Editando a Ernesto Cardenal
25 noviembre, 2023
Ernesto Cardenal es puntual. Minutos antes de las diez de la mañana, Pedro, conductor y ayudante personal desde hace añales, estaciona el pequeño Toyota color negro frente al Centro Nicaragüense de Escritores del que baja ese personaje parecido a una estrella de rock: boina negra, melena y barba blancas, espejuelos enmarcados en aros metálicos, cotona blanca, bluyín y sandalias de caminante. Entra a la oficina, saluda, pregunta a Klaudhia si tiene algo para él. Los 87 años apenas lo han encorvado. El apretón de manos evidencia al escultor de estilizadas figuras.
—¿Hace rato llegaste?
—No, hace pocos minutos.
—Entonces comencemos a trabajar.
Esa era la primera de las ocho veces que nos reunimos para que autorizara u objetara mis correcciones a los libros y poemas de su colosal antología.
La primera sesión de trabajo la iniciamos con Epigramas y Gethsemani Ky.
—Poeta, voy a presentarle las correcciones que hice a sus poemas; además, tengo sugerencias y consultas que hacerle. De usted dependerán los cambios.
—Me parece bien, adelante pues.
En la pantalla está el texto que revisé y expuestas cada una de mis correcciones, página por página. Klaudhia y Luz Marina frente a la computadora, él sentado detrás, yo a su izquierda. Cardenal me había dado libros de diversas editoriales para que los usara de referencia. De manera simultánea revisé la versión electrónica y física de poemas por él seleccionados. Los libros tenían errores. Editoriales prestigiadas han copiado mal sus versos, quizá más por ignorancia que por displicencia y así los han publicado, incluso mal compaginados, como ocurrió con una edición del Cántico Cósmico.
El poeta analiza cada corrección para asegurarse que no altere el sentido del verso ni el contenido de la estrofa. Por eso sustento cada cambio.
—Esta palabra la corregí porque estaba mal escrita.
—Mal copiada.
—Sí, mal copiada, respondí, al captar la diferencia entre ambas acciones.
—¿Cómo está en el libro?
—De tal manera.
—¿Y qué proponés?
—Escribirla de esta otra.
—¿Por qué?
—Por estas razones.
—Ah, entonces la debemos corregir.
—Esta otra palabra sí está mal escrita.
—¿Estás seguro?
—Sí, la investigué.
—Entonces, está bien, corrijámosla.
—En este verso usted escribió latir. Lo dejo así o lo cambio por ladrar.
—Dejalo así… así habla el pueblo.
—¿Y esta otra?
—¿Qué tiene?
—¿O oscuro?
—No la quiero cambiar, la escribí de manera deliberada, no me gusta la u. Antes se escribía anárquicamente.
—Mmm.
Siempre llego minutos antes a mis citas para no hacer esperar a mi interlocutor. Él, siempre puntual. Rápidamente hay tres pares de ojos sobre la pantalla. Y de manera similar a la vez anterior, voy argumentando mis intervenciones y respondiendo sus por qué. Casi nonagenario, Cardenal es un hombre lúcido y con una memoria extraordinaria. Al revisar uno de sus poemas me pregunta:
—¿Corregiste un verso de ese poema que había señalado en el libro que te di?
—Sí, lo corregí.
—Mostrámelo en el libro.
—Aquí está.
—Ahora veámoslo en la pantalla.
—Aquí está, corregido.
— (Sonríe).
No siempre acepta lo que propongo.
—Le sugiero que esta palabra la escriba con mayúscula.
—¿Y cómo la tenía yo?
—Con minúscula.
—Entonces dejala así.
En una de esas sesiones me enteré que estaba escribiendo un poema de largo aliento en homenaje a Alejandro Humboldt.
—¿Y qué tan extenso será, poetá?
—Pueden ser diez o quince páginas.
—¿Y ya tiene título?
—Sí, Humboldt.
—Si está de acuerdo también se lo puedo revisar.
—Me parece bien.
Y continuamos trabajando.
—¿Le agrego comillas o cursivas a este verso?
—¿A cuál?
—Verde que te quiero verde.
—¿Por qué?
—Porque es de García Lorca.
—No es necesario, porque ya lo incorporé a mi poesía.
—Ah, ¿y esta estrofa la escribo en cursivas?
—¿Cuál?
—La del tango.
—Por qué.
—Porque es parte de la letra de Mi Buenos Aires querido.
—No, dejala así, ocurre igual que con el verso de Lorca.
—Bueno.
—¿Y vos sabés de tango?
—Algo.
—Ah.
Examinando el poema Viaje a Nueva York, le dije que no entendía uno de sus versos.
—¿Cuál?
—Ese que dice: Un librero de viejo en el Village enamorado de mi camisa, mi cotona campesina nicaragüense.
—¿Y qué no entendés?
—Un librero de viejo.
—Así llaman en inglés a quien vende libros viejos.
—Pero esa traducción no se adecúa a lo que quiere decir.
—Umm, es cierto. Entonces hay que volver a escribir ese verso. ¿Cuál será la mejor manera?
—Quizá Un vendedor de libros viejos en el Village, enamorado de mi camisa, mi cotona campesina nicaragüense…
—Sí, me gusta, que quede así. Gracias por tu apreciación. Es la primera vez que me lo dicen.
—(No dije nada, sólo estaba orgulloso de darle mi aporte a uno de los mejores poetas del mundo).
―Pocas veces ha aceptado tantos cambios —me dijo después Luz Marina.
Al mediodía del 28 de agosto de 2012 concluí la revisión de su monumental antología poética, la que será presentada en tres tomos e integrada por 16 libros, 354 poemas y miles de versos engarzados por 272,532 palabras.
Con su voz grave, característica en él como la boina negra que cubre sus cardúmenes de versos y su blanca cabellera, agradeció mi trabajo y nos despedimos con un apretón de manos. Semanas después, me envió su extenso y hermoso homenaje a Humboldt.
Managua, 24 de octubre 2012
Diriamba, Nicaragua, 1954. Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y 200 años en veremos. Ha editado la Revista Literaria El Hilo Azul y a prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, historiadores y ensayistas, incluida la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría, Poesía Completa de Ernesto Cardenal y la poesía de Leonel Rugama. Ensayos y cuentos suyos han sido publicados en la Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Antología del Cuento Nicaragüense, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Editorial Alfaguara, Revista Cultural El Golem (México), L´Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia), Revista Surcos de Tinta (PEN Argentina), entre otras.