El aroma de la pólvora de Alberto Jodra: el último mohicano del realismo mágico

1 junio, 2014

Es ésta la primera novela de Alberto Jodra, y sin embargo ha conseguido crear ya un estilo narrativo propio en el que todo fluye, como en un tapiz de delicado y minucioso trazo, evocando otros mundos y otras voces. Un autor que, sin duda, dará que hablar. 


“Ahora que habíamos matado al padre, vienes tú y nos traes de vuelta el realismo mágico desde España”, fue lo primero que le dijo un editor colombiano a Alberto Jodra, tras leer su novela, El olor de la Pólvora, publicada por Edhasa y premiada con el Tiflos de Narrativa en 2013. Todavía no había muerto García Márquez, y el editor no se refería solamente a él cuando hablaba del padre, sino a toda una manera de contar de una generación latinoamericana irrepetible, pero sus palabras resultaron tan verdaderas como premonitorias.

Apenas queda alguno que se atreva a escribir al estilo de Gabo. Sus discípulos (si se puede llamar así a quienes han tratado de imitarlo o hacer variantes de sus frases largas y rítmicas, con adjetivos y verbos magníficos y rotundos, en las que se contaba todo) apenas han sobrevivido. Y he aquí que, inesperadamente, un jurado presidido por el escritor Luis Mateo Díez, nos trae a la luz esta novela que podría haber firmado el mismo García Márquez… Bueno, admitamos con benevolencia la exageración. En cualquier caso, sólo basta poner los ojos en las páginas iniciales de esta obra para respirar al primer Gabo.

Alberto Jodra.

La pregunta es ¿por qué? Ya nadie se atreve a escribir, y menos publicar una obra que se inspire en el realismo mágico sin prevenirse ni anteponer un gesto de desconfianza. Un jurado debe estar muy seguro para premiar una novela así escrita por un desconocido. Mateo Díez la justificó por estar “muy elaborada, con una prosa perfectamente cuidada y un manejo extraordinario de la metáfora”. Pero habrá, debe de haber, algo más.

La razón se halla en su lectura. Vencidas las primeras reticencias del tipo “oh no, otro imitador de Gabo”, la novela te lleva por donde quería: que te sientes a escucharla (más que leerla) como si fuera de noche y el viejo narrador te la estuviera contando a ti. Macondo aquí se llama Colúmbano y es una isla en medio del mar, convertida ya en una especie de cementerio de lava. No parece existir el futuro. Se dice que la vejez empieza cuando los recuerdos pesan más que las ilusiones. En Colúmbano, todo es pasado. Y ese pasado imaginario y fabuloso, atrapado en la memoria desordenada del anciano que relata la historia tiene un momento clave: la llegada de Venecia: una joven que viajó hasta allí en busca del amor de su madre, un tal César Bahía. La “niña” como se le empieza a llamar en la historia, no era solamente bella, no, recordemos que estamos en un territorio mágico, una especie de cuento de hadas en medio del océano, así que los efectos de su belleza eran así:

Tan sólo mucho después, cuando la epidemia de su belleza insufrible ya causaba estragos y los hombres perdían la vida a cuchilladas por ella, supimos que al poco de zarpar de Maracaibo el capitán Morgado se había visto obligado a drogar a todos sus hombres con somníferos, tratando de evitar que irrumpieran salvajemente en la alcoba de aquella criatura hermosa o enloquecieran y se arrojaran al mar. Y el propio capitán, confiando en que el viejo Simón Bolívar haría por sí solo la travesía hasta nuestra aldea, se había amarrado a un mástil y soportado el eco de su deseo enfermizo entregándose al canto devastador de las sirenas.

Sí. Es todo así de excesivo pero con buenas dosis de encanto y reminiscencias de las viejas lecturas, como cuando la niña se encuentra a Carmelo, un personaje que se describe así:

Tenía el pecho combado como los palomos jóvenes, y crujía al caminar con un estrépito de huesos rotos. Sus manos eran rudas y pesadas, tan sólidas que colgaban de sus brazos como dos lastres de plomo, y parecían ignorar por completo los beneficios obvios que supone para los dedos prodigarse en caricias y tacos dulces. Era como un fiera extraña, y sin embargo fluía de él una mansedumbre que invitaba a abandonarse al placer de las confidencias íntimas. La niña lo supo en cuanto reparó en sus labios finos y delicados como las doncellas desmayadas de los dramas de amor.

Cómo no recordar los relatos del romanticismo. Jodra nos ofrece un libro no de muchas lecturas, sino que se recrea en las historias de siempre, a veces con claves sencillas, muy fáciles, como en estos dos fragmentos, donde no se esconde el aire del maestro de Aracataca, y juega con detalles de varias de sus novelas. Un buen test de lectura de obras de Gabo. Vean: “El coronel me dijo que se despertó con un regusto amargo de almendras en el paladar y el cuerpo quebrantado por tres jornadas de fiebre sin cuartel”.

Al principio, César Bahía no parece recordar ni siquiera que hubiese amado a la mujer que Venecia describe. Tampoco se trata del padre de Venecia, pero sí del hombre que su madre hubiese querido para siempre. Ella le habló de un pintor “que dibujaba a jóvenes desnudas y hablaba del amor y la pasión sin descanso y gastaba sus días en inventar placeres irrepetibles”. Aquel hombre la hechizó para el resto de su vida. Venecia quería conocer la razón por la que su madre sobrevivió feliz a muchas desgracias. Bahía no parece ese hombre, y sin embargo también lo fue.

Esta trama se irradia en historias paralelas de “un tiempo de mujeres hermosas y náufragos si nombre”, contadas en un estilo épico y lírico con la voz de un viejo que nos invita a la entrada:

Pase, por favor, y siéntese aquí junto al fuego. Las olas baten los acantilados, el viento aúlla entre los canales de lava y apenas podremos oírnos el uno al otro, así que tendrá que estar muy atento… No haga caso de lo que le hayan contado los pescadores de ahí afuera, ellos no saben nada de nada.

En fin, o estamos ante un autor de Zaragoza, que ha vivido en Colombia durante un tiempo, empapado de la gran narrativa latinoamericana, capaz de una escritura nítida; o estamos ante la última y deliciosa broma de García Márquez, anunciando que no, que no estaba muerto… El desafío de Jodra será cómo desenvolverse en su próxima novela, en otros escenarios lejos de estos espíritus que le sobrevuelan y a los que cuesta decir adiós. Mientras tanto, lean El aroma de la pólvora aquellos que necesiten que les devuelvan la magia de contar.

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.