El sueño del ángel de Gloria Elena Espinoza de Tercero: del exilio a la unidad recobrada

1 octubre, 2023

Gloria Elena Espinoza de Tercero es narradora, actriz, cantante, pianista, pintora primitivista, y crítica de arte. En la novela El sueño del ángel, que ganó el Premio Nacional de Cultura Funisiglo-Distribuidora en 2001, aparecen un ángel caído y áptero presa de pesadillas, un José exiliado en Miami y perturbado por voces extrañas durante su regreso a Nicaragua, una Augusta que no ha abandonado el país y es asaltada por imágenes traumáticas del pasado, con un telón de fondo de destrucción y de muerte representado por los cataclismos, la dictadura y la revolución. Si la novela ofrece varias modalidades del exilio y de la conflictualidad, también señala una unidad posible: entre desunión y reunificación, desencanto y reencantamiento, El sueño del ángel es una ficción que, más allá del imaginario novelesco, ofrece un mensaje humanista, universal y atemporal, una ficción en cierto modo axiológica que puede apelar sutilmente a la responsabilidad de todos.

Nos interesaremos primero en las diferentes formas de exilio en los personajes principales —exilio político, interior, metafísico— que llevarán a un enfoque social y político puesto que revelan una crítica de la revolución y más ampliamente del poder: corrupción, apolitismo de una juventud desilusionada, pueblo abandonado, violencia y crímenes, encontramos aquí rasgos sobresalientes de las novelas nicaragüenses de los últimos años. 

Se tratará luego de abordar, desde una perspectiva ontológica, una forma de exilio entre los hombres, una humanidad exiliada de sí misma, explorando un mal consustancial al hombre y generador de cataclismos, así como el sentido posible de la caída del ángel. Esta misma perspectiva nos llevará por fin a la polaridad opuesta: un principio esperanza que esboza un futuro de comunión entre todos; es decir, más allá de cualquier alteridad y divergencias, una unidad recobrada.

  1. Exilio político y metafísico

El relato se centra en dos personajes principales, además del ángel áptero: José y Augusta. El primero es un psiquiatra, casado y con hijos, que se ha exiliado en Miami y vuelve a Nicaragua; la segunda es una mujer solitaria, una sandinista desilusionada que se ha quedado en el país: José ilustra el exilio exterior, Augusta una forma de exilio interior. José es representativo de los numerosos nicaragüenses que emigraron a Estados Unidos cuando la revolución. En un artículo de 1989 (unos meses antes de la derrota sandinista), titulado «El exilio nicaragüense en Miami», Gerardo Reyes estima que «Con o sin motivos políticos se calcula que más de 500 mil nicaragüenses, el 15 por ciento de la población, han dejado su país en los últimos 10 años». 

El exilio es una cuestión que, más allá de las fronteras de Nicaragua, siempre ha interesado la novela hispanoamericana, hasta dar lugar a neologismos (que tienen que ver con la dictadura y/o la revolución cuando se convierte en un sistema dictatorial) como el «insilio» en autores cubanos o el «desexilio» de Mario Benedetti: éste significa el regreso del exilio, y aquél un exilio insular interno. Este exilio interior recuerda las palabras de Salman Rushdie en La sonrisa del jaguar cuando considera, al hablar con nicaragüenses, que el propio país puede ser un lugar de exilio, que la Nicaragua de Somoza no había sido la patria de los nicaragüenses y que, en este sentido, la revolución había representado una migración (89).

Augusta ilustra este exilio interior pero según una modalidad diferente: se halla en el contexto de la posrevolución, y se trata aquí de una sensación de exilio dentro de sí misma, como una distancia o una desvinculación consigo misma, una confusión y una forma de depresión. La desilusión de la revolución y los traumas pasados relacionados con ese periodo alimentan una melancolía persistente. Augusta “se desexiliará” mediante la palabra, contando los sufrimientos del pasado. Tanto José como Augusta ilustran una forma de auto-exclusión —uno se excluye del país, la otra se excluye a sí misma por así decirlo: entre desarraigo, arrancamiento, espacial y/o psicológico, los dos plantean la cuestión de saber cómo ser uno mismo estando “en otra parte”.

El ángel caído, sin alas y sin lira, es otra figura del exilio y de la exclusión. Podemos establecer un paralelo entre el exilio de José por la Historia y la Caída del ángel en la Historia: el exilio político resulta ser una posible representación de la Caída, como un exilio existencial y mítico; podemos percibir, a nivel implícito, una dimensión metafísica del exilio político que mima la Caída después de la utopía, o una politización de la Caída puesto que la novela habla de exilio en vez de caída en el caso del ángel. 

En El sueño del ángel aparece una doble dimensión del exilio, político y metafísico, los dos se cruzan y se unen, con este exilio político que se debe a una revolución que no fue el paraíso esperado: después de las metáforas mitificadoras que, tanto en los discursos como en los escritos narrativos y poéticos, “adornaban” la revolución, tales como la tentación del amanecer o los ríos de leche y miel, el descalabro de la revolución representó en la Historia una forma de Caída, una exclusión de la tierra prometida nunca alcanzada, del Paraíso nunca recobrado. Augusta representa esta acedia que sucedió al fervor y a la euforia, esa errancia o ese extravío en laberintos interiores y psicológicos.

La novela ofrece una visión crítica del periodo posrevolucionario o posutópico, empezando por la corrupción inherente a cualquier poder: la narración se vale de la repetición para expresar mejor la recurrencia: «robaron al pueblo en nombre del pueblo los que decían velar por el pueblo y nutrieron sus arcas con dinero del pueblo», y más lejos: «—Los políticos son sucios, hijo, viven peleando pero se reparten los billetes a diestra y siniestra, aunque no haya empleo para los demás y esté comiendo mierda el pueblo pendejo que es el que los engancha en la silla para que roben y roben…» (90 y 103). De ahí el apolitismo de una juventud desencantada: en un país donde la consigna es «votar por el menos peor, el problema es ¿cuál es el menos peor?» según un personaje (91). En un contexto en el que la corrupción desacredita a cualquier líder y mina toda confianza, no sorprende la indiferencia de un pueblo hastiado y desganado. Por lo demás, El sueño del ángel, como otras novelas nicaragüenses del mismo periodo, evoca la historia de un pueblo sacrificado y abandonado, con escombros y mendigos que dan cuenta de cierta forma de maltrato de los de arriba sobre los de abajo:

asomaban restos de casas bombardeadas por los aviones somocistas y casas incendiadas por los revolucionarios durante la guerra. Escombros, como tumbas abiertas […]. Sintió la historia sacrificada de su pueblo y de su exilio forzado. […]
Más adelante encontró niños limosneros, sucios hasta el alma; a pesar de tantos mártires, libertadores y dinero abatido en balas y robos. […] están maltratando al pueblo muerto de hambre (28-29).

La pérdida de los referentes ideológicos del pasado y de los valores, nublan la visión del futuro y llevan a una confusión generalizada y al caos:

La locura es un precio que pagamos por la civilización […]. Ocupaciones más inseguras y arriesgadas, más desilusiones, esperanzas infundadas y más luchas dolorosas para obtener lo que está fuera de nuestro alcance, o para realizar lo que es imposible, hacen ver un futuro oscuro, nebuloso. La sensación de impotencia desordena la mente, el acaso atrae el caos […].

Hoy, como dicen por allí, vivimos en una negación de lo que hicimos, todos los grandes proyectos del siglo XX fueron a la basura […], es una confusión, una confusión… (61).

¿Crímenes y castigo? Augusta, presa de un intenso sentimiento de culpa, piensa que «el pecado de los hombres causa las desgracias» (43) —en esta novela cuyos hechos suceden en los albores del tercer milenio y en la que se evocan el terremoto de 1972 y el huracán Mitch, el miedo al fin del mundo es recurrente. Podemos observar una simultaneidad, y por lo tanto una relación a nivel del sentido, entre los dos factores de destrucción que son los cataclismos naturales y las convulsiones históricas dependientes de la voluntad humana: por ejemplo, cuando Augusta revive el horror del terremoto en el capítulo XIV, se menciona la dictadura de Somoza; del mismo modo, en el capítulo XXII, se pone en paralelo el seísmo con una revolución asociada, como éste, con una forma de miseria (63 y 90). 

De ahí una enumeración que parece señalar una maldición: «Nicaragua tuvo su historia cruenta de guerras, asaltos, mártires, movimientos patrióticos, pactos, transfuguismos, muertes de mandatarios y ascensos al poder, dictadura, traiciones y arrestos, terremoto, maremoto, huracanes, pobreza, miseria… Sangrientos años» (126).

  1. ¿Un exilio entre los hombres?

El sueño del ángel se interesa en un mal quizá consustancial a la humanidad, en una tendencia a la negación del otro ya no considerado como un semejante: «la especie humana tiene una inclinación especial para eliminar a sus congéneres» (9) según el ángel que también visualiza, en una de sus pesadillas, una serpiente apocalíptica:

Un día el ángel soñó con una serpiente que crecía. Paseaba por todos los confines de la Tierra estrujándola, abría sus fauces para comer a la humanidad que peleaba entre sí. Ejércitos de diferentes banderas, razas, religiones, de todo color apuntaban con cohetes, asaltaban inocentes, mataban.
Vio desolación […] desperdicios y muerte […] y en el planeta negro sólo deambulaban bichos horrendos que comían los despojos. Asustado despertó y dispuso bajar para alertar a los hombres. Anduvo en las calles y oficinas viéndolos dentro del humo, pero a él ni siquiera lo presintieron (73).

Este mal sueño del ángel ilustra, por medio de la serpiente, la condición humana del pecado y evidencia la dicotomía bien-mal, así como subraya, por la aproximación del apocalipsis en los umbrales del tercer milenio, el mundo de caos y destrucción engendrado por la guerra. Con Jorge Chen Sham, notaremos que el ángel caído es impotente para comunicar esta amenaza a la humanidad y por lo tanto no puede cumplir con su función primaria de mensajero celestial, lo que amplifica la confusión y el malestar producido por su pesadilla (2006). Es interesante notar que el ángel es objeto de una subversión de los códigos, o que la novela ofrece un retrato de ángel degradado: el ángel, mensajero divino, no tiene aquí ningún apoyo celestial: primero, es un ángel caído y áptero, sujeto a pesadillas; segundo, su sueño apocalíptico no es necesariamente profético; tercero, no es escuchado. 

Observaremos también, como lo hace Jorge Ramírez Caro, que la novela se articula en torno a diferentes caídas que afectan a los personajes: la del ángel desprovisto de alas, la de José que parece caer en la locura, la de Augusta que se hunde en el silencio y se extravía en sus laberintos interiores, pero también la del sandinismo o de las utopías sociales, sin omitir la caída de los pueblos en la miseria consecutivamente a los acontecimientos históricos y los desastres naturales.

Esta visión de un mundo pecador e impuro presenta un fondo religioso, lo confirma por una parte el sueño escatológico del ángel, y por otra parte el hecho de que sólo el arrepentimiento y la búsqueda de Dios permitirán una nueva comunión entre los hombres, un retorno terrenal al “paraíso”. Mientras el hombre sea corrupto, y por lo tanto decadente, seguirá siendo el hombre de la Caída, metaforizado en la novela por el exilio: el ángel exiliado puede simbolizar una condición humana asociada al desarraigo y a la derrota, y se relaciona además con el exilio físico de José o el exilio psicológico de Augusta: «el exilio te arrebata del nido, de tu tierra o te confina hacia arduos laberintos del alma», se puede leer en el preámbulo de una novela que diversifica las acepciones del exilio (8).

Podemos preguntarnos, con Jorge Ramírez Caro, por qué la situación del ángel se plantea en término de exilio y no de caída, lo que parece “politizarˮ la caída de este ser celestial, relacionar implícitamente la Caída y la guerra, la Caída y el poder. En el plano existencial, la situación de este ángel errático representa la condición de un hombre eternamente apátrida, como arrancado de su centro: «El hombre es eterno inmigrante desde Abraham que salió de Ur; ¡qué decir! desde Adán que salió del Paraíso y ese desarraigo, ese exilio causa dolor» (87). Volvemos pues al Génesis, al origen mítico del hombre ¿como si el mal fuese coextensivo con la esencia humana?

  1. Comunión entre todos y unidad recobrada

Si el ángel lamenta la tendencia humana a eliminar al prójimo y ve en un sueño apocalíptico una serpiente que traga a esta humanidad siempre en guerra consigo misma, y luego la desolación en un planeta que se ha vuelto negro, José en cambio hace un sueño de salvación en un capítulo titulado: «José tiene un sueño con don Fito, donde salvan al género humano de sí mismos» (95).

En este sueño extático, José se eleva —una ascensión tan espacial como espiritual como veremos— con Don Fito hasta las alturas del Monte Everest, este techo del mundo que le ofrece una visión global de la humanidad como una totalidad más allá de las divisiones, que revela una comunidad de hombres e invita a la comunión. Don Fito dice en efecto que todos los seres deben prosternarse ante Dios y pedirle que rompa esta fuerza maligna que acecha en cada uno, existe en todos los lugares y crea generaciones perversas. Don Fito hace que toda la humanidad se arrodille ante Dios, en una inmensa comunión, más allá de dualidades y conflictos. Luego:

En todos los confines de La Tierra entendieron las palabras y obedientes hicieron lo indicado por aquél a quien llamaron profeta, extraterrestre, ángel, demonio, judío errante, anticristo, astrólogo, charlatán; no obstante, por si acaso, cayeron de rodillas: MusulmanesHinduístasJudíosCatólicosOrtodoxosProtestantesAnimistasBatutistasMetodistasUnitasAnglicanosBudistasEspiritistasBudúsTaoístasPresbiterianosCongregacionistasSimkyosConfusionistasChamanistasArmeniosMaronitasLuteranosCoptosBatistasEpiscopalianosCalvinistasParsismandeosBahaisZoroástricosCristianayHebreaSunitasShintoístasWahabitasChiítasMahayaCristianosLamaístas y hasta los que no tienen libros para fundamentar su creencia… besaron el suelo, los animales doblaron sus patas, los árboles arquearon sus tallos […].
Brotó un gran eco y una fuerza espiritual tomó la forma de halo que bordeó la esfera más allá de la atmósfera […]. El monstruo negativo desapareció y los seres del planeta, libres, pintaban su mundo en Presente Inmóvil en una íntima comunión entre el hombre y el hombre; entre la naturaleza y el hombre, más una cantidad de puntos plateados que brillaron, señalando un futuro luminoso […] (96).

Después de lo cual el monstruo desaparece y los hombres, libres, experimentan la comunión entre todos y con la naturaleza en un futuro luminoso (una enumeración del mismo tipo y con la misma extensión aparece unas pocas líneas por encima de esta cita, y lleva en un mismo flujo “sin fronteraˮ los diferentes países que tienen que humillarse ante Dios). Al leer esta enumeración, que lleva en una misma corriente pensamientos diferentes o fragmentados, vemos que la escritura también barre toda compartimentación entre los hombres, gráficamente, eludiendo los espacios y con ellos la distancia que engendra las confrontaciones. La cacofonía de los diferentes movimientos, aquí reunidos en una ósmosis pacificadora, recuerda que las particularidades y las creencias separan, pueden enemistar y llevar un germen de violencia. Por encima de la Torre de Babel, los idiomas y las creencias se disuelven en una energía unificadora, que fusiona las diferentes corrientes.

Esta oración universal que suprime todas las diferencias y todas las fronteras, (re)úne, indiferencia e identifica, en un mismo flujo, a todos los hombres, cualquiera que sea su nacionalidad o su pertenencia religiosa —¿más allá de las religiones: lo espiritual?—; los «yoes» divididos se diluyen y se funden en un nosotros reunificado. Olvidándose de todas las creencias y particularismos, una misma humanidad se prosterna en una única oración ante el único Creador: una humanidad indivisa ante el Uno, realizando la unión sagrada; es el sueño de la unidad recobrada.   

José se despierta ante este futuro de luz que su sueño escatológico le hace vislumbrar. Y si es sólo un sueño, el apocalipsis es sólo una pesadilla, tan posible como el otro, es cierto, pero no ineluctable. La coexistencia de estos dos sueños antitéticos en la novela rechaza la fatalidad y sugiere que el bien puede prevalecer tanto como el mal, con este desenlace que llama a la gran reconciliación. Para ello, el hombre no debe contentarse con esperar sino actuar: Don Fito recuerda la necesidad de una conversión de los hombres para que el mal se extinga (sin dejar de admitir que sólo Dios puede redimir a la humanidad).

En esta novela en la que un personaje sueña con salvar al género humano, observamos que un final feliz, más precisamente liberador, espera a los personajes principales que experimentaban cada uno una forma de exilio: Augusta le cuenta a su amiga el difícil pasado de la guerrilla en las montañas, sembradas de muerte, luego: «las lágrimas se habían secado y una sonrisa se fue volviendo carcajada del mundo… y las almas hasta ahora prisioneras de sí mismas, volaron como palomas…»; José se entera de que su hijo va a tener un niño y, en el avión de regreso a los Estados Unidos, ya no le asaltan voces extrañas: «ya se curó con ese angelito que les llegó»; el ángel caído finalmente sale del exilio cuando comprende su misión de ángel guardián del niño por nacer, ya no le atormentan las pesadillas, recobra sus alas y su lira, es decir sus atributos angélicos: «Ensayó la risa que sugeriría al bebé en cuanto terminara de llorar. Al entrar a La Tierra se puso alegre», éxplicit de la novela que termina con una risa tierna (respectivamente 131, 134 y 135). 

Se produce pues la liberación, como consecuencia de la toma de palabra en el caso de Augusta, y al origen de una risa, la cual revela un regreso a la vida, que el nacimiento por venir confirma. Al respecto, notamos un retorno de las pulsiones de vida contra las pulsiones de muerte: procreación o generación con el hijo de José y oración universal en un sueño que salva al mundo, frente a la serpiente que cristaliza toda la fuerza de (auto)destrucción del hombre. En la misma estela esperanzadora, podemos apreciar igualmente varias imágenes de la verticalidad, si no una poética del vuelo: tanto el sueño simbiótico de José que se eleva sobre el Everest y abraza así al mundo, como el ángel caído que recupera sus alas junto con su misión de ángel guardián, protector de un niño por nacer, que parece la promesa de un hombre nuevo: el verticalismo se asocia con las pulsiones de vida en este amanecer de un nuevo milenio.

Conclusión 

La esperanza que inspira esta novela, por otro lado crítica sobre la revolución y el poder destructivo del hombre de dondequiera que esté, concierne en definitiva al mundo entero, a todos los hombres. El sueño del ángel ilustra, como otras ficciones que parecen aspirar a una utopía realizable o a la rehabilitación de valores humanistas, un reencantamiento del mundo cuya causa trascendente o sagrada ya no sería la revolución que causó demasiadas muertes sino el Hombre como principio primero y último. 

Estas novelas pueden recordar implícitamente que, pese a la confusión social o a partir de ella, puede nacer un nuevo orden. En Cómo vivir en tiempos de crisis, el filósofo Edgar Morin afirma el carácter potencialmente regenerativo o creativo de las crisis puesto que si agravan las incertidumbres, también fomentan el cuestionamiento y pueden estimular la búsqueda de nuevas soluciones (2010: 9). El mismo pensador afirma, en ¿Hacia dónde va el mundo?, que si el futuro nace del presente, se piensa y se prepara en el presente, aunque no sea suficiente para preverlo, pero quizá sólo se trate de sembrar, otros cosecharán (2007: 15). 

Este filósofo que tiene en cuenta el principio de incertidumbre, ya que nadie es profeta en su mundo, piensa que: «debemos estar preparados para la desesperación y para la esperanza», porque si el fin de la humanidad puede estar cercano, un nuevo nacimiento es igual de posible (82) [1]. El sueño del ángel presenta también este «principio esperanza» —para hablar como Ernst Bloch en una obra epónima— que no está a punto de ser abolido, y recuerda al lector responsable que mañana se escribe hoy.

Nota: [1] La traducción es nuestra.


Bibliografía:

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Francia, 1970. Es profesora titular de la Universidad de Estrasburgo. Sus investigaciones versan sobre la literatura latinoamericana, más precisamente las novelas nicaragüenses. Ha coordinado varias monografías y publicó Les romans nicaraguayens : entre désillusion et éthique (1990-2014) (L’Harmattan, 2018), un estudio de un centenar de novelas nicaragüenses, y Las formas de la pesadilla. Poder, ética y sentido en 24 novelas nicaragüenses (1998-2019) (Pergamino, 2023) con un prólogo de Erick Aguirre.