El baúl
25 noviembre, 2022
Recuerdo, hago memoria con alma, como decía el poeta español de la generación del veintisiete, José Bergamín, y repienso que en cualquier relato el principio que gobierna la relación entre el enunciado y la última acción, es un principio no signado por la velocidad sino por el retardamiento. Una lentitud que va cualificando, personalizando la experiencia y haciéndola cada vez más humana.
Esto es lo que ocurre en este curioso artefacto creado por Herman Sifontes para la colección fotográfica de la familia Tovar, titulado El Baúl. Se trata de un foto-libro que persigue como cualquier fábula un sentido preceptivo. Al final esta colección de fotografías y algunos textos guardados en el mismo “baúl” nos cuentan los viajes de los abuelos cosmopolitas de Herman Sifontes. Tan venezolanos y latinoamericanos en sus maneras de sentirse pertenecientes al mundo, fueron seres diferentes y tolerantes. Claro, que el recuento de este foto-libro se convierte con rapidez en un homenaje a la aspiración democrática, ansiada por ese país de origen en punto de partida de incontables travesías.
El diseño, el concepto, y la edición a cargo de Gisela Viloria, y la coordinación editorial de Ricardo Gómez, logran engranar las partes de un mecanismo particularísimo que hace continuos guiños mágicos al lector. Los encartados que trae el libro: el mapa de los países visitados y ese otro que es una carta ilustrada, no perturban el carácter mercurial de los dioses que nos gobiernan, porque son ingeniosas intromisiones que suscitan en un lector atento el deseo y la reverencia.
Igual me ha ocurrido con el ritmo cromático de las fotográficas, cada una con tan distinto tenor. Y es que este pequeño objeto nos invita a la sublimación del hombre común, abre una puerta para salir un poco de la ceguera de lo negro y lo borroso.
De su baúl Herman Sifontes logra salvar una suerte de guión ilustrado donde se teje elípticamente los entramados de una pasión por la geografía del mundo. La selección fotográfica plantea una lectura sensible de variados lugares, y hasta podríamos decir que su trama es enhebrada mediante la presencia de esta pareja de actores protagonistas, jóvenes “abuelos” viajeros, que, como bien dice el autor rebelándonos la premisa intima del libro: esos viajes y sus registros fotográficos nos enseñaron a nosotros sus nietos que es más importante hacer y no tener, y que había que vivir en libertad para lograr construir nuestro libre destino individual.
Esta tácita lección nos devela el sentido de la vida de un viajero, su obliqua construcción de un mito, que se presta con el paso del tiempo al develamiento de los múltiples contenidos que motivan sus desplazamientos: ¿cómo fue aquel ahora?, ¿cómo sucedía el antes? Pareciera que, cuanto más largo el viaje sus razones suelen tener una mayor complejidad y ambición. Solo faltaba la presencia de aquel sujeto dispuesto a descifrar las claves de tales aventuras.
No podría pasar por alto un poema de tres estrofas, sin título, pero que arbitrariamente lo llamaría: Elogio del regreso. Es un texto sabio, centrado en ese valor iniciático que tiene el viaje de vuelta al mismo lugar. En ese instante la contemplación se adentra en las dificultades humanas de lo virtuoso. Y dice el poema: PARA VER UN LUGAR es preciso volver/ a mirarlo. (…) Y más adelante reafirma: (…) Viajaban para regresar. En este poema se nos ofrece la clave y el acento con el cual debemos pasar las páginas que siguen; la entonación sagrada que iguala a la imagen con la palabra en un sentido superior, donde hay que detenerse a mirar como el que escucha.
El baúl como libro, en su modesta y no menos relevante aventura expresiva, va en la búsqueda de reinvindicar lo ordinario, lo cotidiano, para ubicarlo en otro nivel de valoración, de trascendencia. Este esfuerzo no deja de sorprender y animar la posibilidad de que lo desechado y algunas veces olvidado renazca actualizando sus posibles significaciones.
Hay cierta reivindicación del desarreglo y lo más común, que nos regresa muy esperanzadoramente al paso reiterativo de los días. Se trata de devolverle, el alma al mundo, como quería Hillman. Una empresa anhelada por todos.
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San Fernando de Apure, Venezuela, 1952. Poeta. Profesor del Departamento de Talleres Literarios de la Escuela de Letras de la Universidad Central. Ha publicado más de diez libros de poesía; sus últimos dos títulos son los siguientes: El muro de Mandelshtam (Editorial Bartleby, 2017, España) y La sombra del apostador (Editorial Visor, 2021, España). En el año 2008 gana la beca Guggenhein. Ha publicado diversas antologías: Tierranegra (Ediciones Idea ,2008, Tenerife-España); Terranera (Raffaelli Editore, 2010, Italia); El campo / El ascensor (Obra completa. Editorial Pre-textos, 2014, España). En el año 2019 aparece una selección extensa de su obra en USA, traducida por Rowena Hill, editada por Tavern Books, y prologada por el poeta Curtis Bauer. Ha sido traducido parcialmente a otros idiomas.