«Entra nomás, estás en Nicaragua»- Julio Cortázar. Un sueño llamado Nicaragua
1 agosto, 2012
Para muchos argentinos, la entonación de la palabra Nicaragua comenzó a tener un sabor violentamente dulce, ocupando el interés diario, siguiendo con atención, cada avance, cada retroceso, cada victoria o cada derrota del Frente. Las informaciones corrían de boca en boca, los medios en manos de la dictadura informaban sesgadamente los acontecimientos en el istmo, y uno aprendió a leer entre líneas para más o menos enterarse de lo que verdaderamente sucedía. Fueron muchos los argentinos que entendieron que en Nicaragua se intentaba gestar algo nuevo, y para los argentinos que en su país solo podían esperar la desaparición, tortura y muerte, Nicaragua era un posible pasaje donde podrían desarrollar los sueños conculcados.
Entra nomás, estás en Nicaragua.
Julio Cortázar
Desde los primeros años de la década del 70, el movimiento popular en la Argentina venía sufriendo una constate sangría a manos de diversos organismos, no solo las policías o las fuerzas armadas llevaban a cargo la tarea de silenciar a obreros, estudiantes e intelectuales. Organizaciones paramilitares como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), preanunciaron lo que sucedería en el país abiertamente después del golpe militar del 24 de marzo de 1976. Nada de lo que había vivido la Argentina se le podría comparar a esos años donde todos los días se sucedían desapariciones forzadas y fusilamientos enmascarados como enfrentamientos con organizaciones “subversivas”.
Muchos militantes de organizaciones populares, sindicatos, agrupaciones de estudiantes, gente independiente, artistas, intelectuales o periodistas no tuvieron más remedio que esperar la hora de sus verdugos o procurarse una vía de escape.
Las opciones eran diversas, esencialmente España y México, este último país con una larga tradición a la hora de recibir perseguidos.
Pero las opciones de los argentinos no solo fueron esos dos países; aunque en menor medida que España otras naciones europeas acogieron al exilio argentino: Francia, Suecia. Italia. En aquellos años, el cono sur de América Latina era territorio minado, El plan Cóndor asolaba el territorio sin respetar fronteras. Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina, se habían asociado en un mercosur de la muerte, que les permitía traficar con prisioneros políticos que de inmediato serian sometidos a torturas y ejecutados apenas llegaran a sus países. Los Servicios de Inteligencia de estas naciones rivalizaban en su eficiencia para detener y torturar. Actuaban con carta blanca, sin más protocolo que la irracionalidad más absoluta a la hora de avasallar cualquier derecho humano. La cacería monstruosa no se detenía en el sospechoso de pertenecer a una organización opositora, sus parientes, sus amigos, sus bienes y en algunos casos hasta sus mascotas pasaron a ser botín de guerra. Las dictaduras habían decidido mostrar sus peores caras: Pinochet, los sucesivos golpes palaciegos de los militares bolivianos, unos más corruptos que otros, más sanguinarios que otros; Stroessner, que ya había cumplido la tarea impuesta por el departamento de Estado norteamericano hacia décadas y descansaba en su plácida siesta tropical, sin preocupaciones, con sus enemigos ya muertos, abarrotando cárceles o exiliados; Uruguay con una dictadura sangrienta, como jamás había pensado vivir el pequeño país rioplatense y Argentina con una maquinaria de muerte que podría enorgullecer al propio Hitler.
Perú, Colombia y Venezuela era receptores también de muchos exiliados, pero en ese atroz panorama de búsqueda desesperada por un refugio seguro surgió para los argentinos un pequeño y remoto país, del que apenas se conocía algún poeta y varios dictadores: Nicaragua.
Por aquellos años, 1976, el país centroamericano se encontraba en uno de los puntos más cruciales de su tumultuosa historia. El Frente Sandinista de Liberación había comenzado a jaquear seriamente a la dictadura de los Somozas.
Para muchos argentinos, la entonación de la palabra Nicaragua comenzó a tener un sabor violentamente dulce, ocupando el interés diario, siguiendo con atención, cada avance, cada retroceso, cada victoria o cada derrota del Frente. Las informaciones corrían de boca en boca, los medios en manos de la dictadura informaban sesgadamente los acontecimientos en el istmo, y uno aprendió a leer entre líneas para más o menos enterarse de lo que verdaderamente sucedía. Fueron muchos los argentinos que entendieron que en Nicaragua se intentaba gestar algo nuevo, y para los argentinos que en su país solo podían esperar la desaparición, tortura y muerte, Nicaragua era un posible pasaje donde podrían desarrollar los sueños conculcados.
Primero fueron los más experimentados en la lucha armada, que ya derrotados en el país, decididamente partieron a acompañar la lucha emancipadora del pueblo nicaragüense.
Otros tampoco dudaron que en la nueva Nicaragua podrían cumplir viejos anhelos y para allí partieron cargando sus experiencias laborales en diferentes ámbitos.
Muchos de esos argentinos convirtieron a Nicaragua en su patria y allí desarrollaron sus vidas, no solo en el campo laboral sino que formaron familias y allí se sostuvieron más allá de los tormentosos tiempos que le tocó vivir al país desde el triunfo de la revolución, un jueves 19 de julio de 1979.
Con el fin de recuperar la memoria de esos argentinos que se unieron al proceso revolucionario nicaragüense, dos jóvenes realizadores argentinos han rodado Nicaragua… el sueño de una generación. Los directores, Roberto Persano y Santiago Nacif, ambos licenciados en comunicación de la Universidad de Buenos Aires, que habían realizado con anterioridad el documental El Almafuerte (2009), una indagación sobre un instituto correccional de menores de alta peligrosidad.
Trabajando en base a entrevistas y a un importante material de archivo, sobre las motivaciones, experiencias y resultados de varios miembros de ese exilio argentino, nos irán mostrando los diferentes universos que cada participante ha logrado construir, a lo largo de estos treinta y tres años de la revolución Sandinista.
Ellos son: Felisa Lemos, médica rural, que llegó a Managua proveniente de Francia, donde se había exiliado el 11 de noviembre de 1979. Durante años trabajo en comunidades del interior nicaragüense, Cuá Bocay, en su área de sanidad y particularmente de epidemiologia. Participó en la primera Brigada Sanitaria, y por sus antecedentes, la Junta Revolucionaria Sandinista la nombró Directora de Epidemiología.
Pola Augier, antigua militante del ERP (Ejercito Revolucionario del Pueblo), organización fundada en 1970, de importante actuación militar y objetivo principal de la dictadura a partir de 1976. Pola, tras la muerte de su compañero Benito Urteaga, uno de los fundadores y máximos responsables del ERP, asesinado por una patrulla militar junto a Mario Roberto Santucho, número uno de dicha organización, justamente un 19 de julio pero de 1976. Poco tiempo después Pola recibirá otro golpe, el secuestro de su hijo, por lo que se verá obligada a exiliarse en Ginebra. A los pocos días del triunfo de la revolución Sandinista llega a Managua y se suma a las milicias populares. Por su experiencia y su formación combatiente es puesta al frente de la Policía Sandinista.
Maria Luisa Babini, también conocida como Licha y su hijo Salvador «Lole» García, llegaron a Nicaragua en agosto del 79, a poco del triunfo del FSLN. Venían de su exilio en México, desde donde se contactaron con gente del Frente, integrándose a la revolución. Licha trabajó en el asesoramiento de Cooperativas lácteas y agrarias. En el año 1986, Lole se integra a la Juventud Sandinista y colabora con las Brigadas en las campañas de corte y recolección de café. En la actualidad los dos siguen viviendo en Nicaragua.
Nerio Barberis, cineasta intégrante del Grupo Cine de Base, fundado por Raymundo Gleyzer, secuestrado y desaparecido en junio de 1976. Nerio se exiliará en Perú y en 1977 se radica en México. Durante la revolución sandinista participó como sonidista en los documentales “Victoria de un pueblo en armas” y “La Insurrección cultural” e ideó junto al Grupo Cine Sur “el compa Clodomiro”, un personaje animado que explicaba al pueblo nicaragüense cuestiones de política y economía. Actualmente continúa viviendo en México, DF, siempre vinculado a la actividad cinematográfica.
Otro de los cineastas que llegaron en plena revolución fue el cineasta Jorge Denti, también miembro del grupo Cine de la Base, como Nerio Barberis con quien se exilió en Perú tras la desaparición de Gleizer. En Nicaragua registró el proceso revolucionario realizando los filmes documentales Victoria de un pueblo en armas y La insurrección cultural en donde se deja testimonio de la Campaña Nacional de Alfabetización. Actualmente reside en México, y sigue desarrollando su actividad como realizador cinematográfico.
Aurora Sánchez, “La Cachorra”, vivió en Argentina hasta 1978 cuando debió exiliarse en Francia huyendo de la dictadura militar. En 1981 se radicó definitivamente con su compañero y sus 2 hijos en Nicaragua, pasando a colaborar con el Ministerio de Educación. Durante la Revolución Popular Sandinista participó en las brigadas de los cortes de café en los departamentos de Matagalpa y Jinotega. Junto a su hijo Iván, de tan sólo 15 años, luchó en las montañas nicaragüenses combatiendo a la contrarevolución. En 1986 creó el suplemento infantil “Los Cachorritos” del entonces periódico sandinista “Barricada”.
Carlos Vilas. Durante los 10 años que vivió en Nicaragua, Vilas colaboró en el incipiente Ministerio de Acción Social, presidido entonces por Lea Guido. Luego se desempeñó en el Ministerio de Educación. Desde allí participó en “La Encuesta Nacional de Educación”, una gigantesca consulta popular en los barrios, el campo y la montaña con talleres y debates entre obreros y campesinos para, entre todos, diagramar lo que sería la nueva educación nicaragüense.
Jorge Luis, el Pampa, Ubertall llegó a Nicaragua en diciembre de 1979 procedente de su exilio argentino en Costa Rica y Canadá. Una vez en Managua y dada su condición de periodista, comenzó a trabajar en la radio sandinista “Noticias” para luego pasar a colaborar en el Ministerio del Interior y en la Universidad. A su vez, en la fase militar, se incorporó a las milicias y llegó a ser instructor político-militar de las milicias populares sandinistas.
Néstor Napal llega a Nicaragua al poco tiempo del triunfo del FSLN. Participó activamente en las Campañas de cortes de café, en la zona de Matagalpa. Consolidada la revolución, como economista se dedicó a asesorar cooperativas agrarias. Durante algún tiempo colaboró con el diario Barricada bajo el seudónimo de Néstor Surero. En la actualidad continúa viviendo en Nicaragua junto a su esposa nicaragüense y sus hijas.
Este grupo de argentinos es solo un muestrario mínimo de los muchos que entendieron que en Nicaragua sus sueños se echaban a volar y ya se sabe, los sueños son de quien los sueña.
Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).
Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).
Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.
Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.
Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.