El Jesucristo humanizado de Luis Rocha
25 noviembre, 2017
Christian Hopp
¿Y ahora, qué sigue? es el segundo libro para niños del poeta Luis Rocha y forma parte de una trilogía, cuyo primer volumen se publicó el año pasado bajo el título El cofre de los sueños. Según las palabras de su autor, ambos libros son cuentos enlazados y llevan en sí el mensaje de la defensa de la niñez, porque la niñez -independiente de la edad real del ser humano- ofrece una aproximación más espontánea, tolerante y existencial a la realidad que la de un adulto.
Como destaqué en mi ensayo sobre El cofre de los sueños, publicado en el Hilo azul, detrás de la trama del niño Yo no sabo, quien busca un nombre propio, Luis Rocha reivindica los sueños, la imaginación y el pensamiento mítico, defendiéndolos contra el poder totalizador e inhumo de la razón humana.[1] Mientras El cofre de los sueños es, según mi criterio, una ficcionalización de los elementos claves de la filosofía de la Escuela de Fráncfort, expresados por Theodor W. Adorno y Max Horkheimer en su obra Dialéctica de la Ilustración, el nuevo libro de Rocha, que también es mucho más profundo de lo que el calificativo literatura infantíl hace suponer, sigue la misma pauta, pero esta vez ante un fondo no sólo filosófico, sino también teológico. Ya los primeros párrafos invitan a leer el libro con lentes teológicos:
Sigilosamente, con su carita de gato confianzudo, el niño, conocido como Travesura, se acercó hasta donde estaba Jesús tranquilamente sentado sobre una piedra, a la orilla del cada vez más pequeño Lago Cocibolca. […]Jesús estaba descansando de haberse pasado haciendo milagros todo el santo día, como lo había hecho hacía siglos, allá por Israel, en un lago de Galilea, y hacía poco, a la orilla de nuestro Lago de Nicaragua, en la que se habían congregado peregrinos llegados desde los cuatro puntos cardinales del país para manifestarse en contra de la desaparición de nuestra naturaleza, Jesús había multiplicado cinco panes y dos pescados, para darle de comer a un gentío, el que, con barriga llena, quedó con el corazón contento. Pero más lleno había quedado su espíritu, decían, con la sabiduría de sus enseñanzas, explicadas a base de comparaciones: “Si secamos ríos y lagos, también se seca el alma”, dijo en un momento dado, y “en las cabezas que no albergan conciencia, no florecen las ideas”, también habría dicho.
Novelas sobre Jesucristo no son nada excepcionales en el panorama de la literatura mundial. Hay algunos que cuentan los hechos narrados por los evangelistas desde otro punto de vista, pero sin contradecirlos ni ponerlos en duda, como, p.ej., The Gospel According to the Son (1997; una de las novelas menos logradas del escritor norteamericano Norman Mailer) o L’Évangile selon Pilate (2000) del Paulo Coelho francés Éric-Emmanuel Schmitt. Pero son mucho más interesantes aquellas novelas que presentan a un Jesús despojado de todo aspecto de solemnidad, el más famoso, sin duda, O Evangelho segundo Jesus Cristo (1991) del maravilloso premio nobel portugués José Saramago, cuyo Jesucristo no sólo es el hijo de la unión carnal de María y José, sino también un hombre con sentimientos humanos que tiene que enfrentarse al Diablo quién le menciona todos los crímenes que en los próximos dos milenios se cometerían en su nombre,[2] con la consecuencia de que Jesús se resista a cumplir su papel asignado.
Pero ¿qué nos quiere sugerir un Jesucristo, quien dos mil años después de su vida transcurrida en lo que hoy es Israel, se encuentra haciendo milagros al lado del Lago de Nicaragua, que está amenazado por los diversos peligros ambientales del siglo XXI? Es mucho más que uno de los anacronismos deliberados de los que tanto gozan los escritores posmodernos. Tiene una profunda implicación teológica que va en contra de una particular forma de la hermenéutica bíblica. Es nada menos que una burla de la Teología liberal, que surgió en el siglo XIX principalmente entre los teólogos protestanes alemanes, quienes interpretaron la Biblia con los lentes de historiadores y filólogos, quiere decir con las herramientas originarias de la Ilustración y del pensamiento racionalista. Entre ellos figuran teólogos tan ilustres como David Friedrich Strauß, Adolf von Harnack, Ernst Troeltsch y Albert Schweitzer. Llegaron a una comprensión estupenda del Jesús histórico, de las religiones orientales y de sus circunstancias históricas en la evolución del pensamiento humano, pero perdieron de vista el mensaje fundamental: la buena nueva de amor, vivido y proclamado por el Hijo de hombre, lo que en términos teólogicos se llama κήρυγμα. Para el narrador del libro de Luis Rocha, el κήρυγμα tiene mayor relevancia que la representación de una situación histórica, porque es el mensaje que llega al corazón y no la frialdad histórica: “Jesús había multiplicado cinco panes y dos pescados, para darle de comer a un gentío, el que, con barriga llena, quedó con el corazón contento. Pero más lleno había quedado su espíritu, decían, con la sabiduría de sus enseñanzas, explicadas a base de comparaciones.” Trasplatando a Jesús a la vida contemporánea y despojándolo de su bagaje histórico, refuerza el poder de su mensaje. A la vez es una burla del espíritu racionalista de los teólogos liberales, quienes – a pesar de sus grandes logros científicos – contribuyeron en el proceso mundial del desencantamiento de la realidad (aplicando el famoso término de Max Weber).
Es algo insólito lo que hace el niño llamado Travesura. Pensando que Jesús está dormido, le tira unas piedras sobre la espalda, porque no quiere seguir esperando. Pero en vez de enfurecerse, Jesús tranquilamente le explica que “entre saber esperar y no saber esperar, está el secreto de la vida.” De esta situación nace la pregunta “¿Y ahora, qué sigue?”, que le da el título al libro y que los niños expresan al final de cada cuento. Lo único que el niño Travesura quiere es que Jesús le cuente un cuento, o sea una de sus comparaciones, lo que provoca el siguiente diálogo entre los dos:
-La vida es un cuento -respondió Jesús secando el sudor de su frente. Y sonriendo agregó: –Un cuento lleno de travesuras.
-¿Y es que las travesuras no son malas?, -preguntó Travesura.
-Jamás -respondió rotundamente Jesús.
La respuesta de Jesús no sólo sorprende, sino también asusta. ¿Acaso no aprenden todos los niños en el catecismo que los tres consejos evangélicos, necesarios para cumplir exitosamente la búsqueda de la perfección espiritual, son pobreza, obediencia y castidad? ¿Y qué es una travesura, sino una grave violación del consejo de la obediencia? ¿Por qué el Hijo de hombre no regaña a un niño malcriado que le tira piedras?
Hay que recordar, que la doctrina católica, que enseña los consejos evangélicos, difiere profundamente de los mensajes esenciales del evangelio. Las causas de ello, las explica muy concisamente Adolf von Harnack en su bellísima serie de cátedras La esencia del cristianismo. Destaca Harnack que “[e]l evangelio no vino al mundo como una religión estatuaria”[3], pero que comenzó a convertirse en ella a comienzos del siglo II, apróximadamente alrededor del año 120.[4] En primer lugar, en aquellos años comenzó el proceso de condensación y doctrinización, por el que pasa toda religión después de tres o cuatro generaciones y por el cual los contenidos de la fe llegan a ser doctrinas en las que el creyente necesariamente tiene que creer. En segundo lugar, el pensamiento griego influyó a la nueva religión y con él sobre todo la idea platónica del λόγος, con el efecto de que los primeros cristianos identificaran el λόγος con el mismo Jesús, por medio de quién el cosmos, la razón y la ética formaron una unidad. En tercer lugar, la lucha contra el gnosticismo helénico causó un mayor grado de canonización de los contenidos de la fe para poder excluir a todos que no queríán adherirse a ellos. Al fin y al cabo, el cristianismo se hizo doctrina, se intelectualizó y con eso perdió en gran medida la cercanía con el prójimo que es mensaje fundamental de Jesús.
El Jesucristo de Luis Rocha todavía no refleja esos aires superiores e intelectuales que ha adquirido desde el siglo II. Recibe cariñosamente a la gran multitud de niños llamados por Travesura y “[c]uando [los niños] llegaron a su destino, guardaron un respetuoso silencio, rodeando a Jesús y dejándolo dentro de una inmensa rueda de niños que pareceía un gran anillo de amor” (6). Pero aparecen “los discípulos principales de Jesús, quienes tomándose demasiado en serio su trabajo de acompañarlo y protegerlo en todo, quisieron sacar de ahí aquella multitud de niños alborotados” (7). Es fácil ver en ellos los futuros sacerdotes y obispos que sustituyeron el amor al prójimo por la obediencia y la cercanía nacido de un sentimiento de amor por una distancia solemne y autoritaria que causa temor. Una vez más, Jesús renuncia a todo autoritarismo e incluso muestra mayor cercanía con los niños que con los mismo discípulos: “Dejen a esos niños y no les impidan que vengan y se me acerquen. Ellos quieren estar conmigo y para mí estar con ellos, es como estar en el Reino de los Cielos, y en el Reino de los Cielos un niño es lo más importante que puede haber” (7). Los discípulos se molestan celosos, recriminándole a Jesús: “¡Ay, Jesús, tan bonachón como siempre, ya verá cómo le van a poner patas arriba el Reino de los Cielos, porque son muy traviesos!” (7). Pero Jesús sigue firme en su criterio y encuentra una maravillos metáforo que desde ahora equivale al Reino de los Cielos: “¿Y qué hay de malo en ser travieso? […] Todo lo que es felicidad y amor, es mi Reino. El que ama a su prójimo como a sí mismo, es bueno, porque es como los niños. Los niños pertenecesn a El Reino de la Infancia Eterna. Ya lo he dicho muchas veces: -Ése s mi Reino, porque es el Reino del Amor” (7).
Con la metáfora El Reino de la Infancia eterna, Luis Rocha recrea magistralmente las palabras del Jesús narrado por Mateo, quien dice: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mat 18: 3-5). Jesús considera a los niños superiores a los adultos, porque anticipa la idea de la tabula rasa de John Locke, según el cual cada individuo nace con la mente vacía de modo que todos los conocimientos, habilidades, conceptos éticos y, por ende, también las características negativas son producto de aprendizaje en un munco corrupto.
El único imperativo que reina en El Reino de la Infancia eterna es no hacer nada malo, porque “[m]alo, es ser malo. No conocer la bondad” (7). Y de eso consta la diferencia entre una travesura y una maldad. En el siguiente capítulo, el níño Travesura cuenta cómo le hizo una trampa al sacerdote ciego de su parroquia, poniéndole el camisón de la anciana esposa del sacristán, con el fin de que el sacerdote oficiara la misa en camisón y la anciana barriera la Casa Cural de sotana. Jesús condena la travesura no por ser una irreverencia al sacerdote sino por ser una ofensa a la edad, por la cual Travesura tiene que pedirle perdón al cura. Pero allí no termina ese episodio, porque Tiempo, el amigo de Jesús, aparece recordando que Jesús mismo le había hecho la trampa a Travesura, disfrazándose de cura para “descansar de la severidad de la vida, y tomar[se] un travieso descanso, que a su vez contenga un mensaje moral” (10). Presentar al Hijo de hombre bromeando, al λόγος en camisón, es un hecho sacrílego para todo dogmatismo católico, que siempre ha descartado tan sólo la idea de un Jesús que se rie. Pero para el lector liberal de mente abierta es una rehumanización del Cristo objetivado por la doctrina cristiana. Se parece al Cristo rebelde de Saramago, pero todavía mucho más al narrador homodiegético de la novela Niños en el tiempo (2014) de Ricardo Menéndez Salmón, quien recrea la infancia de Jesús y quien por ese mismo hecho se justifica ante Jesús diciendo: “[s]upongo que quiero devolverte lo que te han robado -respondo-. Esos años invisibles. Al fin y al cabo, no hay mayor tresoro que la infancia.“[5]
Se nota aquí el enorme papel que la literatura puede jugar a favor del Cristianismo: despojarlo de su solemnidad y darle nueva vida humanizando sus personajes claves por medio de recreaciones de su mensajes.[6] De esta forma, ejerce el mismo protesta que Martin Lutero, quien hace 500 años se rebeló contra el objetivismo rígido y monolítico de la teología romana, reclamando el respeto al individuo con todos sus miedos y depresiones.[7]
El espíritu monolítico-racionalista también está presente en otro personaje del libro de Luis Rocha: El Chompipe Indignado es un ejemplo brillante de sátira. Refleja por sus aires aristócratas y solemnes los ornamentos de los altos dignatarios católicos y por su sordera la barrera que hay entre los clérigos y la gente común. Se molesta cada vez que las normas vigentes de su mundo social se ven violadas como en el caso siguiente:
Esto, para desgracia de[l niño] Cangrejo Loco, provocó un ataque de furia de parte de El Chompipe Indignado, cuando vio al niño apodado como Cangrejo Loco, cometiendo dos garrafales errores: soplándose los mocos, luego era mocoso. [Nótese la genial parodia del Cogito ergo sum cartesiano.] Y caminando hacia adelante, que es lo contrario a lo que hacen los cangrejos, lo cual El Chompipe Indignado consideró una burla de sus conocimientos en crustáceos. (22)
Este episodio se encuentra en medio de la narración de los garroberos malvados, quienes “cometen el delito de ser cómplices al comercializar” (17) a las iguanas y garrobos y encienden un fuego para sacarlos más fácilmente de sus casas. Pero El Garrobo Mayor se dirige a El Señor del Fuego suplicándole “que no se prestara a producir el incendio criminal” (17). El Señor del Fuego admite haber sido manipulado por los garroberos y junto con sus súbditos “aumentaron su intensidad en señal de solidarid y de apoyo a cualquier llamado a la rebelión contra los garroberos malvados” (24), porque se consideran “fuego purificador y no de corrupción y maldad” (24). Así se salvan los garrobos y los garroberos se arrepienten de su maldad; sobre todo el niño Pedro Urdemales que junto con su perrito vuelve a unirse con su familia. Pero antes, El Señor del Fuego le concede la opción de perdonar a los malvados a El Garrobo Mayor, lo que éste hace con toda generosidad.
Desde ahora, el fuego, los animales y los seres humanos viven reconciliados y en paz. Aquí nos encontramos ante la meta final de la filosofía de la religión del Romanticismo (definida sobre todo por Friedrich Schleiermacher) que trata de reconciliar el hombre con la belleza del mundo y de disolver la dicotomía hombre-naturaleza, que existe desde la revolución neolítica.[8] Para Eugen Drewermann (el mayor representante de la teología psicoanalítica), reencontrar la unidad mística del hombre con la naturaleza y la aplicación del psicoanálisis a la teología son las únicas puentes de salida para el Catolicismo, si no quiere perecer en un dogmatismo petrificado, porque sólo así el ser humano con todos sus miedos puede volver a tener su puesto central, que Jesús le asignó. El gran mérito de este libro de Luis Rocha es ofrecernos una idea de la vida cristiana humanizada y despojada de todo el bagaje dogmático.
Notas
[1] Cf. Christian Hopp: “El cofre de los sueños de Luis Rocha ante la Dialéctica de la Ilustración”, en El hilo azul (14/2016), pp. 25-36.
[2] José Saramago: O Evangelho segundo Jesus Cristo [El evangelio según Jesucristo]. São Paulo: Companhia de Bolso, 2011 [1991] pp. 318-322.
[3] Adolf von Harnack: Das Wesen des Christentums [La esencia del cristianismo], introd. Rudolf Bultmann. Munich y Hamburgo: Siebenstern, 1964 [1900], p. 117. La traducción es mía.
[4] Cf. Adolf von Harnack: Das Wesen des Christentums [La esencia del cristianismo], introd. Rudolf Bultmann. Munich y Hamburgo: Siebenstern, 1964 [1900], pp. 121-127.
[5] Ricardo Menéndez Salmón: Niños en el tiempo. Barcelona: Seix Barral, 2014, p. 131.
[6] Lo mismo hace Sergio Ramírez en su novela Sara (Madrid: Alfaguara, 2015).
[7] Cf. Eugen Drewermann: Kleriker: Psychologie eines Ideals [Clérigos: Psicograma de un ideal]. Munich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 1991 [1989], p. 148 ss.
[8] Cf. Eugen Drewermann: Kleriker: Psychologie eines Ideals [Clérigos: Psicograma de un ideal]. Munich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 1991 [1989], p. 739 ss.
Bibliografía:
Drewermann, Eugen: Kleriker: Psychogramm eines Ideals [Clérigos: Psicograma de un ideal]. Munich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 1991 [1989].
Harnack, Adolf von: Das Wesen des Christentums [La esencia del cristianismo], introd. Rudolf Bultmann. Munich y Hamburgo: Siebenstern, 1964 [1900].
Hopp, Christian: “El cofre de los sueños de Luis Rocha ante la Dialéctica de la Ilustración”, en El hilo azul (14/2016), pp. 25-36.
Menéndez Salmón, Ricardo: Niños en el tiempo. Barcelona: Seix Barral, 2014.
Rocha, Luis: El cofre de los sueños. Managua: Hispamer, 2016.
Rocha, Luis: ¿Y ahora, qué sigue? Managua: Hispamer, 2017.
Saramago, José: O Evangelho segundo Jesus Cristo [El evangelio según Jesucristo]. São Paulo: Companhia de Bolso, 2011 [1991].
Christian Hopp nació en Alemania en 1989. En el 2008 viajó por primera vez a Masatepe/Nicaragua donde prestó un servicio social y luego fundó una familia. Desde entonces vive entre los dos países. Estudió Filología Inglesa, Filología Española y Filología Latina para el Magisterio en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia. En el 2013 sacó el título académico "Bachelor of Education" con un trabajo sobre el novelista norteamericano Upton Sinclair. Del 2012 al 2016 estuvo de asistente científico en la cátedra de Literatura Iberorrománica de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia. En el 2016 sacó el título académico “Master of Education” con un trabajo premiado sobre la polifonía en la novela El vuelo de la crisálida del escritor español Isaac Montero. Desde enero del 2017 enseña español y latín en un instituto de Bad Kreuznach. Entre sus principales intereses de investigación destacan la literatura nicaragüense y la literatura española contemporánea. Publicó ensayos en Encuentro. Revista de la Universidad Centroamericana, y El hilo azul. También es organista en varias iglesias en Alemania y ha dado numerosos conciertos, promoviendo sobre todo la música de Juan Sebastián Bach y de compositores franceses de los siglos XIX y XX.”