Poesía, crítica y crisis civilizatoria: entrevista al poeta Eduardo Milán
1 junio, 2022
Durante la FILTUX 2021, organizada por el Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura en honor del maestro Óscar Oliva, tuve la oportunidad de platicar con el poeta Eduardo Milán (1952), una de las voces relevantes del continente. Comparto algunas de sus sabias consideraciones.
Respecto a Óscar Oliva: “Es un poeta notable y amigo de altísima categoría. ‘Lienzos Transparentes’ me causó un impacto muy hondo porque vi ahí una especie de extraña libertad en un poeta de su generación; libertad que parece siempre estar reservada a los jóvenes, como si los adultos no tuvieran derecho a la misma libertad, como si no fuera un concepto propio del individuo o de la propia especie. La poesía o es riesgo -como diría Haroldo de Campos- o no es absolutamente nada… es literatura. ‘Todo el resto es literatura’ diría Verlaine. Estoy muy contento por leer poesía en medio de la crisis civilizatoria -y también poética- por la que atravesamos.
¿Qué nos comenta respecto a la falta de ánimo crítico?
E.M: “Es un síntoma de la época. La ausencia de algo consustancial al hombre moderno que empieza a pensarse a sí mismo y por sí mismo en el siglo XVIII, dueño de su propia opinión, como parte integrante de su ontología. Dos siglos acostumbrados a la compañía de la crítica y a partir de fines de los 70 esto empieza a desaparecer en el aire y nos convertimos en una especie de sociedad donde todo se acepta. Aceptar por anticipado todo lo que ocurre. La ausencia de crítica nos revela nuestra parte animal, pero nos separa de nuestra diferencia que es el ser seres autorreflexivos.
Eso fue fundamental para la poesía desde el romanticismo. Si la perdemos nos perdemos. Estamos en una encrucijada civilizatoria y dependemos de la conciencia; la crítica es conciencia sobre sí. La conciencia que tengamos como especie junto a las demás especies para seguir adelante con la vida. La vida depende mucho de nuestro ejercicio crítico. Celebrar la vida como irracionalidad instintiva ya no opera más. No puede ser que por ser especie humana estemos capacitados y obligados a hacer todo lo que se puede solo porque se puede. Hay cosas que no se pueden hacer porque atentan contra la vida de las especies. La poesía era muy consciente de ello.
¿Cuál es su posición respecto a las vanguardias?
E. M: “Yo defendí y defiendo una posición favorable hacia las vanguardias. El arte cambió a partir de las vanguardias estéticas e históricas a finales del XIX y principios del XX. El ejercicio de las formas de vanguardia no niega o relega al olvido otro tipo de formas expresivas. Una de las conquistas de las vanguardias es una recuperación desde su punto de vista de la tradición. Por ejemplo, el arte de Picasso en relación al arte africano. Duchamp es fundamental, pero también Picasso. Es un error separar a las vanguardias del resto del arte. El propio arte al negar a la vanguardia se niega a sí mismo también. Se considera un fenómeno superfluo y la cultura tiene varios niveles. El de vanguardia es altamente sofisticado. Hay pensamientos más simples que se integran al patrimonio y al legado de la especie humana.
Existen las vanguardias porque existe la crítica. La vanguardia desprendida de la crítica es un acto suicida. El último detalle por el último detalle, banal. No tiene demasiada duración. Es un momento de negación. Vivimos en un momento de mucha negación. Sin crítica, las vanguardias son una especie de ‘maquinitas de formalización’ de búsqueda de lo nuevo por lo nuevo. Está en juego el concepto de lo nuevo: si se abarata o pervierte este concepto ordenador de la modernidad estaríamos hablando en el aire”.
¿Cuál es su lectura respecto al momento de la literatura en América Latina?
E.M: “No puedo separar la literatura mexicana del resto de la literatura universal. Es una. Hay muchos tipos de esa unidad. Por más particular y específica y diferente. Las diferencias caben en una generalidad. Pensamiento simbólico enraizado con el mito y las tradiciones diferentes que integran la escritura literaria. Las literaturas nacionales o nacionalismos literarios no me interesan. Nos integramos o caemos fuera. Respetar las diferencias o no se pueden ver los puntos en común. Cuando se atraviesa una crisis civilizatoria como la que atravesamos todo entra en juego., también la literatura. Entra en suspenso, en revisión. Es muy necesario ver cuál es nuestro legado, la gran o la menor poesía, pero todo es poesía, como legado. Tenemos que releer eso porque eso se nos dio, no lo podemos tirar porque eso somos nosotros. Reubicarnos en relación a eso en la medida en que podamos reubicar eso en relación a nosotros. Lo que somos. No se debería tomar como una cuestión pasada o de otro momento histórico. Releer ese pasado hoy es fundamental. La pandemia nos dejó una visión de tiempo muy particular. Es un momento para ver lo que nos llega de los hombres y mujeres anteriores para situarnos en nuestro presente y en las posibilidades que se pueden armar de un futuro que no está dado, hay que hacerlo. El futuro no viene, está. Hay que hacerlo”.
¿Qué persiste en su poesía?
E.M: “Fui formado, influenciado por la teoría de la poesía concreta. En 1976 conocí a Haroldo de Campos. Tengo lengua materna portuguesa, mi madre era brasileña. Conocí a de Campos, fundador de poesía concreta en el 1952. Se hizo una amistad. Nunca escribí poesía concreta, pero quedé muy impactado. Extremo cuidado con lo que se llamó, por el formalismo ruso, materialidad del lenguaje, el sonido, la consideración puntual, micrológica de la palabra. No solo su aspecto semántico, un todo, una integridad, de ahí la importancia de ‘El golpe de dados’ de Mallarmé (1897). Es tan importante esa consideración como la lectura de poesía norteamericana: la generación de los modernos: Pound, Cummings, Williams, Eliot, Marianne Moore… hay que agregar a la vanguardia latinoamericana de principios de siglo: ‘Trilce’ y ‘Residencia en la Tierra’, absolutamente notables; Altazor, monumento, en el sentido bueno de la palabra, fuera de serie. Por último, la poesía de Nicanor Parra: los antipoemas, un momento crucial y parteaguas en la poesía latinoamericana. Todo eso me formó, esa relacionó con el ruido, con el sonido y la atención a la reflexión sobre el propio poema, característica que viene del siglo XIX para cierta poesía, para la que hago”.
Sobre Eduardo Milán.
Rivera, Uruguay, en 1952. Colaboró en varios medios, entre ellos la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, donde fue columnista regular entre 1987. En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por su libro Alegrial. Su obra poética ha sido recogida en libros como Manto [poesía completa 1975-1997] (Fondo de Cultura Económica México, 1999), Querencia, gracias y otros poemas (Galaxia Gutenberg, 2003), De este modo se llena un vacío (Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2006) o Habrá tenido lugar. Antología 1975 – 2008 (Biblioteca Nacional de Montevideo, 2008). En ensayo ha publicado libros como Justificación material. Ensayos sobre poesía latinoamericana (Universidad de la Ciudad de México, 2004), Crítica de un extranjero en defensa de un sueño (Huerga & Fierro, 2006) o Extremo de escritura. Ensayos poéticos y políticos (Espacio Hudson, 2010). A esto hay que añadir dos importantes recopilaciones de ensayos publicadas en México: Una cierta mirada (1998) y Trata de no ser constructor de ruinas (2003).
Promotor cultural y secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Trabajó en proyectos de investigación de carácter literario y filosófico. Ha colaborado con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas con programas de rock. Poemas suyos han sido publicados en New York Poetry Review y La Otra; ensayos sobre poetas mexicanos en diarios de circulación local y nacional, así como en las revistas Taller Ígitur y Altazor.