de vos

De vos, Jorge Ariel Madrazo. Ediciones El mono armado, Buenos Aires, 2008

1 agosto, 2008

Autor de más de una docena de poemarios, entre ellos el recordado Cuerpo textual y el más reciente De mujer nacido, Jorge Ariel Madrazo nos entrega ahora De vos, obra en la que regresa omnipresente la mujer amada (y perdida). Desde la cita que abre el libro, su presencia es radical, perentoria (“toda la realidad me mira / como un girasol con la/ cara de ella en el medio…”; dice el autor a través de Alberto Caeiro)

Dividido en dos secciones, «De vos» y «La des-dicha», Madrazo sostiene su tono elegíaco de tal modo que la obra se percibe como un solo y duro poema de homenaje, pautado en intensas imágenes (“ese día cuando / dos dedos de tu mano / diestra se aniñaron al palpar / el hongo que corroía / tu pecho…”), aunque siempre contenidas, sin eclosiones sentimentales. Sobresale, en cambio, el manejo de un lenguaje riguroso y extremo, como destaca en la contratapa el poeta Leopoldo Teuco Castilla, quien señala: “la victoria de la poesía una vez más doblega con su intenso quebranto la victoria de la muerte”.

Autor de libros de cuentos y de traducciones del inglés y del portugués, así como conocedor de múltiples regiones de América latina (incluido su exilio de siete años en Venezuela), el poeta vio enriquecido su castellano con variados aportes y con su propia maleabilidad de dicción: “…hoy has dejado de morir / podrías recostarte un cuantimás en / tu dilecto diván tardecino…” O bien, en andas del recuerdo de los momentos felices: “Al doblar del encaje / puéblase de senos  cólmase en / lisuras su / jengibre. Ella / devuelta / al tris / del colibrí…”

Es que en su propio y personal estilo Madrazo acaso sea tributario (no obstante sus audacias vanguardistas) de una rica tradición en lengua española, que alcanzó su clímax en Góngora y Quevedo; sin desmedro, además, de su frecuentación de la poesía universal: Eugenio Montale y sus memorables Xenia I y II, César Vallejo, Paul Celan podrían ser antecedentes de una sintaxis que, para no desmerecer esta conmovedora endecha, debe recurrir a un decir diferente, a un decir capaz de llegar hasta el hueso. Hueso de ella, también, en la memoria (“Ella y su aire de estar a nuestra orilla/ Ella y su hueso de cegada luz”). Columna vertebral que permanece ausente, y que lo va despoblando en su aguacero: “…agua de la / declinación/ cuyo fluir/ me guía/ hacia un/ ceniciento// morir sin mí.”

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