Escultura de Maruca Gómez
Escultura de Maruca Gómez

Darío y Rimbaud

1 junio, 2022

Los raros de Darío ha sido muchas cosas: una serie de artículos periodísticos, una defensa del decadentismo, el libro mellizo de Prosas profanas, un libro decadente, un libro simbolista, el canon personal de su autor, la proyección de una literatura futura, el vademécum modernista. Fue escrito desde las contingencias del periodismo y al fragor del debate trasnacional sobre el decadentismo en el arte. Fue concebido sobre la marcha, sin demasiadas fuentes textuales a mano, contrargumentando al Nordau de Entartung: de ahí sus disparidades, sus desmesuras y sus ausencias. 

Hay dos ausencias notables en ese libro: Baudelaire y Rimbaud. Como escribió Mejía Sánchez, a aquel Darío lo citó de memoria en crónicas y poemas (De Pascal miré el abismo / y vi lo que pudo ver / cuando sintió Baudelaire / el ala del idiotismo). Sin duda, hay más presencia de Baudelaire en la obra dariana que de Rachilde y Lautréamont, por ejemplo, quienes sí fueron incluidos en Los raros

El caso de Rimbaud es distinto. Darío es uno de los primeros comentaristas en castellano de la obra rimbaldiana, gracias a las dos referencias que se hallan, de pasada, en Los raros. Más allá de eso, sin embargo, hay poco. Sus críticos a menudo se lo han reprochado. Bowra, Cernuda y otros han aducido esta ausencia como prueba de la falta de capacidad lectora de Darío, que se fijó en escritores menores que hoy nadie recuerda. Pero en el siglo XIX casi nadie leía a Rimbaud. El poeta más influyente del mundo en ese tiempo quizá era Verlaine, cuyas rimas inigualables, en cambio, hoy casi nadie lee. 

Sin embargo, en marzo de 1913, casi tres años antes de que muriera, Darío escribió en París un artículo que lleva por título «Un nuevo libro sobre Arthur Rimbaud», publicado en La Nación ese mismo abril. El texto es una reseña de una biografía sobre Rimbaud escrita en italiano por un tal Ardengo Soffici. Esta instó a Darío a releer al poeta francés. 

El resultado es revelador. Entre elogios al biógrafo, que aportaría datos nuevos en ese momento sobre la obra rimbaldiana, y traducciones propias de los versos de Rimbaud, Darío nos narra la vida de este. Y pone su ojo sobre el encuentro con Verlaine, uno de sus héroes literarios: 

«Y, dígase la verdad, Verlaine, con toda su poesía ultrafina y deliciosa tenía el alma de un burgués, de un funcionario, y habría pasado su vida excelentemente entre su chata familia y su oficina municipal, si el dios de los poetas, que suele ser el mismo demonio, no dirige las cosas de otra manera, comenzando con ponerle en contacto con Arthur Rimbaud.»

Más allá de pasajes como este, que revelan una ironía poco apreciada por aquellos que solo conocen sus versos, es esclarecedor observar cómo Darío lee a Rimbaud. Por un lado, nos revela las coordenadas de su poética. Por otro, nos deja entrever la distancia estética entre la poesía modernista y aquella que sobrevendría después de la recepción de Rimbaud. 

Entre otras cosas, Darío describe «Le bateau ivre» como un poema «de una admirable belleza». Se refiere al soneto de las vocales como el texto que hizo famoso a Rimbaud en su época, antes de que este cayese en el olvido por unas décadas, y anota la influencia que el poema tendría en poetas posteriores. En cambio, describe su experiencia de lectura de Les Illuminations así: 

«Yo confieso que hay cosas que no comprendo en absoluto sino en su sentido de sugestión musical. En veces se cree vislumbrar el genio —y, cosa bien natural— no se asombra uno mucho, por lo tanto, en otras ocasiones, de pensar en la locura…»

No podía ser de otro modo: Darío es un poeta que pensaba en rima y que vivió en una época en la que, según la ciencia, el genio estaba íntimamente ligado con la locura. Era obvio que la forma de Les Illuminations —un texto tan adelantado a su época que influiría en un poeta tan reciente y singular como John Ashbery— daría pie a esas ideas. «Imposible analizar en estas harto limitadas líneas», continúa Darío, «la extraordinaria, desbocada, hermética, relampagueante, desconcertante creación rimbaudina». La incomprensión no lo lleva al rechazo. Es obvio que Darío está deslumbrado.

Como muchas de sus crónicas, el texto se extiende en glosas multilingües; cita versos en francés, pasajes en italiano; cuando puede, los traduce o parafrasea. Y termina con la narración de la muerte de Rimbaud. Pero acaso lo más revelador del texto sea este pasaje: 

«Ahora bien, lo prodigioso, lo portentoso de ese niño enfermo, es que en lo mejor de su juventud arrojó su talento, su genio, al olvido. Y se fue. Se fue de Francia para países extraños. Sin un céntimo. A ser comerciante, traficante, ¡qué sé yo! en pueblos africanos, a sufrir temperaturas imposibles y a realizar esta cosa que resiste a todas las fuerzas de la voluntad: olvidar a París.»

Darío, triste y dipsómano, ninguneado por sus colegas franceses, inseguro de su acento hispanoamericano al hablar el idioma, decepcionado de lo mal que se correspondía la realidad con sus ensoñaciones parisinas, nunca pudo conquistar París. Y a Rimbaud París le importaba un bledo. Que esto le cause un asombro semejante al que le inspiran los experimentos en prosa de Les Illuminations o Une saison en enfer nos dice algo sobre las circunstancias de los modernistas, sus contradicciones y sus ansiedades. Como Darío, muchos se habían lanzado al vacío al mudarse a París, donde, con poquísimas excepciones, nadie estuvo nunca interesado en leerlos.

Lo curioso es que no es el cariz de leyenda sobre el genio precoz y rebelde de la biografía de Rimbaud lo que la hace un enigma para Darío; es porque representa lo impensable. Hubo alguien que despreció hasta la banalidad lo que él más codiciaba. Renunciar a París era rechazar la literatura, la «gloria», la cultura, la civilización misma.

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Managua, Nicaragua, 1988
Es poeta, cuentista, traductor y ensayista. Ha ganado el Premio a la Creación Joven Fundación Loewe 2007 por Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender (publicado por Visor Libros en 2008) y el Premio de Poesía Ernesto Cardenal in Memoriam "Juventud Divino Tesoro" 2020 por la plaquette de poemas Rilke y los perros. Es doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad de Oxford.