Como esperando abril de Arquímedes Gónzalez, «un libro para no olvidar»
16 julio, 2019
Como esperando abril es el primer libro que cuenta los acontecimientos de abril del 2018 en Nicaragua. Algunos escritores nicaragüenses ya habían publicado poemas y relatos cortos sobre lo sucedido en abril del 2018 pero ningún escritor había producido una novela; de hecho poco tiempo ha transcurrido entre esos eventos y la publicación del libro, el autor sólo contó con diez meses de preparación y pesquisa (Managuafuriosa)
Temblad, temblad tiranos, en vuestras reales sillas,
ni piedra sobre piedra de todas las Bastillas
mañana quedará.
Tu hoguera en todas partes, ¡oh Democracia!, inflamas,
tus anchos pabellones son nuestras oriflamas,
y al viento flotan ya.
Rubén Darío, «Salmo de la pluma»,
Como esperando abril, p. 192.
Como esperando abril es el primer libro que cuenta los acontecimientos de abril del 2018 en Nicaragua. Algunos escritores nicaragüenses ya habían publicado poemas y relatos cortos sobre lo sucedido en abril del 2018 pero ningún escritor había producido una novela; de hecho poco tiempo ha transcurrido entre esos eventos y la publicación del libro, el autor sólo contó con diez meses de preparación y pesquisa (Managuafuriosa).
Si bien se presenta como un libro para no olvidar, es a nivel genérico una novela; los hechos y los personajes, por más referenciales que sean, son reescritos y ficcionalizados para una mayor dramatización, reinventados a favor de una simbolización o una alegorización de lo sucedido que le confieren al relato características del cuento o del mito, particularmente en la confrontación gobierno-autoconvocados. Entre crónica y ficción, Como esperando abril denuncia los síntomas de una dictadura y correlativamente valora, cuando no heroiza, a los que participan en la lucha; entre requisitoria y alegato, recuerda un conflicto relevante en la historia del país, como un acontecimiento bisagra que puede anunciar una nueva era.
- «Este es un libro para la memoria»
Como esperando abril se presenta como una novela en la página de las referencias editoriales (10), pero una novela de la memoria, que se basa en hechos reales como bien muestra el autor en la entrevista «Lo que se ha vivido en Nicaragua estos meses supera la ficción»:
La idea del libro surgió el día del ataque a la iglesia Divina Misericordia en Managua donde estaban decenas de estudiantes refugiados y que fueron atacados durante más de 15 horas. Días después fui a la iglesia y me impactó ver los daños. Es triste imaginar que existe gente capaz de atacar y dispuestos a matar a civiles refugiados en la iglesia. Me parece que quienes atacaron a la iglesia tienen un profundo vacío espiritual y humano y por eso quise contar esta historia.
[…]
Hice una profunda investigación periodística que me llevó a los lugares donde sucedieron los hechos narrados. Para este libro usé las herramientas periodísticas de investigación que me permitieron conocer de primera mano los testimonios de quienes resultaron afectados por estos tristes eventos.
A partir de un acontecimiento preciso, el autor que acude al lugar del drama y puede ver, siente la necesidad de contarlo y emprende una investigación periodística, acumulando testimonios. La portada del libro, desprovista de ilustración pero densa en texto, pone de relieve la primacía de la historia y por lo tanto la importancia de la memoria:
-en lo alto de la portada: «Historia de la masacre de 2018 en Nicaragua»,
-en lo bajo: «Basada en hechos reales» y «un libro para no olvidar»,
-en los dos tercios superiores: la repetición diez veces de la frase «Me duele respirar» (que va desdibujándose hasta ser casi invisible, podría ser ésta la ilustración), referencia a las últimas palabras de Alvarito Conrado.
La contraportada, que se comparten Sergio Ramírez y Madelaine Caracas, confirma la importancia de los acontecimientos extraliterarios: el premio Cervantes piensa que «Hay que leer este libro entonces bajo su doble peso, como crónica contemporánea, y como narración literaria de un episodio trágico y cruel de esa historia, aún no resuelto», mientras la líder estudiantil afirma que «Este es un libro para la memoria, para no olvidar, para darle rostro a historias de quienes fueron víctimas de una dictadura, para recordar de dónde venimos y la fuerza que nos movió a salir […]».
Por lo demás, el paratexto, que insiste a su vez en este aspecto, le da de nuevo la palabra a la líder estudiantil con la versión completa de su criterio sobre la novela (es el primer texto que encontramos en el libro después de una ficha bibliográfica sobre el autor y antes del epígrafe, la dedicatoria, las referencias de publicación, el título de la novela y la introducción): «La forma que construimos memoria determina las cicatrices que quedan y esas que no nos dejan avanzar», y en las últimas líneas: «nos hace ubicarnos en nuestra propia historia a quienes vivimos la insurrección de abril y leemos cada párrafo» (5).
Asimismo, la introducción atípica —que le aconseja al lector que se detenga aquí y busque otras lecturas como cuentos de hadas porque esta historia le va a enojar y a entristecer— se abre con la evocación de lo sucedido: «Esto pudo ocurrir de otra manera. Los sangrientos eventos que se desencadenaron desde ese candente mes de abril del 2018 en Nicaragua, se pudieron evitar, pero por desgracia, resultaron así», para terminar con la necesidad del relato: « asombrándote de esto que sucedió y que ahora solo queda contarlo».
Last but not least, otro elemento prueba que la escritura es aquí hija de memoria, que es un relato in memoriam: la fecha de publicación del libro que se halla en las referencias editoriales donde leemos «Managua, 18 de abril de 2019», una fecha símbolo más que verídica puesto que el libro se publica realmente el 16 de marzo de 2019 (según Amazon a cargo de esta edición).
Si no faltan los elementos que recalcan el fundamento real e histórico de la mayoría de los hechos narrados en el libro, no por ello deja de pertenecer al género novelesco: por más acontecimientos y personajes extraliterarios que inspiren el relato construido a base de tesimonios y como una crónica, no impiden una reelaboración por no decir una ficcionalización evidente desde el prólogo (al que hace eco el epílogo), y visible también en la masacre de la iglesia que sólo deja una sobreviviente, o en el personaje ejemplar de Marcel como amante de Macha muerto en las barricadas, o el del policía Cristiano Santos que manda rematar a su propio hijo, entre otros ejemplos minoritarios si se los compara con los datos verídicos.
Tratándose del prólogo, nos introduce en otra dimensión, celeste, la de los muertos convertidos en ángeles cercanos al Creador, con un diálogo entre Querubín, preocupado por lo que pasa abajo, en Nicaragua, y un Señor, nada omnisciente y más bien desmemoriado, cuyas réplicas en letra cursiva muestran una inesperada ignorancia de los hechos: es el ángel el que le va a poner al día esperando que intervenga a favor de este pueblo, y luego aparece de nuevo el título de la novela (21). Es decir que el relato, sin ser un cuento fantástico, maravilloso ni mítico —aunque no faltan héroes y “demonios”— es el de un ángel, no tanto un relato de ultratumba sino del Cielo, pero también el relato de un joven rebelde como nos enteramos —y se entera el mismo Querubín— en el epílogo, simétrico del prólogo, cuyas últimas palabras son la revelación de la identidad terrestre del ángel: «En la Tierra tu nombre era Marcel», fin de la novela
¿Cómo contarlo? ¿Cómo contar esa historia? Mediante historias individuales que hacen —y son hechas por— la historia colectiva. La novela-Querubín narra las vidas de personajes presos del torrente de los hechos pero que a veces también los orientan. La narración insiste en la vida cotidiana de esos personajes, su familia, su pasado y sus sueños, para mostrar mejor que son vidas segadas por la muerte, familias destrozadas, sueños abortados por culpa de un poder abusivo. Este tejido de relatos y personajes permite elaborar una trama construida y fluida: cada capítulo se concentra en un personaje casi siempre vinculado con Alvarito Conrado cuya historia conforma el primero de los 23 capítulos del relato [1], y si no se relacionan con Alvarito interactuán entre sí [2].
En esta novela cuyos capítulos constan de unas 10-15 páginas, los capítulos más largos son el primero sobre Alvarito y el séptimo con Marcel y Macha (que ofrece una retrospección sobre la historia reciente del país para tratar de entender la insurrección de abril), ambos de una extensión de 22 páginas, seguidos por el capítulo 10 dedicado al policía “exterminador” Cristiano Santos con 20 páginas. Se les dedica más atención porque son personajes alegóricos: los primeros, heroizados, ilustran la pureza de la causa, mientras que el último, capaz de rematar al propio hijo, muestra que se trata de una “guerra” infanticida, que en este conflicto se ha derramado la sangre de los hijos, algo que el número de jóvenes muertos y las marchas de madres no desmienten.
Vimos que el autor eligió un estilo periodístico para contar esa “crónica”, prestándole una atención particular al tratamiento del tiempo, con indicios temporales numerosos. Pero este relato factual no prescinde de una tonalidad dramática, mezclando hechos y pathos, con toques a veces virulentos puesto que la función de este libro no sólo estriba en recordar sino también en denunciar ¿y de algún modo en seguir la lucha? Sería una lectura posible de la dedicatoria del autor a sus hijas y «a las personas asesinadas, prisioneros, exiliados y a los periodistas nicaragüenses que lucharon y luchan por una verdadera justicia, plena libertad y democracia».
A esto habría que añadir los colores de la portada que no parecen casuales: palabras blancas en fondo azul —aunque sea un azul oscuro y no claro, probablemente para que se vean mejor las palabras blancas—: libro azul y blanco, como la bandera de Nicaragua que ha llegado a representar a los autoconvocados y la rebelión. Tenemos entre las manos un libro color de la protesta, un libro-protesta, o libro-puñetazo pero que invita también a la reflexión como explica el mismo autor:
Yo deseo que los nicaragüenses a través de las historias que aparecen en mi libro, reflexionemos sobre qué es lo que deseamos para nuestros hijos. […]
En Nicaragua a pesar de que hubo una llamada revolución, no se cambió nada.[…]
Lo escribí porque creo que a todos los nicaragüenses aún nos cuesta respirar. Abril (del 2018) no ha terminado. Estamos estancados en una película de terror que se ha extendido más de un año y cuyo final no sabemos todavía.
[…] nadie ha investigado quién fue el responsable de la muerte de [Alvarito Conrado], igual que los casos de cientos de nicaragüenses muertos en circunstancias espantosas y que no han tenido justicia, porque en Nicaragua la justicia desgraciadamente ya no existe. Aquí todos estamos indefensos y sin nadie que nos pueda proteger (Managuafuriosa).
La novela ilustra ampliamente estas últimas palabras cuando narra las acciones y reacciones del poder representado a menudo por las fuerzas del orden y da a ver rasgos irrefutables de una dictadura, sea con un Ortega “retoño” de Somoza, corrupto y violento, sea con los policías, (para)militares y grupos de choque caracterizados por una inhumanidad inconcebible, todos recuerdan, más allá de los hechos reales y si solicitamos el texto implícito, al monstruo al que tiene que enfrentarse el héroe.
- Radiografía de una dictadura
El gobierno de Daniel Ortega está en el punto de mira de un narrador que no puede relatar lo ocurrido sin relacionarlo con un poder viciado, al origen de la insurrección de abril, un poder que parece inscribirse en una fatalidad política ya que recuerda una larga historia de dictadores y ladrones. No faltan las analogías entre Ortega y Somoza contra el que luchó «pero ahora repetía trágicamente la historia dictatorial» (271): «Todo lo que hizo la dictadura somocista, hoy se repetia, pero con más espanto» (277) [3].
Los estudiantes a los que alecciona Marcel y que buscan en internet datos sobre Sandino, relacionan al gobierno con un mal del poder que atraviesa los tiempos sin extenuarse: «descubrieron que casi cien años habían pasado y la causa por la que luchó y murió Sandino seguía siendo la misma. El enemigo era el mismo. La ambición de poder, la corrupción, las desigualdades sociales, todo permanecía inalterable en el país» (173). El mismo Señor del prólogo, que recuerda las grandes matanzas de la historia y algunos episodios de Nicaragua, este mismo Señor que pretende que Somoza Debayle no murió en un atentado en Asunción sino que asesora a Ortega (18), observa que éste «Desde el principio estaba maleado y el poder terminó por consumir la luz de humanidad que tuvo de niño. Con el pasar de los años se va pareciendo cada vez más a Pinochet, Trujillo, Batista, Castro, Videla, Stroessner y también un poco a Stalin, Franco y Mussolini» (18), es decir a los peores dictadores de la historia.
Nada sorprendente si una estudiante, apodada La Pelirroja, que ve un ojo maligno en sus pesadillas, asocia el ataque de los policías a ese mismo ojo que en otras encarnaciones la descubrió en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, la mató el 30 de julio de 1975 en El Salvador, el 25 de noviembre de 1975 en Chile, el 16 de septiembre de 1976 en Argentina» (200). Se recuerdan aquí acontecimientos de siniestra memoria en Latinoamérica como masacres estudiantiles, y se asimila así la represión de la insurrección de abril a la política del terror y del horror, si no al terrorismo de Estado, que pudo haber en esos países [4]. Este «ojo envuelto en llamas» que se acerca furioso (206) recuerda al Sauron de El Señor de los Anillos de Tolkien, representación de la fuerza del Mal [5].
Ortega no sólo parece ser el heredero de Somoza sino también de Alemán que se robó millones de dólares (29), en esta novela que denuncia elecciones fraudulentas, una corrupción generalizada (policía, aduanas, Justicia), una política de la mentira. Una mentira que más de una vez sirvió para tapar crímenes, como el asesinato de Jean Paul Genie, dieciséis años, matado en su coche en 1990 ¿por los militares que escoltaban al general del Ejército Popular Sandinista, Humberto Ortega? (212-213), un hombre presentado como turbio (215-216).
No más escrúpulos tiene su hermano Daniel cuando prohíbe a los médicos de los hospitales que atiendan a los insurrectos heridos, aunque sea vital, como lo ilustra el ejemplo trágico de Alvarito Conrado (41) que no murió por la bala misma sino por falta de atención médica, dicho de otro modo por culpa del gobierno [6]. La novela acumula, y enumera a veces, las violencias cometidas por este poder abusivo: «vídeos de estudiantes heridos, apresados, secuestrados, torturados y que eran encontrados sin vida en diferentes puntos de la capital» (80); condena judicial a una mujer violada, acusada de terrorismo por llevar una bandera azul y blanco (103); torturas y asesinato de policías que piden la baja porque no están de acuerdo con la represión (163); plenos poderes de una policía que debe detener, al costo que fuera, el avance de los manifestantes, sin temer ninguna sanción (161).
Esta ficción de inspiración testimonial respeta en gran parte la veracidad de los hechos como prueban numerosos artículos de periódicos: podemos leer por ejemplo, en «Gobierno de Nicaragua ataca a estudiantes que se encontraban atrincherados en instalaciones de la UNAN», que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) «ha señalado “asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, malos tratos, posibles actos de tortura y detenciones arbitrarias cometidos en contra de la población mayoritariamente joven del país”, lo que el Gobierno de Nicaragua rechaza». O en «Una familia muere calcinada en una Nicaragua sumida en la violencia», que el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH) «culpó a las huestes del Gobierno, grupos armados que siembran el terror en las ciudades de Nicaragua, de causar el incendio. Estos “aparatos represivos del Gobierno son una criminal amenaza para la vida y para la seguridad”».
La novela muestra cómo las “fuerzas combinadas”, compuestas por policías, antimotines, parapolicías, paramilitares y grupos oficialistas, fuerzas todopoderosas puesto que son misionadas y protegidas por el gobierno, pueden –y en algún sentido deben— permitírselo todo: así los grupos de choque que golpean a los manifestantes con cascos, piedras, palos, cadenas y tubos de hierro, cuchillos, machetes, y hasta pistola, no reciben castigo ni son llevados a la justicia pese a fotos, vídeos y centenares de denuncias contra ellos (235); fuerzas del orden utilizan armas de guerra contra la población civil (281); grupos “parapoliciales” protegidos por la Policía incendian una casa el 16 de junio, cobrándose la vida de cuatro adultos y dos menores (de ocho meses y dos años); paramilitares atacan a un centenar de estudiantes refugiados en la iglesia Jesús de la Divina Misericordia, disparando durante 15 horas contra el edificio en la noche del viernes 13 de julio.
La ficcionalización de este último episodio muestra una diferencia notable con los hechos extraliterarios: los periódicos hablan de los impactos de balas en el cuadro de Cristo, de manchas de sangre en el suelo, de decenas de heridos y dos muertos, recordando esta «noche de horror» en la que tuvieron que interceder el cardenal Leopoldo Brenes y organismos de derechos humanos (Semana, 27 julio 2018); la novela en cambio hace de esta noche de terror una noche de masacre en la que mueren todos los jóvenes, con excepción de una sobreviviente: «Parecía que había llovido sangre porque había manchas en cada pared y muchos charcos se coagulaban por todo el piso […]. Antes de irse, los grupos de choque y los paramilitares remataron a varios jóvenes y luego dejaron algunas armas en manos de los fallecidos» (308).
Esta secuencia que exacerba la barbarie y la tragedia, llevando a su punto máximo la tensión dramática, constituye el clímax de la novela, próximo al desenlace. Si se tiene en cuenta que en el primer capítulo muere Alvarito Conrado, observamos que las dos secuencias trágicas por antonomasia casi enmarcan la novela —si se hace caso omiso del prólogo y el epílogo en agún sentido “externos” al relato de los hechos— puesto que se desarrollan en los capítulos uno y veintidós (hay 23 capítulos: al final del último capítulo muere el profesor de guitarra de Alvarito pero cantando «solo le pido a Dios, que lo injusto no me sea indiferente» (325) antes de un epílogo cuyas últimas líneas tienen que ver con un futuro nuevo, con la esperanza).
En esta matanza permitida por una trampa (llegan a la iglesia diez ambulancias pero sin médico sino con grupos de choque y paramilitares, 291) interviene un personaje, Cristiano Santos el mal nombrado, cuyo itinerario “impecable” como policía lo convierte en personaje alegórico de la obediencia ciega al poder, es decir también en representante del poder, de hecho está al mando de un grupo de francotiradores cuando las protestas y es ascendido a rango de comisionado de la Policía Nacional.
Entra en la Policía de Managua en 1989 para servir y proteger a la población como no lo hizo la Guardia Nacional que mató a su propio pueblo (149), pero él va a matar a decenas de jóvenes indefensos, entre los cuales Alvarito Conrado, incendia la casa de los Velásquez y participa en la masacre de la iglesia entre otras atrocidades, celebrando su “éxito” como francotirador: «no le tembló el pulso al disparar contra los manifestantes. Para él […] eran solo objetos que se movían, no personas con sentimientos» (160), «vio cómo el joven cayó al suelo y alegre el suboficial mayor Cristiano Santos compartió la noticia con sus compañeros. […] Esa tarde alcanzaron a más de cien objetivos. A como él los entrenó, el grupo disparó a la cabeza, el cuello y el pecho» (161), sin olvidar los vídeos grupales que se hacen los policías en los que se les ve levantando sus armas y festejando la derrota de los manifestantes desarmados (167).
La novela, que multiplica los ejemplos de barbarie, no hace caso omiso de las torturas y violaciones en el Chipote presentado como un espacio explícitamente infernal, infrahumano: «la entrada al infierno» (273), o «En el Chipote no había personas. Había bestias que eran carceleros, interrogadores y torturadores sin rostro y sin corazón» (274). Este espacio anexo del poder y al mismo tiempo sin ninguna ley, acusa un poder fuera de la ley, de la justicia y de los derechos humanos.
La novela ofrece un balance cuyas cifras y cuyo realismo periodístico no impiden, sino que intensifican, la dramatización:
entre abril y julio de 2018 murieron en las protestas unos quinientos civiles, entre ellos Alvarito Conrado y otros treinta menores de edad, incluyendo tres recién nacidos. Veinticinco víctimas fueron estudiantes de secundaria de entre trece y diecisiete anos. Al menos tres mil personas resultaron heridas de bala y más de doscientas tendrían lesiones permanentes el resto de sus vidas. Otras setecientas personas estaban encarceladas y se dieron ejecuciones extrajudiciales, torturas, obstrucción a la atención médica, detenciones arbitrarias y violencia sexual. Esos meses los grupos de choque, paramilitares y policías hirieron de bala a un promedio de dos personas cada media hora y mataron a un ciudadano cada seis horas. Ocho de cada diez víctimas fueron heridas por disparos de alto calibre que impactaron en la cabeza, el cuello, el pecho y el abdomen. La mayoría de las víctimas eran menores de treinta años. Además, al menos setenta mil personas salieron del país huyendo de la violencia (304-305) [7].
La enumeración participa en la amplificación del dramatismo, algo que aparece en el capítulo siete enteramente construido en la acumulación, con el “inventario” de hechos que desde hace años pueden haber llevado a Nicaragua a la insurrección de abril del 2018. Este capítulo ofrece, a lo largo de unas veinte páginas, una retrospectiva sobre la historia nicaragüense de los últimos treinta años, desde 1990 (106 sq.).
Partiendo de la observación según la cual «Nadie supo cómo se desató la revuelta nacional. Absolutamente ningún político, sociólogo o astrólogo alertó sobre lo que sucedería ese mes de abril […]. Pudo ser que esta olla de presión social estalló tras años de contener un descontento generalizado que se manifestó allá por 1990 […]» (106), varios párrafos empiezan por «Pudo ser», «Era posible también», «Pero tal vez», introduciendo una sucesión de hechos que inculpan al gobierno.
Desfilan la Piñata, Zoilamérica, el pacto con Arnoldo Alemán, el cambio de la Constitución, la pobreza a veces extrema mientras el gran capital se beneficia con exoneraciones de impuestos de millones de dólares con los que se podrían construir hospitales y escuelas, la deuda externa que no impide la existencia de nuevos multimillonarios, la corrupción, el canal, la represión de la protesta de ancianos por la pensión reducida de vejez, la represión contra el Movimiento Campesino Anticanal, un mayor control social, la Asamblea Nacional presidida por un muerto (el caso René Núñez), la reforma del Código Militar que le asegura un mayor control del Ejército, Rosario Murillo (alias La Chamuca) vicepresidenta desde 2017, ejemplos de nepotismo entre los cuales el consuegro de Daniel Ortega jefe de la Policía Nacional, la violación de los derechos humanos con ejemplos datados y nombres, Gadafito (el secretario privado para Asuntos Internacionales vinculado con los servicios de Inteligencia, que dice ser sobrino de Gadafi), Roberto Rivas presidente del Consejo Supremo Electoral y su fortuna inexplicable…
Sigue la enumeración, con años y a veces fechas, y nos acercamos al presente de la narración, al 2018: el lagarto Juancho, la poca atención del gobierno al incendio de la reserva natural Indio Maíz (la catástrofe ecológica más dramática en los últimos cincuenta años en Nicaragua), el déficit de la Seguridad Social y reformas demasiado duras, «más extremas que las de varios países de gobiernos derechistas y neoliberales» (125), ancianos golpeados por la policía porque piden detener las reformas del Seguro Social. Lo que viene a continuación, lo conocemos:
Al día siguiente, la protesta se extendió a varias universidades. Mientras se incrementaba la represión y la censura mediática, más aumentaba el rechazo popular. Aunque cuatro días después el Gobierno revocó la reforma, ya el país estaba en pie de lucha exigiendo la salida del presidente por la muerte de decenas de manifestantes (125).
La narración vuelve a su presente, a Macha y a Marcel que, cuando llega a la trinchera de la UNAN, ya ha perdido a varios amigos en esos enfrentamientos; de hecho, el padre Raúl Zamora, que recuerda la historia sangrienta de Nicaragua, piensa: «Y ahora este socialismo esotérico llevaba a cabo el mayor baño de sangre en tiempos de paz. Los once años pasados, no se vivió ningún momento de tranquilidad» (235).
En este conflicto, que es también una oposición entre valores, o mejor dicho entre valores e ideología, los valores de los rebeldes (democracia, justicia, libertad) ensombrecen más aún al poder violento, como la violencia desproporcionada de las fuerzas del orden “emblanquece” o ensalza más aún a los que protestan, creando una dramática dicotomia víctimas-verdugos y despertando la indignación y la empatía del lector.
Por lo demás, ese antagonismo se desdobla, en un juego de oposiciones, con el “duelo” Somoza-Sandino, y de identificaciones transtemporales: Ortega-Somoza y estudiantes-Sandino, con una doble confrontación dictadores-rebeldes. Como vemos, las antinomias y las analogías transhistóricas constituyen aquí modalidades discursivas: la apología de Sandino y la condena de Somoza se desdoblan o se prolongan en defensa de los rebeldes y acusación contra el nuevo dictador.
- Figuras de la lucha, entre héroes y milagros
Es Marcel quien habla a los estudiantes de Sandino y de Darío, dos figuras emblemáticas de la identidad nicaragüense, mientras la Comandante Macha confirma los paralelismos señalados antes, a saber que hoy Sandino estaría del lado de los estudiantes: «Sandino luchó contra la represión, contra los abusos del poder, contra la dictadura y eso es lo que nosotros estamos tratando de cambiar hoy» (170), lo mismo piensan los estudiantes: «Sandino podía vivir hoy y su causa seguía estando vigente», «si Sandino viviera, pensaban, su discurso sería igual de válido» (174).
¿Qué “son” estos jóvenes, esos «nietos de la revolución quemando en las calles banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional» (30)? Ante las preguntas de los estudiantes, porque en Nicaragua los califican de derechistas y en el extranjero les dicen revolucionarios, la Comandante Macha afirma que no pertenecen a la derecha que acepta las desigualdades y tampoco son de la izquierda intolerante y controladora, subrayando una desidentificación y definiéndose mediante la indefinición:
Nosotros somos algo nuevo, sin nombre ni apellido y también, sin ataduras ideológicas. Queremos democracia, justicia, respeto a los derechos humanos y elecciones libres. No queremos más dictaduras, impunidad y corrupción (176).
Pero nosotros tampoco somos revolucionarios […] el único ideal que tienen es la conquista del poder para después no soltarlo. Nosotros somos más que revolucionarios. Nosotros queremos un cambio y lo queremos ya. […]
No estoy segura que exista una palabra que identifique lo que estamos haciendo y espero que nadie encuentre cómo encasillarnos en alguna de esas podridas ideologías de antaño que solo renuevan el vestido pero no su piel […] pero lo que sí podemos estar seguros es de que, pase lo que pase, hemos cambiado el curso de la historia de nuestro país. Ahora muchos más quieren ese cambio y aunque hoy nos encarcelen, nos torturen y nos maten, llegará un día en que nosotros o nuestros hijos lograrán esa transformación que necesitamos para crear un nuevo país […] (178).
Más allá de las etiquetas, Macha plantea la cuestión del civismo: «Nosotros debemos mantener la pureza de nuestra causa. Nuestra lucha comenzó de manera cívica», por lo que no pueden tener armas ni matar (171): describe una causa por encima de las ideologías y por ello intachable, de ahí la noción de «pureza», una causa pura porque libre, que no puede ser recuperada o instrumentalizada, que no se puede desvirtuar o corromper.
La novela ofrece una galería de personajes ejemplares que luchan contra el mal, como tales épicos y solares a imagen del héroe de los mitos y los cuentos: Alvarito Conrado, la Comandante Macha, Marcel, los demás estudiantes insurrectos; pero también los curas que los ayudan y todos los que, de alguna forma u otra, han participado en esa protesta ética en su fondo.
Empecemos por Alvarito que, aparte de ser buen estudiante, «el muchacho modelo que todo padre hubiera deseado tener» según su profesora de atletismo (242), deseoso de ayudar a los otros, particularmente cuando sale a participar en las protestas después de escribir en su Facebook «Porque la Patria Te necesita, No la abandones» (35), nace y muere con fenómenos (sobre)naturales, telúricos o mágicos:
La mañana que Alvarito Conrado nació en Managua, la tierra lo celebró temblando. El día que un francotirador le quitó la vida, el suelo se estremeció protestando. Alvarito Conrado tenía quince años recién cumplidos cuando lo mataron y tal vez, no hubiera querido que lo recordáramos como un héroe pero por las cosas que hizo, inspiraría a miles de personas y se le inmortalizaría en canciones, poemas, estatuas y pinturas (21, véase también 42).
La novela le atribuye al joven, además de la heroización popular real, un nacimiento extraordinario propio de los personajes providenciales de los relatos míticos o de los cuentos maravillosos. Este realismo mágico señala al chico sacrificado como un ser excepcional, le concede un sentido especial, divino o histórico, que a su vez sacraliza o mitifica la acción y la valentía de los rebeldes, y más ampliamente “historiza” el despertar del pueblo.
La Comandante Macha, la joven de 19 años con cáncer que lucha desde las barricadas, es una líder inteligente que reúne y organiza a los diferentes grupos de estudiantes, y sabe «orden[ar] con voz firme» a la hora de resistir frente a los paramilitares (126) [8]. Con Macha también ocurre algo raro o increíble, como un signo del destino: es la única sobreviviente de la masacre de la iglesia, por lo que se convoca otra vez la explicación sobrenatural: «Sos un milagro de la vida», le dice la enfermera (313) que le anuncia también su embarazo. Macha, pensando en Marcel que ha muerto «sacó cuentas de los meses venideros y con mirada serena, se quedó viendo a la ventana como esperando abril», últimas palabras del penúltimo capítulo (314) que le confiere otra lectura u otra dimensión al título de la novela.
El prólogo se hace eco de este embarazo singular que puede cambiar la faz de la historia del país: cuando el Señor le enseña a Querubín que en realidad los sobrevivientes fueron dos y proyecta ayudarla a refugiarse en Costa Rica, pensando «Tal vez todos estos años nos hemos equivocado y debe ser una mujer la que cambie el rumbo de ese país» (327), anuncia así y con el nombre de la criatura la llegada de otro ser especial: «La llamaremos Nova. Tú serás su ángel guardián» (328). Querubín-Marcel es ángel y padre de Nova, ¿ese «algo nuevo» (176) del que habla Macha?, ¿la nueva generación que va a renovar el país? Como si más allá de Marcel y Macha, Nova fuese hija de todos esos jóvenes que han dado su vida por un nuevo mundo, hija de la rebelión misma.
Marcel, a semejanza de Macha, aparece como un héroe que «lucha por liberar al país de las garras del poder demoníaco» (180). Rebelde y poeta, valiente y sacrificado, luego “angelizado” al lado de Dios y alertándolo, como prosiguiendo la acción en el Cielo, es padre de un ser providencial.
No sólo Macha y Marcel son mitificados, también los estudiantes que manifiestan aparecen con un aura heroica. De hecho, los estudiantes de las barricadas de la UNAN se han dado apodos de superhéroes sacados de películas o de cuentos que les confieren algo maravilloso o fantástico: Capitán América, el Tigre, Escarlata, Halcón, la Hormiga, Rápido y Furioso, la Pelirroja (131) o con otro estilo Blancanieves; en cambio los gemelos del policía C. Santos llevan nombres de los malos de la película, Ultrón y Megatrón —extrañamente puesto que no son malévolos—.
Los adultos valoran la actuación de esa juventud que representa el futuro y la esperanza, sea los padres que siguen los acontecimientos en las redes y en la tele, o artistas como los Mejía Godoy que les han escrito canciones, o el mismo premio Cervantes que, en un artículo titulado «Por fin empieza el nuevo siglo», del 9 de mayo de 2018, considera que lo que ha pasado:
ha sido un episodio crucial de nuestra historia, y con esta masacre, que quiso ser la respuesta brutal a un clamor de rebeldía, empieza de verdad el siglo veintiuno en Nicaragua. […]
Este comienzo de siglo es tardío, pero arrancamos con un estallido moral. La modorra de las conciencias, ese cuerpo anestesiado que ha sido el país por años, ha despertado por fin, gracias a una juventud valiente y limpia, que le ha puesto a Nicaragua su marca de país, que es la marca de la ética. En las calles, a pecho descubierto, sin armas, enfrentando la mentira oficial, estos muchachos le devolvieron a Nicaragua la decencia. Purificaron el aire contaminado.
[…] la solidaridad es siempre un acto ético. Gracias a esa ética solidaria, a ese desprendimiento radical, al punto de ofrecer sus propias vidas, es que tenemos ya un nuevo siglo, con un nuevo país.
Porque si bien la tarea no está terminada, Nicaragua cambió para siempre. El silencio, la sumisión, el temor, se quedaron en el siglo pasado. No caben ya en este nuevo siglo que empieza tarde, pero que no tiene retroceso. La ética de estos muchachos nos libró del peor de los males de la conciencia, que es el miedo. […]
La ética es una práctica, no son sólo palabras. […]
Al devolvernos la moral, nos han devuelto la vida. Con esta juventud sin mancha, volvemos a renacer. Con ellos nace el nuevo siglo (el subrayado es nuestro).
Esa ética, fundamental en los escritos de Sergio Ramírez, la encontramos en la novela con esos estudiantes «comprometidos en cambiar la patria y que lleva[n] como estandarte la honestidad» (133). Una de ellos, Blancanieves, cuyo apodo recalca la pureza, redacta una nueva constitución de diez artículos, cual decálogo (203-204), todos sueñan con un nuevo país.
La novela se hace eco de lo que se podía leer en la prensa, por ejemplo esta estudiante atrincherada en las instalaciones de la UNAN el 13 de julio y que cree que va a morir bajo los disparos de las fuerzas del gobierno, que se despide de sus padres en una transmisión internet: «Mamá, perdóname, salí a defender mi patria, te amo, ¿oíste?» (SinEmbargo.mx). Estos mismos jóvenes luego refugiados en la Iglesia Jesús de la Divina Misericordia, serán ovacionados por la gente al salir de la iglesia : «los jóvenes decían “gracias”, agitaban banderas de Nicaragua y con el puño en alto saludaban a cientos de personas apostadas en la ruta, que los ovacionaban gritando “Vivan los estudiantes”, “Justicia”, “Nicaragua”. Automóviles sonaban sus bocinas» (véase «Paramilitares de Ortega dispararon al santísimo en iglesia de Managua»).
Tratándose de la Iglesia Jesús de la Divina Misericordia, la novela se inspira en la noche terrible del 13 de julio, para subrayar también la valentía de los curas que ayudaron a los estudiantes de la UNAN, particularmente el vicario Erick Alvarado Cole y el párroco Raúl Zamora que decide ir a rescatar a los jóvenes y va a hacer once viajes con la camioneta (entre la iglesia y la universisad que está cerca) para evacuarlos [9].
Observamos que la valoración novelesca se aplica en definitiva a todos los autoconvocados, a todos los que han participado de una manera u otra en las protestas: todos se arriesgan, muchos pagan por ello [10]. A esos personajes singularizados en la ficción, se añaden las miles de personas en la rotonda Jean Paul Genie, epicentro de las protestas, entre las cuales habrá víctimas por el ataque suicida del chofer Estanislao Paz. Y todos los que, sin ser víctimas, están en las marchas, están “presentes”. A diferencia de Alvarito, Macha, Marcel u otros estudiantes, explícitamente heroizados, se presenta a estos personajes ordinarios ¿precisamente para hacerles más valientes y “heroicos”? ¿O para dar a entender que si ellos se implican cualquiera puede implicarse, que no hace falta ser un héroe para ser cívico?
Hemos visto que esta novela a su manera ética también resulta épica, recuerda la lucha entre el bien y el mal de los cuentos. De hecho, aunque al final gane el monstruo puesto que se aplasta la insurrección, se anuncia el nacimiento de un personaje sin duda providencial: contra la muerte, la vida; y contra la realidad, el relato. Si este relato se inspira en hechos reales, hay un momento en que deja la reconstitución para ser recreación, ficción, y reinvención de la historia. ¿O lectura profética? con una Nova que anuncia nuevos tiempos.
Como esperando abril, más allá de la memoria y de la denuncia, es una novela impregnada de esperanza como indica el mismo título; si en la portada aparece debajo de los «Me duele respirar» que se desdibujan (mimando el soplo de Alvarito Conrado y la sensación de opresión de los nicaragüenses), ilustrando la muerte en los dos tercios de la página, la vida brota luego con un título cuyo verbo, «esperar» remite a la vida en sus diferentes acepciones: por la esperanza y porque se trata de Macha esperando el mes de nacimiento de su bebé.
La hija de Macha, y heredera de su lucha, nacerá en la primavera, tiempo del renacimiento, de la nueva vida; se llamará Nova, una onomástica simbólicamente rica que no sólo significa «algo nuevo» (176) o «una nueva vida» (sus padres la conciben durante un aguacero que parece borrar la tragedia para empezar de cero, 194) o la nueva generación —y regeneración— del país, sino que quizá se inspire en la astronomía, en esa nova (stella) que se hace de repente extremadamente brillante: Nova como una «nueva estrella» en la historia del país, por lo menos como una esperanza, a imagen de la juventud invicta a la que representa la novela; y a la que describe Sergio Ramírez recordando en el excipit de su artículo del 15 de abril de 2019 un verso famoso: «Pero la hierba verde renace de los carbones, dice Cardenal en Hora O»; y Carlos Mejía Godoy, y otros tantos.
Soy Alvarito Conrado
Mi sangre no ha sido en vano
Viene un futuro mejor
No me den jamás por muerto
Estoy vivo y resurrecto
En cada rayo de Sol
En el azul de mi cielo
Emprendí mi eterno vuelo
Y les puedo asegurar
Que aquí, desde esta estrellita
Te veré, Nicaragüita
Conquistar tu libertad
Canción en memoria de Álvaro Conrado,
Carlos Mejía Godoy
Francia, 1970. Es profesora titular de la Universidad de Estrasburgo. Sus investigaciones versan sobre la literatura latinoamericana, más precisamente las novelas nicaragüenses. Ha coordinado varias monografías y publicó Les romans nicaraguayens : entre désillusion et éthique (1990-2014) (L’Harmattan, 2018), un estudio de un centenar de novelas nicaragüenses, y Las formas de la pesadilla. Poder, ética y sentido en 24 novelas nicaragüenses (1998-2019) (Pergamino, 2023) con un prólogo de Erick Aguirre.