Desde la letra de los primeros periódicos salvadoreños

1 octubre, 2011

En El Salvador de la primera mitad del siglo XIX, contar con periódicos era contar con elementos patentes de “civilización”,  “modernidad” y de “progreso”. En este texto, su autora, la Dra. Tenorio, revela que una publicación periódica era, más que un medio para expresarse o construirse discursivamente, un proyecto “civilizatorio” en realización, aunque sumamente endeble por las dificultades de su financiamiento, por sus vinculaciones político partidistas y, en términos generales, por el escaso peso de la cultura letrada en la sociedad salvadoreña y centroamericana posterior a la década de las independencias.


Hoy vivimos en un país donde 9 de cada 10 adultos urbanos pueden leer y escribir, donde no resulta extraño ver gente en las calles y otros sitios públicos leyendo periódicos. Hace doscientos años la realidad era muy diferente.

Situémonos en 1824, cuando se imprimió el primer periódico salvadoreño: el Semanario Político Mercantil de San Salvador. En esta ciudad de 25 mil habitantes (Barón Castro 522)  solo 6 de cada 10 hombres, y 4 de cada 10 mujeres podían leer y escribir (Molina Jiménez 63-64). La tecnología de la letra de imprenta estaba reservada a los pocos que tenían acceso a educación, y tenían patrimonio o trabajo.

En aquellos tiempos, cuando José Matías Delgado aspiraba a fundar y dirigir una diócesis en San Salvador, los impresos eran, en términos generales, artículos de lujo. Ya fueran hojas sueltas, folletos, libros o periódicos, el público que podía consumirlos era muy limitado, instruido, citadino. Así, por ejemplo, los periódicos no se usaban para envolver fruta o limpiar las defecaciones de las mascotas; al contrario, se coleccionaban y hasta se empastaban.

Para la mayoría de capitalinos, la publicación del sabatino Semanario Político Mercantil habrá pasado inadvertida. Los primeros consumidores del mismo deben haber sido los mismos ciudadanos –hombres, casi en su totalidad– que adquirían o leían periódicos extranjeros y que esperaban ansiosos las noticias desde Guatemala, donde los inicios de la prensa se fecharon en 1729 (Barrios y Barrios 14-15).

No está de más recordar que estamos hablando de tiempos de la federación centroamericana, espacio nacional de referencia para los periódicos salvadoreños de entonces: El Salvador era un estado que se concebía como parte de un todo mayor, la nación centroamericana, por oposición al estado más fuerte de la misma, Guatemala. El Semanario Político Mercantil buscaba expresar una voz distinta de la guatemalteca: “Ofrecemos publicar en éste periódico las noticias mas puntuales y exactas de nuestro estadoy situacion, para evitar en cuanto sea posible los errores y estrabagancias que sin juicio ni criterio alguno se han dibulgado en Guatemala y otras partes” (31 julio 1824) (*).

Así, se puede afirmar que la prensa salvadoreña nació en 1824 con el claro propósito de inscribir a San Salvador en el presente de la recién inaugurada federación centroamericana. A grandes rasgos, pretendía consolidar a sus hombres destacados como dirigentes con voz propia y lugar propio en las disputas de poder de la nación federal.

Más cercanos a los blogs

En el segundo cuarto del siglo XIX, entre 1824 y 1850, en el estado salvadoreño vieron la luz, al menos, cincuenta periódicos diferentes. Esto marca un fuerte contraste con el panorama actual de la prensa impresa, cuando los periódicos publicados en territorio nacional, en particular los diarios, se pueden contar con los dedos de las manos y son ya instituciones dentro de la vida del país.

Las condiciones de aquella temprana prensa serían comparables, con las distancias del caso, con el florecimiento actual de publicaciones seriadas de carácter electrónico, como los blogs o las revistas digitales. Aquellos periódicos fundacionales guardarían con este tipo cibernético, a mi juicio, algunas similitudes.

En primer lugar, ambos tipos de publicaciones se apropian de forma productiva de tecnologías importadas de reciente introducción a la ciudad: la imprenta y las tecnologías digitales, respectivamente. En segundo lugar, las dos obedecerían, en muchos casos, a iniciativas de personas particulares. Así, las labores de redacción y edición, tanto antes como ahora, dependerían en gran medida de la disponibilidad de tiempo libre –o tiempo no remunerado– de sus responsables y colaboradores.

En tercer lugar, ambas empresas (en el sentido de tareas, más que de negocios comerciales) carecerían de la seguridad, en el momento de su lanzamiento, de ser económicamente sostenibles, no se diga rentables. Y, por último, el parangón puede extenderse al consumo restringido, pero en expansión, de los productos escritos ayer y ahora: el objeto de papel periódico era, en aquel entonces, tal como la computadora conectada a internet es, en estos tiempos, de acceso limitado no sólo por precio sino por dominio de las tecnologías básicas para enfrentarse con el objeto y desencadenar un proceso significativo dentro de la red de la cultura escrita.

Salvando las enormes distancias entre unas y otras publicaciones, su vacilante financiamiento las volvería particularmente vulnerables de abandonar el espacio público de un momento a otro. De uno a cuatro títulos nuevos por año salieron de las imprentas salvadoreñas entre 1824 y 1850. De modo semejante a como nacían aquellos periódicos, por lo general en medio de luchas armadas y disputas políticas, así cambiaban de nombre o salían del mundo de los vivos al agotarse la agenda, la existencia política, los recursos de sus editores o patrocinadores, la posibilidad de haber ganado un público lector o todo lo anterior.

Hay que señalar, además, que aquel panorama cuajado de efímeras publicaciones periódicas no era exclusivo de la novísima prensa salvadoreña. La prensa latinoamericana de la época postindependiente, dicen Álvarez y Martínez Riaza, “se mostró contingente, falta de proyección a medio plazo, precaria en su financiación (…) periódicos y revistas aparecían y desaparecían sin haber llegado a consolidar una tendencia o un programa” (85).

Distantes y distintos

Usted debe ya sospecharlo: los periódicos publicados en el segundo cuarto del siglo XIX eran muy diferentes de los que se leen hoy en El Salvador, que alcanzan, a veces, hasta las 200 páginas y están cuajados de anuncios y fotografías a color. Aquellos, por el contrario, tenían escaso número de páginas, tamaños variados, y estaban impresos en distintos tipos de papel, en blanco y negro; además, carecían de fotografías; los grabados y los anuncios eran una anomalía. Se publicaban una vez a la semana o a la quincena y, con suerte, sobrevivían más de un año.

Los nombres de aquellos periódicos aparecidos entre 1824 y 1850 no nos resultan familiares hoy día. Los primeros periódicos publicados en San Salvador y otras ciudades del estado, como Cojutepeque y San Vicente, tomaban nombres usados por periódicos en otras ciudades de este y del otro lado del Atlántico, tales como “gaceta”, “correo”, “semanario”, “boletín”, “crónica”, “monitor”, “iris”, “amigo”, “patriota”. Algunos salvadoreñizaban esos nombres de moda: El Semanario Político Mercantil de San Salvador (1824), Gaceta del Gobierno del Estado del Salvador (1827), El Iris Salvadoreño (1836), Correo Semanario del Salvador (1840). A otros periódicos les bastaba con nombres genéricos como La Miscelánea (1827 y 1839), El Nacional (1838), El Amigo del Pueblo (1843), El Noticioso (1844), La Unión (1849), El Progreso (1850). Algunos de estos impresos seguían la tendencia del empleo del gentilicio, como es el caso de El Salvadoreño (1828 y 1844)..

Los primeros periódicos salvadoreños eran empresas difícilmente comparables con los grandes diarios contemporáneos. Ni soñar en aquel entonces con los enormes edificios que, en el caso de los dos matutinos comerciales con mayor tiraje en El Salvador, albergan a cientos de trabajadores dedicados a múltiples labores, sofisticada maquinaria importada, enormes reservas de papel, y una flota de vehículos propios.

Las publicaciones de aquellos tiempos habrán sido armadas en el escritorio del abogado, el médico o el funcionario que, robándole tiempo a otras labores, habrá dispuesto textos y papeles, habrá tomado la pluma, habrá escrito unas líneas. Este hombre no era periodista de profesión y eso significa llanamente, primero, que no habrá recibido pago por escribir periódicos; segundo, que esta actividad no era su principal tarea, ya que sus ingresos provenían de alguna otra fuente.

Aquellos periódicos eran empresas que podían llegar a vivir cada edición con el riesgo de ser la última. No únicamente por razones financieras, sino también por ser parte del mismo juego político del estado y de la región, en el cual la inestabilidad, las confrontaciones ideológicas, las guerras y las invasiones atacaban con frecuencia.

El periódico liberal El Amigo del Pueblo (1843), cuyo enemigo declarado e interlocutor favorito era la Gaceta Oficial (1841) de Guatemala, deja testimonio de su lucha por acceder a la imprenta: “Se han publicado de este periódico, siete números con el presente y queda preparado el 8° para la próxima semana; no obstante los fervorosos deseos, o sea el funesto presajio de UU [editores de la Gaceta oficial], sobre que no serian muchos números del Amigo del Pueblo los que se darian a luz” ( 8 junio 1843, p. 50). Al amparo del gobierno de Juan José Guzmán, El Amigo del Pueblo (1843) atacó los regímenes de Guatemala y Honduras, así como al cónsul británico, Federico Chatfield. El gobierno guatemalteco solicitó infructuosamente al presidente Guzmán suprimiese esta publicación, pero el mandatario, a quien el periódico apoyaba, negó la petición enarbolando la bandera de la libertad de imprenta (Lardé y Larín 122-23). La defunción del impreso sobrevino en noviembre, unas semanas antes de la del régimen de Guzmán el 20 de diciembre de 1843 (López Vallecillos 90).

Signo de civilización

Por más precaria que haya sido en sus inicios, la prensa era un elemento patente de ‘civilización’. Contar con periódicos de factura local era llenarse las manos y los ojos con objetos similares a los periódicos extranjeros, que arribaban a los puertos en barco y llegaban a la ciudad en lomo de mula despidiendo aromas de ‘progreso’. El cojutepecano La Miscelánea (1839) lo dice en palabras de aquella época: “Tener un diario ó publicacion periódica en donde leer lo que pasa en el mundo, ya sea relativo a la política, ya á las artes y ciencias, ó ya al comercio, es una necesidad urgente de los pueblos modernos y civilizados. Añadamos que ha dicho con razon cierto sabio ilustre: la lectura de las gazetas y papeles públicos puede considerarse como un placer de nueva invencion” (28 diciembre 1839).

Una publicación periódica era, en este sentido, más que un medio para expresarse o construirse discursivamente. Ver el nombre de “San Salvador” impreso en la página frontal de un periódico de la época que, por su apariencia, era casi idéntico a un periódico de cualquier otra ciudad, debía haberse traducido en inmensa emoción: habrá sido ese “placer de nueva invencion” que se traducía en emoción de ser, de existir.

Un semanario o quincenario de aquellos tiempos era en sí mismo un proyecto ‘civilizatorio’ en realización, aunque sumamente endeble por las dificultades de su financiamiento, por sus vinculaciones político partidistas y, en términos generales, por el escaso peso de la cultura letrada en la sociedad postindependentista.

Nota
(*) En las citas de periódicos del siglo XIX se ha conservado la grafía de los originales.



Referencias bibliográficas

Álvarez, Jesús Timoteo y Ascensión Martínez Riaza. Historia de la prensa hispanoamericana. Madrid: MAPFRE, 1992.

Barón Castro, Rodolfo. La población de El Salvador. 2ª ed. San Salvador: UCA Editores, 1978.

Barrios y Barrios, Catalina. Estudio histórico del periodismo guatemalteco: Período colonial y siglo XIX. Guatemala: Don Quijote, 1997.

El Amigo del Pueblo. San Salvador, 1843. Bib. Florentino Idoate, U. Centroamericana, San Salvador.

El Semanario Político Mercantil de San Salvador. Newspapers of Central America. MIC 993, 6A. Tulane U Howard-Tilton Memorial Library, New Orleans.

La Miscelánea. Cojutepeque, 1839. El Salvador: Periódicos del Siglo XIX. 2ª ed. CD-ROM. Managua: Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, Universidad Centroamericana, 2002.

Lardé y Larín, Jorge. Orígenes del periodismo en El Salvador. San Salvador: Ed. del Ministerio de Cultura, 1950.

López Vallecillos, Ítalo. El periodismo en El Salvador: Bosquejo histórico-documental, precedido de apuntes sobre la prensa colonial hispanoamericana. San Salvador: Universitaria, 1964.

Molina Jiménez, Iván. La estela de la pluma: Cultura impresa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX. Heredia, Costa Rica: EUNA, 2004.

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San Salvador, El Salvador, 1968.
Es doctora en literaturas y culturas latinoamericanas por la Universidad Estatal de Ohio, Estados Unidos. Ha publicado artículos en las revistas ECA Estudios Centroamericanos y Realidad, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas; Temas de Comunicación (Venezuela) e Istmo (EE. UU.).

En su tesis doctoral, titulada Periódicos y cultura impresa en El Salvador: “Cuan rapidos pasos da este pueblo hacia la civilizacion europea”, estudió las condiciones de producción de la temprana prensa decimonónica salvadoreña.

Mantiene una columna en la revista digital ContraCultura, así como el blog Talpajocote con su pareja, el escritor Miguel Huezo Mixco.

Actualmente es profesora de redacción en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN) de El Salvador.