamente; fe y ciencia coexisten sin menoscabo mutuo, atenidas a su propia vía de acceso a la realidad: la experimentación científica y la Revelación. Fray Pedro representa la primera alternativa, que Darío rechaza.

La belleza bajo todas sus formas

La fascinación de Darío por el fenómeno de la santidad se refleja en uno de sus celebrados cuentos fantásticos, su Cuento de Noche Buena, de raigambre estrictamente cristiana. A diferencia de otros cuentos fantásticos suyos en que predomina un imaginario teosófico o esotérico, a veces siniestro, como en El caso de la señorita Amelia y Cuento de Pascuas, o un ambiente de pesadilla como en La larva o Thanatofhobia; o de sacrificios humanos a oscuras deidades aztecas como en Huitzilopxtli; o de terror grotesco como en La pesadilla de Honorio; o de exaltado patriotismo hispánico y reencarnación, como en su sugestivo relato D. Q., en su Cuento de Noche Buena todo es luz, alegría, esperanza.

La atención brindada hoy a sus cuentos fantásticos de inspiración esotérica, con frecuencia opaca la percepción de la centralidad que tiene el imaginario cristiano en sus cuentos14. Es por eso oportuno secundar la fina apreciación de Mary Ávila:

Primero, Rubén Darío fue un esteta, y en su búsqueda del culto de la belleza, no reconoció límites de cultura ni credo. Este discernimiento estético lo capacitó para percibir lo bello en los sitios más recónditos. Esta oscuridad en nada aminoró sino que más bien enalteció su atractivo para él. (…) En segundo lugar, él fue un poeta, aun en su prosa; y un poeta no puede limitar su lirismo a lo que es sólo forma, materia o idealismo cristiano. Instintivamente fue enemigo de toda limitación que pudiera sofocar o hacer estéril esta libertad de expresión. Por tanto, esta amplitud poética, más bien que un voluntario rechazo de principios cristianos, fue quien lo condujo a incluir profusamente en su obra elementos no cristianos.[15]

El mismo Rubén Darío en el proemio a El canto errante había ya declarado que el verdadero artista comprende todas las maneras y halla la belleza bajo todas las formas, declarándose luchador en pro de la amplitud de la cultura y de la libertad16.

Exaltación de la fe y el amor

El personaje de su Cuento de Noche Buena17 es el hermano Longinos de Santa María, encarnación de los valores sublimes de la santidad18, a quien Darío exalta como

[…] la perla del convento […] un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla”.

El hermano Longinos posee además un incomparable don musical y es el organista del convento. Darío subraya sus virtudes extraordinarias:

Todo lo que en el hermano Loginos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Su cara se iluminaba frecuentemente por la más bondadosa de las sonrisas y resplancecía de jovialidad.

Un día de Navidad el hermano Longinos visita en su burrita una aldea cercana y de pronto se percata de que se ha retrasado para el oficio divino. Angustiado, emprende el camino de regreso. Sin embargo, su cabalgadura, como la del profeta Balaam, se resiste a continuar y con voz clara de humano le anuncia que ha sido señalado para un premio portentoso. Una hermosa estrella le guía y frente a él aparecen los tres Reyes Magos en espléndidas cabalgaduras, acercándose al pesebre de Belén, donde está “la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido”. Baltasar, Gaspar y Melchor ofrendan por turnos al niño Jesús sus más preciosos regalos: perlas, piedras preciosas, ungüentos, marfiles, incienso y diamantes.

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía: —Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas, qué diamantes? Toma, Señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte. Y de aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo color superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe.

Bajo la temática fabulosa de cuento fantástico, Darío transmite aquí un profundo mensaje teológico: los valores supremos son el amor y la fe; todas las riquezas del mundo a su lado palidecen. Las lágrimas de Longinos, expresión profunda de su humildad, valen más a los ojos de Dios que oro y perlas preciosas. Su espíritu entregado  a la mística oración, cualidad que Darío subraya, muestra el valor que le adscribía el poeta a la oración como vía de acceso a los dones excelsos del amor y la fe. Dice por eso de Longinos que tenía siempre un himno en los labios; cuando intenta regresar al monasterio, “Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave”; al marchar tras los Reyes Magos, “lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario”; ante el niño Jesús expresa -“mis lágrimas y mis oraciones, es todo lo que puedo ofrendarte”.

Si en La extraña muerte de Fray Pedro exploraba Darío la relación entre fe y razón, indicando que el conocimiento divino no se alcanza por la vana vía de la curiosidad intelectual, sino a través del intelectus amoris, y en cuentos como El año nuevo siempre es azul, o El Dios bueno, se interroga acerca del enigma del sufrimiento, en Cuento de noche buena muestra el vínculo entre fe y amor.

El cuento concluye con un portento: los monjes se reúnen para el oficio divino y se percatan, atribulados, de la ausencia del hermano Longinos, preguntándose si acaso le habría sucedido alguna desgracia. Nadie puede sustituirle en el órgano. El prior ordena que se proceda entonces sin música a la ceremonia:

Y todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza… De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar… resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia.

Poco tiempo después Longinos muere y su cuerpo es conservado incorrupto en el monasterio, extraordinaria señal que atestigua su santidad.

La trama fabulosa del Cuento de noche buena reviste un fin pedagógico, porque en el fondo exalta una vida monástica consagrada a la oración, el servicio humilde y la disponibilidad total. De ahí que lo medular del cuento no sea ni el desdoblamiento del tiempo, por el que pasado y presente milagrosamente se unen, ni el portento del órgano; el verdadero milagro realzado por Rubén Darío es la persona de Longinos, en quien tan convincentemente confluyen fe, humildad y amor.

Conclusión

Con estos tres ejemplos no pretendemos presentar aquí a Rubén Darío como autor religioso, pero sí mostrar el peso eminente de la temática cristiana y religiosa en sus cuentos, no obstante ser omitida por la mayoría de los estudiosos. Un mero análisis cuantitativo arroja un resultado sorprendente: de los 86 cuentos rescatados hasta ahora de Darío, 26 de ellos denotan una connotación religiosa19. Ello significa que 30% de sus cuentos aborda esta temática. Sin embargo, de las 148 referencias bibliográficas ofrecidas por Jorge Eduardo Arellano sobre los cuentos de Rubén Darío en su reciente estudio El cuentista Rubén Darío: actualización crítica, tan solo una autora, Mary Ávila, que hemos citado, aborda expresamente esta temática, tan notoria y a la vez tan postergada en el examen de sus cuentos. Su estudio se publicó en el lejano 1959. Otros autores apenas rozan el tema con alusiones o breves referencias.

La verdad es que en los cuentos de Rubén Darío se ha estudiado de todo:  desde las metáforas de horror, a la exploración de lo irracional, pasando por la recreación del pasado, el uso de la ironía, la teosofía y el ocultismo, etc. olvidando de forma singular el más esencial aspecto de todos: su experiencia de Dios y su fe en Cristo.

Managua, 26 de junio 2020 / 16 de febrero 2024

BIBLIOGRAFÍA

I. Obras de Rubén Darío

Cuentos completos, Compilación, edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez. Estudio preliminar de Raimundo Lida. Adiciones y notas de Julio Valle-Castillo. Instituto Nicaragüense de Cultura, 2000.

Cuentos fantásticos, Selección y prólogo de José Olivio Jiménez, Alianza Editorial. Madrid 1976.

España Contemporánea. Edición, introducción y notas de Noel Rivas Bravo. Academia Nicaragüense de la Lengua Julio 1998.

Historia de mis libros, Edición de Fidel Coloma González, Editorial Nueva Nicaragua, 1987

Opiniones, Edición de Fidel Coloma González, Editorial Nueva Nicaragua, 1990.

Poesía, Introducción y cronología de Julio Valle-Castillo, Editorial Nueva Nicaragua, 1989.

II. Libros

Arellano, Jorge Eduardo: El cuentista Rubén Darío: actualización crítica. Banco Central de Nicaragua, 2020.

James, Williams: The varieties of religious experience (Gifford Lectures on Natural Religion, 1901-1902), The Modern Library, New York, 1994.

Rama, Ángel: Introducción a Rubén Darío, El mundo de los sueños. Universidad de Puerto Rico. Editorial universitaria, 1973.

Sábato, Ernesto: Lo mejor de Ernesto Sábato. Selección, prólogo y comentarios del autor. Seix Barral, 1989.

Schmigalle, Günther y Rodrigo Caresani: Bibliografía de Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires (1889-1916), Catálogo comentado y crónicas desconocidas, Managua, Dinámica Editorial, 2017.

III. Artículos

Argüello Lacayo, José: El centauro y la cruz. Paganismo y cristianismo en los cuentos de Rubén Darío. Revista Albertus Magnus, Vol. 11 Núm. 1 (2020). 

Ávila, Mary: Principios cristianos en los cuentos de Rubén Darío. Revista Iberoamericana, Vol. XXIV, Núm. 47, Enero-Junio 1959.


[1] Recientemente esa crónica del 2 de abril de 1894 ha sido por primera vez íntegramente publicada por Günther Schmigalle y Rodrigo Caresani, en: Bibliografía de Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires (1889-1916), Catálogo comentado y crónicas desconocidas, Managua, Dinámica Editorial 2017 96-101. Darío mismo dice allí: A pesar de Henri Albert y los nietzschistas franceses, la obra de Nietzsche es conocida muy escasamente.

[2] El Salomón negro fue publicado en El Sol de Buenos Aires el 24 de julio de 1899, en vida aún del filósofo.

[3] Conviene aclarar que no se trata de una mera suposición: Darío, al final del cuento, identifica al Salomón Negro: “-¿Cómo has dicho que te llamas? –Salomón –contestó sonriendo-. Pero también tengo otro nombre. -¿Cuál? –Federico Nietzsche”.

[4] Darío utiliza la transcripción francesa.

[5] Otra alusión pasajera a Nietzsche la encontramos en el cuento Caín, donde Darío exalta una bella y cándida muchacha de ascendencia italiana, de la que dice: “Todavía no le había enseñado la Serpiente con sus ásperas lecciones, con los engaños, con las falsías, con las traiciones de la gata de Nietzsche, ni una sola artimaña, ni perversidad”. Ese cuento, publicado en El Diario de Buenos Aires el 29 de junio de 1895, data cinco años antes de la muerte del filósofo alemán (1900). En su cuento Por el Rhin (1897) leemos estas líneas: “Pasa, furioso, el pecho desnudo, los gestos violentos, la mirada fulminante, mascando una hostia, estrangulando un cordero, un hombre extraño, que grita: Yo soy el magnánimo Zarathustra: seguid mis pasos. Es la hora del imperio: ¡yo soy la luz! Alrededor del vociferador caen piedras. -¡Muerte a Nietzsche el loco!” En su crónica La “España negra” (1899)escribe Darío: “El Anticristo nació en este siglo en Alemania; conquistó muchas almas; se apasionó primero por el Graal santo y renegó luego de su mayor sacerdote; creó el tipo de soberbia humana, o superhumana, aplastando la caridad de Jesús; predicó el odio al doctor de la Dulzura; desató o quiso desatar los instintos, los sexos y las voluntades; consiguió un ejército de inteligencias, y se cumplió por él más de una profecía. Pero el Anticristo alemán está en el manicomio, y el Galileo ha vencido otra vez” (Rubén Darío, España Contemporánea. Edición, introducción y notas de Noel Rivas Bravo. Academia Nicaragüense de la Lengua Julio 1998 159). En su famosa Letanía de nuestro señor don Quijote (1905) exclamará Darío: …”de los superhombres de Nietzsche…líbranos, Señor”. Y en su poema de 1913 titulado Caminos, contrapone el filósofo alemán a Jesús, en cuanto representante de la vía del poder opuesta a la vía del amor: “¿Qué vereda se indica,/ cuál es la vía santa,/ cuando Jesús predica/ o cuando Nietzsche canta?… ¿La vía de poder, o la vía de amar?” (Rubén Darío, Poesía, Edición de Julio Valle Castillo, Editorial Nueva Nicaragua 1989565).Como vemos, el pensamiento anticristiano de Nietzsche inquietó profundamente a Darío a lo largo de su vida.

[6] Darío mismo subraya en su texto estas dos palabras poniéndolas en cursiva.

[7] Así lo confirma en el proemio a El canto errante cuando al reflexionar sobre su propia estética afirma: “El poeta tiene la visión directa e introspectiva de la vida y una supervisión que va más allá de lo que está sujeto a las leyes del general conocimiento. La religión y la filosofía se encuentran con el arte en tales fronteras” (El canto errante. Dilucidaciones V).  

[8] Ernesto Sábato, en su magnífico ensayo Significado de Pedro Henríquez Ureña, describe muy acertadamente esa mentalidad: “Más que una filosofía, el positivismo constituyó en nuestro continente una calamidad, pues ni siquiera alcanzó en general el nivel cotidiano: casi siempre fue mero cientifismo y materialismo primario. Hacia fines del siglo XIX la ciencia reinaba soberanamente sin siquiera las dudas epistemológicas que aparecerían algunas décadas más tarde. Se descubrían los Rayos X, la radiactividad, las ondas hertzianas. El misterio de esas radiaciones invisibles, ahora dominadas por el hombre, parecía mostrar que pronto todos los misterios serían revelados; poniéndose en el mismo plano de calidad el enigma del alma y el de la telegrafía sin hilos. Todo lo que estaba más allá de los hechos controlables y medibles era metafísica, y como lo incontrolable por la ciencia no existía, la metafísica era puro charlatanismo. El espíritu era una manifestación de la materia, del mismo modo que las ondas hertzianas. El alma, con otros entes semejantes, fue desterrada al Museo de las Supersticiones”.

[9] Idea en cambio avalada por Darío. En su cuento Cátedra y tribuna, en que entabla un coloquio simbólico entre la religión cristiana, simbolizada en la cátedra, y la política, simbolizada en la tribuna, pone en boca de la primera estas palabras: “Soy la lengua del Espíritu Santo, soy el fuego parlante, soy el verbo combustivo, soy el único intermedio entre la inmensidad divina y la espiritualidad humana”.

[10] En Cátedra y Tribuna, texto incluido en Cuentos completos, pone Darío en boca de la Iglesia una frase que avala nuestra interpretación: “Mi soberanía teológica empieza en el fuego blanco de la custodia invisible que jamás podrá contemplar ojo de hombre sin caer quien la mire como cae el cuerpo muerto”.

[11] El Mundial Magazine de Rubén Darío. Historia, estudio e índices. Madrid, Ediciones Beramar, 1989 181. Cf. Jorge Eduardo Arellano: El cuentista Rubén Darío: Actualización crítica 2020 239.

[12] Opiniones (1906), capítulo Las tinieblas enemigas 125-126.

[13] Cuentos completos, 336.

[14] Respecto a la influencia en su obra del espiritismo, la teosofía y el ocultismo, cuya influencia en Darío está en boga hoy subrayar, Ángel Rama, que dedicó mucha atención al sincretismo religioso de Darío, advierte del peligro de sobredimensionar su importancia: “Algunas referencias para componer sus poemas con un conjunto de ideas sobre la unidad de la materia, las transmutaciones, los misterios, algunas anécdotas con que salpicar sus artículos periodísticos; algunos temas seudomisteriosos –y en verdad más bien folklóricos- para sus cuentos; ¿qué temas obtuvo Darío del espiritismo,  de la teosofía, del ocultismo? No mucho más, porque en ninguna de esas vías, tímidamente recorridas, pudo saciar su insatisfacción ni encontrar claras respuestas a sus dudas y angustias” (Ángel Rama, Introducción a Rubén Darío, El mundo de los sueños. Universidad de Puerto Rico. Editorial universitaria 1973 30). 

[15] Mary Ávila, Ibid. 37-38.

[16] El canto errante. Dilucidaciones, VI y III.

[17] Publicado en Mensajes de la tarde de La Tribuna de Buenos Aires el 26 de diciembre de 1893.

[18] El filósofo y psicólogo norteamericano William James (1842-1910) dedica dos capítulos enteros de su famosa obra The varieties of religious experience a reflexionar sobre la santidad y sus valores. Allí leemos: “Los santos…con sus extravagancias de humana ternura, pueden ser proféticos. No solo: han demostrado ser proféticos en innumerables ocasiones. Tratando a quienes encuentran como personas dignas, no obstante su pasado, no obstante las apariencias, ellos les han estimulado a ser dignos, transformándolos milagrosamente con su radiante ejemplo y el desafío de su expectativa…Los santos son autores, auctores, incrementadores del bien. Las potencialidades de desarrollo del alma humana son inconmesurables”. (William James, The varieties of religious experience (Gifford Lectures on Natural Religion, 1901-1902), The Modern Library, New York, 1994 390. Traducción nuestra).

[19] Me refiero a los cuentos siguientes: 1. Voz de lejos, 2. Leyenda de San Martín, patrono de Buenos Aires, 3. Sor Filomena, 4. El sátiro y el centauro, 5. La fiesta de Roma, 6. Las tres Reinas Magas, 7. Carta del país azul, 8. La pesca, 9. El Salomón negro, 10. Hebraico, 11. El nacimiento de la col, 12. Las pérdidas de Juan Bueno, 13. El árbol del rey David, 14. La muerte de Salomé, 15. Historia prodigiosa de la princesa Psiquia, 16. La resurrección de la rosa, 17. El Dios bueno, 18. La extraña muerte de Fray Pedro, 19. Cuento de Noche Buena, 20. El perro del ciego, 22. La novela de uno de tantos, 23. Un sermón, 24. Febea, 25. ¡Miseria! 26. Morbo et umbra.

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Teólogo y escritor nicaragüense. Obtuvo una maestría en filosofía y un doctorado en teología en las Universidades de Heidelberg y Tubinga, en Alemania. Es autor de una biografía del poeta y sacerdote Azarías H. Pallais y de obras didácticas de amplia divulgación. Con el Equipo Teyocoyani ha promovido la formación de líderes laicos en la Iglesia de Nicaragua.