El bailador de tango
1 octubre, 2014
Javier Campos presenta en Carátula el comienzo de su novela inédita El bailador de tango, una novela que cubre un período que va desde fines de los años 60 hasta 2013. Luego de una crisis personal, el personaje chileno/argentino decide tomar lecciones de tango que lo conectará por primera vez a ese baile nostálgico sudamericano para entender su presente y su pasado, de igual modo una reflexión de su vida en el primer mundo, incluida la experiencia en un país centroamericano. Música, juego y reciclaje de historias y personajes tomados del cine, reflexiones sobre el arte, la literatura, el amor, el paso del tiempo, dictaduras sudamericanas, emigracion, vivir en un país nuevo, constituyen entre otros los temas, entremezclándose el humor, la nostalgia y la tragedia, por los que trascurre el personaje de esta novela narrada en primera persona.
Buscando algo en la televisión un mes después de volver de El Salvador la dejé en un programa de baile. Me quedé mirándolo con el control remoto en la mano. El programa era “Bailando con las estrellas”. Pudo ser la nostalgia o una conexión hacia Ani. Había diferentes parejas y diferentes tipos de baile. Nunca había visto con detención que la pareja al bailar mueve el cuerpo de una manera en que ambos se comunican. Se tocan. Se acercan al ritmo de una melodía. O cada movimiento está en relación al movimiento que hace el otro o la otra. Me gustó el tango en ese programa. Cosa bien rara porque aunque siempre lo había oído en mi infancia nunca fue parte de una atracción musical profunda. Cuando era niño recuerdo a un tío mío que bailaba milongas. Mi madre en la pensión donde trabajaba escuchaba un programa de tango en una vieja radio cada tarde cuando planchaba ropa. Calentaba agua y sola se preparaba sus mates de yerba de la misma manera que los hacia su madre mapuche-argentina mientras la radio transmitía aquella música. A veces cantaba estas líneas de uno que le gustaba mucho: “Se dio el juego de remanye, cuando vos, pobre percanta gambeteabas la pobreza en la casa de pensión…”. Pero no me había fijado mucho que el tango principalmente era para bailarse. Busqué la semana siguiente alguna película de tango y encontré “Lecciones de tango”. La misma directora del film actuaba como personaje principal y ella misma había escrito el guion. Su historia que leí en internet me pareció que estaba conectada con la mía. Ella había descubierto en el baile, especialmente en el tango, una especie de catarsis o algo parecido. Ella decía: “mi historia era explorar el baile, el tango, a través de lecciones de tango. Pero luego me di cuenta que todo lo que estaba escribiendo venían a ser unas múltiples lecciones de la vida misma. Aprendí a través de aquel baile más sobre el hombre y la mujer. Las relaciones apasionadas, la posesión, lo sensual, los celos y la pérdida del amor.”
La clase comenzaba a las tres de la tarde de un día domingo. El lugar desde fuera no parecía un lugar de baile o de clases de baile. Llegué quince minutos antes. No había nadie. La sala tenía piso de madera color nuez como había visto en la película “Lecciones de tango”. Sentí deseos de salir. Un arrepentimiento muy fuerte se apoderó de mí el haber decidido tomar lecciones de tango para principiantes. Ya me levantaba para irme cuando alguien me saluda. Era el que organizaba las clases. Se llamaba Alfredo y pensé que era argentino. No lo era. Ni siquiera había estado nunca en Argentina. Era italiano- norteamericano de Nueva York. Una decepción porque el anuncio decía “Lecciones de tango argentino”. No alcancé a huir de allí quizás porque fue muy amable y me dijo que la gente iba llegando de a poco y nunca se comenzaba a la hora exacta. Además había una única puerta de salida y estaba detrás de él. Dijo que los profesores estaban por llegar. Y entraron dos. Alfredo me presentó a Paul y a Jeanne que tampoco eran argentinos. Paul enseñaba las clases de principiantes y era de origen francés que luego emigró a Estados Unidos. Jeanne era mezcla de vietnamita y norteamericana. Ella enseñaba las clases más avanzadas. Había dos salas así que los que no sabíamos nada trabajaríamos con Paul.
Los principiantes éramos seis. Dos mujeres un poco obesas que parecían hermanas pero luego me di cuenta que eran lesbianas. Comenzaba a caérseme el estereotipo de un baile de machos y de mujeres fatales, hermosas y delgadas. Más cuando vi a la otra mujer que se veía avejentaba, pelo gris y flaca como un esqueleto. Me dijo que se llamaba Cora. Bailando con ella ese día supe que fumaba por el olor penetrante de su aliento. Era jubilada. Había nacido en California y trabajó toda su vida en un hospital para enfermos mentales en Los Ángeles. Ahora vivía aquí trabajando medio tiempo en el Diner de un griego. Le dije que también conocía California pero no pareció importarle mucho. Nadie tenía una pareja, excepto las lesbianas. En la clase más avanzada se veían unas parejas pero no sabía si eran esposos, amantes o amigos. El otro de nuestra clase era un hombre que me pareció haberlo visto en la película “Bailando en la oscuridad”. Era idéntico al que le ponía, al fin de la película, la cuerda a la protagonista ciega para ahorcarla por orden del juez. O se parecía a Henry Fonda en “Las uvas de la ira”, especialmente con pantalones de campesino porque así llegó a la clase de tango. Era casi calvo y parecía que estaba bajo tratamiento de quimioterapia. No me saludó pero luego cuando nos presentamos todos dijo que se llamaba Frank. Muchos traían una bolsita y se sentaron antes a cambiarse sus zapatos por zapatos de baile. Yo no sabía o no alcancé a leer al final de la descripción de las clases que decía “por favor traer zapatos de baile para no dañar el piso”. Pero no me dijo nada Alfredo. El sabía que algunos no leían eso pero me dio la dirección de un lugar donde podía comprar zapatos de baile para la próxima clase.
Luego entró corriendo otra mujer que se integraba al grupo de nosotros. Dijo que se llamaba Azucena Svetlana pero que la llamaran Azucena solamente. Era realmente muy baja, casi enana pero de una belleza especial. Ese contraste llamó la atención a algunos pero especialmente a Frank que la miró como quien ve a un extraterrestre. Con ese ambiente que nada tenía que ver con el programa “Bailando con las estrellas” me dije que no iba a volver aquí una segunda vez. Especialmente cuando una mujer del grupo más avanzado, luego de terminar la clase, me dijo que por qué estaba sentado y no bailaba. Era común que después de las tres horas de clase, especialmente para los más avanzados, Alfredo pusiera música de tango y la gente que quisiera bailara por otra hora. Era parte de la clase y estaba incluida en la tarifa y Alfredo la llamaba “Práctica después de la Clase”. Pero los de la clase de principiantes no nos quedábamos porque aún no bailábamos nada. La mujer que me dijo eso podría ser un personaje que yo había visto en otra película pero no me acordaba cuál. Sólo sé que ese personaje existía y ahora era real y me insistía que bailara. Pero si soy principiante. Es mi primera clase y ni siquiera sé caminar aún, le dije. Me di cuenta que ni se preocupó de mi respuesta y se fue a buscar a otra persona para bailar. Y más decepcionado me sentía de estar allí y que no iba a volver otra vez aquí, me dije. En la primera clase Paul nos puso en una fila militar a los seis. Nos enseñó cómo poner los pies porque era importante para el equilibrio. Nos dijo que el que controlaba el baile en el tango era el líder. O sea el hombre. Que cada cosa que hiciera el hombre la mujer debía hacer lo mismo. Como un clon dijo. En el tango el cuerpo de dos personas se transforma en uno. Pero si el líder no sabe qué hacer, la mujer se descontrola y el baile no funciona. Luego nos explicó cómo deben estar los cuerpos juntos el uno al otro. Simétricamente iguales. Nos dijo cómo abrazar. Y aquí explicó un poco más pues en nuestra cultura anglo, recalcó, la gente no está acostumbrada a bailar muy de cerca y muy abrazados. Y el tango argentino es un baile de sensualidad y atracción mutua. Yo miré de reojo a los demás principiantes y me imaginaba bailando a Frank con una de las lesbianas. O a la mujer avejentada conmigo. Esa fue la introducción teórica que mostraba con una asistente muy joven que parecía tener 15 años, bella y esbelta como una bailarina de ballet que nos sonreía muy amable al diverso grupo de seis. Dijo que se llamaba Dolores Ksenia pero que le llamáramos Lolita. Luego comenzó la clase y fue caminar. Paul dijo que no era como caminar en la calle. En el tango caminar es lo fundamental pero caminar como un “compadrito” argentino. Dijo la palabra en castellano un poco mal pronunciada y luego dio una breve explicación histórica del origen del tango. Me di cuenta que Paul había leído bastante sobre el tango aunque no hubiera estado nunca en Argentina y hablara un español enredado mezclando el francés con el inglés. Supe después que su padre viajaba mucho a Argentina desde Paris por negocios de exportación. Jeanne algo sí sabía de español y había ido dos veces a Buenos Aires por unos meses a estudiar tango. Alfredo me dijo que eran amantes y el mismo Paul realmente le había enseñado a bailar.
Entonces caminamos las tres horas de la clase en parejas. Como había más mujeres entre los seis, Paul bailaba alternadamente con las dos que no tenían parejas hombres y su asistente Lolita hacia lo mismo. La verdad es que Paul nos hizo caminar como se camina en el tango. De frente, de lado, en forma paralela y en el más difícil: el sistema cruzado El ejercicio no era abrazarse aún porque eso se practicará más adelante sino tomados de los brazos. Siempre hacia adelante como empujando suavemente a la mujer, dijo Paul. No parecía tan fácil porque todos caminábamos muy tiesos, como Frankenstein decía Paul. Pero verán que irán mejorando, nos alentaba. Mi primera caminata fue con Cora, la jubilada. Aunque aún no estábamos tan cerca el uno del otro su aliento me alcanzaba y era como oler un cenicero lleno de colillas de cigarros. Sus brazos eran extremadamente delgados y sentía que estaba agarrado sólo de sus huesos. No sé por qué ella cerraba los ojos mientras caminábamos. Parece que había leído algo de clases de tango al ser guiadas por el líder. Me comencé a dar cuenta de eso mirando de reojo en la clase más avanzada de que el hombre era el que controlaba todo el baile y debía saber muy bien hacia dónde iba, qué movimiento de mano, pecho, pié iba a hacer y comunicárselo a la mujer para que lo siguiera. Luego me tocó bailar con una de las lesbianas. O caminar porque realmente aún no bailábamos y me daba cuenta que tomaría muchas clases llegar a eso. Como en la otra sala. La de los más avanzados, mirándolos en nuestro descanso corriendo un poco la cortina que nos separaba. Y vi como se movían y el líder controlando a la mujer. Quién sabe si llegaríamos a ese nivel. Ser buenos líderes para conducir el baile. Me di cuenta que la buena bailadora de tango tenía que captar inmediatamente la señal del hombre para seguirlo. Casi intuir rápidamente el deseo del líder. No supe qué decir cuando Cora me dijo mientras caminábamos, y ella tenía los ojos cerrados, que si llegaría a ser una femme fatal al aprender el tango. Como tenía los ojos cerrados no vio mi cara que estaba a punto de reírme o hacer un gesto de sorpresa cuando uno al mirar por la ventana ve que pasa un marciano. Qué le iba a decir sino la mentira más grande que se me ocurrió. Claro, por qué no, respondí. Y me dijo, ¡ay! no me mientas. De repente miré a los otros que caminaban y vi a Frank ahora caminado con Azucena, la enana bella. Realmente era bella como una muñeca. Y como Frank era bien alto parecía que realmente estaba empujando a una muñeca de porcelana, esas que caminan con baterías. Además tenía que ajustar sus pasos de gigantes a los de Azucena. La asistente, Lolita, que parecía una princesa virgen en sus pantalones negros de baile y zapatos taco alto color verde, le decía a Frank que no diera los pasos tan largos al caminar. Por otro lado las lesbianas parecían que no pertenecían al grupo porque en un descanso para tomar agua e ir a baño se apartaron a un rincón conversando sólo entre ellas. Frank y Cora se hablaron y parecían conocerse porque ella le sonreía. Quizás Frank pasaba tiempo en el Diner donde trabajaba Cora. Yo iba a acercarme a Lolita por un impulso inconsciente porque había en ella una sensualidad no sé si perversa que me inquietaba. Especialmente cuando me tocó caminar y aferrarme suavemente a sus brazos desnudos, su piel fresca, su perfume penetrante, el rostro terso del color de un durazno maduro. El aroma de una mujer que yo pensaba tenía 15 años.
Entonces me acordé de una película que nunca conversamos con Ani, “Las bellas durmientes”. Era la versión de la novela de un japonés premio Nobel. La historia es de un hombre casi anciano que va a una casa donde se puede dormir con muchachas púberes como Dolores Ksenia. Pero lo interesante de la obra del escritor japonés es que en aquella casa de esas bellas durmientes, semidormidas con un narcótico dado por la mujer que vive allí, los ancianos podían acostarse desnudos al lado de alguna de ellas, igualmente desnudas, pero jamás tocarlas. Esa era la promesa. Sólo estar a centímetros de su cuerpo. Olerlo. Escuchar el ritmo de su respiración. Ver el color de su piel. Ni siquiera un beso o rozarla levemente le era permitido a los ancianos que iban a esa casa. Muchos dicen que esa novela era la biografía del mismo premio Nobel japonés pero eso es difícil de saber. Entonces al mirar a Paul que me miraba adivinando mi intención con Lolita me desvié como si hubiera hecho un perfecto paso de tango cruzado y fui hasta Azucena que estaba sentada tomando agua de una botella de plástico. No sé por qué ella quería aprender tango si era tan pequeña. Es difícil guiar a una mujer en el tango si es muy baja, me di cuenta después, pero no le pregunté. Quizás tendría una pareja que era de su estatura. Ella era rusa-alemana porque su acento era bien fuerte, no tanto como el mío, pero me dijo que había emigrado de un pueblo llamado Zima que está en Siberia. Región de la que yo no tenía idea. Que en su familia había artistas que trabajaron en un circo, otros fueron bailarines y que una actriz famosa era pariente suya. Eso me interesó cuando dijo actriz famosa pero no llegamos a conversar más porque comenzábamos la segunda parte de la clase que otra vez sería caminar, intercambiándonos parejas entre los seis junto a Paul y a la bella Lolita. Me tocó caminar tres veces con las dos lesbianas pero era caminar con una piedra. Ninguna sonrisa y además miraban hacia sus pies para ver si caminaban bien o para no mirarme. Paul dijo que no miráramos los pies sino a la pareja pero parecía difícil primero estar tomados de los brazos, juntos, dos extraños a punto de abrazarse y más encima que nos miráramos a los ojos. Esa intimidad inmediata fue un choque para muchos de nosotros. Excepto para Azucena, la princesa rusa-alemana como yo quería llamarla. Era la más desinhibida y le encantaba ser tocada y más aún ella miraba de frente con su bella sonrisa. Incluso miraba hacia arriba a Frank que no quería mirarla hacia abajo sino de reojo. Pero me di cuenta de algo. Cora contemplaba a Frank con cierta rabia mientras bailaba con Azucena. ¿Se conocían bien ambos o se hacían los indiferentes?
Frank caminó con las lesbianas en algún momento pero no funcionó porque le pisó varias veces los pies a las dos. Además vinieron con zapatillas para correr y una ropa de hombre, camisas grandes con un logo de un equipo de basquetbol que decía “Yale”. Y con gorros de beisbol. No me imaginaba a ambas en vestidos seductores, rasgados para mostrar la pierna, de zapatos taco alto bonitos para bailar, maquilladas. De mujeres fatales no tendrían nada como tampoco lo tendría Cora. Durante la caminata Paul dijo que no había que hablarse. En el tango no se habla mientras se baila. Es un baile de seducción sensual sin palabras y no una seducción erótica. Bonita frase me dije y siempre pensé en esa definición cuando me venían los recuerdos viviendo con Ani. Había leído por ahí que el tango es un sentimiento triste que se baila pero me gustaba más la definición de Paul porque muchas palabras pueden matar esa seducción sensual. O la atracción es más rápida, espontánea, apasionada si no hay que explicar mucho. Así que con nuestra pareja el resto de la clase sólo caminábamos, sintiéndonos únicamente por el contacto de los brazos. Al final de la clase no estaba seguro si quería volver pero fue conversando con Alfredo que me hizo cambiar de idea. El era muy entusiasta del tango y vi que me tomó un aprecio instantáneo porque le dije que era medio argentino pero que jamás se me había ocurrido meterme en esto y que no sabía por qué estaba aquí. A lo mejor quería buscar una manera de limpiar mi corazón dañado.
El baile te hará bien, me dijo. Al comienzo, y por muchas clases, te sentirás frustrado. Que aún no sabes caminar en el tango. Que menos sabes combinar pasos y figuras. Y lo peor: no puedes controlar a tu pareja. Tendrás que aprender a caminar de nuevo. Me gustó cuando dijo “aprender a caminar de nuevo”. Lo tomé como una frase con un significado más allá del literal. ¿Tendría que volver a aprender a caminar, saber relacionarme con mi pareja y poder controlar la relación o el baile? Mucho después entendí que el baile no era la sumisión de la mujer sino llegar a un perfecto equilibrio. Una conversación entre dos. Si el líder hacía un movimiento, ella no lo seguiría mecánicamente sino poniendo su propia fuerza. Paul nos explicó luego de terminar la clase que el caminar había que aprenderlo bien en el tango. Era lo fundamental. Había que poner el peso en un pié si queríamos avanzar con el otro y viceversa. Si no había equilibrio entre el peso del líder y el de ella se producía el desequilibrio total y el baile era un completo fracaso. O la relación sería un fracaso y no habría ninguna seducción posible ni comunicación. Así que Alfredo me convenció diciéndome lo mismo que luego diría Paul sobre la filosofía de caminar en el tango. Le dije que volvería el próximo domingo. Alfredo me dio algunas direcciones de clases de tango con otros profesores. Me dijo que es bueno que viera distintos modos de enseñar a bailarlo aunque los conceptos fundamentales serán los mismos. Es la experiencia de cada profesor que te enseñará otras miradas diferentes. Como las películas de amor, me dijo, todas tratan el mismo tema universal pero lo analizan de diferentes maneras y con diferentes historias. ¿Le gusta el cine? Le pregunté a Alfredo. Sí, me dijo, mi apellido es Rossellini y mis abuelos estaban emparentados con el director italiano llamado Roberto Rossellini. “Roma, ciudad abierta” dije en voz alta a Alfredo. Sí, esa la hizo mi tío abuelo Roberto en 1945. Mis dos abuelos emigraron como miles de italianos en 1920 a Nueva York con mi padre y su hermana Sofia. Ella tenía 14 años y mi padre Alfredo tenía 15. Otros parientes los tengo en Argentina pero nunca he podido ir allí. Cuando era niño en Brooklyn trabajaba en un cine vendiendo palomitas de maíz y me dejaban ver películas. También trabajé ayudando al que proyectaba las películas en la sala de proyección. Allí vi muchas. Por ejemplo, vi casi todo el cine italiano y francés y norteamericano de la postguerra. El cine ruso de la época soviética. Todas las películas de Fred Astaire con Elanor Powell o con Ginger Rogers o con Rita Hayworth. Debes ver una película donde ambos, Astaire y Rita Hayworth, están en Buenos Aires y bailan un tango espectacular. Esa escena me inspiró desde niño querer bailar. ¿No te parece extraño que tenga aquí una academia de tango y no haya ido nunca Argentina ni menos sea argentino? Primero comencé esta academia en forma muy modesta en Manhattan. Era un día muy caluroso de junio de 1980 y sólo aparecieron dos parejas a las siete de la tarde pero luego fue creciendo el número de interesados por el tango. Cinco años después me vine a esta ciudad. Tú eres el primer argentino que tengo en estas clases. Sí, le dije, medio argentino, ya me di cuenta en el grupo nuestro. ¿Por qué quieren aprender tango? ¿Y tú por qué estás aquí? me respondió. Aún no lo sé, pero quizás en unos meses más si aprendo bien entonces lo sabré. Exacto, dijo Alfredo. El tango, como te dije, es aprender a caminar de nuevo pero no sabes que te pasará mientras caminas. Así que volví a clase el domingo siguiente porque Alfredo me convenció y me caía bien. Era generoso y estimulaba a los que éramos principiantes, especialmente a los hombres porque muchos se desanimaban o se frustraban muy rápido al no poder controlar el baile y ser incapaz de dirigir a la mujer, me dijo como una sentencia de algún filósofo o profeta. Eran muchas cosas que debía saber un bailador de tango pero hay que ir por etapas, me volvió a repetir.
*
En la segunda clase del segundo domingo seguimos caminando las tres horas completas. Llegó otro hombre que dijo llamarse Ray Straight pero le gustaba que le llamaran sólo Straight. Jamás había oído un nombre así y me costaba pronunciarlo. Parecía un hermano de Frank pero no lo era. Straigth era muy amable y siempre estaba feliz. Luego supimos que era conocido de Azucena. Dijo que sabia bailar ballroom que es un baile social donde la gente se junta para practicar distintos bailes desde el vals, fox trot, disco o un tango estilizado, acartonado y caricaturesco que hizo famoso el cine de Hollywood. Eso dijo Straigth en el descanso explicándonos por qué estaba allí. Quería aprender tango argentino de verdad. Se nota que tenía experiencia pues sus movimientos eran los de un bailador ágil aun cuando tenía más edad que todos pero su cuerpo era delgado y de estatura baja. Por Azucena, al final de la clase, supe que era el dueño del Diner donde trabajaba también Cora. Paul le corrigió como caminar en el tango argentino porque Straigth caminaba como había aprendido en el tango al estilo de Hollywood. Este camina como un maricón, me dije a mi mismo, sin decirlo en voz alta porque sería políticamente incorrecto y más aún teniendo a la pareja de lesbianas. Pero me di cuenta ese día que Straigth era un hombre bien masculino y con mucho humor haciendo bromas a todos y cortejando como un viejo verde a Lolita que podría ser su nieta. En el descanso nos invitó a todos, después de la clase, a tomar un café en su Diner que no estaba muy lejos en carro de nuestra clase. Yo dije que aceptaba porque no tenía nada que hacer y quería estar con gente. Se me habría un mundo que por 10 años había estado cerrado. Todo ese tiempo pasé únicamente con Ani y ella conmigo y aún no podía entender cómo pasó el tiempo entre ambos casi sin estar con otras personas. Me daba cuenta que no tenía amigos. Sólo amigos virtuales interesados en el cine o amigos de personajes ficticios de películas. O conocidos del pueblo que hablaban dos minutos conmigo mientras compraban estampillas, enviaban alguna carta certificada, paquetes. O compañeros de trabajo pero eran conversaciones de cosas rutinarias. Así que le dije que iría a tomar café. Azucena también iba porque era amiga o conocida de Straigth. Cora dijo que iría de todas maneras porque tenía un turno de noche.
El Diner de Straigth funcionaba hasta las tres de la mañana y parecía muy popular. Frank no dijo si iba o no. Las lesbianas simplemente dijeron que no podían y se fueron rápidamente después de la clase. Además en las siguientes clases continuaban viniendo con zapatos de gimnasia. Yo había comprado unos zapatos de baile siguiendo la recomendación de Alfredo. Frank aún no tenía sus zapatos de baile. Vino a la segunda clase con los mismos zapatos de campesino de la primera vez. Alfredo le sugirió amablemente que comprara unos zapatos por su bien pues así podría bailar mejor y tener mejor equilibrio y que el piso no se arruinaría porque era caro repararlo. Frank dijo que estaba bien. Era la primera vez que hablaba una frase completa porque por lo general era mudo en la clase y en el descanso, pero siempre seguía mirando de reojo a Azucena y a Cora. En el Diner Azucena me iría a contar parte de su propia vida y la de Straigth, el dueño de Diner que era de origen griego pero que antes había vivido en un lugar llamado Mount Xion en Wisconsin e inauguró su Diner en junio de 1980, eso se sabía por una foto que estaba colgada en una pared. Cora conocía a Azucena pero parece que la despreciaba por alguna razón. Yo pensaba que no se conocían cuando apareció Azucena en la primera clase. Cora no la miró ni la saludó esa vez. ¿Pero por qué esa fea mirada que le dio a Frank cuando bailaba con Azucena? ¿Conocía Azucena a Frank? ¿Qué relación tenían Frank con Cora? ¿Por qué Azucena y Straigth se conocían de antes? ¿Por qué Cora, la empleada de Straigth, venía también a tomar clases de tango con su jefe? ¿Y por qué un griego que había nacido en el lejano Medio Oeste, entre vacas y maíz, quería aprender tango argentino?
Cora le sonrió amigablemente a Frank en la primera clase pero luego le daba miradas raras. Por otro lado a Paul, Lolita y Jeanne sólo les interesaba enseñar y declinaron la invitación a tomar café. Ellos parecían de otro mundo me dije cuando quise hacer la comparación con nuestro grupo de principiantes y con los otros de la otra sala donde estaban los alumnos más avanzados. Allí no podíamos ir hasta que pasáramos el examen e ingresar al intermedio avanzado, pero eso tomaría muchas clases. Unos tres meses dijo Paul o tres años. Cuando dijo eso todos nos miramos sorprendidos. Hasta el mismo Straigth que sabía bailar algo. Sí, le dijo Paul, pero aquí tienes que olvidar el tango ballroom. Eso es un tango falso. Aquí estamos por aprender el tango argentino de verdad no la caricatura que inventó Hollywood. Alfredo que había aprendido a bailar mirando esos bailes en películas de Hollywood estaba de acuerdo y le explicó a Straigth la historia que me había contado cuando trabajaba vendiendo palomitas de maíz en un cine antiguo de Brooklyn, Nueva York. Había que aprender a caminar bien pero no sólo eso. Sino caminar usando únicamente la parte de la cintura para abajo. El torso debía permanecer recto como si fuera una estatua pero movible. Todo estaba en el torso y en los pies. Luego de caminar vendrían los pasos básicos y luego aprender figuras que en tango son cientos pero Uds. con que aprendan unas quince figuras de memoria ya podrán decir que pueden bailar. Luego internalizar la musicalidad porque no se puede bailar mecánicamente haciendo figuras por más perfectas que sean. Finalmente deben integrar todo eso en el baile. Llegar a sentir la música internamente y de allí bailar. En la otra sala ellos están aprendiendo a memorizar quince figuras o pasos junto con internalizar la música. Algunos llevan tres años haciendo eso. Cuando terminó Paul de hablar me pareció que nadie se desanimaba. Yo tampoco. Era necesario subir una montaña para ver todo el valle de una manera completa. Subir lo que fuera y tomara cualquier tiempo pero queríamos respirar otro aire. O llegar al agua que nos limpiaría el corazón porque allí parecía que a todos se nos había roto algo dentro. Por eso nos miramos unos a otros como diciéndonos en silencio: no me importa, quiero llegar a la cúspide. Hasta las lesbianas estaban de acuerdo.
Chile, 1947. Es narrador, poeta, ensayista, académico. Recientes libros publicados: El bailador de tango (novela, Washington, 2018), El tango en el Río de La Plata (ensayo, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2019), La isla del fin del mundo (novela, Chile, 2020), Los gatos no viven en el tejado y otros poemas de amor (poesía, Chile, 2020). Fue traductor de la poesía del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko (ediciones de Nicaragua, Colombia, Chile, Cuba, Rusia, España). Este cuento es inédito e irá en su libro de cuentos, segunda edición, Fui dueño de tu encanto.