El odio como pretexto y refugio: el arte de la memoria caótica
1 abril, 2014
Carlos Cortés, el ya renombrado y reconocido escritor costarricense, es objeto de la mirada interpretativa de la doctora Lorna Polo Alvarado, a través de la novela Larga noche hacia mi madre, publicada por Alfaguara apenas el pasado 2013. Lorna ha hecho una escrupulosa lectura escarbando en las interioridades de los protagonistas de dicha historia: Odilie Martínez Evans y su hijo José Enrique Expósito, de ellos se desprenden los cataclismos propios de una madre sumida en la depresión y después en la locura y su vástago, que padece el escarnio propio en este tipo de situaciones. El drama, el dolor consecuente, son detectados por Lorna quien, con aguda percepción observa los devaneos de la memoria de José Enrique cuando regresa a su infancia-adolescencia, “con la intención” nos dice Lorna, “de entender el pasado para comprender su vida”.
¿Quién no ha odiado alguna vez? Todos. Pero, ¿cuántos confesarían que han odiado a su madre? Nadie. Todos aman a su madre, a su manera; excepto, tal vez, José Enrique Expósito, protagonista de la novela Larga noche hacia mi madre del escritor costarricense Carlos Cortés. De tono profundamente testimonial se nos presenta esta novela cuya voz narrativa desde la primera persona protagonista parece hablarnos al oído. Sí, allí, muy cerca en un tono confesional tan cercano como el dolor que transmiten sus páginas y que, en ocasiones, se nos contagia sin poder precisar por qué.
En cuarto grado, con solo 9 años, se dio cuenta que su madre estaba “loca”, desde ese momento sus sentimientos se mezclaron. Surgió una relación de amor-odio en el que ambos estaban tan cerca que, como dice en la contraportada de la novela, “cuesta distinguirlos”. Odilie Martínez Evans, apodada Lily, la madre sumida en una profunda depresión se aparece en ropa de dormir en el salón de clase del profesor Solano y con los ojos perdidos le pregunta por su hijo que se le ha “extraviado”. Esa fue la primera vez que sintió vergüenza de ella. Ese sería el inicio consciente de su abandono: “tan solo pensé que la otra mitad de mi vida, la que quedaba viva después de la desaparición de mi padre, me abandonaba.” (p. 14).
Ante sus ojos de niño, su madre, pasó de ser la maestra de escuela, con bonita caligrafía, a la loca del pueblo. Suena triste y lo fue para el niño que se había sentido orgulloso de ella al verla entrevistada en televisión. Esa maestra llena de vivencias tras tres meses de estudios en Venezuela se convirtió en la mujer que lloraba todas las noches encerrada en su cuarto y que desarrolló un trastorno maniaco depresivo.
En “un cubo de desolación” (p. 15) se le convirtió el cuarto de su madre cuando enfermó de los nervios y lo convirtió en su lugar privado donde el niño ya no podía dormir. Sin embargo, quien nos lo cuenta no es el niño, es el hombre, que nos habla desde el recuerdo, desde la reflexión. El hombre, José Enrique Expósito, para quien sus palabras son un desahogo, que le quitan un peso de encima y le permiten ver su pasado al que mira con la intención de entenderlo para comprender su vida.
¿Con qué se llena el vacío de este cubo casi congénito que produce el odio como respuesta a todas las preguntas? El autor parece decirnos que primero con la memoria y con la voluntad, aunque débil sea, de perseguir y descifrar el enigma hasta el final. No puede existir el odio sin la memoria fermentada. Odio, rencor, ira, desprecio, resentimiento, vergüenza, conforman parte de la lista de sus sentimientos que rondan constantemente la novela.
Y es que parafraseando a Giordano Bruno “el arte de la memoria” consiste en utilizar convenientemente los símbolos del pasado para renovar el presente y encauzar la vida al encontrar en este viaje la senda extraviada. Cortés utiliza el elemento del tiempo magistralmente como ancla para conectarnos con las memorias familiares de los Zúñigas y la memoria descompuesta y agria que escondemos todos. El odio es tan sólo un símbolo, un pretexto literario usado por el autor para llevarnos de viaje al pasado de “una larga noche” que mira al agobiado protagonista mientras nos miramos a nosotros mismos. Descubrir la verdad de quienes somos realmente sin fingimientos, al tiempo en que miramos la amalgama de sentimientos que albergamos como humanos.
Somos lo que recordamos. Hemos sido moldeados por los recuerdos y la definición que le hemos dado a estos. Esta novela dialoga con el argumento que sostiene el filme Memento (2000, Christopher Nolan), “necesitamos espejos para recordarnos a nosotros mismos quienes somos”. Estos espejos son los recuerdos, la memoria tal como la definió José Enrique hacia su madre.
Un odio volcado sobre la figura de su madre y lo que representa. Nos preguntamos: ¿odia a su madre? Si nos dejamos llevar por el texto pensaríamos que sí, pues es recurrente que lo exprese, sin embargo, entrelíneas vemos que no es así. Incluso menciona: “Mi odio no es contra ella, sino con ella o contra los otros” (p. 69) Los otros que se burlaban de ella por estar enferma y de él por ser su hijo. José Enrique odiaba sentir el vacío que la enfermedad de su madre producía en él y que abrió un abismo afectivo entre ellos, y nos dice: “De ahí nació mi odio, del amor correspondido” (p. 56) de aquellos que como ella lo habían amado y según él sentía que ya no lo amaban. ¿Lo amaba su madre?, ¿le importaba lo que él sentía? No lo sabemos con exactitud y al parecer José Enrique tampoco. Como lectores, estamos inclinados a pensar que sí, partiendo de la idea generalizada de que no existe una amor más puro que el de la madre. O eso se piensa en nuestras sociedades hispanas profundamente matriarcales.
Qué sentir cuando el padre está ausente, porque murió cinco meses antes del nacimiento del hijo. Vacío. Cuando la madre está allí físicamente, pero ausente pues su mente está perdida. Vacío. ¿Amar u odiar? El odio es la enfermedad de la cual todos nos contagiamos para encubrir nuestros vacíos. Porque todos hemos odiado alguna vez como respuesta para vencer el desamor que percibimos. ¿Amar lo que no se tiene? Al parecer de allí surgió el odio; más que un sentimiento, un refugio. Un refugio que le acompañó desde su niñez, desde ese día en el salón de clase hasta la sala de intensivo del Chapuí, donde “tal vez” le dio “un poco” de aquel amor “que yo no quise ni pude darle” (p. 46).
Esta novela es un regreso al pasado por varias razones. Veamos. Según el reportaje publicado, con motivo del lanzamiento de la novela, en la versión digital del periódico La Nación de Costa Rica esta es: “una expiación y una liberación; sin ser autobiografía, ha tenido, para su autor, el poder de cerrar capítulos de su vida”. Aseveración que podemos confirmar con la lectura de sus páginas. Por otra parte, surge del propio texto ya que la voz narrativa nos habla desde el recuerdo. Las veces que está en el presente queda claro que nos cuenta lo previamente sucedido. En un número mínimo de instancias se encuentra reflexionando a viva voz mientras ocurren los hechos, todos relacionados a su madre y a su pasado. Por otro lado, el protagonista reconoce que: “En sus momentos de lucidez, y también en los míos, Lily y yo emprendíamos el regreso al pasado”. (p. 29) Un regreso en el que Lily buscaba remontarse a épocas más felices en las que Quique le repetía: “Vos sos mi amor puro. Mi amor bueno…” (p. 29) Tiempos que en realidad no fueron mejores puesto que junto a Quique vivió un noviazgo largo y un matrimonio breve, ambos llenos de infidelidad y decepciones. Pero Lily decidió construir una buena imagen del padre inexistente para un hijo que ni siquiera lo conoció.
Un pasado lleno de recuerdos, muchos de ellos dolorosos. Entre recuerdo y recuerdo se cuela la soledad, la insatisfacción y el odio. Con una voz narrativa que de principio a fin de la novela pone en duda su propia salud mental. Nos dice en el primer párrafo de la novela: “En algún lugar entre su locura y la mía odiarla me hizo bien, me fortaleció, me salvó de algo peor aunque me condenara por el resto de la eternidad”. En ese primer capítulo añade: “Aunque intento explicarme a mí mismo sé que soy una especie de enfermo incurable que nunca podrá salir del espiral de sus obsesiones. Bebo continuamente de una droga que aviva el deseo inagotable de recuperar un pasado sin pasado”. (p. 16) Por consiguiente, la voz narrativa nos habla de su estado mental en el que alterna la fina precisión de lo vivido con el vacío, el abandono y la orfandad que le producen un gran desasosiego.
La orfandad total en la que se encontraba José Enrique le llevó a refugiarse en el odio. Odió el hecho de que su madre aún estando viva, a diferencia de su padre, estaba ausente. “Ya no contaba con ella. Me di cuenta de que era huérfano de padre y de madre y empecé a odiarla”. (p. 182) Ante el padre parece no sentir nada; ni amor ni odio, solo curiosidad y extrañeza. Sin embargo, Lily estaba allí, avergonzándolo, faltándole, dejándolo más abandonado cada día lleno de referentes y vivencias, pero solo. José Enrique reconoce que lo único que quiso Lily en la vida fue ser una buena mujer y una buena madre. Y no lo consiguió por culpa de la enfermedad de los nervios que disipó sus posibilidades de ser para su hijo la madre que él soñó. Enfermedad que le esfumó la capacidad de ser funcional, de ser la madre deseada, pero no le quitó la conciencia de ser su madre y de reconocer que él fue su vida, su amor. Así la encontramos en el último capítulo de la novela, cuando la voz narrativa del hijo cede la palabra a su madre que ahora nos habla y en voz agónica se despide de la vida con la tranquilidad de que él está vivo.
Como he venido señalando esta es una novela de sentimientos profundos y encontrados. En sus páginas el amor colinda y roza constantemente con el odio. Con un odio que más que un sentimiento es un refugio, un estado de ánimo en el que esconderse.
José Enrique odió a la vez que amó a su madre y no sabe si llegó a desearle la muerte, pero al comprender que era una posibilidad cercana siente como se apodera de él una melancolía devastadora. Desde allí nos habla la novela, desde el dolor, el vacío, la soledad y la melancolía. Sentimientos que se agolpan en sus páginas y que podemos sentir muy cerca. Al exponer y transmitir estos sentimientos la novela se cuela en nuestro corazón y nos contagia. Cortés sabe transmitir los sentimientos y logra que podamos sentirlos como nuestros, este es uno de sus grandes aciertos literarios. También podemos mencionar su profundo tono poético que baña buena parte de sus páginas. Escuchamos al poeta detrás de la narrativa y un buen ejemplo es el capítulo XVI titulado El último día en el hospital. De sus párrafos podemos sacar pequeños poemas y constituir una colección de ellos, los que nos seguirían hablando desde la profundidad de sus sentimientos. Y concluiríamos el poemario con la misma pregunta que termina el capítulo: “¿Decir adiós no es acaso un acto sagrado?” (p. 167)
Otro rasgo de la novela que nos atrae es su capacidad de construir sus capítulos de forma tal que podemos desgajar varios de ellos y leerlos como textos individuales. Tiene capítulos que podrían leerse solos y tendrían valor por sí mismos, lo que normalmente es difícil de lograr en novela. Lo vemos claramente en el capítulo XX titulado Barrio Dent (Treinta y cinco años después). Con un tono reflexivo nos relata lo que ha sido su vida y revela todas las preguntas que aún le quedan de su padre, su pasado y su propia existencia. Con 35 años, la edad en la que murió su padre, mira su vida casi desde afuera y la revela tal cual la ve.
Debemos señalar también que esta es una novela caótica que maneja extraordinariamente bien el tiempo. Desde su título, hay un anticipo de este elemento. Sin embargo, a través de su lectura, el autor intercala el pasado y el presente acertadamente en un juego mimético al que nos somete nuestra memoria. Caos porque subyace el odio del niño junto a la racionalización del profesional adulto. El resultado es una maldición generacional que está a punto de repetirse de parte de José Enrique hacia sus hijas.
Las vidas de José Enrique Expósito, Odilie “Lily” Martínez Evans, Enrique “Quique” Expósito y sus familiares cercanos se mezclan en esta novela, que presenta la historia de una familia. Con sus vivencias, verdades y mentiras. Como cualquier familia en cualquier país sin resentimiento social porque como dice la novela: “ni pensé que mi vida hubiera sido más feliz de haber tenido más plata o si mi familia hubiera pertenecido a otra clase social”. (p.18) Por lo cual, esta novela es la historia de una familia costarricense, pertenecientes a la clase media trabajadora, pero podría ser cualquier familia, de cualquier clase social y en cualquier país. Porque el amor y el odio se albergan en todos los corazones y solo esperan su oportunidad. Así, en Larga noche hacia mi madre, caminamos de la mano de ambos sentimientos en un viaje reflexivo hacia el interior del corazón de sus protagonistas, con la posibilidad de reflejarnos en su historia; en un viaje que hoy les recomiendo.
Bachillerato y Estudios Hispánicos en UPR en Cayey. Posee un doctorado en Literatura Española del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Tiene diez años de experiencia en la docencia universitaria, incluyendo la UPR en Río Piedras y Cayey. Fue Editora y Secretaria de Publicación de la Revista de Estudios Hispánicos de la UPR-RP. También fue Decana Auxiliar de Asuntos Estudiantiles y Directora de la Oficina de Orientación de la Facultad de Humanidades, UPR-RP. Ha moderado y dado ponencias y talleres sobre lengua y literatura en Puerto Rico, los Estados Unidos y Túnez, África.
Ha publicado artículos en diversas revistas académicas y periódicos en Puerto Rico.