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Dos hombres y una pierna

1 abril, 2014

A propósito de una nueva edición nicaragüense de la novela Dos hombres y una pierna del escritor nicaragüense Arquímedes González, compartimos un fragmento de la novela, que en 2012 mereciera el Premio Centroamericano de Literatura «Rogelio Sinán», rama novela, según el jurado por “su narración ágil y sencilla, que presenta el tema del hombre enfrentado a la vejez, la invalidez y la muerte… a través del narrador testigo que, dirigiéndose al padre, va logrando su redención.”


1 – Picotea la comida como si fuera águila herida.
Torpes, los dedos de su mano derecha, llevan el alimento a su boca.
Mastica tres, cuatro veces y traga con tal dificultad, que parece comer piedras.
Trata de no verme y con desagrado observa a los demás pacientes.
No se ha bañado en dos días. Se lo he pedido, pero se niega a hacerlo.
Su cuerpo despide un olor rancio, ése de los ancianos, que lo siento tan presente estos días, como si de pronto se le hubiera desprendido.
Su cabello revuelto es negro por orgullo.
Odia las canas y desde hace años se lo pinta a escondidas, creyendo que nadie se da cuenta, pero es evidente. Sé que sufre al ponerse cada tres meses esas plastas en el cabello para devolver el color y la apariencia que desea mantener.
Es mi padre.

2 – Desde la primera noche he pasado en vela. En las madrugadas te despertás y querés levantarte o, ansioso, te da sed, bebés con desesperación y preguntás al vacío cuándo es que te van a atender.
Te he dicho que tengás calma, pero entiendo tu apuro.
Tu pie izquierdo está muy inflamado.
También el tobillo.
Puede ser que toda la pierna.
A estas alturas es difícil saber.
Hace una semana descubriste en la planta de tu pie, una herida del tamaño de una moneda de cinco centavos.
Te asustaste, pero no hablaste por temor a que fuera peor de lo que se veía. Te lavaste varios días con agua y jabón, sin embargo la hinchazón no desapareció. Me avisaste hace tres días y fui a verte a tu nueva dirección.
Te encontré solo, asustado y te aconsejé ir a un médico estatal.
No quisiste, pues te dan horror los hospitales públicos, pero qué se puede hacer.
Dos días después, contra tu voluntad te saqué de la casa, te internaron y aquí estamos esperando a que venga el doctor

3 – En la cama de al lado está Don Baldino.
Tiene cincuenta y seis años.
Hoy por la tarde vino a cuidarlo su hija, una muchacha joven. Es morena, tiene el cabello largo, es bajita, pero robusta. Sus cejas son tupidas y sus ojos muy negros. Viste pantalón y una blusa con escote en la espalda y cordones entrelazados a manera de agujetas, que dejan ver al final de su columna, sus vellos cafés.
No sé cuánto me detuve observándola.
Abriga a su papá y yo quisiera que se quedara de espalda un rato más.

4 – El médico se presentó hoy por la mañana.
Anduvo por las otras cuatro salas cercanas y te atendió. Te palpó la pierna, observó el desproporcionado crecimiento del pie, vio la pequeña abertura supurando y de inmediato convocó a una junta de médicos.
Vos, recostado, cruzaste los brazos doblados tras tu cabeza, atento al resultado de las evaluaciones.
El grupo te rodeó y uno por uno se acercó a tu pie.
Asentían, evitaban los gestos, al volver intercambiaban miradas y se iban. El que estaba a cargo te pidió esperar y ordenó a la enfermera asistente hacerte unos exámenes.
No quería adelantarse.
Consideró que la herida se miraba mal, pero había ocasiones en que no era motivo de alarma y con regulares medidas de higiene y curación diaria, se sanaba.
Te extrajeron sangre para medir tu nivel de azúcar, te hicieron un electrocardiograma y te metieron al cuarto de radiografía para unas placas de la pierna y los pulmones.
Por último, de la zona afectada hicieron un cultivo para identificar la bacteria causante de la infección que padecés.
Anduvimos de un lado a otro completando los chequeos y por la tarde, al finalizar el ajetreo, te dormiste.
Yo cubrí tu pie.
Aun con la sábana, se veía preocupante. No imaginaba qué harían quienes te atendían, pero confiaba en que te aliviarían.
El especialista se apareció a las siete de la noche y te explicó que la inflamación era debida a una avanzada gangrena gaseosa que comenzaba a despedir mal olor por el rápido avance de la pudrición de la planta baja del pie y una osteomielitis, una infección extendida al hueso, por lo que en resumen, era urgente amputar, te avisó, como si se tratara de cortar la rama de un árbol atacada por termitas.
—No tiene opción. Lo operamos o se muere en cualquier momento —te manifestó sin más rodeos y sin la menor alteración de sus gestos, con esa pose de ser ahora el amo de tu vida y de tu muerte.
Te enfureciste. Lo mandaste al quinto infierno y me pediste que te levantara para irnos.
El galeno aconsejó calmarte.
Dijo comprender tu enfado y el significado de perder un miembro, pero por tu salud, por tu salud, —te repitió—, debía hacerse cuanto antes.
La complicación evolucionaba de prisa y había que actuar, o sería fatal porque afectaría otros órganos, insistió.
Creí que me veías, que dirigías tu mirada angustiada hacia mí, sin embargo era a la pared, y yo me alivié porque no sabía qué decirte.
No esperaba que estuvieras así de enfermo.
Y menos, que el doctor se viera imposibilitado de darte una esperanza, por muy pequeña que fuera para conservar tu miembro.
—¿No hay alternativa? —preguntaste por si acaso existía alguna remota posibilidad.
El doctor negó con la cabeza.
—¿Y cuánto tendrían que cortar?
—Puede ser que hasta el tobillo, aunque no quiero darte esperanzas.
—¿Y en el peor caso?
—No lo sé, pero entre más rápido actuemos, tendremos más oportunidad de dejarte una parte de la pierna.
Lo quedaste viendo sin creer en sus palabras, como si acabara de aparecerse, y otra vez te dijera lo que no esperabas escuchar así de golpe.
El jefe de la sala dijo que debías decidirlo cuanto antes.
Era prioritario ingresarte al quirófano.
Te prometió que en cuanto dieras la autorización, cancelarían las intervenciones programadas y te operarían.
Te dejó y volviste a ver la pared.
—Tenía que ser la izquierda —te quejaste golpeando el muro con tu puño.

5 – No es fácil que te amputen una pierna.
Yo no me veo una mañana despertarme sin una parte que me ha pertenecido. Si las materiales uno las siente, qué de algo propio por muy pequeño, como una uña partida o un dedo cercenado.
Cuando estudiaba en la secundaria, una vez corriendo me tropecé y me lastimé bastante la uña del dedo gordo del pie izquierdo. Se puso mal y la uña se desprendió.
Pasé una semana con dolores intensos y con miedo de ir al hospital, cuando ésa hubiera sido la primera decisión.
Por fortuna me curé, por lo que no estimo lo que sería estar en tu lugar y no tener opción.
Yo conocí a una muchacha que tras un accidente de tránsito se quedó sin un brazo. Ella salió una noche con su novio a una fiesta. El muchacho bebió en exceso e, imprudente, tomó el volante de su automóvil y se estrellaron en el camino. A los cinco minutos de haber dejado el lugar, estaban empotrados en una pared.
En los periódicos la policía reveló que, según las estimaciones, el conductor chocó a ciento veinte kilómetros por hora.
Y en la ciudad.
Ella sobrevivió, pero su prometido murió instantáneamente como dicen. ¿Será cierto eso de morir en el acto? ¿No es que a uno, tras el impacto, le quedan unos segundos en los que el cerebro aún procesa el suceso, lo analiza, hace un informe de daños y resume a la velocidad del rayo lo que ha pasado, concluye que no hay salvación, hace un repaso de su vida y se apaga?
¿Qué tanto dolor habrá sentido esa joven con su miembro prensado? ¿Estaba despierta cuando los paramédicos, bomberos y policías luchaban por sacarla de los hierros retorcidos? ¿Habrá sabido qué tan dañada estaba esa parte de su cuerpo? ¿Autorizó a los cirujanos que le quitaran su brazo o estaba inconsciente? ¿Tuvo oportunidad de despedirse de su extremidad?
No sé, hay cosas que no me explico.
Por ejemplo, uno va por la calle, de pronto lo atropellan y muere camino al hospital. En ese traslado tuvo oportunidad de advertir que algo ha pasado, que su cuerpo ha sido golpeado por un objeto desconocido y que debido a eso lo transportan al centro médico, pero no podrá salvarse.
¿Tendrá esa persona el instante para pensar en lo que deja pendiente, autoevaluarse o dirán que murió al instante y sin dolor?
Yo fui testigo del radical cambio de vida que tuvo esa estudiante que se quedó sin brazo. A diario la miraba salir de su casa a la Universidad, alegre, con un grupito de amigas.
Tras el accidente se transformó en una persona seria, un poco temerosa o culpable digo yo, por no haber sido más fuerte con su novio para que dejaran el vehículo.
Pasó meses metida en su casa.
La rehabilitación fue lenta, dolorosa y muy traumática para una joven a la que jamás se le pasó por la cabeza que alguna vez se vería en ese drama.
Claro que recobró el resto de sus facultades, los dolores cesaron, recuperó sus movimientos, desaparecieron los hematomas, la herida cerró, pudo ingerir comida sólida e ir al inodoro con normalidad, pero le costaba asimilar haber quedado truncada, y mirarse al espejo era una tortura al observar esa parte faltante en su restante bonito cuerpo.
Antes, cuando desplegaba ambos brazos delgaduchos, tenía una romería de muchachos tocando su puerta para invitarla a salir. La miraba ir en uno y otro automóvil o rechazar en sus narices a quienes le caían mal, pero desde que sucedió el choque pasaba en casa y sólo los cobradores de las facturas y los carteros se aparecían.
Pasó de tener una infinita lista de jóvenes que se querían acostar con ella, a uno que otro interesado en saber cómo era esa experiencia de meterse a la cama con una ‘manca’, o bromeaban con ir a ‘echarle una manita’.
Y con sus amigas ocurrió algo similar.
Al principio acudieron pero con el pasar de los meses se distanciaron como si hubiese quedado excluida del grupo de bellas jóvenes; como si hubiese sido lanzada al mar debido a su llamativa imperfección, que no se borraba ni con maquillaje, asustando a la mayoría de pretendientes que se acercaban a cortejarla, pero se iban al ver ese muñón colgando desnudo.
Y me di cuenta de lo peor.
La extremidad perdida era la que había desarrollado para la escritura. Tuvo que aprender de cero con la mano del otro inculto brazo. Cepillarse los dientes con ese miembro inútil, ponerse la camisa con esa torpe ayuda, su ropa interior, su pantalón o falda, a coger la comida con la cuchara y abrazar con la mitad de intensidad.

6 – ¿Cuándo se puede considerar que algo es una tragedia?
Para aquella joven quedarse sin brazo a esa edad, debió ser un reto porque apenas gozaba la vida y, de pronto, era una lisiada llamando la atención de los niños que la seguían y se burlaban, aunque esto ¿significaba una tragedia para su vida?
Yo creo que sí porque en esa etapa las mujeres exploran y explotan los encantos de ser hermosas, destacar y atraer.
Tras eso, no le quedaría más que ver cómo sus amigas se embolsaban al más guapo y ella se quedaba con quien le tuvo lástima o de nuevo, quería probar qué era salir con una mujer sin un brazo para más tarde ir a platicar la experiencia a sus conocidos.
¡Hey, te cuento que ayer tuve una cita con una ‘cota’! ¡Vieras cómo se movía la ‘cotita’!
Recuerdo que hace unos días esperaba a que el semáforo cambiara al verde cuando a mi lado se acercó un joven ciego, menor de treinta años, guiándose con su bastón. Vi cómo despacio y con cuidado, se abría paso en el camino y me quedé pensando si para ese hombre fue una tragedia el quedarse sin visión.
Si fue desde pequeño pudo adaptarse más a la idea de jamás haber visto, pero si le ocurrió hace unos años, habrá sido más que triste por lo lento o fulminante que fue y el permanente eclipse en que quedó su vida.
Nosotros no pensamos en mañana quedarnos sin ver el cielo, el mar, las estrellas, la luna, un rostro o una sonrisa, y diario pasamos por alto alguna mirada, un cuerpo tendido en una cama, un árbol mecido por el viento o la lluvia caer. Por eso, al presentarse algo súbito como esto, es muy doloroso y nunca se sabe qué hacer.

7 – En todo caso, la tragedia depende de lo cerca que está uno de la persona.
Para un desconocido, que vos te quedés sin una pierna, no le debe causar nada aparte de echarte una mirada curiosa cuando pasés a su lado.
Para un amigo podría ser algo triste y frente a vos se mortificaría por tu mala suerte, mientras que para un familiar puede ser triste o muy triste si está ligado, como un hijo o una esposa, aunque es realmente trágico, digo yo, para la persona misma que deberá aprender a arreglárselas de una forma nueva, pero no mejor, sino con mayor grado de dificultad.
Nosotros cuando decimos ‘nuevo’ ocasionalmente pensamos en algo para bien, sin embargo en estos casos ‘nuevo’ no es algo positivo, sino para ocultar lo complicado en que se convertirá la vida sin alguna parte nuestra.

8 – He concluido que para esa muchacha fue muy desafortunado perder su brazo en el choque, pero será sumamente trágico para vos quedarte sin una pierna.
Lo que le ocurrió a ella fue algo imprevisto e impredecible, sucediéndole lo que en estadísticas, era imposible de calcular, pero esta joven a pesar de haber muerto su novio y haberse quedado sin esa parte de su cuerpo, podrá perdonarse, olvidar, recuperarse, superar esa barrera y vivir con ella.
Vos, al contrario, estarás incompleto en una etapa en la que tu vida va en declive, y a pesar de la fuerza que deseo darte sabés, más que yo, que nada mejorarás.
Intento dormir con la cabeza acurrucada sobre mis brazos en el borde de la cama, tu nuevo nicho, tu cárcel, la nave que te manda fuera del mundo de los vivos que esperamos morir.
Estás con los ojos cerrados, asándote por el calor, en un sopor que te inmoviliza.

9 – Operación transfemoral.
Éstas son las dos palabras que usan los especialistas consultados para definir la intervención que te harán.
Ayer anduve por varios pasillos preguntando a diferentes cirujanos cuál era el procedimiento a seguir y me dijeron, como dándome una charla en la Universidad que, como primer paso, te anestesiarán, seguido harán una exploración para determinar el daño del nervio y, en un acuerdo rápido consintiendo con los ojos, decidirán un poquito más arriba.
Dicen que harán una incisión transversal por encima de la rodilla para ligar la arteria principal de la pierna, evitando así una hemorragia.
Uno comparó que es como cerrar la llave del agua para hacer reparaciones en las tuberías. Al tener controlado esto, procederán al corte y separación con una sierra oscilante que no acabo de imaginarme su forma.
Al decirme oscilante, se me vinieron a la mente las escenas de esas películas en las que un hombre, en la mayoría el héroe, está amarrado, esposado o sujetado a una mesa y hay una enorme hoja de acero parecida a un hacha medieval, yendo y viniendo que lento baja y por poco lo corta, pero lo más que le hace es un rasguño y, al final, lo liberan o se escapa.
¿Podrás vos evadir esto?
Trato de hacerme una idea de la sierra, pero sólo se me vienen ésas de los aserraderos y me arrepiento de haberla invocado porque se repite insistente el ruido que hacen al separar las tablas.
¡Qué fácil resulta estar al margen del dolor ajeno! No toma ni dos minutos explicar lo que te harán y se podría estar conversando con alguien en un café o fumándose un cigarro acompañado de unas cervezas en la terraza de un bar, en una plática tan despersonalizada y lejana que, si yo no fuera tu hijo, les podría decir: ¡pues qué esperan, corten y nos vamos a celebrar! 

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Managua, Nicaragua, 1972.
Escritor y periodista. Ha publicado las novelas La muerte de Acuario (2002, 2005), Qué sola estás Maité (2007), Conduciendo a la salvaje Mercedes (2009) y El Fabuloso Blackwell (2010), con la que ganó el II Premio Centroamericano de Novela Corta de Honduras. Es autor además del libro de relatos Tengo un mal presentimiento (2010).

Su obra ha merecido múltiples reconocimientos: ganador del IV Concurso Internacional de Relato de Humor en España en 2011; ganador del IV Premio Internacional Sexto Continente de Relato Negro en España en 2011; ganador en 2009, del Certamen para Publicación de Obras Literarias organizado por el Centro Nicaragüense de Escritores; mMención en Panamá en el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán en el género de libro de cuentos en 2007.

Se encuentra incluido en diversas antologías, como Puertos abiertos, publicada en el 2011 por el Fondo de Cultura Económica de México; la Microantología del Microrrelato III; antología El hombre que se ríe de todo (es que todo lo desprecia) y en la antología del relato negro III de la editorial española Ediciones Irreverentes en el 2011; la antología El océano en un pez impreso en Cuba por Editorial Arte y Literatura y presentado en la Feria del Libro de La Habana 2011; la antología Voces con vida impresa en México en el 2009 por editorial Palabras y Plumas Editores, S. A. y en la antología El futuro no es nuestro, escritores de la América Hispana 1970-1980, presentada en agosto del 2008 en la revista colombiana Pie de Página.