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En medio de la oscuridad: La imaginación espacial y el tiempo histórico

1 abril, 2013

Una nueva aproximación al narrador costarricense Carlos Cortés es ejercida por la pluma, lectura, e imaginación de Margarita Rojas González, colaboradora puntillosa, descubridora de aristas ocultas en los textos y subtextos de los autores a los que sigue. En medio de la oscuridad, valga la paradoja, alumbra el camino de la lectura de algunas historias de Carlos Cortés (Cruz de olvido; Tanda de cuatro con Laura), mediante una interpretación inteligente que conduce a un más allá de la superficie semántica y creativa de su obra. Con un carácter sustantivo, Margarita penetra aguda y profundamente en el cuerpo narrativo de Carlos, quien cada vez más, merced a su literatura, se torna emblemático en las letras del país centroamericano.


«Viéndolo todo con aquellos ojos que
eran como lámparas en la noche invisible»

Carlos Cortés, Tanda de cuatro con Laura

Novelistas y cuentistas costarricenses contemporáneos -como sus contemporáneos latinoamericanos nacidos entre 1950 y 1962-,  prefieren la ciudad para ambientar el escenario de los acontecimientos narrados . Dentro de San José, además, hay una predilección marcada por una zona en particular: la formada por los barrios Amón, Bolívar y Otoya, que son casi los únicos que conservan edificaciones históricas, del siglo 19 o inicios del siglo 20. Después de la luz roja, de Mario Zaldívar, gran parte de Cruz de olvido y Tanda de cuatro con Laura, de Carlos Cortés, Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo, de Jorge Méndez Limbrick; Paisaje con tumbas pintadas en rosa y Faustófeles, de José Ricardo Chaves, y Los Peor, de Fernando Contreras, transcurren en esos barrios de la capital. Dentro de estos, a menudo aparecen lugares escondidos o secretos, que contienen diarios, libros, documentos históricos, es decir, la memoria de la ciudad o del país. Así, estos se vuelven equivalentes a la Historia. Pero esta no es conocida por todos ni es todo lo feliz que se podría desear: a lo largo de las sendas abiertas por sus personajes por las calles de la urbe se desenmascaran verdades históricas amargas, infelicidades, son los “monstruos”, la decadencia o las perversiones de un país, una familia o un individuo, que rara vez salen a la superficie.

En cada escritor la ciudad adquiere rasgos distintos, por ejemplo, en Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo se inventan zonas de San José que no existen y se unen a  otras conocidas; en El laberinto…, además, las descripciones adquieren connotaciones futuristas: hay un metro que llega a la Universidad de Costa Rica y centros comerciales o edificios grandes donde ahora solo existente pequeñas casas. La relación con el tiempo o la Historia se concreta en el archivo laberíntico que posee el Archivero de la Noche, donde resguarda miles de documentos del país.

La ciudad imaginada

En la afanosa búsqueda de los asesinos de su hijo, el protagonista de Cruz de olvido (1998) recorre incansablemente una ciudad y, al hacerlo, descubre espacios desconocidos y ocultos, vinculados todos con la Historia de Costa Rica. Algo similar le ocurre al joven huérfano Andrés en Tanda de cuatro con Laura (2002), otra novela de Carlos Cortés,cuando resulta encantado por los fabulosos restos del pasado y los siniestros habitantes que esconden las salas, los sótanos y los apartamentos del edificio que alberga el majestuoso cine Rex.

La configuración espacial de ambas novelas revela no sólo una extraordinaria imaginación; también metaforiza una particular visión del país gracias a la especial conjunción de esos lugares con la Historia. Las complejas estructuras y oposiciones del “topos” organizan un mundo desconocido, que el viaje del protagonista va revelando poco a poco, ante él y ante su Lector Modelo. Cruz de olvido es la novela de las múltiples pérdidas del protagonista, Martín Amador: huérfano de padre y autoexiliado, pierde violentamente al hijo –con el que de todas maneras no tenía una relación-; los sandinistas, a los cuales él estaba ayudando, pierden las elecciones –con el triunfo electoral de Violeta Chamorro-; allí mueren su novia y un escritor amigo. Si bien hacia el final recupera al hijo, cuando regresa al hogar natal, debe constatar la decadencia familiar y la pérdida de contacto con la realidad de parte de su madre.

En Tanda de cuatro con Laura todo gira alrededor del cine y los cines y, para eso, el texto se concentra espacialmente en el Cine Rex, de San José; en este se entrecruzan dos historias, cada una con su propio final. Una se refiere a la decadencia de las familias dueñas de los cines josefinos, incapaces de mantenerlos, de lo cual es testigo Andrés, el protagonista de la otra historia. Esta segunda se inicia cuando el joven huérfano conoce a la mujer-enigma de la que se enamora, cuando ella llega a comprar drogas a la casa-videoclub-bunker, que aquel comparte con su amigo Korea y la que violentamente los obliga a abandonar. En el cine Rex transcurre su nueva aventura; allí viven otros extraños seres que conoce en sus giros por la ciudad, algunos extranjeros–Soriano, Alejandra, la madre de esta, sudamericanos procedentes de México-, y otros nacionales, pertenecientes a otra época, como el Sátiro, y Peralta, de las familias dueñas de cines. En un cine abandona a Andrés la prostituta que lo acoge cuando Andrés era niño, después de que él y su amigo Korea se fugan de un reformatorio, donde abusaron de ellos. Aunque la historia de los cines termina con el incendio del cine Rex y la muerte del dueño, el final de la historia de Andrés sigue abierto, ya que él continúa buscando a Alejandra.

La ciudad de noche

En Cruz de olvido, la primera ciudad que aparece es Managua, asediada y oscurecida por la falta de electricidad pero también por la pérdida del poder que tanto costó en 1979. Tampoco San José está más clara: como el personaje entra aquí de madrugada, se trata también de un lugar en tinieblas, “una ciudad sola, vacía y muerta” (29). La casa familiar tampoco le depara abrigo pues, como su familia, está en una total decadencia: inundado el primer piso, en penumbras, habitada por cuatro ancianas que chapalean en medio de muebles podridos y viejos objetos sucios y pestilentes, lo único vivo son las cucarachas.

El periodista Martín realiza varios peregrinajes por San José de noche; una de las veces la voz de la narración la asume un muerto, el Maestro, metido dentro en un saco de gangoche en un ataúd con hielo en la batea de un ‘pick up’ (VIII) mientras sus acompañantes, borrachos, lo trasladan por los principales edificios josefinos. Después del alucinante paseo por la ciudad, el ataúd es tirado al río que recoge la basura, la “cloaca pública”.

Un sector especial y poco conocido de San José se revela cuando asesinan a la amante –un travestido o trasvesti- del Fiscal General del país y este le encarga a Martín encontrarlo. Con la ayuda de un guía, este recorre la denominada “ruta de la seda, el camino hacia el mundo homosexual de San José»: “tabernas porno, territorios liberados para homosexuales, lesbianas y bisexuales, salas de masajes, discotecas, saunas, clubes e maripepinos –‘striptease’ masculino– puteros disfrazados, reservados para concursos de ‘drag queens’ y fiestas secretas y discretas, y salones de baile” (265).

Los cines, los barrios y las familias

La capital de Costa Rica reaparece en Tanda de cuatro con Laura, en la cual se entrelazan la nostalgia y la denuncia por la desaparición de los viejos cines josefinos. A uno de estos entra el descendiente de una de las familias dueñas en la apertura de la novela, el cine Rex, ubicado frente al Parque Central en San José. El ingreso del hombre permite la descripción del cine y el recuerdo de algunos datos biográficos suyos.

Con la aparición de Andrés, el recorrido por el Rex se enriquece; en algún momento se recuerda que la primera visita que realizó de niño a ese cine, fue abandonado allí por la supuesta tía que lo había criado. Sin embargo, su propio presente lo hace ahora tornar al pasado del cine, cuando debe refugiarse en el Rex y lleva a cabo entonces una detallada exploración de imaginarios y recónditos rincones que esconden inimaginables objetos pertenecientes a las películas que se proyectaron décadas atrás.

Con Curling, el guía, descienden primero al sótano por una escalera de caracol que los lleva hasta una “bodega mal húmeda malamente iluminada con luces de emergencia e invadida por un olor a cloaca” (48). Por un viejo ascensor de madera y vidrio Andrés sube a la azotea, donde lo deja Curling para que solo se enfrente a otras zonas como la galería de espejos entre el segundo y el tercer piso o el paseo por el famoso baño de hombres, procedente de otro cine: el Adela. También es testigo de la decadente transformación del edificio: el mezzanine del segundo piso fue convertido en una cafetería; la sala principal y los palcos son ahora un parqueo; en la parte superior, el apartamento de los viejos dueños ha sido tomado por un extraño sudamericano, que lo tiene a la vez como ‘atelier’ de un pintor, atiborrado de cuadros, telas, pinturas, películas, afiches en las paredes, ropa militar y armas. Finalmente, se da cuenta de que para subsistir, los dueños del cine han dedicado varias salas  a los videojuegos y la exhibición de pornografía. El recorrido por los meandros internos del cine lleva al lector a una imaginativa exploración espacial, que también revela interesantes conexiones con otras salas, por ejemplo, la parte vieja, “que compartía cimientos con el venerable y desaparecido teatro Moderno” (22).

No solo en el Rex o el videoclub de Andrés se hallan las profundas huellas que el cine deja en sus aficionados; también la casa misma del Sátiro se convierte en un inmenso signo que remite a películas y actores famosos. El día de una fiesta llega allí Andrés y observa las paredes cubiertas de fotos y afiches, los invitados disfrazados de personajes de películas, Blade Runner proyectada en paredes, música de Muerte en Venecia cuando baja las escaleras; en el segundo piso halla una sala de cine.

De esa forma el texto desliza retazos de información histórica de varios cines de la capital, indaga la historia de una parte de San José, los barrios josefinos de la década de 1950 y su fin veinte años después. Así, la historia del cine Rex se articula con la de las dos familias dueñas de esta y otras salas: paralelamente a la revelación de las profundidades desconocidas del edificio que lo alberga, se van conociendo los secretos de los sucesivos propietarios que se lo habían traspasado, en series que hacen alternar presente y pasado, en un juego de suspenso entre las historias.

No es, sin embargo, una historia feliz: los cines esconden tras sus muros oscuras historias de matrimonios fallidos, abusos, abandonos e incluso asesinatos, pues esas familias disfuncionales que fracasaron en su propio proyecto, tampoco supieron administrar los cines, los abandonaron y convirtieron en estacionamientos o los dejaron quemarse hasta los cimientos para cobrar los seguros.

La ciudad de abajo

¿Cuál podría ser la imagen espacial que sintetiza esa búsqueda de lo desconocido, historia familiar e historia social? En ambas novelas de Carlos Cortés son los túneles, los sótanos y otros ambientes bajo tierra. ¿Y qué hay bajo el nivel del suelo? El tiempo, la Historia. Como esta no se conoce completamente, para descubrir sus estratos ocultos los protagonistas deben realizar un viaje. La literatura sirve entonces para “desenterrar”, para poner a la luz del sol lo desconocido en el presente.

En Cruz de olvido el primer espacio es Managua, “un mundo espectral” (14), percibida  como un infierno  (14), “ciudad sin ciudad” (16): oscura por los apagones y caliente. Posee, además, unos ambiente semejantes a catacumbas que se utilizan para fumar marihuana y también un barrio secreto, ubicado en un extremo de la ciudad, que era la zona donde vivían los combatientes salvadoreños. Aquí encuentra Martín a su amante, la comandante Laura, quien duerme durante el día en “un sótano sin hendijas ni filtraciones de luz, muerta, fuera del tiempo y del espacio” (27). San José también posee lugares parecidos, por ejemplo, la “ciudad subterránea debajo del corazón político de la ciudad real” (200).

La parte subterránea que conoce Martín bajo San José es una red de varios cientos de kilómetros de pasadizos “que conducían hasta los viejos cementerios del siglo XVIII” (200), que atravesaban las épocas de la historia del país. La red del acueducto lo lleva hasta los sótanos de la antigua Penitenciaría de San José, que también se relaciona con la Historia: su estructura se había copiado de una fortaleza europea del siglo 19 y, a mediados del siglo 20, “se había convertido en un infierno capaz de albergar a miles de presos en las peores condiciones de hacinamiento de depravación” (312).

El periodista se vuelve a encontrar con la Historia cuando, bajando por una “vieja calzada”, halla la desembocadura del viejo acueducto de San José, de 200 años, que lo conduce a su vez «hasta las entrañas de una ciudad muerta» (200). Allí mismo encuentra “la casetilla de cemento de la primera planta eléctrica de San José” (200) y un puente de piedra por donde habían salido de la capital, en el siglo 19, los soldados que participaron en la guerra contra los filibusteros yanquis. La calzada paralela contiene dos pasadizos, uno de los cuales llevaba hasta la antigua Penitenciaría Central, en cuyo piso inferior se hunde y se ahoga en un canal lleno de agua y cadáveres.

Otro tipo de temporalidad se revela en los espacios subterráneos de Tanda de cuatro con Laura cuando el joven desciende al sótano del cine Rex. Allí se ha formado un verdadero museo del cine: además de mil latas de películas mexicanas, se conservan objetos promocionales de varias películas; una colección de muñecos de tamaño natural de La guerra de las galaxias; objetos varios de Tiburón, guantes y reproducciones de cera de actrices, junto con otras cosas no relacionadas con el cine como partes de animales disecados, mascarillas mortuorias; espadas, maquetas de monumentos, fotografías de acontecimientos históricos. Se trata de un conjunto perteneciente a distintas épocas, es decir, la temporalidad múltiple o pancrónica del arte.

Un efecto similar genera la estructura narrativa de esa novela. Como continuación del capítulo 22, el capítulo 1 cuenta el final de la historia. En el epílogo se narra la muerte de Ronny Vargas, cuya entrada al cine se relata en el capítulo 1 -entra el cine a las 4 a. m., cuando Soriano incendia la torre y los últimos pisos del edificio. La historia de Andrés empieza en el capítulo 2 y concluye en el epílogo. Desde el punto de vista temporal la historia de los cines se presenta con la forma de una serpiente que se muerde la cola.

Otros espacios urbanos

En Cruz de olvido aparecen otros espacios que se vinculan con el secreto y permiten enlazar el presente de Martín con su juventud, su pasadoPor un lado, dos lugares privados: un estudio fotográfico de un conocido y la casa de su profesor de periodismo, el “Maestro”; por otro, el espacio relacionado con la literatura. La galería de Pajarito, el primero, contenía colecciones de fotografías de personas muertas, no publicadas, y colecciones de fotos “porno-gay”. Eran documentos privados, secretos, que esconden a la vez otro secreto vinculado con la homosexualidad: (Pajarito) “mantenía un modesto estudio fotográfico en Barrio Amón: Foto Estudio Madonna, mejor conocido como La pajarera o El clóset. La especialidad eran los maes salidos, salidos del clóset” (219).

Martín va a la casa del Maestro, cuando se entera de su muerte. Entonces recuerda la devoción juvenil con la que se acercó de estudiante a ese lugar, para él una especie de templo. El Maestro había sido modelo de periodistas y escritores, profesor sin cátedra; quien intentó sin éxito convertirse en escritor. Su biblioteca esconde otra habitación, oculta, accesible únicamente a los iniciados, con una “entrada secretísima”. Un espacio semejante es un ambiente predilecto, el llamado “la basílica”, conectada con el bar, lugares ambos donde Martín y sus compañeros asistían para aprender del Maestro, lugares de iniciación .

En la intensa búsqueda de Martín, un último espacio aparece en una vieja zona de San José, la casa del escritor de la novela perdida. El protagonista “se interna por un sendero casi secreto” cerca del viejo zoológico josefino, para llegar finalmente a la antigua mansión abandonada de Ricardo Pacheco, imaginario pintor y escritor costarricense que vivió y murió en Francia. Es la zona del apartamento donde Martín vivió de joven y desde el cual iba a buscar en la casa del escritor su supuesta novela perdida titulada Los costarrisibles .

Historia y ficción

La rica y compleja estructura espacial de estas novelas se mezcla de una forma particular con la Historia y la ficción. Cruz de olvido es una novela fuertemente anclada en el devenir histórico de la región centroamericana de las dos últimas décadas del siglo 20, particularmente los acontecimientos que agitaron Costa Rica al ser tocada por la violencia de la guerra civil en Nicaragua. Es la época cuando los “contras” invadieron Honduras y Costa Rica, financiados por el gobierno de R. Reagan de los Estados Unidos, el cual creó bases militares y estaciones de radio para atacar Nicaragua. La euforia del triunfo sandinista en 1979 se apaga cuando gana las elecciones Violeta Chamorro, quien gobernó desde 1990 hasta 1997.

Ese es el momento del que parte la novela, si bien el acontecimiento que desencadena la acción es de tipo familiar o individual: se trata del regreso obligado de Martín a Costa Rica, después de diez años, por el asesinato de su hijo. Este hecho, sin embargo, tiene una referencia igualmente histórica, pues se refiere a uno real ocurrido en 1986, en el que murieron una mujer y seis menores, en la Cruz de Alajuelita. El periódico La nación, en el cual trabajó Carlos Cortés desarrolló por varios años una investigación periodística que se prolongó por varios años .

En Managua, Martín es pareja de una guerrillera salvadoreña que muere asesinada a puñaladas por sus propios compañeros: “¿Cuántas? ¿16, 24, 25 puñaladas?  ¿Cuántas puñaladas te dieron a vos los compas?” (315), traición que evoca, por un lado, la de Roque Dalton “el poeta, el guerrillero salvadoreño que terminó eliminado por su propia guerrilla, igual que la comandante Laura” (299). Además, ella se puede vincular con la comandante Ana María (Mélida Anaya Montes), segunda en el mando del Frente Farabundo Martí, a quien supuestamente mandó a matar el 6 de abril de 1983 otro líder y rival ideológico, Cayetano Carpio. Este se suicidó una semana después y aparentemente fue exculpado legalmente si bien esto no fue público.

Por otro lado, Martín resulta cercano a la cúpula del poder revolucionario si bien esto no lo enorgullece pues desde el inicio el joven desecha con desencanto la ametralladora regalada por el comandante Cero (Edén Pastora) que este había usado en el asalto al Palacio Nacional -22 de agosto de 1978- con otros trastos viejos (15).

En Managua Martín también es amigo del escritor Chuchú Martínez, que puede ser el escritor y piloto panameño José de Jesús Martínez, conocido como Chucho, muy vinculado con el Frente Sandinista, inspirador de la Brigada Simón Bolívar, ganador del premio Casa de las Américas con el libro Mi General Torrijos y fallecido en 1991.

Con respecto a Costa Rica, la interrelación historia-literatura se presenta mediante la caricaturización de personajes de la vida pública. La caricaturización es una especie de juego que apela al conocimiento generalizado de los lectores –la Enciclopedia, en términos de Umberto Eco- sobre esos personajes conocidos por todos. El gobierno de Costa Rica de las décadas del conflicto sandinistas-contras, fue el de Luis Alberto Monge (1982 a 1986), quien en la novela puede estar representado por el Procónsul. Con este recorre Martín la capital una noche, deteniéndose en multitud de bares, lo cual le permite conocer la dudosa personalidad del primer mandatario.

El llamado “Maestro” puede estar inspirado en Enrique Benavides (1916 – 1986) y este se vincula con el autor de la novela no solo porque como Carlos Cortés fue columnista y editorialista de La nación; Benavides es, además, el autor del libro El crimen de Colima (1966), que lo dio a conocer, y fue “uno de los primeros ejemplos de periodismo investigativo” . En la novela el Maestro es un periodista autodidacta (138), director del Diario de Costa Rica, que había sido marginado por el presidente de la República debido a la publicación de un editorial en su contra (130).

Otro ejemplo de mezcla entre historia y ficción es la figura del escritor “Ricardo Pacheco”, quien parece referirse al ensayista Napoleón Pacheco (1902-1980), costarricense que murió en París, autor de una novela desconocida (308) y del ensayo “El costarricense en la literatura nacional”.

En Tanda de cuatro con Laura, la novela toma prestados datos del lenguaje cinematográfico, de la historia de los cines josefinos y de una secta esotérica. La historia de los cines empieza con la referencia a una familia que fue propietaria de la mayor parte de los cines: en la novela la familia es Peralta, en la historia se trata de la familia Urbini, descendientes de Mario Urbini, quien llegó a Costa Rica en 1917, entró en el negocio del cine primero con el Teatro Variedades; con su pariente Felipe J. Alvarado, adquirieron en 1926 el Teatro América y crearon el “Circuito Urbini” ; después de la desaparición de casi todos los cines de San José, la familia Jinesta Urbini mantiene el Teatro Variedades desde 2005.

También al cine se refiere la ilustración de la tapa del libro que deja ver, debajo de una pierna femenina que abarca el primer plano, un afiche con el título Laura. Se trata de una película de 1944, del director alemán-norteamericano Otto Preminger, cuya fotografía ganó un Oscar, y en la que actúan Gene Tierney y Dana Andrews. Considerada un clásico del cine negro, se basa en una novela policíaca de Vera Caspary, que cuenta la indagación obsesiva –como la de Andrés por Laura-de un detective por la muerte de una mujer que al final está viva .

La obsesión que gobierna la búsqueda de Laura por parte de Andrés, así como  el nombre de uno de los personajes de la novela, Alejandra y su nacionalidad, recuerdan al escritor argentino Ernesto Sábato, especialmente en la novela  Sobre héroes y tumbas, cuya protagonista se llama también Alejandra.

En Tanda de cuatro con Laura Andrés y Korea leen las obras del maestro Samael Aun Word o Samael Aun Weor, creador y profeta de una secta llamada “Gnose” o “ciencia del auto‑conocimiento”. Ese era el seudónimo del colombiano Víctor Manuel Gómez Rodríguez (1917-1977) -activo entre 1947 y 1977-, cuyo movimiento gnóstico mezcla aspectos religiosos, cristianos y orientales, con conocimientos del zodíaco, yoga, magia sexual, platillos voladores y otras curiosidades semejantes. Su “curso de educación esotérica”, “de autoeducación íntima y verdadero saber práctico”, se dedica a “todos los desilusionados de escuelas, religiones, logias y sectas” .

Tanto la Managua de Cruz de olvido como el San José de Tanda de cuatro con Laura duplican un espacio urbano conocido, hacen un reflejo de la ciudad de arriba en la ciudad de abajo, como un espejo, solo que el reflejo de abajo no solo está invertido sino que no es conocido por todos. Mientras las ciudades de arriba, rodeadas por la oscuridad, no conocen un tiempo, las ciudades subterráneas se vinculan con el tiempo, con la Historia. De esta forma se reitera la idea de la exploración por espacios recónditos cuyo conocimiento deja ver secretos políticos escondidos por algunos personajes.

La decoración de la casa del dueño del Rex trata de vestir sus paredes con las proyecciones y los disfraces, mediante el múltiple lenguaje de la cinematografía; ambas novelas configuran un Lector al cual mediante la ficción se le da a conocer la verdadera Historia del país. Sin embargo, no es una Historia “positiva”: ya desde el inicio de Cruz de olvido lo que priva frente a los acontecimientos relatados es un profundo desencanto; sentimiento que se extiende, conforme la indagación de Martín por su país avanza, a la literatura, la política, la familia y la pareja. En Tanda de cuatro con Laura el conocimiento del pasado acerca de los cines y las familias que los administraron no hace que subsistan ni unos ni otras: el ocaso de los cines coincide con el fin de las familias y nada puede salvarse de la ruina inevitable. La imagen que puede condensar esta visión de la Historia en estas novelas es la de los familiares de Martín que cenan en Cruz de olvido, hacia los cuales el agua lleva los objetos del pasado: ropa, radioemisoras sintonizadas en 1965, viejas fotografías, juguetes de Martín-niño. “Una tristeza general lo convertía todo en putrefacción” (241): eso es lo que encuentra Martín de su pasado familiar, lo que descubre en lo que se han convertido sus recuerdos más viejos.


Bibliografía

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  • Los límites de la fragmentación del relato en Cruz de olvido de Carlos Cortés”, Revista de Filología, Lingüística y Literatura, v. 34, n. 1, 2008, pp. 67-82.
    Moya, Rónald, “Caso del psicópata: una luz en el enigma” en Revista Dominical, La nación, San José, 17 de noviembre, 1996.
  • OIJ dice ir en camino seguro nueva prueba contra psicópata. Realizan perfil y evalúan indicio surgido hace cinco meses”, San José, La nación, 13 de abril, 1999.
  • “293 muertes pendientes más crímenes sin resolver”, La nación, San José, 13 de diciembre, 1999.
    Moya, Rónald  y Adrián Meza  “OIJ cree que grupo cometió crimen”, La nación, San José, 20 de abril, 2002.
    Rojas G., Margarita, «Presentación de Tanda de cuatro con Laura de Carlos Cortés», Universidad Nacional, 30 de octubre de 2002, manuscrito.
  • La ciudad y la noche. La narrativa latinoamericana contemporánea, San José: Farben, 2006.
    Rojas, Margarita y Flora Ovares, «De la utopía al desencanto. La narrativa», Cien años de literatura costarricense, San José: Norma, 1995, pp. 231-245.
  • «In vino veritas: la narración del viaje», Taller de Letras, Santiago: P. Universidad Católica de Chile, n. 29, 2001, pp. 87-98.
  • Para conocer en detalle el modelo propuesto y ver ejemplos de otras novelas y cuentos latinoamericanos del mismo período, cfr. Margarita Rojas G., La ciudad y la noche. Narrativa latinoamericana contemporánea (San José: Farben, 2006).
  • Margarita Rojas G. y Flora Ovares, 2001 «In vino veritas: la narración del viaje», Taller de Letras (Santiago:   Universidad Católica de Chile, n.29) 87-98. En el artículo se describe este cronotopo como la conjunción especial de un tipo de lugares como cervecerías, salones, comedores o tiendas donde llega un viajero que ha superado una prueba en otro lugar. La iniciación sufrida no acaba hasta que se narra la experiencia ante interlocutores con quienes comparte también bebidas y recuerdos: “sólo por medio de la palabra y gracias a la presencia atenta de sus interlocutores, el narrador descifra el misterio que encerraban aquellos lugares y así conjura los fantasmas del pasado”, loc. cit..
  • Cfr. M. Rojas G. y F. Ovares, 100 años de literatura costarricense (San José: Farben, 1995) pp. 113-114 y 149. El tema de la novela perdida reaparece y se desarrolla por secciones en otro libro de Carlos Cortés, La gran novela perdida. Historia personal de la narrativa costarrisible (2007), en la cual lo “perdido” está dentro de la misma literatura.
  • Carlos Cortés fue redactor en La nación entre 1982 y 1983, editor y jefe de redacción de 1989 a 2003; entre 1985 y 1989 fie editor y redactor de la revista Rumbo, del mismo diario.
  • Autor de numerosas obras, Enrique Benavides escribió Casos célebres (1969), Crítica de la crítica, Nuestro pensamiento político en sus fuentes; “en los últimos años dedicó su columna con mayor frecuencia a una cruzada anticomunista fervorosa. Acusó duramente a la administración de Rodrigo Carazo, de quien había sido admirador y amigo, y lanzó elogios y loas a la siguiente de Luis Alberto Monge“, Manuel Bermúdez,  http://wvw.nacion.com/ ancora /2004/julio /25/ ancora7.html.
  • http://wvw.nacion.com/huellas/personajes1.html
  • Fernando Borges, Teatros de Costa Rica (1941, 2ª edición: San José: Editorial Costa Rica, 1988) pp. 91-98.
  • http://39escalones.wordpress.com/2009/03/24/el-riesgo-del-amor-idealizado-laura
  • http://www.google.co.cr/…samael+aun+weorwww.es.wikipedia.org;
  • Para consultar la bibliografía completas de Carlos Cortés, cfr. http://veintisieteletras.com/fotos/titulo/18/Dossier_Prensa_18.pdf
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San José, Costa Rica.
Estudió filología y música en la Universidad de Costa Rica y semiótica en la Università degli Studi di Bologna. Es profesora e investigadora de la Universidad Nacional. Entre 2006 y 2010 fue directora del Sistema Nacional de Bibliotecas, del Ministerio de Cultura y Juventud. Ha sido beca­ria-inves­ti­gadora Fulbright en la Universidad de Pennsylvania, pro­feso­ra invi­tada en el postgrado en literatura de la Uni­ver­sidad de Vi­lla­nova (Pen­nsyl­va­nia, Esta­dos Unidos) y en la Universidad Francois Rabelais, Tours, Francia (2007).
Como investigadora, es autora de varios artículos sobre la narrativa latinoamericana contemporánea en diversas revistas. Su publicación más reciente es el libro La ciudad y la noche. La nueva narrativa latinoamericana (Farben, 2006). También, en coautoría con Flora Ovares y Sonia M. Mora, en la editorial venezolana Monte Ávila publicó Las poetas el buen amor, varios ensayos sobre poesía escrita por mujeres latinoamericanas.

Sobre la literatura costarricense es coautora de La casa paterna. Escritura y nación en Costa Rica, Premio Nacional de Ensayo en 1993; Cien años de litera­tura costa­rricense, Premio Ancora de 1995; dos tomos de En el tinglado de la eterna comedia. Hizo la recopilación completa de la obra de Luisa González Gutiérrez y escribió un capítulo del libro de las revistas literarias costarricenses Crónicas de lo efímero (2011) de Flora Ovares.
Acerca de la literatura centroamericana, su libro El último baluarte del imperio. Latino­américa y España en la crítica antimodernista, mereció el Premio de Ensayo Editorial Costa Rica en 1995. Es coautora de El sello del ángel. Ensayos sobre literatu­ra centro­ameri­cana (2000) con la que ganó el Premio Nacional Aquileo Echeverría en ensayo.