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Poemas

28 enero, 2020

Rodolfo Häsler nació en 1958 en Santiago de Cuba y desde los diez años reside en Barcelona. Estudió Letras en la Universidad de Lausanne, Suiza.


Rodolfo Hasler

Ljubljana

Va por un callejón de muros desconchados,
fisgoneando en un cuartel austro-húngaro
resalta alguna que otra frase en gótica sanguina,
ostrakon de la urgencia: Ich bin stärker als Du, Ich warte auf Dir hier in Laibach.
La ciudad que lo recibe es un reclamo
y confunde cuando la recorres.
Sin embargo no es fácil de comprender, te decides
y caminas, desandas aún más,
y pasas de un país a otro, pero quizá
esté ahí la novedad, un largo
discurrir que inevitablemente te desuella
con las garras del mismísimo dragón.
La columnata esconde las cestas
de coles, repollos y nabos,
y te adelantas
en su ofrecimiento,
crece un antojo, col rehogada,
carne agria,
gusto dulcificado por el comino,
la páprika pespuntada de nata.
No puedo aseverar si sigue deambulando,
el movimiento de las piernas, de las nalgas,
el sabor insistente de la comida, el postre,
Cremeschnitt te remonta a los diez años, el límite de la infancia.
Es corta la emoción.
Elige uno de los puentes, una y otra vez
en ambas direcciones, se ensancha
y se estrecha víctima de una indecisión
que aparece y desaparece en la mente
como un fuego de artificio.
Por una vez te sientas y escudriñas
el aire, el recuerdo de la fruta recién adquirida
en los puestos, una manzana
espléndida te llena el corazón.
La abuela, en la Suiza alemana,
tomaba el té en un servicio de porcelana Rosenthal,
y él pasaba los dedos cada tarde
sobre la superficie de la taza,
puntual, y se llevaba en las yemas
las pequeñas flores de colores, hasta sentir en la mesa
el sabor de la tarta de albaricoque
en el mueble auxiliar, una emoción doméstica difícil de superar.
Tanta debilidad, receta familiar,
se expande como el llanto por la vida pasada.

Trieste

Otra pared manchada, tinta de laurel en el Caffè Walter,
donde cada día desesperaba el poeta
Umberto Saba, un verso portentoso cuenta
la dificultad al trepar la calle,
y la cercanía del cementerio judío,
donde ya no muere nadie,
un oscuro ladrido que resuena en el pecho:
la tristeza, insiste, viene a confirmarlo.
Una ciudad que es casi un pellizco,
una lengua que se expande, una voz
dice algo que ya nadie escucha,
ya no hay voces, todos siguen su destino
y no queda nadie para recoger el verso.
Sale perdiendo de una decisión alambicada,
es un alivio, el rostro parece
perderse en el gentío de la plaza,
el olor marino cierra los ojos,
los labios fruncen un gesto de burla,
un rostro sorprendido, probablemente
se trate de un serbio, puede que no fuera
más que un simple extraño,
ojos perdidos, oscuros,
qué ibas a hacer, sabe rezar,
besuquear el rostro del icono,
huir, decir que sí a todo, sólo entregarse.
El filo del miedo se hunde en el vientre,
deja asomar el humo denso que tratas de arrancar,
no sabes si el laurel resiste
o va a diluirse al mirarlo con insistencia.
Los pliegues, los labios, los ojos, el vientre, tuvieron
su importancia, es la repetición
del sueño compartido.
Regresa al Caffè Walter, el refugio para huir de la tentación,
y equivocarte en el pensamiento,
Io non sapevo questo; ora bevo l´ultimo sorso amaro dell´esperienza.
¿Qué piensas ahora? Quizá te has arrepentido,
busca entre la sal y busca a alguien leyendo suavemente,
te toca en la pierna la renuncia insistente del mar.
Acaba su discurso en el café, la mesa se tambaleaba
con la entonación, anota en una hoja
palabras sueltas, quizá un sentido que
sirva para algo. No puedes retroceder,
camina sin pausa hasta el final, acepta
esa dádiva, es lo mejor
que puede sucederte.
Repite la inclinación ante el viejo poeta,
sube el desnivel, una pendiente de mar,
en sentido contrario cubre unas rocas blancas,
es el esplendor, un soplo
entre ramas de enebro,
rosa canina, bayas carnosas
de olor acerado.

Hotel Majestic

Sobrevolando el paso de los vientos, un instante
y poco más para volver a un lugar dañado,
desde la sangre sube el terror,
había estado allí, pasando calor, dos siglos atrás,
el estallido del látigo y el sudor, la inmundicia del mercado,
ellas acuclilladas bajo anchos sombreros
de palmilla, ellos mirando,
pero yo no veía nada,
el espanto reaparece en el relato familiar,
en la picadura del mosquito,
la humedad y las aspas del ventilador
en la primera andadura sobre las baldosas
de un hotel afrancesado,
gateando acepta su destino,
ungido por el alisio, el círculo
se cierra camino a la negación, subiendo la colina
mi padre se expresa en francés,
esa sonoridad que retuerce el oído,
en créole el susurro, nou pa fye letranje!,
mi madre, vestida maravillosamente bien,
se perfuma de un miedo atroz,
y esa punzada me rompe
para nunca salir de lo que allí pasó.
(Port-au-Prince, 1959)

Zur blauen Schnecke

Algo se mueve
en el bosquecillo azul donde brota
el agua, un dolor agudo
sube a la sien, un dolorcito
que incide al caminar, un contoneo.
Descubre al animal azul,
un color se arrastra tras el caracol
que se convierte en símbolo terrestre.
No desaparece en el horizonte,
lo hace por la pared de una ciudad lacustre
en el corazón de Europa.
Por su presencia, su cuerpo
mira al cielo, abre una ronda
para avanzar, la prole
sigue el paso frente al famoso cabaret
desprendiéndose del fulgor.
Desfilan los vivos, desfilan los muertos,
y el caracol de carne azul
se muestra inmutable en su oquedad
dando pie a todo tipo de suposiciones,
pérfida visión de lo intocable.
La lluvia moja a los viandantes,
avanza el flâneur por un callejón lateral,
casas de los siglos trece y catorce,
estrechas y marcadas por animales totémicos,
bueyes rojos de la fuerza, cigüeñas
con la serpiente en el pico,
seres perdidos en la luz de la tarde.
El animal azul lentamente
desaparece en el crepúsculo.

II

La humedad del caracol crea un refugio,
un mundo por el que deambular
hasta llegar a lo desconocido,
descansar en el Rindmarkt o la Hirschplatz,
un ornamento dorado que procede
de otro lugar, no el resplandor
que se consume de un sorbo.
A menudo, mientras busca
una salida, se topa con la hora
fatídica, sube por una pared
de la Oberdorfstrasse y ahí se detiene
en apariencia de adorno.
Al atardecer la luz hierve,
haciendo más suave la carne rugosa,
el músculo esforzado que avanza y sigue
en su acontecer
de manchas pardas,
la confusión del pensamiento,
¿quién sabe cómo es realmente?
¿Qué actitudes hieren la señal solar, juego seco,
brutal, en busca de la totalidad?

III

Se refiere a una persona, a una ciudad.
Es un habitante del limbo por donde todo circula.
La visión es sorprendente, la suerte
del ejemplar mayor, el padre, la madre,
el núcleo y su repetición.
El arte deja su propuesta en la carne azul
para esquivar el país de los muertos.
La vida le causa incertidumbre
y se inmola pegado a la pared.
Por suerte llueve a menudo,
lo que facilita que te susurre
el cuerpecillo de un duende.
Se dedica a la escritura y va directamente
al núcleo, al deseo,
al encuentro fortuito.
Palabras mágicas, no escritas,
dejadas aquí y allá como un leve
rastro para el encuentro.
Una caricia necesaria,
algo que en la escena puede ser
un corte en la piedra, un dolor
que no puede aguantar,
carente de expectativa,
la presencia ilusoria del verbo.

Para Antònia Vicens

El cuerpo gira, despliega las alas y acepta el anuncio de la poesía. Cómo acercarse al alma, cómo atrapar lo que se ve cuando el cielo se oscurece en las alturas; el ángel señala con el dedo, sólo el ojo sigue esa dirección. La danza es la excusa para tocar la serpiente, la potencia del veneno, la crueldad se congela en la sangre.

Si te acercas te muerde el talón, una muesca en el metal, una ajorca amarra al delator a la base de su castigo, el sudor verde de la exaltación. Sube la llama.

¿Por qué te aturdes? El ritmo es continuado y crece el bramido de la tormenta, los tobillos duelen, ¿qué llegará después?, ¿ves derrumbarse el horizonte en la línea de la playa?

No hay opción para el ángel de la Almudaina, todo queda entre iniciados, perdura la estirpe del condenado, suena lento un compás y el pedestal vuelve a su rectitud, se suspende el baile. Entregarse al otro, al desconocido, al que ofrece su cuello bajo la espada. El fulgor expande la señal, subido a la torre, predica la virtud.

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