Laura Martins

Ojos abiertos, ojos entrecerrados.

17 septiembre, 2019

Conocí a Ileana en los años noventa en la Universidad de Maryland cuando ella era Rockefeller Humanities Resident Fellow y yo alumna de post-grado a punto de rendir los exámenes de doctorado. Hoy me pregunto cómo organizar un texto que discurra sobre nuestra amistad o nuestra amorosa mutualidad respecto de tantas cosas y después de tantos años.


Ileana Rodriguez

Conocí a Ileana en los años noventa en la Universidad de Maryland cuando ella era Rockefeller Humanities Resident Fellow y yo alumna de post-grado a punto de rendir los exámenes de doctorado. Hoy me pregunto cómo organizar un texto que discurra sobre nuestra amistad o nuestra amorosa mutualidad respecto de tantas cosas y después de tantos años. Podría empezar por referirme a nuestra fecha de nacimiento: yo el 7 de octubre, ella el 8, porque nos otorga una suerte de sintonía astral. O ponerme impertinentemente en el lugar de Julia Kristeva y escribir un ensayo sobre una mujer extraordinaria como Ileana, pero no soy Kristeva y ya se sabe que Ileana es excepcional. Ileana pertenece al “género” de las insumisas, cuyo genio consistió y consiste en arriesgarse a pensar, en interrogar e interrogarse, y en haber abierto puertas para las de su misma generación y, obviamente también, para las que veníamos después.

Pensaba en que a todas –a todititas nosotras– nos han llamado “locas” alguna vez. Todas pasamos por distintas violencias. Me preguntaba entonces: ¿cuántas veces la habrán llamado “loca” a Ileana? ¿Cuántas veces habrá tenido que hacer el doble de trabajo comparado con cualquiera de sus colegas masculinos para que se notara su valía como mujer intelectual y docente, y también en las tareas administrativo-burocráticas que conllevan nuestros puestos académicos? ¿Cuántas veces? Nosotras las locas, nosotras las díscolas, nosotras las impredecibles, las dispersas, las cíclicas, las indescifrables, las enigmáticas, las incoherentes. Nosotras las histéricas y conflictivas, siempre.

Pero “loca” o no, quiero afirmar contundentemente que Ileana es la mejor preguntadora de todas las personas que conocí en mi vida. Agudísima, inquisitiva, con sus preguntas formuladas a veces sin filtro; preguntas que dan certeramente en el blanco; preguntas como espadas inmisericordiosas, agujereantes. Afiladas, graciosas, amorosas: siempre pertinentes. Preguntas-petardo, preguntas-terremoto, preguntas-tsunami que reverberan con sus ondas expansivas. Preguntas de todos los colores y sabores, preguntas para todos los gustos y todos los dis-gustos. Esto último, claro, para quien no puede contestar porque quizá nunca se atrevió a formulárselas a sí mismo o a sí misma ni con con esa modalidad ni con ese contenido.

Viene a mi memoria un episodio de The West Wing del año 2000 que me interpela. En la Casa Blanca Leo McGarry, mentor del más joven Josh Lyman, le cuenta esta pequeña historia para demostrarle que cuenta con su incondicional apoyo:

This guy’s walking down a street when he falls in a hole. The walls are so steep, he can’t get out. A doctor passes by, and the guy shouts up, “Hey, you, can you help me out?” The doctor writes a prescription, throws it down in the hole and moves on. Then a priest comes along, and the guy shouts up “Father, I’m down in this hole, can you help me out? The priest writes out a prayer, throws it down in the hole and moves on. Then a friend walks by. “Hey Joe, it’s me, can you help me out? And the friend jumps in the hole. Our guy says, “Are you stupid? Now we’re both down here. The friend says, “Yeah, but I’ve been down here before, and I know the way out.”

Y me veía a mí misma tantas veces metida en un agujero; en otras ocasiones, la veía a Ileana; a veces, las dos al mismo tiempo, pero ambas sabiendo que la palabra en una relación afectiva profunda nunca colapsa. La palabra suele desbarrancar frente al terror, al horror, al dolor (propio y del otro), pero en la amistad nos abraza, nos sostiene, nos da un empujón, nos levanta y vuelve a acariciarnos.

Una de las facetas de la amistad que más me conmueve es sentir orgullo al ver a un ser amado atravesar con entereza e integridad un trance difícil, desgarrador. Tal y como, frente a la pérdida, lo hizo Ileana con su fuerza avasalladora aunque haya sido por afuera, porque por dentro era una caldera a punto de estallar. Ileana es muy cuidadosa con disparar al afuera ese su adentro lacerado, hecho trizas, papel picado. Es consciente de que no somos unívocos; de que somos, en todo caso, múltiples, más o menos simultáneos, nunca definitivos, de que no hay garantías del yo, de que estamos traspasados por fugas, por devenires. Por eso Ileana –precisamente por eso– es escrupulosa, no es impúdica con su dolor o malestar y sabe que todo dolor acarrea algún tipo de metamorfosis. Sólo es impúdica y no siempre (me repito), cuando formula preguntas, en el sentido de que son preguntas que nos revelan, nos exponen, (nos) dan a conocer. En realidad sus preguntas suscitan que nosotros al contestar seamos los verdaderamente impúdicos. Como sabemos bien que sostenía Oscar Wilde: “Questions are never indiscreet, answers sometimes are”.

Respecto de Afuera, la colección de relatos de Cristina Feijóo sobre su exilio sueco, Nora Strejilevich sostiene bellamente lo siguiente:

Todo dolor abre una dimensión metafísica que trastoca su habitual relación con el prójimo, con el mundo, consigo mismo. La propia carne se vuelve extraña (Le Bretón, citado por León 58). Afuera nombra ese adentro calando en un horizonte enrarecido donde hasta la habitual relación de uno con su cuerpo exige ser reformulada. En ese punto las palabras de los personajes actúan como sondas que detectan cada milímetro de sensación, cada pasión soterrada, cada doblez de la extrañeza.

Este texto de Nora me llevó a un párrafo del de Feijóo referido al extrañamiento en todas las facetas del exilio pero que yo encuentro productivo para definir o enmarcar la amistad con Ileana:

Nunca he llegado tan temprano al taller, a pesar de que el horario oficial ha empezado hace media hora. En verdad, llegar no es una cuestión de horarios. No tiene que ver con los relojes. En invierno, llegar es pechar la oscuridad, avanzar como un rompehielos contra el viento, cortar la nieve en dos, ser una navaja. No se trata de explorar un camino que conozco de memoria, sino reconocer con las neuronas los dedos dentro de las botas, la piel desprotegida de manos y mejillas, los pelos dentro del gorro, estar muy atento a como se entiesan, cómo flaquean y tiritan las piernas, cómo el calor se desparrama y se economiza, independiente de mí, siguiendo su lógica propia, a despecho de lo que yo quiera o deje de querer. Avanzar lleva tiempo, lleva una eternidad. Eso es lo raro, venir uno a ser testigo de su cuerpo. Antes, y digo en la otra vida, esas cosas no pasaban. Pongamos por caso caminar seis cuadras. Yo caminaba seis cuadras, a lo sumo seiscientos metros. Aquí no, aquí camino, con suerte, sesenta mil centímetros. Las más de las veces camino seiscientos mil milímetros. (42-43)

Un pequeño tratado sobre la extrañeza del espacio y del tiempo (climático). 6 cuadras, 600 metros, 60.000cm, 600.000mm. Quizá la amistad pueda ser tabulada de ese modo: medirla a veces como 6 cuadras o metros; los recorridos largos en una amistad traspasada de distintas experiencias. O también como un recorrido minucioso, una efervescencia, que se mide por trayectos puntuales, por centrímetros, por milímetros, eso que llamamos lo que compartimos, eso que llamamos recuerdos gozosos entre las dos, eso que llamamos elaborar una pérdida de a dos, eso que llamamos enlazar el vacío de la muerte de un ser amado con el peso posible de la palabra sabiendo que las palabras pueden morder, cortar y golpear pero también cobijar, reparar (en su doble sentido). La amistad construye pared frente al desmoronamiento, lo detiene; busca, es exploradora; siempre lleva en su mochila un arsenal de compresas tibias y medicamentos. La amistad es, precisamente, como una mochila en donde hay de todo. La amistad es una farmacia abierta las 24 horas, los 7 días de la semana. Ileana para mí es como un antibiótico todopoderoso frente a las inmisericordiosas dolencias.

Con el milimetraje me refiero, entonces, a lo que comparto con ella: en estos días mientras escribía estas líneas recordé que en el 2007 cuando organicé en la Universidad Estatal de Louisiana la conferencia Challenges of the 21st Century: Dilemmas and Frontiers/Desafíos del siglo XXI: Dilemas y fronteras, hablábamos del núcleo ordenador de su ponencia como keynote speaker. En ese momento, le dije lo siguiente en un correo electrónico a pocos meses del deceso de Marcel Marceau: “Cuando se muere gente como el gran Marceau y pienso que fue miembro de la resistencia francesa, del proceso de liberación de París, que falsificó pasaportes para salvar a niños judíos, que renovó el arte de la pantomima, que creyó en el poder del gesto, que fue, en definitiva, un gran ser humano, y que ahora seguirá volando en el gran país del silencio entre sombreros raídos, flores rojas vulneradas, zapatitos de bailarín pobre, mariposas, máscaras, jaulas abiertas, pienso que van quedando pocos humanistas en el sentido más básico del término: seres jugados, valientes, fuertes, arremetedores, que atravesaron el terror… y sobreviene como una dosis de melancolía que se hospeda en mí por un largo rato”. Ileana y yo entendemos la modernidad como resto, un sueño hecho trizas en la gran boca devoradora y sangrienta que fue el exterminio de los campos nazis, las purgas estalinistas y los proyectos revolucionarios truncos. Y pensamos ambas, junto con Agamben, que “nunca como ésta una época ha estado tan dispuesta a soportarlo todo y a la vez a encontrar todo tan intolerable” (Medios sin fin 104). Nuestro presente transido por infinitas precariedades.

La otra gran cualidad de nuestro vínculo es la gran dosis de curiosidad que tenemos por tantas cosas y en particular por lo que aprendemos una de la otra. A Ileana y a mí nos gustan las etimologías. Menciono dos que compartí con ella:

  1. Saber: este verbo desciende del indoeuropeo sap, del latín sapere, que significa tener sabor, tener gusto (“saber a…”). Como sostiene Ivonne Bordelois, “[h]abría que comparar sabio con su equivalente inglés, wise, que proviene de una raíz *woid, weid wi (el asterisco señala que se trata de formas indoeuropeas reconstruidas), relacionada con el griego oida, aspecto del verbo que significa ver, como video en latín. Wisdom se relaciona con ver; es la visión, la forma de ver la que produce la sabiduría[1]. Las lenguas asociadas con el latín conectan el saber y la sabiduría con el gusto; las germánicas con la visión. En general las lenguas latinas demuestran preferencia por imágenes que están más cerca de la experiencia concreta: la vista es un sentido más intelectual si se quiere y más pasible de abstracción que el gusto” (La palabra amenazada 55-56).
  2. Felicidad: esta palabra surge de la raíz indoeuropea *dhe(i) que significa “chupar”, “amamantar”; “[e]n griego encontramos thao, chupar, ordeñar, y también thea, diosa […]. De la misma raíz *dhe(i) en su forma reducida dhe- proviene en griego thele: pezón. Teta es un derivado de thele [..]. *Dhei(i) en sus formas reducidas evoluciona fonéticamente a fe-, y encontramos esta raíz en el latín femina, al que corresponden nuestros femenino, feminismo (que son cultismos) y hembra, que ha seguido la evolución fonética popular con la caída de la f- inicial” (Bordelois, Etimología de las pasiones 165). Fertilidad y fecundidad también se relacionan con dhe– (Etimología 165). “[…] La raíz *dhe(i) se revela en fellatio. En términos del lenguaje y de la etimología resulta evidente, por lo tanto, que la primera felación es la del pezón. […] Además, se asocia la misma raíz con fe-to y con hijo, que es filius en latín, fi-ls en francés y fi-glio en italiano. El hijo, en efecto, es quien posee el pezón o cuelga de él” (Etimología 165. Una de las formas de la felicidad, podría decirse, se encontraría en el chupar.

¿Y qué decir sobre la música compartida? Nuestra curiosidad por escuchar nuevas voces y ritmos nos llevó a Ibrahim Maalouf,[2] trompetista de origen libanés que vive desde hace mucho en Francia; a la cantante y compositora israelí Rona Kenan[3] o a otro israelí como Asaf Avidan,[4] con su voz andrógina, voz trans, voz vagido, voz casi atávica, mezcla indiscernible entre Janis Joplin y Jeff Buckley; o a Lhasa de Sela,[5] hija de padre mexicano, madre de EEUU de origen judío, trilingüe, muerta a los 37 años de cáncer de mama. Para no hablar de la banda de rock Las Pelotas de Argentina[6].

De los muchos films que vimos gozosamente juntas elijo tres:

  1. Meek’s Cutoff (2011) dirigido por Kelly Reichardt (EE.UU.):

Ileana y yo vimos que el fundido encadenado del principio es extraordinario, de una sutileza poco común en el cine norteamericano. Un atardecer con sus nubes amarillas y algo lilas en el vasto espacio que hay que conquistar –la vastedad, uno de los núcleos productores del western– que va transformándose poco a poco en pradera con caballos y carretas. Cielo que se funde y pradera que asoma para dar lugar al jinete conquistador y sus carretas como íconos de la gesta épica del Oeste. Sin embargo, en algún momento se pierden las coordenadas del camino (el guía blanco Meek no era infalible y su “agenda” no resulta del todo clara) y comienza la lucha por la supervivencia entre la falta de agua, las sospechas entre unos y otros, las palabras paranoicas y vengativas del texto bíblico leído, la exposición “filosófica” del hombre como “destrucción” y la mujer como “caos”. (Nosotras las caóticas). Y el caos arremete mientras que el personaje femenino principal (Michelle Williams) a punta de escopeta se encarga de salvar al nativo de las garras violentas de Meek que lo quiere exhibir como culpable de las situaciones desgraciadas que se suceden. Ella (Williams) no es la que restablece el orden sino la que lo suscita, y abre, al mismo tiempo, el espacio de la comprensión y acercamiento a ese Otro y sus saberes (el de la tierra, del viento, las lluvias, los caminos, los ancestros). Film sobre la construcción de la nación con sus ficciones, sus violencias y sus Otros que nunca dejan de serlo.

  1. Gerry (2003) dirigido por Gus Van Sant (USA):

Filmada en el noroeste argentino (los primeros veinte minutos), en Utah y en el Valle de la Muerte y con acompañamiento del minimalismo de Arvo Pärt, nos preguntamos: ¿sobre qué es el filme Gerry? La pregunta persiste aunque no resulte difícil despejar la anécdota. ¿Será porque en un sentido canónico no la hay? ¿Será porque no hay muchas peripecias? Dos jóvenes (Matt Damon y Casey Affleck) llegan en un auto viejo a un paisaje agreste, inhóspito, pedregoso, en busca de algo (“the thing”) y se disponen a caminar y caminar hasta que se pierden. No llevan nada: ni agua, ni mochilas, ni linternas, ni herramientas. Nada, excepto unos pocos cigarrillos. No se sabe de dónde vienen, cuál es la relación que los vincula, qué es ese algo que intentan encontrar. Se sabe que ambos se llaman Gerry. Van a pasar algunos días en ese escenario sin ningún tipo de cobijo, incluso, hacia el final (en más de un sentido), llegan a unas salinas donde la blancura se va a transformar en luz potente y enceguecedora. Es ahí, sobre esa misma blancura, en un momento dado del atravesar, donde entre ellos hay un abrazo ambiguo (¿se besan?) que cede inmediatamente paso a la muerte. Y luego el rescate: un auto que recoge a (un) Gerry y lo devuelve no se sabe a dónde. En ese perderse de ellos también nosotros nos vemos despojados de las claves de lectura propias del modo de representación institucional (MRI). Poética de la abstención, por un lado, y del desplazamiento, por el otro. Abstención por dejarlos solos a los personajes ya que no hay un entrometerse obsceno en lo que sienten/piensan/imaginan los Gerries y así dar(nos) respuestas desde lo psicológico y producir(nos) un efecto sosegante. De un modo u otro, la pregunta que pareciera surgir es: ¿de qué hablamos cuando hablamos de naturaleza humana? La pregunta que constantemente se formula Ileana.

  1. Ida (2013) dirigido por Pawel Pawlikowski (Polonia-Dinamarca):

 

El film de Pawlikowski, ubicado en la Polonia de los años sesenta, exhibe los efectos del antisemitismo de la Segunda Guerra Mundial en la ¿pequeña? historia de dos mujeres que van a conocerse/¿reencontrarse?: una jueza y su sobrina, Ida (a punto de tomar los hábitos y enterarse de que es judía). En la mayoría de los encuadres vimos que el espacio cobra una dimensión extraña en la que la figura humana aparece a un costado, disminuida. En uno de los planos iniciales Ida pinta una figura de Jesuscristo (de madera) y el recorte (raro, bello, o bello por su rareza) no nos permite verle los pies. Las figuras humanas (a)parecen como hundidas, como en un estar cayéndose o a punto de que suceda ese caer. La mayor parte de los encuadres con cámara fija contienen una geometría simétrica casi perfecta. Un film delicado y sensual al mismo tiempo. Un film que expone la materialidad del mundo en su esplendor, en su extrañeza. Un film que transita distintas formas del dolor pero que sin embargo nos ofrece placer óptico: la fuerza de la eyaculatoria del ojo, como quería Bresson. 

Y nuestra pasión por la fotografía a través de la gran Vivian Maier (1926-2009).

De madre francesa y padre austríaco, Maier nació en NY, aunque vivió algunos años en en el país galo con su madre. Su padre desapareció de su vida muy temprano. De NY se fue a Chicago y también residió por un período relativamente breve en Los Angeles. Niñera y fotógrafa. Fotógrafa secreta. No reveleaba sus fotos porque carecía de espacio propio; esa tarea sólo se la propició algún baño que supo tener en algunas de las casas de familias bien para las que trabajaba. Viajó sola en los años cuarenta y cincuenta, incluso llegó a Santiago (Chile) y a Montevideo. Ya viejita, perdido el conocimiento e internada en una especie de geriátrico sin poder pagar el depósito en el que descansaban sus cajas repletas de negativos, le subastaron, en el año 2009, todo ese material (más de cien mil fotos). Quizá la street photographer amateur más importante del siglo XX en USA, Maier se dedicó a documentalizar nada menos que cincuenta años de su país.

Quisiera finalizar con dos poemas muy breves que nos gustaron mucho y con una aclaración mínima del título que organiza mi texto: “Ojos abiertos, ojos entrecerrados”. Compartí con Ileana la preciosura del ladino –una lengua que se está perdiendo– en palabras del poeta Avner Perets (Jerusalem, 1942) sobre los deportados griegos:

Siniza i fumo.
A la memoria de Salónica

Siniza i fumo
Inchen sus ojos
No ay ken ke la desperte
A darle konsolasion.

Por los sielos ariva.
Pasa la luna
Tapando su kara
Kon una nuve-karvon. (168)

(fragmento)

Y de Myriam Moscona (México DF, 1955), de origen búlgaro-sefaradí, leímos uno en castellano que también nos interpeló:

“La anunciación”

La miro desde el agua: viene a ofrecerse en la fornicación del nombre.
Dibujo su sombra, le hablo a lo negro del oído. Oh, amarga. No te toco.
Acaso el ojo sólo deba verte y regresar.

El título que le adjudiqué a este texto “ojos abiertos, ojos entrecerrados” apunta a que los primeros remiten al observar, a la curiosidad, al prestar atención, al escuchar, al abrirse bien grandes ante una sorpresa o algo ominoso que irrumpe. Los ojos se entrecierran cuando nos reímos; los mismos que usamos para dar el beso tan deseado; los que nos remiten, una y otra vez, a la incertidumbre de cada día y a las llamas de este mundo pero también a todo aquello que relumbra hechizante y nos conmueve. Los ojos abiertos y entrecerrados de Ileana: ojos que no claudican ante nada.


NOTAS

[1] El énfasis me pertenece.
[2] https://www.youtube.com/watch?v=wpg8jBFaj3c
[3] https://www.youtube.com/watch?v=2WTCYlqFxNQ
[4] https://www.youtube.com/watch?v=CcKE4dI8Hs0
[5] https://www.youtube.com/watch?v=4hTpR-TYTZ0
[6] https://www.youtube.com/watch?v=Iuj1UmWktbs

[8] Coincido plenamente con la

?lúcida (y lucida) lectura sobre Ida efectuada por Roger Koza (en mi opinión uno de los mejores críticos de cine de la Argentina). En su sitio de internet aparezco en mis intervenciones con el nombre de Ema.


BIBLIOGRAFÍA

Agamben, Giorgio. Medios sin fin: notas sobre la política. Valencia: Ed. Pre-Textos, 2000.
Bordelois, Ivonne. La palabra amenazada. Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2003.
—. Etimología de las pasiones. Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2006.
Feijóo, Cristina. Afuera. Buenos Aires: Leviatán, 2014.
Koza, Roger. “En este mundo. Sobre Ida”. http://ojosabiertos.otroscines.com/ida/. (16 de enero de 2017).
Moscona, Myriam. Vísperas. México DF: FCE, 1996.         http://www.libros.unam.mx/digital/V4/46.pdf
Perets, Avner. And the World Stood Silent. Sephardic Poetry of the Holocaust. Urbana & Chicago: U of Illionois Press, 2000.
Strejilevich, Nora. Afuera de Cristina Feijóo. (En prensa).

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Laura M. Martins (Buenos Aires, Argentina) se recibió de Profesora de Castellano, Literatura y Latín en el INSP (Argentina) y se doctoró en Literatura Latinoamericana y cine en la Universidad de Maryland. Se desempeña como docente titular de estudios latinoamericanos y literaturas comparadas en la Universidad Estatal de Louisiana. Investiga sobre políticas de la memoria en el Cono Sur, el mundo del trabajo y el cine latinoamericano, y visualidad y escucha hápticas en el cine contemporáneo. Sus trabajos han aparecido en Estudios interdisciplinarios de América Latina y el Caribe; Luis Buñuel. New Readings (The British Film Institute); Revista Iberoamericana; Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (RCLL); Cine y derechos humanos (Instituto Multimedia DerHumALC-Buenos Aires); The Cambridge History of Latin American Women’s Literature (Cambridge University Press), entre otras revistas especializadas y volúmenes compilados. Su primer ensayo crítico fue En primer plano: Literatura y cine en Argentina 1955-1969 (2000) y publicó New Readings in Latin American and Spanish Literay and Cultural Studies (2014).