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Entre la Historia y las pequeñas historias Lobos al anochecer de Gloria Guardia

1 octubre, 2008

Según la crítica literaria guatemalteca, Lucrecia Méndez de Penedo, Con “Lobos al anochecer”,la novelista panameña, Gloria Guardia, “revisita y recupera el pasado reciente de la historia de Panamá, desde una perspectiva crítica, para cuestionarlo y sobre todo, explicar el presente”. El siguiente ensayo fue parte de la presentación de la novela en el marco de la Feria Internacional del Libro, FILGUA, efectuada en julio del 2008 en Guatemala.


Con la Guerra Fría y el McCartismo  más intolerante y torpe como telón de fondo, Gloria Guardia en su última novela, Lobos al anochecer , la segunda de su trilogía histórica en curso, Maramargofocaliza su mirada en un pedazo de su tierra y de su historia reciente. La impecable reconstrucción histórica se enlaza con historias personales que hacen de caja de resonancia a los espasmódicos acontecimientos que surgieron a raíz del asesinato del presidente y militar panameño José Antonio Remón, en el Hipódromo Juan Franco, el 2 de enero de 1955, mientras celebraba con sus amigotes el triunfo de su yegua Valley Star.

Fascinantes casanovas/gángsteres  de cigarro en boca y whiskeys tintineantes, temperamentales heroínas cosmopolitas de patriciados criollos, intrigas de salón y de palacio, la mafia y la CIA repartiéndose el mundo y los traspatios con la complicidad de dictadorzuelos tropicales. Latinoamérica como un botín. Como títere de una farsa melodramática que finaliza en tragedia colectiva. Una épica con pena y sin gloria. Más como una interesante película de suspenso de los años cincuenta –un Thriller en blanco y negro, por supuesto-  con ambientes y personajes patinados contrastantes con la ordinariez de pasiones y ambiciones que atraviesan desde los salones y clubes elegantes hasta los bajos fondos; desde el trópico hasta Sicilia, Washington, París, Líbano. Y casi surrealísticamente como puntos de referencia, figuras del repertorio arquetípico jungiana que Latinoamérica interpreta muy a su sabor y antojo con perfiles propios: la Tierra/Madre plasmada en la seductora “Madre de los Descamisados”, Evita Perón. O su figura simétrica: el Padre/Patrón,  cristalizado en los entorchados y esperpénticos dictadores, tan temidos y deseados a la vez.

El título, Lobos al anochecer,  necesariamente hace recordar la frase de Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre”. Los lobos a quienes se refiere la autora no son precisamente los de antiguas leyendas de casi todas las culturas, sino aquellos personajes históricos que pierden su condición humana al violar normas naturales o sociales, sin escrúpulos, sin remordimiento, sin compasión. Hombres-bestias y peor que las bestias. En este caso son los autores intelectuales y materiales del crimen en las sombras, pero también del terror cotidiano que sume a la población toda en una miserable condición humana. El magnicidio ha sido patrimonio continental, igual que los veredictos injustos, como la condena del vicepresidente José Ramón Guizado, que solo después de muchos años ve restablecida su inocencia, mientras los verdaderos culpables desde el principio contaron con la protección de todas las instituciones.

Lobos al anochecer se enmarca dentro del filón de la novela histórica. La ficción como estrategia literaria  para reflexionar y contar; para no perder la memoria y grabarla. Como afirma Noé Jitrik, este género constituye un “oxímoron” , es decir una contradicción semántica expresada en la exclusión total entre dos términos; en este caso entre imaginación y  razón. Sin embargo, es útil recordar que aún en la escritura considerada más automática, hay siempre un elemento de racionalidad que persiste en el cerebro humano y que sobre la lógica puede proyectar su sombra un halo de afectividad. Así, el crítico argentino afirma que ambos términos: “historia” e “imaginación” no tienen fronteras rígidas, sino que negocian sus propios espacios estableciendo vasos comunicantes entre sí, los cuales dan a la novela histórica su sugestiva mezcla de ficción y realidad. No solo por su verosimilitud con la realidad objetiva referida a hechos realmente acontecidos en el pasado, -el referente- sino también por su  posible verificabilidad histórica. Por lo general, este tipo de novela utiliza un tipo de discurso –el referido- de registro realista pero hay variantes y gradaciones que pueden adoptar otros  mucho más fantásticos, sin por ello dejar de tener como referencia la historia.

Hayden White afirma que en el discurso literario, al igual que en el discurso histórico, se encuentra ya un archivo de datos y hechos codificados que debe relatar,- o recodificar- cada cual desde su particular campo, pero utilizando  estrategias propias del género narrativo  Es decir que en ambos discursos se da una mediación formal que es precisamente la narración.

Esto implica que toda narración no es simplemente un registro de “lo que pasó” en la transición de una situación a otra, sino una redescripción progresiva de las series de acontecimientos de manera que desmantelan una estructura codificada en cierto modo verbal, al principio, para justificar una recodificación de ésta en otro modo, al final En esto consiste el “medio” de todas las narraciones.

Además de la función lúdica, creativa y formal, White reconoce que otra de las funciones cardinales de la literatura es la de conocimiento y reflexión -éstas últimas también propias de la historiografía-, y por lo tanto sería equivocado: (…) si creyéramos que la literatura no nos enseña nada acerca de la realidad, que es un producto de una imaginación que no es de este mundo sino de algún otro, inhumano. (…) experimentamos la “ficcionalización” de la historia como una “explicación” por la misma razón que experimentamos la gran ficción como un esclarecimiento de un mundo que habitamos junto con el autor.

Precisa White de manera aclaratoria que se refiere específicamente a la índole del discurso histórico, tan cercano al discurso narrativo,  y no a los métodos de investigación que deben adoptarse para investigar el pasado.

Me doy cuenta que, al caracterizar el discurso histórico como interpretación y la interpretación histórica como narrativización, estoy situándome en el debate sobre la naturaleza del discurso histórico que sitúa a la narrativa en oposición a la teoría en tanto oposición a la teoría, en tanto oposición entre un pensamiento que es en gran medida literario y hasta mítico y otro que es o aspira a ser científico.

Existe, pues, una potencial narratividad tanto en la historia como en la novela narrativa, es más: solamente a través de un relato es que ambas pueden expresarse. La recodificación del material histórico de archivo existente, tanto si es para elaborar textos historiográficos o literarios, intenta además de recrear la historia, explicarla  y darle  sentido. Para realizarse, ambos discursos se valen de los mismos elementos base: personajes, acción, tiempo y espacio; y de estrategias similares en diferente medida y con diferente intención, entre otras, rupturas espacio-temporales, focalización narrativa, recursos retóricos del discurso, discurso narrativo, etc. que son propias del relato literario, y en general de cualquier relato, incluyendo el oral. En suma: “Y la narrativa ha sido siempre, y continúa siendo, el modo predominante de escribir historia.”

El tiempo constituye un eje importante en este tipo de narración. La acción causal (causa y efecto) sólo puede desarrollarse en secuencias temporales que se reflejan en la secuencialidad del lenguaje y de la escritura misma que por su carácter lineal no admite simultaneidades, como puede ser el caso del cine u otras artes visuales. A lo sumo puede valerse de valerse de diseños estructurales audaces mediante juegos de rupturas espacio-temporales. Sin embargo, estas piezas sueltas al final se unen, como en un rompecabezas, y queda al descubierto el argumento en su orden causal y temporal. Por otro lado, en la novela histórica no hay finales excesivamente sorpresivos  -aunque sí puede haber finales abiertos-  pues la historia de los hechos narrados es preexistente al texto y de sobra conocida; a menos que el novelista descubra y/o invente otros posibles.

El autor de una novela histórica nunca es ingenuamente imparcial. Desde la escogencia del período histórico, los personajes y acontecimientos, existe una intención de re-contar (relatar) y re-pensar (reflexionar) para ir guiando la narración hacia una determinada reflexión conducente a  juicio ético específico. Desde el momento, pues que el autor selecciona -y sobre todo desecha y calla algunos elementos, para resaltar otros- está tratando de construir un discurso, que sobre la base de información compartida de antemano con el lector, reelabore esa realidad conocida mediante un relato ficcional -la re-presentación de hechos del pasado histórico- para explicar, dar su propia visión y juicio sobre los acontecimientos históricos. Es una actitud persuasiva que en las buenas novelas históricas es sutil  y no impositiva.

El autor se mediatiza a través de todos los recursos de su escritura, pero sin duda deja testimonio de su visión y posición, mediante el contraste entre las conductas de sus personajes frente a la historia: aceptándola o transformándola, con diversos matices. El juicio se va ir conformando sutilmente por medio del enfrentamiento las acciones de los personajes individuales o colectivos, sustentadas cada una en determinados juegos de valores. El novelista resaltará con finura la conducta de aquellos personajes que sean de alguna forma modélicos, disminuyendo indirectamente  a los contrarios. 

La novela histórica abre puertas secretas al lector, quien establece un pacto ficcional con el autor, y voluntariamente se sugestiona de que puede acceder a información oculta que le permite descubrir los móviles de los hechos históricos y la dimensión humana de los personajes o marmolizados o vilipendiados. En otras palabras, lo que está detrás de la “verdad histórica”, sobre todo en la versión de la historia oficial. Ahora bien, relativizar el hecho histórico mediante la ficción -a través de una visión subjetiva y necesariamente parcial-,  a menos que no se esté escribiendo por encargo o como poeta de corte o en el mejor de los casos, “intelectual orgánico”-  es tarea ardua porque hay que inventar y aclarar sobre lo conocido o archiconocido. Requiere, además de rastrear información, mucha astucia y finura del oficio, pero también una capacidad de ir empalmando sin quiebres abruptos lo público y lo privado. Debe lograr la dimensión también humana y no marionetista de los personajes.

Por otro lado, en la novela histórica latinoamericana es frecuente una intención de reflexión identitaria: conocerse y re-conocerse, usualmente midiéndose con modelos centrales, pero con dos marcas significativas y propias: el mestizaje y la pluritemporalidad simultánea. En efecto,  “(…) la novela histórica intenta, mediante respuestas que busca en el pasado, esclarecer el enigma del presente.” Y  podríamos agregar, para imaginar o profetizar un futuro más o menos sombrío o inclusive  utópico, según el caso. Así pues, la novela histórica en palabras de Jitrik, “(…) no se limitará a mostrar, sino que intentará explicar”

Lobos al anochecer está diseñada en dos grandes núcleos La Primera Parte está casi toda dedicada a la preparación y ejecución del crimen. La Segunda Parte, a las consecuencias de ese magnicidio sobre los personajes, que definen así sus vidas. Y un  Epílogo, que contiene un memorándum -como recurso para atar los hilos sueltos de la trama- del padre fallecido de Ana Lorena, el honorable abogado, Manuel María Jiménez, revelador de móviles y culpables: los políticos vendidos de siempre a los intereses propios y a los de los Estados Unidos.

Para la reconstrucción de los hechos, la autora diseña cuidadosamente una época, una atmósfera, unos escenarios, unos personajes, unos diálogos y escenas que no solo ilustran, sino sobre todo, vivifican el pasado reciente. Esta presentación, pero sobre todo re-presentación, constituye un acierto notable y allí es donde se aleja del texto propiamente histórico. La novela va tomando la forma de un enorme teatro del tercer mundo  -de grandes contrates, donde dominan escenarios casi siempre de lujo y poder- colocado periféricamente como contrapunto al de los centros hegemónicos y modélicos.  Frente a un Lucky Luciano, un seductor Willie Fernández; frente a un Franco, un aprendiz de caudillo, como Remón. Pero también hay una sutil reivindicación de lo que sobre todo en esa época era considerado marginal y que la autora coloca paritariamente a los centros: frente a los paisajes mediterráneos, el espléndido mar caribeño; frente a una  refinadísima Victoria Ocampo, una Ana Lorena Jiménez. 

Para dar textura a la novela, Gloria Guardia va tejiendo simultáneamente dos niveles paralelos por una parte, el político y, por otra,  el íntimo de la protagonista, Ana Lorena. La Historia y las pequeñas historias. Ambos extremos, uno muy objetivo y el otro muy introspectivo los usa para dar textura a su narración y unir la esfera pública y la privada a través de circunstancias que marcan y condicionan ambos niveles, como doble encarcelamiento.

Para desarrollar el filón político e histórico, la autora se vale de algunos estrategias de la novela detectivesca, ya que hay un crimen de por medio. Valga un ejemplo: para crear suspenso sobre un magnicidio de antemano conocido por la mayor parte de los lectores, en momentos clave dosifica la información: oculta datos que después se revelan fundamentales, muy de vez en cuando ofrece algunos inéditos y sorpresivos o bien se detiene en detalles meramente intrascendentes. Por otra parte,  desvía la atención del lector con ritmos narrativos más lentos que va trenzando con los de los acontecimientos bastante frenéticos. En realidad, el suspenso depende más bien de la re-construcción del crimen y del esclarecimiento de los móviles políticos y humanos que lo generaron, y allí sí reside la sorpresa final, en el memorándum  mencionado.

Hay algo de novela sentimental, a ratos casi melodramática, casi, casi rosa, en el nivel intimista de la novela, a través de los diálogos y monólogos de Ana Lorena. Aunque no es para nada ajena a la tragedia política de su país, la protagonista atraviesa otro tipo de crisis: la íntima. Al ser una mujer intelectual, de sólida formación liberal, cosmopolita y perteneciente a lo que regionalmente se conoce como “las repúblicas de los primos” su perspectiva se ve enriquecida no solo por su apertura mental, sensibilidad artística –es decoradora- y marcada por sus luchas internas derivadas de un innato apasionamiento y allí sí, por la búsqueda y afirmación de su identidad femenina.

Este es uno de los aspectos más interesantes de la novela porque pone en discusión los roles tradicionalmente asignados a la mujer en una sociedad claramente machista. Aparecen varios modelos de mujer: la Primera Dama, doña Ceci, copia un poco de tercera de Evita Perón, pero además, con debilidad por el contrabando; la madre de Ana Lorena, matrona afincada en la tradición, con atisbos de independencia, juiciosamente guardados cuando se pone en peligro la familia y el estatus; la líder mulata, Thelma King, más remarcable por su astucia, digamos “masculina”, en los juegos de poder y la propia Ana Lorena, refinadísima y encerrada en espacios  -o jaulas-  privilegiadas: aprisionada en un matrimonio agotado  con el militar argentino O’Shea y la tentadora corte que le hace el playboy  Willie Fernández, su antiguo amor, así como en los prejuicios de una sociedad ultraconservadora, al menos en la superficie. Son todas mujeres afortunadas  porque están en y gestionan el poder de algún tipo: en el hogar, en la cultura, en la política. En ellas, que proceden de estratos sociales diferentes, se proyectan las luchas entre las clases que representan, no solo económicamente, pero quizás aun más, culturalmente.

El paralelismo de fondo de la novela lo público/lo privado diseña entonces un binario, -con los necesarios matices-, asentado sobre la base de enfrentamiento de géneros a nivel no solo real sino simbólico. Por una parte una convulsa República dominada por el caudillo Remón, a la par de Ana, entrampada entre dos hombres: el marido actual y el amante que surge del pasado. Ambas situaciones producen crisis y requieren una ruptura o cambio. En el primer caso, el crimen se encarga de desaparecer la figura del caudillo, para que sea sustituido por otro igual o peor; por lo tanto no  hay cambio en la República. Pero en el caso de Ana, ella finalmente explorará a fondo su interioridad para convencerse de que ambas relaciones son destructivas y sin futuro, por lo que decide finalizarlas y quedarse a vivir en su país, reinsertándose a su manera y con un compañero que no pretende dominarla.

Hay dos momentos en que la autora se vale de un símbolo arquetípico, el agua,  para marcar etapas concluidas y por iniciar. Como especie de ritos de iniciación: cuando Ana Lorena y O’Shea finalizan fríamente su matrimonio, y ella se percata que debe tomar decisiones fundamentales:

No es nimiedad lo que me ha tocado vivir en estos días con Willie y con Ernesto. El mundo que una vez creí tan mío se ha quebrado en mil pedazos: de pronto estoy consciente de que nada de aquello se puede reparar, como un día quise imaginármelo. Nada ni nadie vuelve atrás. (357)
           
Desea despojarse del pasado y purificarse hacia el futuro. Ser otra. Se ducha en una especie de rito exorcizante y de auto bautizo:

(…) es el momento de sumergirme bajo el chorro de la regadera, de lavarme todas huellas de lo que he vivido y padecido en los últimos quince años e hizo crisis el día 2 en el hipódromo. Abro el grifo. Escucho el chas-chas de la cascada que cae sobre las baldosas. Sumerjo el cuero bajo el latigazo de agua fría. Dejo que ese líquido impasible me corra un rato largo por la espalda, por la nuca, por las piernas. Por último, introduzco la cabeza. Dejo que me envuelva y que me ciegue. Obedezco a cada uno de sus vapuleos. Reúno, conforme al golpe que recibo, imágenes de mi niñez y adolescencia, de los meses y años transcurridos en Panamá, en Bogotá y en Bruselas, en París, en Nueva York y Buenos Aires. Las depuro. Las libero de sus torpezas y de sus abultamientos. Las descargo de sus pesadillas. Las ciño en una sola lámina y ahí mismo las sumerjo bajo el agua. Ya no existen. (358)
           
Luego se tiende desnuda en la cama, envuelta en una sábana blanca, que la acoge fetal, como en una “inmensa concha inmaculada” (359). Podría hacerse una lectura freudiana de toda esta simbología, pues en efecto, la protagonista cuenta a su madre que ha realizado un tratamiento psicoanalítico, como paso previo a conocerse y liberarse. Una especie de epifanía laica. En un grupo social tan rígido como al que Ana Lorena pertenece los roles y las colocaciones están milimétricamente diseñadas de antemano. El proceso que ella debe atravesar consiste en  romper esas estructuras y salirse de ese baile de máscaras, por encantador que pueda ser.  Atreverse a ser y no aparentar. A no seguir el juego de la representación; de la vida-espectáculo,  o teatro o sainete.

Estas sesiones me han ayudado a despojarme de las máscaras. Se trata, como ves, de encontrar la identidad o identidades que escondemos tras múltiples caretas, y develar lo propio, lo personal, lo más íntimo. En este momento sé que me imprescindible analizar y descubrir que es lo que me diferencia de los otros.  (230)

Pero no sólo, también los acontecimientos externos revelan parte de la propia psique a Ana Lorena, como el magnicidio: Éste, aunque no lo creas, me ha revelado otros aspectos ocultos de mí misma. (…) El rechazo que he sentido hacia el comportamiento de la mayoría de los hombres. ¿No has observado cómo nos aíslan y nos descalifican? ¿Cómo insisten en que su opinión es la única que tiene validez en esas circunstancias? Buscan restringirnos a un papel pasivo, alegando que somos incapaces de pensar u opinar con lógica.” (230)

En el caso del asesinato del Presidente, es la ruptura del orden establecido, pero no hay momento de reflexión introspectiva en la historia relatada, porque eso hubiera implicado un juego de democracia para la libre discusión de los problemas nacionales, previa a la toma de nuevas políticas de Estado. Más bien, hay una apresurada sustitución para que la corrupción y la violencia se perpetúen. Acaso lo que podría corresponder al psicoanálisis individual de Ana Lorena, simbólicamente esté expresado en la página final, con un vasto mar enigmático, como posibilidad abierta a nuevas aventuras, pero también a que sea una inmensidad amarga y casi cíclica. Pero también y ya fuera de la ficción escrita, la escritura de Gloria Guardia cumple precisamente esa función crítica y reflexiva. Porque una novela como ésta, en efecto, puede leerse también como  un peculiar análisis de la historia, de sus causas profundas y escondidas, idealmente para explicarlas y juzgarlas con miras hacia el futuro, sin dar recetas de manual.

Este “sainete político” (371) colocado en un sugestivo escenario tropical, constituye un mural donde están todos. Pero sobre todo, lo mejor y lo peor de una burguesía exquisita e iluminada. Es el escenario donde se consumará la tragedia. El hipódromo tiene su teatrito: el palco presidencial, con su utilería de mal gusto, sus lucecitas, sus comparsas, sus disfraces y modestos efectos especiales y el protagonista, a su vez un títere de intereses foráneos, bebe y comparte largos vasos colmados de hielo y de la mejor champaña francesa… Una puesta en escena  que trata de  imitar  refinados  bailes demáscaras donde la autenticidad se esconde por prurito, por educación o por conveniencia; donde los personajes tratan de adivinar la próxima jugada del otro, aunque se recubran de adulación e hipocresía. Mientras se escenifica celebración del Presidente, otros montan la acción para el asesinato, en el mismo lugar. Muy acertada la ingeniosa sincronía con que las movidas, como juego de ajedrez, a veces entorpecido por la famosa impuntualidad latina, están a punto de fracasar, pero luego se retoman para bordar la tragedia sobre la fiesta.

Con Lobos al anochecer Gloria Guardia, revisita y recupera el pasado reciente de la historia de Panamá, desde una perspectiva crítica, para cuestionarlo y sobre todo, explicar el presente. Parte de la historia oficial y la enriquece con la no oficial. Y con la que, con todo derecho, mitifica o reinventa. Esta reescritura histórica ficcionalizada, ciertamente, la coloca como una de las escritoras de novela histórica centroamericana contemporánea más significativas. Sobre todo por el acertado e ingenioso empalme entre la erudición y la imaginación.

Su cuestionamiento del abuso y corrupción del poder no obvia las causas socioeconómicas, pero se centra sobre todo en las raíces culturales. Y dentro de ellas, la cuestión de género. En una sociedad abusivamente patriarcal como fenómeno que atraviesa todas las clases sociales, la novelista a través de la protagonista, Ana Lorena, define algunos modelos masculinos terribles, sean tersos o rudos, pero también rescata otros, como el padre abogado y sus colegas, figuras intermedias entre el padre protector y el prócer, quienes resumen lo mejor de un grupo liberal iluminado, muy consciente de su vocación de líderes  al servicio del país, y que para la protagonista siguen operando como faros.

El ritmo de la novela reside en el vaivén entre la Historia y las pequeñas historias, intrínsicamente interdependientes. Entre la  esfera pública y la privada novelista va literalmente hilando fino.  Develando que acaso la verdadera tragedia no fue tanto el magnicidio, sino las causas y las secuelas. La perduración de la violencia, de la corrupción, a veces con máscara sofisticada a veces ruda,  cuando es develada por el memorándum del Abogado Jiménez quizás cause más indignación que el asesinato mismo.

Y para concluir, es evidente que en la novela de Gloria Guardia, la incorporación paulatina de la mujer, ya apoderada de sí misma y de su propio discurso y voz, la va convirtiendo de objeto a sujeto protagónico, dentro de los límites que cada quien imponga a su propio espacio público y privado. En todo caso, tanto las Repúblicas como las Ana Lorenas necesitan hondos procesos de autocrítica y solo pueden madurar en plena y armónica libertad.
Guatemala, julio 29, 2008


Notas
Guardia, Gloria. Lobos al amanecer, 2ª edición. (San José, Alfaguara, 2006). (Todas las citas textuales provenientes de este volumen, serán indicadas al final de las mismas, solamente por su número de página.)

La primera novela fue El último juego (San José, EDUCA:1977),  y la tercera El jardín de las cenizas  que está en proceso de elaboración. Por otro lado, autora panameña, de raíces familiares nicaragüenses  también cuenta con otra novela histórica; Libertad en llamas (México, Plaza y Janés, 1999), ambientada en la Nicaragua de Sandino.

Jitrik, Noé. Historia e imaginación literaria. Buenos Aires: Biblos, p.9

White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario, Buenos Aires/Barcelona: Paidós, p. 137

White: Cit.,138

White: Cit, 144-145

White: Cit., 145

Jitrik: Cit., 19

Jitrik: Cit., 12

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Ensayista, crítica, investigadora y docente guatemalteca, es Licenciada en Lengua y Literatura Española por la Universidad de San Carlos de Guatemala y Doctora en Letras por la Universitá Degli Studi di Siena, Italia. Es Miembro de Número de la Academia Guatemalteca de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Ha publicado dentro y fuera del país obras de investigación y reseñas de crítica de arte, es columnista de opinión en el periódico Prensa Libre, de Guatemala, ha sido profesora invitada en España e Italia y ha sido distinguida con la Orden Presidencial Miguel Ángel Asturias, las Palmas Académicas de Francia y la Stella Della Solidaritá de Italia. Actualmente se desempeña como Directora de Posgrados en Universidad Rafael Landívar, de Guatemala.