Dientes tercos

1 agosto, 2023

Días antes de mi cita dental casi muero ahorcada. Mi madre, quien es la única con aire acondicionado en su recámara, había salido de viaje y mi hermana del medio estaba en un velorio así que, aunque soy la hija menor, quedé a cargo de la casa pero sobre todo de mi hermana mayor. Esa acalorada noche decidí dormir en la pieza de mi madre. Las reglas de convivencia son el legado que mi padre nunca pudo establecer, siempre fuimos demasiado pequeñas para cuidar de nosotras mismas, para limpiar nuestro desorden o aprender a arreglar lo que rompimos. En mi casa la única ley que hubo fue la del monte, al menos hasta que me hice adulta chiquita y comencé a empujar para que las cosas cambien. Cuando estaba en la primaria mi mamá nos tenía prohibido invitar amigos a la casa si esta estaba sucia, la mayoría de las veces no podían venir y las otras venían aunque la casa estuviera patas para arriba. Hasta la fecha esa manía la conservo, casi nunca logro invitar a nadie a mi casa. 

La mayoría de la gente tiene 28 dientes o menos, cuando tienen poco espacio los dientes se desordenan y es necesario extirpar algunas muelas y dientes podridos. Arreglar una casa habitada por ocho es casi imposible, la entropía se adueña de las cosas que aparecen y desaparecen caóticamente, hay que administrar los recursos y ahorrar energía, por lo que mi madre y yo implementamos un plan de acción. Regla número uno: el aire se prende un rato y se apaga antes de dormir una vez que se ha refrescado el cuarto. Así lo hice aquella noche calurosa en que no había nadie, sin embargo el frío me despertó en la madrugada debido a que llegó mi hermana mayor y se acostó junto a mí dejando el aire acondicionado encendido. El frío, la desobediencia, la furia, el deber ser, mi pobre madre, el dinero, el cambio climático, la hipocresía de ser licenciada en administración de recursos naturales y tener la indecencia de dormirse con el aire prendido, mi interrumpido sueño: me estaba llevando la chingada. 

En algún momento tomé el control y apagué el aire. Cuando subió la temperatura mi hermana mayor se despertó buscando el control remoto, que no encontraba ya que inconscientemente me había dormido abrazándolo. Rendirse es algo a lo que no están acostumbrados mis dientes. Mastico 30 veces mi comida, trago aire cuando estoy upset como los caballos y mis hábitos bruxistas no dan tregua durante la noche. A la gente de dientes tercos como los míos nos da torus, una deformación en el maxilar por crujir los dientes de noche. Los dientes se estresan, a la mandíbula le salen callos y a veces se nos descuelga la quijada. Las personas obsesivas tenemos cambio de turno en la conciencia. No es la misma administración de mi cuerpo la que escribe este ensayo que la que atiende de noche. Quiero pensar que yo soy el policía bueno, la nocturna es mucho menos piadosa. A mi hermana le tocó negociar con la nocturna, le pidió el control y ella se negó a entregarlo hasta que me despertó en la madrugada a golpes con sus ideas autocráticas, estrellándose contra mi obstinación de seguir y hacer cumplir la ley. Al principio fueron jalones y sin darle mucha importancia al asunto la mande a dormir pero en algún momento La Nocturna se había ido y regresé yo, sin saber qué estaba pasando, rodando por el suelo resistiendo y propiciando golpes. Nosotras aprendimos a pelear en silencio para no recibir castigo. Esa noche se escucharon los golpes secos y las caídas pero ningún quejido hasta que atrapó mi cuello en una llave diciendo ¿te rindes? Apretando cada vez más fuerte. No me rindo. Que lleguen los forenses y me encuentren morada y tiesa. Que cincuenta años en prisión le hagan introyectar la ley y que no pueda poner la cara en las comidas familiares porque cada mirada le recuerde que fue ella quien mató a su hermanita. Durante la asfixia, me di cuenta de que si seguía resistiendo iba a morir por obstinada y en un momento estoico acepté ese final con orgullo. Pero me reventó el juicio en la encía y me rendí.

Pocos días después agendé una cita con la dentista. Sucedió rápido, fui caminando y el mismo día de la revisión me sacaron las muelas. Ahí confirmé que la situación que más me enfurece es perder.  Esa mañana desperté teniendo 32 dientes y la boca entumecida de dolor. Desperté con el recuerdo cercano de triturar cacahuates y caramelos indiscriminadamente, con la sensación de que jamás nunca podría volver a morder nada. En mi boca tan hinchada, con trabajo entraba un popote y yo no podía sino preguntar ¿en qué momento cambié tanto? Hace meses que comenzaron las molestias, sin embargo no fue sino hasta este verano que por fin mis molares florecieron. Antes de hoy nunca me había lamentado por la tierra que desgarrada abre paso a las legumbres. La peor parte es no poder permitir que tu cuerpo conserve el fruto de su esfuerzo. Todos estos meses se me estuvo cayendo el cabello (de acuerdo al médico por falta de nutrientes, mis brotes molares afirman lo contrario). Lo que estuvo sucediendo fue la mala administración de los recursos públicos, a mi conciencia le interesa tener cabello sano mientras que a mi cuerpo creativo se le ocurrió ponerse a jugar con los nutrientes para producir dientes chuecos porque en el fondo ambos sabemos que soy una república autodestructiva pero cultural y artística. Qué importa si los terceros molares son disruptivos e inútiles mientras sean hermosos y nunca se vieron muelas tan bonitas como las mías. Meses de desgaste, de quedar calva y de soportar dolores terminaron en una extracción violenta. A los 22 años gesté y parí un par de dientes blancos y nada me ha dolido tanto como la sensación de que nunca volverán a estar unidos a mi cuerpo. 

Mi padre y yo somos patológicamente coleccionistas, si decidimos tener algo no podemos tener menos de tres. Él ha tenido tres esposas, tres hijas, tuvimos más de trescientas tortugas y claro, a ambos nos salieron los terceros molares. Un tanatólogo me enseñó a aceptar que a veces duele hasta perder el tiempo. El problema es de percepción, solo se pierde a lo que uno se aferra. En cambio, dejar ir es soltar, entendiendo la palabra desde la naturaleza de dos vectores que se oponen: el que se dirige a quien retiene y el que apunta a la libertad. Perder es muy distinto a dejar ir. De mi padre aprendí a ser buena en lo segundo, no solo por sus múltiples divorcios sino por la sobreexposición que tuvimos a la muerte. Perdí la cuenta de a cuántos animales dejamos ir sin lo que se podría considerar un verdadero cierre. Cuando he sugerido hacerle algún tipo de funeral a las mascotas él invariablemente dijo: polvo eres y en polvo te convertirás. Como polvo barrimos y embolsamos mamíferos, reptiles y pájaros  que fueron a dar al basurero o a la composta. También me enseñó a ser como el polvo, ligera. A ir por la vida en silencio de cuerpo y mente para no despertar su furia, a deshacer mis manos como azúcar en el agua de limón que por muchos años fue el analgésico de nuestra familia y a resolver los problemas tomando distancia. Por lo anterior, mi hermana mediana tiene problemas de caries y yo de apego evitativo. Tiendo a confundir la tristeza con la furia, cuando alguien da señales de querer alejarse me enojo y cuando estoy en una calurosa discusión me parto en llanto como los limones, amargada.

Si no pueden emerger con normalidad, las muelas del juicio quedan atrapadas en la mandíbula. A veces, esto puede dar lugar a una infección o provocar un quiste que daña las raíces de los otros dientes o el hueso de apoyo. Los dientes, como las ideas, necesitan espacio para salir. Naces siendo terreno arado y poco a poco tu cuerpo germina lo que se le sembró, yo por ejemplo fui genéticamente predestinada a tener dientes grandes como las mazorcas. La infancia es el mejor momento para enderezar ideas torcidas; luego todo lo que tú y tus padres labraron se cae. Contra la desesperanza aprendida los adultos contratan al Ratón Perez para entregar a los niños dinero a cambio de su pérdida; lo cual tiene mucho más sentido que el mito del hada de los dientes porque el fruto de mi dentadura es mazorca, que es de mucho interés para los ratones, a un hada en cambio no tengo nada que ofrecerle.

El consultorio de mi dentista es pequeño, está a una esquina de mi casa, a diario paso enfrente y sin embargo nunca lo había visto. Mi papá cree que la gripe se cura sudando. Si de niña tuve problemas dentales nunca me enteré. Fue hasta ahora que me reventaron de dolor las muelas que junté dinero y por primera vez vine. La dra Nelly estudió en la militar pero está especializada en niños, cuando me vio llegar dudó por un segundo el atenderme sin embargo accedió a llevar mi caso. En las paredes tiene colgadas pinturas de conejos y hay peluches en las repisas. Por amabilidad preguntó si necesitaba abrazar uno. Quise decir sí pero respondí no. Atravesé todo el proceso en soledad. 

A las muelas del juicio se les llama así porque salen a los 17 años o después, cuando uno es lo suficientemente grande como para ser imputado por su mal juicio. La dentista diagnosticó a mi pena como «molares floreados», un verdadero eufemismo, a quienes crecimos reprimidos las ideas nos explotan en las encías como erupción volcánica, nos mueven los viejos dientes,  las placas tectónicas y cambian nuestra estructura ósea. Lo que fue planicie viene a ser cordillera. «Florear», florecen los capullos en primavera, en marzo, cuando las yuyas aún planean a que altura de la rama colgar sus nidos. Los terceros molares se parecen más a junio con sus tormentas y la revelación de las malas decisiones que toman algunos pájaros.  

Que te saquen las muelas del juicio duele en todo el sentido de la palabra. Durante meses aguanté las punzadas. Qué es peor ¿El dolor agudo o el crónico? ¿Prefieres soportar un dolor pequeño eternamente o lidiar con lo traumático y tener la valentía de vivir el proceso de recuperación sabiendo que de lograrlo no volverás a sufrir? Todo cambio empieza creyendo en la posibilidad de un futuro mejor. Al llegar al médico averiguan tu motivo de consulta, preguntan ¿Es dolor de huesos o muscular? Las muelas duelen todo, son dolor de hueso y de músculo. Hiere cuando las tienes, cuando te las arrancan y cuando las has perdido. Cuando están, son dolor crónico, molestan un poco cada día, conforme pasan los días uno se acostumbra a vivir con ese dolor y olvida la vida en paz, si casualmente un dia apacigua, la lengua se encarga de hurgar hasta encontrar dónde se estaba escondiendo el dolor dormido. El cuerpo es anfitrión de calamidades, si esperas demasiado se acostumbra y sindicaliza a los visitantes. Cuando te das cuenta las caries, virus y molares tienen green card en tu humanidad y es tu serenidad la que toma vacaciones. Después de mi intervención,  quijada y encías hicieron huelga de silencio por el secuestro de los molares. No pude abrir la boca durante una semana.

Me doy cuenta de que soy así en la vida: Tengo creencias arraigadas a mis huesos, difíciles de sacar y de mover. Creencias que sacuden a quien se atraviesa. Que gritan, corren y empujan. Soy demasiado intransigente para lo que a la gente le conviene y me resisto a olvidar tan pronto como debería. Mis sentimientos no se borran por muchos esfuerzos que se hagan para cambiarlos. Cuando pierdo la buena opinión que tengo sobre alguien, es para siempre. Pero ese defecto también me da estructura, son los huesos que me sostienen. Gracias a ellos hablo sin miedo, confío a ojos cerrados, pongo el cuerpo en lo que creo. Aun así, algunas veces pido ayuda a las personas en las que confío para cambiar de rumbo y aun entonces sé que no será sencillo, la dentista casi se sube a la mesa para lograr su trabajo. Logró sacar las muelas de raíz con dificultad por la naturaleza del asunto pero no a causa de que yo pusiera resistencia. Mi boca estaba tan abierta que pensé que en cualquier momento la dentista pararía sus pies en mi quijada para abrirla usando la fuerza de todo su cuerpo. La explosión llegó a sus lentes manchandolos de sangre. Ahora sé que las ideas y los dientes sólo me salen arrancados. Odio esa sensación. Sentir que me arrebatan algo que es tan mío y me deja como silla con tres patas, inestable.  Después de la extracción vibraba en alta frecuencia, la Dra. me preguntó si ser tranquila era mi deporsí, mencionó que otros hacen un gran alboroto. Yo estaba ahí porque quise y pude. Las dejé ir sin caravanas ni despedidas y acabé con el problema de raíz. Gritar o llorar no me serviría de nada así que no lo hice. Estaba asumiendo el precio de cambiar. Al llegar a casa le enseñé las piezas a mi madre. Sorprendida me abrazó y dijo —que valiente—.

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Mérida, Yucatán, 1997.
Licenciada en psicología, escritora de cuento corto galardonada por SEDECULTA (2020) y artista visual de la primera exposición de .gif pictórico en el MACH. Fue coordinadora del 1er Círculo Internacional Mujeres Puños Violeta “Mi Mundo Surrealista” y del programa de radio Letrinando 102.3. Actualmente estudia la tecnicatura en creación literaria en el Centro Estatal de Bellas Artes, colabora como escritora con el colectivo Letrantes y publica en su blog https://nosoybruja.wordpress.com/