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El tiempo en serio. Contra el cambio, de Martín Caparrós

1 junio, 2011

La periodista Mar Padilla realiza una lectura de la obra de Martín Caparrós, Contra el cambio, editado por Anagrama. Lejos de lo políticamente correcto, el autor cuestiona el concepto establecido del cambio climático y, según Padilla, nos «fuerza a elegir entre dos tesis enfrentadas y, aparentemente, enemigas acérrimas: la que da prioridad al cuidado y la conservación de la naturaleza del planeta, y la que aboga por ayudar a preservar la vida de los millones de personas que apenas pueden comer cada día».


La militancia es, probablemente, uno de los temas medulares a lo largo de la obra del escritor y periodista Martín Caparrós. En estos tiempos extraños, de absurdo olvido y apabullantes mutaciones, el compromiso personal, político y sentimental, que hace apenas unas décadas llegó a ser la razón de vivir y de morir para tantas personas, luce ahora desvaído y lejano, a centenares de miles de kilómetros, en un planeta llamado pasado. En Contra el cambio, Caparrós (Buenos Aires, 1957) se enfrenta, en cierta medida, a su propia identidad, a su sombra, romántica y descreída a partes iguales, y asume el envite de las doctrinas del presente. El reto, derivado de un encargo del Fondo de Población de Naciones Unidas, es escribir sobre el nuevo credo más incontestable de finales del siglo XX y este aciago XXI: el cambio climático.

A través del recorrido por una decena de países, el periodista va deslavazando su escepticismo ante este nuevo cataclismo que, a modo de fresca ideología, se ha expandido por todos los rincones de la tierra. Aquí el meollo del asunto reside en la verosimilitud, o no, de este desastre anunciado, y Caparrós, atento a los peligros de lo que George Orwell llamaba “las Convenciones de Ginebra del pensamiento” y desafecto a lo políticamente correcto, airea su criterio en libertad y muestra sus dudas al respecto. En su periplo y desconcertado ante esta nueva alarma global, el periodista se posiciona a favor de las personas con necesidades inmediatas  –el hambre, la violencia, la obscena indecencia de las condiciones de vida en tantísimos lugares- y en contra de lo que Caparrós considera una aséptica doctrina, la de la meteorología desatada, que, tal vez, acortará el listado de especies animales y vegetales que habitan el planeta, pero no acabará, según el autor, con el mamífero apodado hombre.

Como debe ser, el cronista juega limpio y muestra sus sospechas: a la certeza de que no sabemos vivir sin la presencia de nuevos y sucesivos  apocalipsis se le une un cierto aire de estafa y feas conspiraciones. Así, por una parte, carga contra tantos gurús climatéricos que insisten en las bondades de la energía nuclear como solución al desastre y, por otra, desconfía de los intensos esfuerzos de Europa y Estados Unidos en reducir las emisiones de CO2 de los países emergentes, con China, India y Brasil a la cabeza. El objetivo real de estas cuitas no es otro que prolongar, según el autor, la decrépita hegemonía occidental. Y nunca hay que olvidar que las cifras son cabezotas y que, como señala Caparrós, a veces tienen una rara simetría: los 500 millones de personas más ricas del mundo –un 7% de la población- producen el 50% del CO2, y el 50% más pobre –casi 3.500 millones- produce el 7%. Como en un sueño viejo, Caparrós fuerza a elegir entre dos tesis enfrentadas y, aparentemente, enemigas acérrimas: la que da prioridad al cuidado y la conservación de la naturaleza del planeta, y la que aboga por ayudar a preservar la vida de los millones de personas que apenas pueden comer cada día.

En su largo paseo por el mundo –Filipinas, Hawai, Brasil, las Islas Marshall, Nigeria, Níger, Marruecos, Mongolia, Australia, Estados Unidos- el escritor nos trasmite una mirada melancólica que, a ratos, parece añorar la inocencia y el irresistible vigor que otorga la fe en un futuro mejor. “Creer es la máscara perfecta para la desesperanza”, escribe. El taciturno recorrido –que se podría leer, también, como una muy personal crónica sobre el aprendizaje de la decepción-  viene acompañado de datos científicos e históricos sobre este cambiante clima nuestro y, también, de material de reflexión sobre ese misterio insondable que es la relación entre el hombre y la tierra.

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Periodista y antropóloga, (Barcelona, 1966), tuvo hace años el dudoso honor de pertenecer a dos de las bandas de punk más malas -y, por suerte, absolutamente desconocidas- de la ciudad de Barcelona.

Para viajar, para sobrevivir y, también, por malsana curiosidad, ha ejercido los más diversos oficios, como disc-jockey, tasadora de peces para estudios de Biología Marina en el puerto de Barcelona, vendedora de enciclopedias, coordinadora de servicios de mensajería, camarera, profesora de catalán de Barcelona y de castellano en Boston, o reponedora de alcohol en una licorería, entre otros.

Trabajó durante más de cinco años en la redacción de El País, y lo dejó para coordinar la producción de una película de temática humanitaria llamada Invisibles. Producida por Javier Bardem, y dirigida por Fernando León de Aranoa, Isabel Coixet, Mariano Barroso, Javier Corcuera y Wim Wenders. La película ganó el Goya al mejor documental en 2008.

Con Médicos Sin Fronteras ha estado en Colombia, Palestina, Somalia, Etiopía, Marruecos, Mozambique, Sudán, Kenia, Camboya, Bolivia y Armenia, entre otros lugares.

Ama el blues, el jazz, el r´n´b, el rock´n´roll, el soul por encima de muchas cosas, y a veces trata de averiguar porqué escribiendo sobre ello en la revista musical Ruta 66.