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El papel iluminador de la poesía

30 marzo, 2015

Enrique Jaramillo Levi

– En el memorable ensayo El arco y la lira, su autor: Octavio Paz, reflexiona, disecciona y propone conceptos acerca de la creación poética, dice: “Cuando el poeta es el hilo conductor y transformador de la corriente poética, estamos en presencia de algo radicalmente distinto: una obra.” “Un poema es una obra”. “Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida”, “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono… revela este mundo; crea otro…” Así las cosas, vale abundar en el hecho de que todo creador se ocupa por comprender el fenómeno escritural, sus razones y su ser en el pensamiento de la humanidad. Enrique Jaramillo Levi creador literario de prosapia, no podía estar ajeno a esa preocupación y en forma breve expone sus argumentos para acercarse al papel iluminador de la poesía.


Si la vida es una compleja red de convergencias y divergencias de toda índole, una sucesión de acontecimientos a menudo imprevisibles por más que haya planes maestros meticulosamente trazados por voluntades esforzadas, la buena literatura concebida como arte implica una necesaria creatividad en la visión de mundo que muestra. No un simple reflejo mimético, sino una recreación interpretativa que añade al mundo una obra digna de ser leída y valorada.

Así, los escritores, por naturaleza agudos observadores del entorno y de nuestra propia interioridad, auscultamos la no pocas veces escurridiza realidad, la analizamos con una híbrida combinación de conocimiento, experiencia, investigación, intuición e imaginación, y la plasmamos en textos que esperamos sean significativos para los demás debido al dominio de nuestro oficio. Se trata, por supuesto, de una ardua y a menudo incomprendida labor; de una responsabilidad inexorable. Pero también, para quienes ponemos alma y vida en ello, una gran satisfacción. Crear –versus destruir—siempre será no sólo terapéutico sino altamente nutricio y estimulante en lo personal, pero también oblicuamente didáctico en cuanto comparte sentimientos e ideas.

De ahí que, lejos de ser una actividad de gente ociosa o frívola, una excentricidad superflua, indigna de lectores provenientes de profesiones muy diferentes y del hombre común que simplemente sobrevive en las calles, la creación literaria y las obras más logradas que produce sean una verdadera hazaña cotidiana. Y lo es debido el esfuerzo intelectual y artístico que necesariamente implican al producirse a contracorriente de toda clase de obstáculos externos e internos. Esfuerzo que una vez convertido en Literatura merece que ésta sea divulgada, apreciada y promovida por la comunidad toda, pero también por el Estado y la empresa privada.

El papel de las Letras, y por tanto el de los escritores que las generan, ha sido siempre fundamental en el desarrollo universal de la Cultura, y lo sigue siendo. Sobre todo ahora que el influjo de las economías asfixiantes y las arbitrariedades cotidianas que el Poder inventa en beneficio propio, imponen sus garras en la vida de la gente, enervándola; y en el proceso de asimilación o de protesta, alienándola. Se trata, en el fondo, de una suerte de deshumanización, sobre la cual también se dejan sentir en sus obras no pocos escritores.

Y es que la buena literatura debe hacer pensar y sentir al mismo tiempo, tomar conciencia, expandir la imaginación, permitir al lector sensible entrar a un mundo de certezas, dudas, extrañamientos, negaciones y posibilidades dictadas por el lenguaje que su creador, con su talento, eficazmente ensambla. La función del escritor es, por tanto, auscultar las diversas facetas de la experiencia humana, sus recovecos, esos que no siempre están a la vista, tanto en lo individual como en lo colectivo, para finalmente hacer una propuesta: la de su propia visión de mundo; la de su interpretación del conjunto de problemas que elige abordar en su obra, o acaso la de una sola parcela del Todo, pero vista en profundidad.

Sin duda una de las funciones propias de novelas, cuentos, poemas y obras teatrales puede ser entretener. Pero hay otras, muy importantes, como lograr que el lector sienta la seriedad de lo planteado y reflexione al respecto, lo cual suele requerir cierta densidad literaria, determinado grado de sofisticación técnica en el oficio escritural. Porque resulta que escribir obras literarias memorables, no es, no puede ser, copiar simplemente la realidad; ni tampoco predicar o querer adoctrinar machaconamente sobre ella. En tal caso sería mejor tomarle una foto o filmarla; o bien escribir un sesgado artículo de opinión, hacer un discurso o garabatear una pancarta. Por supuesto, la frivolidad, las moralizantes recetas de vida y el simplismo que busca que todo el mundo entienda lo obvio, tampoco es la fórmula ideal. Y es que, claro, simplemente no existe tal fórmula ideal. Lo que existe, en cambio, es la creatividad; el deseo de generar otras visiones, otras posibilidades menos anquilosadas.

El arte, en este caso la buena literatura, es otra cosa. La creación literaria, cuando se toma en serio, aspira a la mayor perfección y significación humana posible. De ahí que, en efecto, escribir bien sea, al convertirse en Obra, un Arte. Un difícil y trascendente Arte que desde la época de las cavernas ha inspirado y acompañado a los seres humanos mediante sorprendentes dibujos y relatos orales, y que -con la tecnología exacerbada que hoy nos desborda o sin ella- lo seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos.

Escribir creativamente es soltar amarras, romper diques de obligada contención para que entre la luz y salgan los fantasmas. Una secuencia de palabras puede crear imágenes que perduren, ideas de un profundo sentido. O ser simples tatuajes cuyo mensaje artificial nada más remite al vacío de sí mismo.

En cuanto a la poesía, a su papel iluminador, ésta sólo se logra a plenitud cuando un hálito incandescente se funde con su estela y ya no hay diferencia alguna entre placer y dolor. Sin embargo, el poema perfecto no existe más que en la imaginación de un gran poeta imperfecto. Así las cosas, el tiempo, supremo antólogo, dirá la última palabra sobre temas tan esquivos como el talento y la permanencia. Mientras tanto, sólo queda escribir. Hacerlo con dedicación y humildad. Hacerlo todo el tiempo. Lo mejor posible.

Lo único que sé es que no escribo simplemente para fotografiar la realidad ni para filmar, repitiéndolos, los aspectos que ya están a la vista. La verdadera literatura, la que nos transforma -como escritores, como lectores-, es otra cosa menos banal. Se escribe para conocer, para descubrir, para revelar, para imprimirle un orden al caos interno o exterior y darle un sentido al absurdo.

Se escribe para identificar, finalmente, lo que somos y no somos, lo que anhelamos ser. Es mi manera de insistir en este arduo oficio de tratar de descifrar el mundo y a nosotros mismos.

La poesía no sólo es la Madre de todas las Bellas Artes, sino además el padre y los hijos y los nietos, los tíos y los sobrinos, y toda la parentela, por los siglos de los siglos. Porque es una escritura iniciática, fundacional, sin fin, que se gestó en los inicios de la Humanidad y continuará multiplicándose mientras haya ideales y belleza en el mundo, mientras haya por qué vivir y por qué sufrir y causas que defender.

Ahora bien, por supuesto que, como ocurre con todo en la vida, puede haber calidad literaria en un poema o no haberla; de ahí que haya poemas buenos y malos, y otros que al ser escritos deficientemente no sean tan buenos. Y también es cierto que, como en todo, hay gustos y hay criterios al momento de evaluar esa calidad, por lo que a veces puede haber discrepancias de opinión sobre la calidad de un poema. Sin embargo, a mi juicio, un poema significativo debe tener fuerza, belleza y originalidad en sus formas de expresión (estilo). La difícil combinación de estos tres elementos suele dar por resultado un poema bien logrado y, con suerte, memorable.

Escribir poesía, como leerla, es un auténtico deleite cuando existe sensibilidad, buen gusto y una predisposición a ser tocado por esa magia indescriptible que sólo el talento proporciona.

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Colón, Panamá, 1944.
Poeta, cuentista, ensayista, profesor universitario, investigador literario, promotor cultural y editor independiente.

Maestría en Literatura Hispanoamericana y Maestría en Bellas Artes con especialización en Creación Literaria, por la Universidad de Iowa (Iowa, Estados Unidos), así como estudios completos de Doctorado en Letras Iberoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México (México, D.F.).

Fundador y primer Presidente de la Asociación de Escritores de Panamá, fue Coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá (1996-2007); fundador y Director de la revista cultural panameña “Maga; creador del Diplomado en Creación Literaria que se imparte en la Universidad Tecnológica de Panamá desde 2006; y fundador de la empresa 9 Signos Grupo Editorial.

Es autor de 12 poemarios, 20 libros de cuentos, 8 libros de ensayos, 2 libros de obras teatrales y 1 libro de entrevistas a escritores panameños; así como de numerosas antologías y compilaciones históricas sobre literatura mexicana, centroamericana y panameña; y de tres compilaciones de ensayos de especialistas panameños en torno al tema del Canal de Panamá.

Ha sido incluido en 25 antologías del cuento panameño e hispanoamericano. Hay 8 libros, de diversos autores, publicados en varios países, que estudian los aportes de su obra literaria.