El poeta y los signos. Álvaro Urtecho, In Memorian (Rivas, 1951-Managua, 2007)

1 febrero, 2008

“¿Quién habría de revelar la palabra
sino el hombre en su pálida penumbra”.

Álvaro Urtecho.

“Escribir es recordar el futuro” decía Ernesto Mejía Sánchez. Esta frase me trae a la memoria poemas cuyas palabras se vuelven realidad con el tiempo. Vallejo predijo su muerte, y ahora esa misma frase de Mejía Sánchez evoca más que nunca a Álvaro Urtecho, quien allá por los años ochenta escribió un poema llamado “Biografía”, una especie de visión sobre su partida: “Es Diciembre y se siente el frescor. / Apresurados vientos que reúnen / el adiós de los años pasados “. El 21 de diciembre del 2007 esa premonición se hizo realidad. La muerte cayó sobre Managua y Álvaro Urtecho dejó un vacío enorme en las personas que le rodearon.
 
Sé que es difícil conocer a un poeta por su obra. Sin embargo, hay poemas de él que nos dicen quién era. Lo vi una noche y me detuve en sus palabras. Hablaba de Emile Ciorán, del Job bíblico, referencia obligada del existencialismo. Fue a la única persona a quien le oí mencionar algo sobre el autor de “Ese maldito yo”, libro de un peligro exultante y de un pensamiento sobrecogedor como percibí también en algunas ideas de Urtecho.
Fue un gran amante de la música, y aunque no le llegué a conocer tanto, sé que Pink Floyd estaba en sus versos como ese fango púrpura, esa grieta inexplicable en el que uno se vuelve invisible.

Releyendo su obra, sobre todo “Tumba y Residencia” que es una antología publicada en el año 2000, uno encuentra una pulcra lucidez, de esas que ninguna enfermedad pudo quitarle incluso cuando una mañana en Barcelona, avanzando entre la muchedumbre, lo detuvo el deliro y lloró junto al mar, como recordaría más tarde en un poema.

Su poesía también está llena de desasosiego, de un pesimismo cuya consagración le pertenece al lenguaje y a la soledad. Álvaro termina absorbiendo la vida o más bien sintiendo su pequeñez humana en ella. ¿Qué grandeza provocó la poesía en él?
La poesía provocó un vaciamiento humano si de intensidades se trata, entendiendo esta palabra bajo el concepto del poeta árabe M. Darwish. Álvaro habla en su poesía de la condición humana: “Por qué sigue cayendo ceniza sobre el mundo y crece el desprecio, el vacío…”, reflexiona en un poema.

Lo visité un día en un tiempo próximo a su muerte, en algunos momentos me reconocía y en otros me confundía con algún amigo de su hermano. Al verlo me entraron unas ganas insostenibles de llorar. Alzaba los ojos frente al vacío, aunque no sé qué llegaríamos a ver ya cerca de la muerte. Alzaba las manos como queriendo tocar algo, como si hubiera visto algo que yo jamás llegaría a ver. No hablaba mucho, más bien balbuceaba y en un momento ocurrió algo inesperado: vi o quise imaginar como ese balbuceo de voces y palabras iban saliendo de sus labios. Era como si Álvaro antes de morir estuviera depositando al mundo las palabras, las palabras que le fueron dadas al nacer. Y que al devolverlas al mundo, éstas se transformaran en puentes, cifras, signos, enigmas, en grandes túneles hacia la libertad. Eso debe ser la vida. Al nacer venimos del balbuceo inaudito de otros seres. Al morir regresamos las palabras al mundo y renacemos en otras formas. Creo que la vida tiene sentido desde esta perspectiva. Álvaro dejó huella en la existencia humana. Sus palabras, transformadas en signos, esperan que alguien las tome y que más adelante éstas sean transformadas en seres que den vida a otros. Las palabras de Álvaro están allí, sólo hay que buscarlas.

En esta sección de poesía queremos rendirle un breve homenaje a Álvaro Urtecho y para ello preparamos la siguiente muestra poética.

Órfica
I

No el sol, enajenado, dejándome
su luz. No la escénica luna, recatada,
para mí. No utopías.
                                    No discurso triunfal.
No patria.
            No familia.
                        No currículum.

Orificios, rostros, huellas busco
del tiempo. Busco signos. Alzo
el dedo para saber quién soy,
de quién es mi pasado. Alzo
los brazos tensos, sacudo el polvo,
toco bordes…
                        Mas
la pregunta sigue ahí: inquisición
inútil del pensamiento
sobre el sentido, persistencia
de agrandadas pupilas frente
al túmulo. Impotencia
que subleva raíces.

No el sol, enajenado, ausente,
ni luna que inventa sueños,
y otra vez el dedo que se alza
para saberse seña, fiscalía,
búsqueda, acaso cuerpo puro.

¿Pero no es mío el tiempo,
no es cierto que mírome mirarme
y que no reconozco en tanta faz,
en tanto aliento?
                        ¿Es que no me disuelvo,
átomo, en raso círculo? ¿Es que no
permanece el asombro en voluta inmóvil?
Cierto es el hombre. Cierto
el futuro. Cierta  la noche.
                        ¡La noche!
No el sol, enajenado…

De “Cantata Estupefacta

Ahora y en la Hora
III

Me voy: os dejo aquí la noche.
El escenario y sus contornos.
Os dejo su hendidura intacta,
su crujido de ilustre persistencia.
Aquí la melodía desiste
y todo es adiós. Allá me espera
el sol y se siente la transparencia.

El neón fallece y lo que antes
fue guiño de color ahora
es húmedo vacío, rincón
en donde asoma todavía sus uñas
la prostituta encarnecida,
desdentada y traviesa,
nostálgica de las aguas que lavan
la ciudad.

Atrás oigo una cháchara
de burlas y reproches,
y silbidos que llegan de la sombra.
Lo olvido: son esqueletos, fauces,
huellas, signos hórridos del tiempo.
Prosigo ese camino que reconozco
en las aceras sorprendidas
por los faros de los autos tardíos.

Más allá tengo la luz,
las puertas abiertas,
las esquinas idénticas,
los camiones frescos y pútridos
del mercado, el rumor
renovado, los niños
de dorada estatura, el fulgor
en la yerba, los pajarillos
de timbre variopinto que de una brizna
a otra describen una danza brevísima…
y estos rieles prolongándose como lingotes
de oro;
            el brillo que ofusca,
                                                la puerta
de mi cuarto que se abre
para encontrarte a ti: fantasma, demonio,
ángel, poeta, hombre, otro, yo…

                                                Me miras,
me saludas, sonríes cordialmente
y luego te deshaces en la ceniza.

                        San José de Costa Rica,
                        verano de 1979.

De “Cantata Estupefacta”

Lázaro

El seco estrépito
de un repentino alzarse de palomas
estremeció mis pasos.

Fue como si algo
se escapara de la carne,
sorprendida su raíz.

Como si al muerto que guardo
le levantaran la losa y por el mundo
caminara ya sin nada entre las manos.

De “Cantata Estupefacta”

Escena

                        -Homenaje a Mallarmé-

Estar solo en la noche.
Oír el fragor lejano.
El motor tardío, el viento
que bate como en el mar.
Pardos ladridos idos.
Estelas, humos, nieblas.
Los apartados astros
altos, la brisa sola
en la espesa cortina.
El silencio enristrado.
La carne triste y todos
los libros leídos, ¡hélas!,
la lámpara y la letra
que viola, soberana,
la página desierta.

De “Cantata Estupefacta”

Trago

Qué sé yo de la vida si al verla
tiemblo, sufro, gozo, palpo, inquiero,
toco apenas perfiles entrevistos,
oigo sólo inesperadas voces,
mato el pensamiento que me habita,
pierdo la imagen que me oculta,
borro el nombre que me nombra
ya fantasma entre su nada,
ya olvidado entre mi aliento.

De “Cantata Estupefacta”

Primero de enero

Acongojado por máscaras y leyes
me dedico a observar cómo pasan
las horas de este día, cómo
se escurre levemente su ternura,
su consagrada finitud.

                                    Con placidez
escudriño el sentimiento: el mío,
el de los otros, el de nadie.
Son largos los días por venir,
y fortuitos: al menos así los quiere
la esperanza.

                        Mas no me resigno
a creer que la verdad no sea mía,
que no habite, rumorosa, en mí.
Perdida ya la fe, persiste aquella,
y puedo contemplarla, pródigo,
entre cirios y rezos, entre bancas
repetidas hasta el altar
como acumulaciones públicas del Mal.

Salgo, avanzo por la calle,
me junto a las paredes.

                                    El sol
del atardecer dibuja mi sombra,
y sobreviene el miedo.

De “Cantata Estupefacta”

Canción para la travesía

¡Qué difícil la plaza del mundo
            sin las alas del ángel!
                        Sin embargo
-oscuro siempre,
y taciturno-, el ángel nos persigue,
y sólo somos una travesía,
un abismo de ecos,
un aliento del tiempo:               
                        la llanura
extendida de colores violetas
en lo celeste maravilloso,
y nuestros días una sombra
y la Historia que se pierde
en esa línea que se pierde…

De “Esplendor de Caín”

Fin de estación

“¿Qué haces, luna, en el cielo?
Di, ¿qué haces, oh silenciosa luna?”

Leopardo

Nada, ninguna fe ni caridad o virtud
ni alma que llevarme, húmeda, a la boca.
¿Dónde están, entonces, los manantiales
de la amistad y la fraternidad, el horizonte
de abrevaderos que aplaquen la furia
del corazón, la horrenda orgía
de la sangre?

                        El día
que fue ayer, la negra hora que pasó, la tiniebla
sobre mi cabeza, la sal, la cloaca, el tormento,
la risa, el oído persisten: fluyen, ascienden,
lucen, danzan, soliviantan, se precipitan.

Oh sol, soledad, instante presente
de la condición humana, ¿por qué sigue cayendo
ceniza sobre el mundo y crece el desprecio,
el vacío, tiembla el orgullo en su pecho
de niño?
¿Por qué el tiempo,
la duración, el equilibrio de afiladas lanzas?

Oh sol de los días, lenta luna enferma
de las noches, brasa quemante: ¿En qué hora
de qué estación de qué Era me verás al fin?

De “Esplendor de Caín”

Memento Homo

Ya. Va. Se van
todos tras el féretro.

Tarde lenta. Tarde rota.
Arrasada tarde rota.

Abierta está la verja
para el final.

Lista la fosa. Rondan
coronas. Pañuelos

ocultan rostros.
Crujido. Paletadas

de tierra caen. Ya
se borra el ataúd.

Ya tu puñado de polvo,
pasajero.

De “Esplendor de Caín”

Pañales

Transcurren como nubes
nuestros días.

De la marea
sólo quedan signos,
seres, gritos, algunos
rostros que se asoman
para ver si es habitable
la piedra o el metal.
El fantasma olvidado
de una mísera música,
rasguños en el aire
y pupilas a flote.

Vivir, vivir
y derramar el llanto
en la dichosa espuma.
Abandonarse a los amaneceres
de cielos ebrios, tiernos.
Sentir el algodón
sobre la carne viva.
Acunarnos….

De “Esplendor de Caín”

Biografía

Desaforadas hojas cayeron
por senderos que me fueron
saludo en serena mañana.

Eran hojas, pero también
eran flores y eran frutos.
Húmedos frutos crecidos.

Es Diciembre y se siente el frescor.
Apresurados vientos que reúnen
el adiós de los años pasados.

De “Esplendor de Caín”

Creación

Trinan los pájaros en el amanecer.
Zigzaguean ocultos. Zarpan una
y otra vez. Eufóricos,
ebrios quizá, salpican la página
en blanco, insinúan el poema
que lucha por surgir, el balbuceo,
la presentida forma que intenta
remontar el caos amorfo……

                        Pájaros
pajarillos de tiernísima espuma,
visitantes de otra estirpe
que recuerda a los hombres
la obligación del canto.

De “Esplendor de Caín”

Poesía y Verdad

                        A Iván Uriarte, al arribar
                        a sus cincuenta y un años.

“Inmortales mortales, mortales inmortales,
viviendo la muerte de aquéllos
viviendo la vida de éstos”

Heráclito, De la naturaleza, fragmento 62.

En el instante vive la verdad:
la insistencia palabra cegadora.
No temas acercarte al resplandor
que se va, pero que vuelve. Quien
se negó, quien cerró los ojos
a la visión, olvidó las palabras,
las primeras palabras del poema,
tan cerca ahora, en medio
del camino de nuestra vida,
ya lejos la infancia, la juventud
ajándose, el súbito miedo ante
el enigma y sentencia del tiempo.
¿Quién habría de revelar la palabra
sino en hombre en su pálida penumbra?
El hombre, los hombres, los nombres,
los pronombres, las cosas y las rosas,
esta convocación de sombras que tejen
y destejen el poema, la forma
que siempre nos persigue y evadimos.

De “Esplendor de Caín”

Cardenaliana

Caminando por las calles de Managua,
cabizbajo, íntimo, íngrimo,
me detengo en la explanada de Tiscapa
a contemplar el horizonte
de la horrible, asoleada, inclemente ciudad:
todo. Nada.
El Inter con sus atuendos navideños
esperando al Cronista en su cúpula de pastel,
caravanas de carros últimos modelo
bajando y subiendo precipitadamente
por la Bolívar, viejos rostros,
nuevas máscaras, obras católicas edificantes
en el Darío, vendedores endurecidos al acecho,
escombros junto a escaparates recién pintados,
concertaciones y convergencias urgentes…
El lago captado de reojo, asomando
su cristal azogado color caca,
las estribaciones volcánicas y su ceniza
amenazando en el aire, la explanada otra vez
por donde avanzo y leo un letrero
que dice:
           
            EMS: ¿Ernesto Mejía Sánchez?
            ¿el reino de la poesía?
            ¡No! ¡Express Mail Service!
            ¡el reino del capitalismo salvaje!

De “Cuadernos de la providencia”

Charco

La lluvia cayó

y el semblante quieto de la tarde
apareció emerger del mar
por un momento.

En la tierra se formó un charco
elemental.

Unos niños bellísimos corrieron
hacia él.

Tan grande era que lo bordeaban
y se asustaban.
Y una paloma lo festejaba.

Y hubo paz en el ojo.
Hubo un charco como sola exclamación.

La lluvia cayó.
Y nos exaltamos por momento.

De “Cuadernos de la providencia”

Prisioneros

Por entre esas hendijas de la luz
está cayendo inescrutable lluvia.

Las rejas humedecen.
Es sonoro el vacío.

La confusa vida se ilumina
en la crepitación de un instante.

Y se renueva la oscuridad
como si nada hubiese acaecido.

De “Cuadernos de la providencia”

Sin nada, sin nadie

Es triste la tarde del domingo.
Interminable. ¡Pero hoy más!:
el cielo está nublado y hace frío.
Todo yace en su esencia.
Las cosas, los objetos parecen
disolverse inútiles, enmudecidos,
desde siempre ignorados y de luto.
La visión se detiene enardecida.
Ni las ramas del árbol algo anuncian.
El tiempo es fango de abolido mundo.

Las casas sueñan abandonadas
como desde hace siglos.
Los colores hundiéndose
agrisados, el pensamiento
desvelándose. El sonido
de la ciudad se percibe
en plenitud, en seca,
aislada plenitud: lúcido,
largo brazo de la Queja
crepitando al fondo.

Se fueron todos. Pasó la vida ya
seguramente, mas la nostalgia,
sigue ahí: en el tenso vacío,
en el grito desnudo de los niños
que juegan no sé donde, en sus
voces doradas, en las cosas
que dicen, en el agua reciente.

Cerraré la ventana…y pensaré
que todo pasó o que todo quedó.
Que de verdad muere
o morirá alguien hoy.

Un farol distante filtra
la luz en mi habitación.

He cerrado la ventana:
Será que no puedo mirar más.

De “Cuadernos de la providencia”

Romanza

            (A la memoria de Carlos Martínez Rivas)

“Todavía vibran sus voces en mi aliento:
¿cómo es posible que tan cercanos días
Se hayan ido?”

Hugo Von Hoffmansthal

Si la tierra latiera,
si retumbara,
si se oyera,
si en la reciente herida abierta
y fresca de esta tierra
el pálido huésped hablara,
si se oyera;
si su voz nos viniera
en las gotas de lluvia
de esta lenta y crujiente estación,
si se oyera, si lo oyéramos,
qué fraternas las tumbas
y las almas, qué alto el sentimiento,
qué alta la emoción y qué profundo
el corazón ante el vacío, ante
el golpe seco de la pala
y los grumos de tierra airosa!
                        El golpe seco, sí,
el golpe del verso definitivo y contundente
tal como lo quería,
tal como nos llega ahora
en estos días de aguas indecisas
abriéndose paso en medio
de la ciudad insomne con escombros
y grietas y muñones verdecidos,
paredes y muros con ropas
y miserias colgantes, caminantes
y enormes mujeres que llevan por dentro
al hijo y a todo el hombre…
Si se oyera tu voz,
tu palabra perforada y pura,
¿qué diríamos, qué sabríamos
de tu adiós prolongado en la sombra,
de tu luz natural enfrentada a la Nada,
de tu asombrado trance sin testigos
ni límites?

            Tú, maestro,
tú, el de la voz, sí, el de las voces
que no cesan de llegarnos con el agua
en el tumulto de estas horas nubladas;
tú que tantas veces tantos trances
tuviste. Tú que tanto gustaste
de asomarte al fondo de lo Desconocido
para encontrar lo Nuevo:
la novedad de la palabra oculta
como pequeña sombra arrancada al día,
el rechinar de la letra enhiesta
en múltiples combinaciones y alquimias.
Tú que tanto vagaste y discurriste
pero no para huir ni escapar ni olvidar
sino para escrutar, auscultar, describir,
inscribir lo verdadero y duradero,
la necesidad percibida, la perennidad
de la realidad real y otra.
Tú que viviste con todos los sentidos
y toda tu cabeza puesta en el poema.
Reacio a mitologías y mitos
a códigos y leyes y ortodoxias.

Acorazado, en guardia frente
al tema difuso y maloliente,
dispuesto ahí, como guardarropa alquilada,
pasto seguro de buitres y serpientes.
Como lo dijiste claramente alguna vez
-y sólo así podías hablar-:
“No fui desobediente a mi porción
terrestre: la atracción de lo verdoso
unida a un sentido innato del
modelado. Y aptitudes para
lo oscuro empleadas parcamente”.

Si se oyera tu voz bajo la tierra,
si latiera la tierra con tu voz,
si se alzaran de nuevo sus profundas vertientes,
el discurrir de su intacto misterio,
¿despertarían tus vivísimos ojos de roedor
en el semblante adusto del silencio?.
¿se erguiría de nuevo tu palabra
magnífica y desierta, afinada y asible
como un dardo o un hueso?, ¿volverá
el pájaro protervo de las visiones
a estremecer nuestras vidas con tu ritmo?
Si se oyera, repito, si se oyera,
¿qué diríamos frente al suave callar
de la luna que pasa entre nubes de plata
coronando el supremo teatro de la Muerte?

            22 y 23 de junio de 1998.

De “Auras del Milenio”

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Estelí, Nicaragua 1977 - Managua, 31 de diciembre de 2010.
Realizó estudios de poesía bajo la tutela de su mentora, la poeta nicaragüense Claribel Alegría, discípula del Nobel español Juan Ramón Jiménez.

Ha publicado el poemario “Alguien me ve llorar en un sueño” (Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven 2005). También publicó “Retrato de poeta con joven errante”, antología poética de su generación con prólogo de Gioconda Belli. Su poesía aparece en las antologías “La poesía del siglo XX en Nicaragua” (Editorial Visor, España 2010); Antología de poesía nicaragüense: Los hijos del minotauro (1950-2008) (Revista TRILCE, 2009) y en la Antología del IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Trilce, Villahermosa, 2008). Poemas suyos aparecen además publicados en las revistas “Karavan” (Suecia, 2006); Revista Oliverio (Argentina, 2005); Revista Maga (Panamá, 2005); Revista “Lichtunten” (Alemania, 2009); Revista Nómada dirigida por Jorge Boccanera (Argentina, 2008); Revista Prometeo (Medellín, Colombia, 2008) y en la memoria poética del Encuentro “El vértigo de los aires”: Poesía Iberoamericana (México, 2009) y las memorias del I, II, III, IV y V Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua).

Asistió como invitado a diversos Encuentros y Festivales poéticos internacionales, entre los que figuran: V Festival “La poesía tiene la palabra”, Casa de América (Madrid, España, 2005); IV Festival Internacional de Poesía de El Salvador (San Salvador, 2005); XXII Festival Internacional de Poesía de La Habana (Cuba, 2007); Fiesta Literaria de Porto de Galinhas, Estado de Pernambuco (Brasil, 2007); XVIII Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2008); IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 2008); Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (San José, Costa Rica, 2009); Encuentro Iberoamericano de poetas en el Centro Histórico 2009: El vértigo de los Aires (México, 2009); VII Festival Internacional de Poesía de Granada (España, 2010).

Su poesía ha sido elogiada por célebres poetas y escritores como Jorge Boccanera, Waldo Leyva, Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal. Según el crítico peruano Julio Ortega, Ruiz Udiel se cierne como uno de los herederos de la poética latinoamericana y según el crítico francés Norbert-Bertrand Barbe, "de todos los nuevos poetas de Nicaragua, Udiel es sin duda uno de los que tiene mayor voz propia".

En 2004, junto al escritor nicaragüense Ulises Juárez Polanco, fundó Leteo Ediciones, proyecto sin fines de lucro que promueve la literatura joven de su país. Entre las publicaciones como co-editor se encuentran: Memoria poética: Poetas, pequeños Dioses (Managua, 2006); Sergio Ramírez: Perdón y olvido, Antología de cuentos (1960-2009), (Managua, 2009); Claribel Alegría: Ars Poética (Managua, 2007); Missael Duarte Somoza: Líricos instantes (Managua, 2007) y Víctor Ruiz: La vigilia perpetua (Managua, 2008).

Antes de su prematura muerte trabajó como editor de Caratula, revista cultural centroamericana dirigida por Sergio Ramírez.

También era periodista colaborador de la sección Variedades de El Nuevo Diario, de Nicaragua, y laboró como relacionista público del Centro Nicaragüense de Escritores.

Era miembro de la Red Nicaragüense de Escritores y Escritoras (RENIES); miembro de la Red Internacional de Editores y Proyectos Alternativos (RIEPA) y miembro del PEN INTERNACIONAL por el capítulo de Nicaragua.