Entre la ficción y el artificio

1 agosto, 2023

Acabo de mandar mi tercera novela a la imprenta y me sonrío por haber logrado hacerme el gracioso con el disclaimer.

This is a work of fiction in progress, composed entirely by the author, without recourse to artificial intelligence. All story elements, including people and events, are fictitious or used fictitiously, subject to change, and spring from the author’s lived experience, active imagination, and research practice. The author takes full responsibility for the writing herein and full possession of the contents thereof.

Será gracioso, serio, cheeky o todos los calificativos a la vez, no sé. Mi esposa, quien siempre lee mis novelas dos veces (la primera por gozo, la segunda porque le ruego), llama el disclaimerquirky”. Quizás sea el tono que escogí inconscientemente para certificar lo que todo autor hoy en día debe certificar: la autoridad de sus creaciones, en voz propia. Yo escribí mi libro, no ningún robot. Lo juraré ante cualquier juez, tengo pruebas de hecho, no como ellos que jamás delatan sus algoritmos, como las tías más celosas de su receta de flan.

Lo que sí sé es que, llenando la falta de risas a mi rededor, al leer una y otra vez ese párrafo mediate el proceso de edición, se me acerca un par de gárgolas, con patas cortas y aliento nauseabundo, que dicen: “Okay, guacho, ¿pero qué diferencia hace? La ficción ya es mentira. Total, usás Word Processor, Google Translate y frases robadas del corpus literario occidental como el peor de los bots. ¡Bajate ya de tu pedestal!”

Por suerte, levanto la mirada del escritorio y me doy cuenta de que las gárgolas son de plástico, que no hay que hacerles demasiado caso. No obstante, es en la estela de sus murmullos donde siguen las dudas más perturbadores, las que merecen reflexión. Es que no veo claro la diferencia entre un texto escrito por un ser humano y su imitación. Solamente siento que hay una diferencia. Pero esto, mi sentimiento, vale muy poco en el mercado de ideas. Imagino a mi héroe Sócrates visitándome una de estas tarde de verano, haciéndome las preguntas más atenuadas al respecto, pero a mí mismo en pocas condiciones de ofrecerle ninguna respuesta satisfactoria, a lo mejor le podría ofrecer una cerveza fría en cambio de su opinión.

Seamos específicos, pues. ¿Cuál es la diferencia entre la ficción y el artificio, la imitación y el mimesis, las herramientas a la disposición de cualquier autor (tanto su idioma como su lápiz) y su producción lingüística inalterada? ¿Y esto último qué es, el alma del artista, su Verbo? En cuanto me es posible, evito ir a misa, y mucho más cuando se trata de resolver mis problemas de día hábil. Pero sí se me hace curioso saber sobre qué piso se para el artista. Ya le queda poca. Los avances tecnológicos de los últimos dos mil años –desde que se declaró que no hay nada nuevo bajo el sol– se ha apropiado del surcos, del ábacos, de la vela . . . pronto tomará posesión de la voz, ¿o no? Borges decía que la espada extiende el brazo, que el microscopio extiende el ojo y que el libro extiende la imaginación. La inteligencia artificial, ¿qué extiende? ¿La memoria, la razón?

Me pregunto si la invención del cuneiforme dio luz al cuento, o si bien siempre existieron los relatos. Me pregunto si la invención de la pluma dio vuelo a los versos más bellos de la historia, o si bien siempre los clamores de la profundidad humana nos asaltaron en forma de femme fatal. Me pregunto –de verás lo pregunto, con la curiosidad del novato y el ímpetu del necio– si los chatbots trastornarán la literatura, o prestarán el siguiente peldaño necesario para avanzar el arte, o si es una novedad como el Tamagotchi.

Ejemplos tenemos. Está Truman Capote que se burla de Jack Kerouac en una entrevista, diciendo que su libro On the Road no era digna de su clase de artesanía: “That’s not writing, that’s typing”, dijo, aludiendo a su feroz uso del teclado para escribir, y así sugiriendo que medio tres semanas de aislamiento, un rollo enorme de papel y medio kilo de anfetaminas no llevan al éxito humano. Bueno, según un post en Quora, Capote se renegó de haber insultado al famoso Beat. Y basta con leer la obra entera para vacunarse en contra de cualquier insulto sobre ella. Sin embargo, siento que hemos regresado a ese cruce entre el ayer y el hoy. Alguien está insultando a alguien, pero no sé quién ni a quién.

Hay un micrófono pegado a nuestra camisa y un webcam grabando nuestra cara, esperando la respuesta a la pregunta que todo el mundo se está haciendo: ¿Qué impacto va a tener la inteligencia artificial en mi industria, en mi vida?

En el caso del escritor, nos podríamos estar preguntando algo mucho más interesante: ¿quién será nuestro gran Kerouac, el que escribe una obra de arte seminal, pero que los viejos rechazarán por pura ceguera? Yo no quiero ser ningún ciego, ni tampoco contrarme entre esos viejos. Pero debo confesar que yo jamás seré un Kerouac. Repito, mi novela no fue escrita con IA, tampoco pienso de pronto escribir una con ella. Tendrá que ser otro novelista, un novato más aventurado, que sepa volar con alas de cera, sin acercarse demasiado al cielo –donde queman los rayos del sol– ni demasiado cerca del mar –donde la evaporación también daña las alas de esta nueva maquinación que se supone existe para salvarnos.

Comparte en:

Estados Unidos, 1991. Es narrador, poeta e investigador. Para finalizar y presentar su novela más reciente, Awake & Asleep, ha recibido la beca SACI de la Ciudad de Houston. Su obra incluye: The Summer Abroad (2018), They Lived They Were (2020), con varios ensayos, poemas y traducciones publicados en diversas revistas literarias y en línea.