Entrevista a Vidaluz Meneses: Los poetas son profetas que anuncian y denuncian
1 agosto, 2014
Vidaluz Meneses (1944) es poeta, articulista y una intensa promotora y gestora cultural. Ha publicado los poemarios Llama guardada (1974), El aire que me llama (1982), Llama en el aire. Antología Poética (1974-1990) (1991), Todo es igual y distinto (2004) y Sonreír cuando los ojos están serios (2006), así como también es autora del libro de testimonio La lucha es el más alto de los cantos (2006) y es coeditora de Literatura para niños en Nicaragua (1995). Su obra poética ha sido publicada en suplementos culturales y revistas literarias nacionales y de otros países, se ha traducido a varios idiomas, y ha merecido numerosas distinciones nacional e internacionalmente, además del indiscutido cariño y reconocimiento por su amplio trabajo social y cultural.
*Fotos: Jorge Mejía Peralta. Entrevista publicada originalmente en El hilo azul, revista literaria del Centro Nicaragüense de Escritores.
Vidaluz no requiere de mayores introducciones, si acaso, permitamos que ella relate cómo inicia su historia de vida, en las palabras que comparte en su autobiografía poética, «Corazón en pampa»:
«Fui concebida en acto de apasionada joven de diecisiete años. Según me cuentan, me deslicé imperceptiblemente a la vida una fría madrugada en Matagalpa, rodeada de tías abuelas, vírgenes virtuosas que afanadas bañaron mi cuerpo de aceites y agua tibia y perfumada.
Me bautizaron con un nombre poético y vital, combinación del de mi madre: Vida, sinónimo de Eva, la mujer expulsada del paraíso y del que aparecía el 28 de mayo de 1944, en el Almanaque de Bristol: Luz, de Nuestra Señora de la luz, mujer elegida entre todas las mujeres para Madre de Dios.
Según la ubicación de los astros a la hora de mi nacimiento, pertenezco al signo Géminis, por lo tanto soy pagana y mística, terrestre y celeste, versátil, con talento para ser muchas cosas, pero fundamentalmente poeta.»
Poeta, y valiosa poeta como quienes le han antecedido en estas pláticas en números anteriores, como Daisy Zamora, Ana Ilce Gómez, Iván Uriarte, Luis Rocha, y Michèle Najlis, todos poetas de la Generación de los 60; conversa abiertamente con nosotros en su casa de habitación en Managua, una tarde nublada reciente, en donde hablamos de su infancia y juventud, y de su despertar social y poético, así como su visión sobre la poesía y épocas pasadas y presentes, tan similares y tan distintas a pesar de tanta agua que ha corrido bajo el puente en el río de los tiempos.
Vidaluz, si buscamos el escenario de tu infancia, encontramos que no fue uno, sino varios, realmente una infancia itinerante, ¿cómo fueron esos años?
Crecí en ocho ciudades de Nicaragua. Nací en Matagalpa y como a los tres años de edad una tía abuela mía, que hizo las veces de abuela materna y que era muy cercana a mi mamá, me asumió como nieta. Ella fue casada con un norteamericano que trabajaba con una compañía, la Neptune Gold Mining Company, en Bonanza, entonces a los tres años de edad me fui con ella y viajé por primera vez en avión. Me acuerdo que en un camión llegaron a traernos, yo estaba atacada en llanto. Por un lado le dije que sí a mi tía abuela, pero por otro me agarré duro de mi mamá, pero bueno, todo eso lo voy contando en unas memorias que estoy escribiendo. Me montaron en el camión y nos fuimos en unos aviones que habían de Lanica, con los motores echando fuego y vomité, hasta que llegamos al aeropuerto de Bonanza, que casi no ha cambiado, una pista de tierra, y estaba ahí mi tío esperándonos.
Yo era muy pequeñita, pero recuerdo que había una división, por un lado el pueblo, que estaba geográficamente abajo, y en los cerros vivía el staff con todo el confort de la vida de los EE.UU. porque las casas eran preciosas y tenían todas las condiciones de comodidad, había agua caliente en los baños e inodoros. Pasamos por el pueblo y ahí nomás salió mi tía, que a la vez era mi madrina, una mujer alta, ojos azules que todos los días me mimó; era maestra en esa escuela. Empecé a ir a esa escuela del pueblo como jugando, y luego en las vacaciones me vine otra vez a Matagalpa.
Allí en la casa mi mamá vivía con tres tías abuelas, vírgenes, piadosas. Mi abuelo materno era leonés, José Víctor Valle Jerez, casado con Josefa Somoza Sarmiento, mi bisabuela, y tuvieron diez hijos, y las tres primeras mujeres no se casaron, las mayores, parece que mi abuelo era bastante celoso y estricto. Ya después el resto sí se casaron pero ahí estaban estas tías abuelas. También estaba la hermana menor de mi mamá, casada con otro militar, y la otra hermana casada con otro militar, pero mis tías tuvieron mucha influencia porque eran mujeres muy cristianas, tenían un altar en la casa, eran rezadoras, hermanas de todos los santos y todas las devociones habidas y por haber. Empezamos las giras.
De mis hermanos, tres nacimos en Matagalpa. De allí de Matagalpa nos fuimos para Boaco. En Boaco nació mi hermano Edmundo. Ahí estuve en otra escuelita. Después nos mandaron para Camoapa, ahí estuve en el Instituto San Francisco. De Camoapa nos mandaron a Ocotal, estuve en el colegio de las monjas, y luego mandaron a mi papá de comandante a El Jícaro, que era más rural y estuve en la escuela pública, que era la única escuela que había ahí. Y de El Jícaro volvimos otra vez a Ocotal y luego ya a Managua, pero cuando venimos a Managua íbamos a vivir en la Colonia Militar #2, que era en la Loma, y no habían casas disponibles en ese momento, y mi papá fue a buscar una casa de alquiler pero para mientras nos quedamos en León, y ahí me pusieron en La Asunción de León, y ahí nació mi hermana Dalila. Cada uno iba naciendo en el pueblo donde pasábamos.
¿Todos esos viajes influyeron en tu forma de ver la vida y a los demás?
Yo digo que ahora está de moda la multiculturalidad, y que los viajes me formaron en la multiculturalidad y me dio cierta ventaja. Eso unido a que soy Géminis y que todo me interesa.
¿Tu familia era muy religiosa o toda tu curiosidad se debe a estas tías?
Sobre todo a la influencia de mis tías, y de una concepción del cristianismo de un Dios castigador, con el infierno y el purgatorio y todos los estratos tradicionales que uno aprende. De esa niñez me queda un período mágico, de la religión, una relación bicultural: en Matagalpa celebrábamos las posadas, iba con mis tías a las iglesias y hablábamos del Niño Dios, y cuando iba a Bonanza era Santa Claus, la cultura anglosajona, gringa, los Huevos de Pascua en Semana Santa, y Halloween.
¿Era una familia unida?
Sí. Nosotros éramos seis hermanos, mi papá y mi mamá, pero nos veíamos mucho. Por ejemplo, cuando pasamos por León vivía en la casa de mi primo César Suazo y de sus padres. Unas vacaciones las pasé en Somoto, donde este mi primo más cercano, mi primo hermano. Después de mí se murió una niña, entonces yo tengo una diferencia de edad de seis años con mi hermano próximo y yo más bien era la hermana mayor que los cuidaba. Nos veíamos bastante con los tíos, mis tías abuelas en Matagalpa, mis tíos en Bonanza, y había una relación bien amplia.
¿Tenías alguna percepción de la relación de tu familia, en donde hay apellidos como Somoza, Genie, de los vínculos con el poder y la dictadura, o eras totalmente inocente a eso?
Cuando era niña yo me acuerdo que decían que éramos familia del presidente Somoza y a la tía mayor, que se llamaba Elvira Guadalupe Valle Somoza, las maestras en los pueblos, cuando se atrasaba el salario y las pobres maestras iban con unos prestamistas terroríficos que les cobraban el montón de intereses, mis tías hablaban de eso y ella ponía un telegrama a Managua y firmaba «Elvira Guadalupe Valle Somoza». Yo no sé si al propio Somoza se lo mandaba pero ella hacía su gestión y le contestaban.
Yo lo veía normal, era parte de mi familia y parte de mi realidad. Después los Genie supongo que son de la misma rama, pero no eran la familia del Coronel Samuel Genie, a quien conocí también. Da la casualidad que uno de los primos hermanos de mi mamá de esa familia Genie se llama Samuel Genie, Samuel Genie Valle, pero era lo contrario, estuvo en los grupos de Olama y los Mollejones.
Julio Valle comenta que el grupo Presencia protestaba porque miraban que la Iglesia no estaba reflejando lo que había en la calle, lo que había en la gente.
En mi adolescencia estoy en el Colegio La Asunción, las monjas eran bien hábiles, bien inteligentes, había monjas con mucha sensibilidad social. Ya en los años sesenta que estamos hablando, en la juventud del grupo de Michèle Najlis, Angelita Saballos, Ana Ilce Gómez y todas nosotras, ya hay iniciativas de grupos marxistas. Fernando Gordillo fue un líder de mi época y era hijo de doña Alicia Gordillo, mi profesora, y era admirado como líder estudiantil, y se junta con Sergio y hacen el grupo Ventana, y todo iba dentro de una mentalidad progresista, si no eran 100% marxistas por ahí iba ese compromiso. Era un grupo además de antisomocista, marxista, en cuanto al instrumento de análisis de la realidad. Yo leía todo y eran mis amigos y los admiraba, pero ni me invitaban a mí ni yo tampoco tomaba iniciativa.
A través de las academias literarias que se organizaban en los colegios, del Instituto Pedagógico de La Salle vino Álvaro Gutiérrez a La Asunción, hubo ese intercambio y de pronto recibí una carta de Álvaro, que se firmaba como «Paul Leman», invitándome a entrar al grupo Presencia con Leonel Calderón. Hubo una especie de manifiesto en el cual nos declarábamos que éramos cristianos y que estábamos por los cambios radicales, la única diferencia que había era que en nosotros sí era a través de la fe, y les dije que sí. Salió una revistita, la única que salió, un número, así larguita blanca y les di un poema con algún sentido social.
¿Ése fue tu primer poema publicado?
No. Mi primer poema lo había publicado de dieciséis años, porque antes Ernesto Cardenal había pasado por La Asunción y a él le llamó la atención la poesía de Michèle. Michèle era una excelente alumna, intelectual, destacada desde muy niña, y también era política, revolucionaria, estaba ya comprometida.
Ella es la que alborotó a todas las chavalas de La Asunción.
¡Absolutamente! (Risas) Se llevó los poemas de ella y cuando los vimos publicados nos entusiasmamos y dijimos, «ve, a la Michèle que es compañera de nosotras la publicaron», y yo le llevé, por lo menos yo sí le llevé los poemas a Pablo Antonio Cuadra y él me publicó. Es el primer poema de amor que ya comenté, y que lo publiqué con un seudónimo, las siglas de mi nombre, VIME, porque me daba pena.
¿Por qué te daba pena?
Me daba pena la exposición ante el público por primera vez. Creo que la mayoría tiene pena la primera vez que va a publicar, por lo menos de mi generación no creo que hayamos sido tan aventados como ustedes.
¿Cómo llegás a la poesía?
Debe haber sido una vocación natural. Sarmiento nos emparienta con Rubén Darío y así se hablaba en Matagalpa. Mis tías decían que mi bisabuela era prima de Rubén Darío, entonces hablábamos «con confianza» del poeta. Leíamos a Darío, lo consabido, y a mi abuelo paterno le gustaba declamarlo, también mi papá me acuerdo que específicamente me leía «La cabeza del Rawí», lo declamaba, leía con entonación. Darío se cultivó naturalmente en mi casa.
Mi infancia fue muy feliz y variada. Tengo el mejor recuerdo, pasé alegrísimo, pero mi adolescencia, no. La adolescencia, fatal la siento en todo sentido; yo tenía mezcla de todo, temores, dudas, una serie de cosas que sentía. En ese tiempo leía a Amado Nervo, a Gustavo Adolfo Bécquer y a Darío, siempre. Me acuerdo que hacía experimentos en un libro largo. Yo estudié primero secretariado comercial y cultura femenina, tenía un cuaderno largo que era para contabilidad pero yo me ponía a escribir, y me acuerdo que hice un poema que todavía lo guardé, que el título es un plagio total de Darío porque se llama «La bailarina de los pies desnudos», pero mi poema es otro, un cuento que inventé en verso, y todos los poemas están ahí en ese cuaderno, con rimas consonantes.
De dieciséis años, cuando tuve mi primera jalencia, Carlos Perezalonso me regaló los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, y me encantó, el verso libre me encantó, y ya estaba leyendo a la vanguardia nicaragüense, y Cardenal y Coronel acababan también de publicar en Nicaragua la Antología de poesía norteamericana. Todo eso influyó a que cambiara de estilo.
Pienso que soy una poeta lírica. Me parece que talvez lo que pasó es que en mi adolescencia se acostumbraba a escribir diarios, había unos diarios con llavecita, en los que una escribía sus cosas personales cotidianas, sacabas tus sentimientos. Yo no sé en que momento comencé a escribirlos en verso en vez de prosa, pero así creo que comencé a escribir poesía.
¿Cómo te vinculás a otros autores de tu generación?
Los primeros dos amigos poetas que tuve, que me llegaban a visitar a la Colonia Militar, fueron Beltrán Morales y Julio Cabrales. Beltrán era primo hermano de los Moncada, emparentados con mi familia. Fue como natural la cercanía, tuve mucha amistad en la adolescencia porque Beltrán y Julio me llegaban a ver.
Pero veamos, yo era una chavala sometida, en general bien dócil en mi casa y las reglas eran las normales de mi época, no andaba en vagancias en la calle. Fui a la Tortuga Morada, la única vez, casada, porque me casé de veintidós años, y fui con mi marido. Nunca estuve en la cafetería La India, la novedad fue ir a la Tortuga Morada, que me emocionaba. Me gustaba mucho la música de mi época, que era excelente, la de los años sesenta, todos los gringos, Pat Boone, Los Platters, Paul Anka, y después los Beatles. De ese período te decía no me engavillé con determinado grupo.
La crítica literaria ha insistido en encasillarte en el grupo Presencia.
Para asociarme con algo, supongo. Lo que nos pasó era que nos vimos con estos muchachos, coincidimos en valores y sacamos la revista y seguimos siendo amigos, pero ellos vivían en Diriamba y yo en Managua, físicamente nos veíamos poco. Después Álvaro se fue a estudiar a México y esporádicamente me encontraba con Leonel. Entonces tampoco con ellos pude andar engavillada.
¿Y tu relación con algunos maestros de esos años como Ángel Martínez, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra?
Tuve relación directa con todos ellos, muy cercana, porque por ejemplo trabajé por mucho tiempo en la UCA, y ahí estaban Pablo Antonio y Luis Rocha. Todos eran mis amigos, uno llevaba los poemas a La Prensa Literaria y platicaba con Pablo Antonio, era un hombre cristiano y a mí, como he dicho, los Escrito a máquina me interesaron como qué.
Al punto que hiciste una tesis sobre los Escrito a máquina.
¡Por supuesto! Me fascinaba el pensamiento de Pablo Antonio Cuadra, un cristiano progresista. Ernesto Cardenal me inhibía un poquito porque Ernesto siempre ha sido radical y antisomocista desde chavalo; yo no era antisomocista, sí tenía sensibilidad y me convencí absolutamente de la necesidad del cambio social.
Cuando ya llegamos a la revolución, como al año, Pablo Antonio retrocede y se queda atrás y Ernesto avanza, y como yo trabajo con Ernesto en el Ministerio de Cultura y ya opté por todo, a fondo, Ernesto se me convierte en el preceptor idóneo, con él sí puedo avanzar. Mientras Pablo Antonio era cauteloso y con él avancé hasta que triunfó la revolución, con Ernesto logro radicalizarme cuando dice «comunismo o reino de Dios en la tierra», y yo digo «estamos de acuerdo, vamos de viaje»…
Me resulta interesante comprender cómo esta niña dócil que eras vos se empieza a vincular con el movimiento antisomocista…
Es que todo el mundo era antisomocista, todo el sector intelectual al que yo llegaba lo era, y se iba juntando con lo que te decía de las monjas. Entre las monjas de La Asunción había una francesa que nos llevaba los martes a La Tejera, el barrio de la playa a la orillita de La Asunción, a repartir carne, veías una pobreza terrible y cómo la gente recogía cualquier cosa para comer, nosotros les llevábamos la carne y fuimos tomando conciencia social.
¿Esto fue como parte del movimiento cristiano?
Es que yo no me metí a ningún movimiento, eso era en mi colegio. Fui un poquito anárquica, como andaba en grupos de gente mayor, no encajaba en esos movimientos. Así como circunstancialmente me relacioné con el grupo Presencia, mi vinculación con muchachos revolucionarios se dio porque recién casada, me fui a trabajar de secretaria de la facultad de Derecho a la UCA y en esa facultad pasó casi toda la dirigencia revolucionaria.
Hacíamos recitales de solidaridad. Por ejemplo, después del terremoto fui directora de la Extensión de Cultura de la UCA, e hicimos un homenaje a la Amada Pineda, una campesina que denunció torturas, muy valiente. Hacíamos recitales en las fuentes de la UCA, y luego fui directora de la Librería Universitaria, hacíamos ferias de libros y por ejemplo ahí llegaba Carlos Rigsby, amigo desde los dieciséis años, y Alí Alá, y organizábamos recitales o exposiciones sobre el Palo de Mayo.
Siempre he sentido curiosidad en preguntarte porque decidís estudiar bibliotecología y no alguna otra carrera de humanidades…
En mis tiempos había filosofía y letras, pero si te graduabas te servía para dar clases y yo no tenía vocación para maestra, no quería dar clases. La mayoría de los hombres, Sergio, Octavio Robleto, Fanor Téllez, el Negro Bravo, casi todos los poetas de mi generación son abogados, todos estudiaron derecho para no estudiar cosas de matemáticas, ni medicina ni nada de eso, aunque no todos ejercieran después.
En la UCA una novedad fue la Facultad de Humanidades que se abrió por primera vez y tenía las carreras de Filosofía y Letras, Historia y varias, y yo me matriculé en primer año, y en septiembre tuve a mi hija, entonces ya no quise seguir estudiando porque nunca iba a ver a mi hija. Después tuve tres más.
Cuando ya tenía cuatro niños, el Banco Central anunció unas becas para estudiar Bibliotecología y pensé: en una bilbioteca si me va a gustar trabajar, voy a estar entre libros. De los aspectos técnicos, el cargo que siempre me gustó fue el de Referencista, me encanta buscar y dar información a la gente.
¿A qué edad empezaste a estudiar la carrera?
De veintinueve, y me gradué cuatro años después. En el setenta y ocho terminé mi tesis, en media guerra estaba escribiéndola.
Y al triunfo te toca trabajar en el Ministerio de Cultura y con la red de bibliotecas del país. ¿Cómo sucede esto?
Cuando triunfa la revolución Daisy Zamora me llama, estaba con Ernesto en el cuarto piso de lo que era la Casa de Gobierno. Me dice que llegara a trabajar en la cultura y me pareció muy bien. Le avisé a la Antonina Vivas por la música, a Adilia Moncada que se había graduado en Historia, a Adriana y Ligia Guillén que eran buenas amigas mías, y fuimos del equipo fundador del ministerio, a ver qué era lo que tenía que tener y hacer. No teníamos ni sede, y Ernesto dijo, «que la casa del dictador sea la casa de la cultura», y nos instalamos en la casa de Somoza en El Retiro.
Para comenzar, en mi área nos juntamos todo lo que eran los arquitectos, en ese tiempo Amelia Barahona, que era jovencita y tenía ya una especialidad en restauración de monumentos, Nelson Brown, Rita de Franco, Jaime Vásquez; los bibliotecarios; mi primo Rigoberto Navarro que era biólogo pero arqueólogo empírico y ahora tiene un doctorado en arqueología; Luis Morales que llegó bien jovencito; y empezamos a organizar una gran área que se llamó primero la «Dirección de Patrimonio Histórico». En el primer año así fue y fui la coordinadora, pero en la medida que vimos las dimensiones y el tamaño del patrimonio edilicio por un lado, todo lo que eran sitios históricos, y todo lo de la Biblioteca Nacional, el Archivo Nacional y la Red de Bibliotecas Públicas, más con una Campaña de Alfabetización que ya se venía, entonces separamos en dos y le propusimos a Ernesto que hiciéramos dos direcciones, la «Dirección de Patrimonio Histórico Cultural», que Amelia quedó coordinando con todos los arquitectos, y yo me voy a hacer cargo de la Biblioteca y el Archivo y las 35 bibliotecas públicas que logramos hacer en ese momento, que no estaban todas sino unas cuantas más las que fundamos, hasta 35 que es hasta donde se pudo.
Una vida cultural bien movida en esos años…
¡Muy movida, riquísima! Era infinita porque desde la mañana a la noche era un trabajo que no se acababa nunca, además la dinámica de la revolución te contagiaba y era literalmente «recrear» el país, queríamos hacer todo en siete días, y en todas las áreas se necesitaba capacitación. Me acuerdo que había una conserje con un gran espíritu de servicio, pues ella decía «los niños quieren el libro verde de los volcanes», y daba el servicio aunque identificara los libros por sus colores y no por el código de clasificación. Había que capacitarlos y reunimos un montón de muchachas de las bibliotecas a nivel nacional y dimos el primer curso intensivo, en dos meses, de bibliotecología, por lo menos para tener una base, una noción y creamos lo que se llamó el Centro Catalográfico Nacional.
¿No te duele ver el estado actual de las bibliotecas nacionales?
Por supuesto, me duelen un montón de cosas… pero bueno, ya pasé el duelo.
La cultura sí tuvo relevancia en esa década, y mucho se intentó hacer desde el Ministerio de Cultura. ¿Qué tal tu experiencia ahí?
Con Ernesto era muy fácil, fue un jefe extraordinario porque primero tiene pasión por la cultura, y es una persona que te respeta y todo lo que a él le parecía positivo lo apoyaba, y tenía muchas iniciativas. Yo era de las «mayores», fijate, entre comillas. Cuando triunfa la revolución tenía treinta y cinco años, todo mundo era bien joven, y yo ya venía de alguna experiencia de trabajo. Eso me dio cierta ventaja. Primera vez que éramos funcionarios públicos, aprendimos a ser funcionarios públicos. Yo pasé por varias áreas pero para ayudar a consolidar el Ministerio. Lo que te decía, tal vez la multiculturalidad a mí me enseñó a convivir, porque también en el trabajo cotidiano había conflictos, había conflictos de clases, conflictos partido-estado, mil cosas…
…y también conflictos desde fuera del Ministerio.
También las contradicciones que empezaron a darse con la Rosario, que yo hasta ahora que estoy escribiendo mis memorias estoy reflexionando porque yo no le hallaba mucho sentido. La Rosario era una mujer joven, tenía de sobra el tiempo para desarrollarse y hacer su propia trayectoria. Nunca le entendí por qué se opuso tanto a Ernesto, por qué rivalizó tanto cuando había tanto que hacer en la cultura. En general pienso que todos debíamos de hacer una gran alianza porque nunca hay recursos, ni en este gobierno, fijate.
Hablando de contradicciones en el poder durante la revolución, ¿cómo viste vos la polémica con los talleres de poesía?
Cuando Ernesto comenzó mandó a invitar a la Mayra Jiménez, la Mayra le había hablado de una experiencia positiva, y eso tiene Ernesto, cuando sabe de alguna cosa que a alguien le salió bien y puede ser útil lo apoya.
Ya sabemos que hay muchísima gente que se hacen músicos de oído y llegan a tocar lindo sin escuela; en baile también, hay gente que tiene una gran habilidad para bailar; para pintar, está la pintura primitivista; pero escribir poesía supone primero saber leer y escribir y después hacer síntesis, y Ernesto se propuso que su mandato como cristiano y revolucionario era democratizar la cultura, darle oportunidades a todo el mundo, y en el sentido de la poesía yo recojo un comentario que le escuché a Fidel Coloma, que formó a miles de generaciones de nicaragüenses, y que me dijo un día, «a mí me llama la atención esa metodología de Ernesto para escribir la poesía exteriorista porque logra que la gente sintetice su pensamiento. En la universidad muchas veces me entregan un trabajo los muchachos y leo quince páginas y no sé qué es lo que me quieren decir, y esto es sorprendente», y es cierto. Yo lo he ensayado en talleres que he dado, tomo de base las reglas de Ernesto para escribir prosa cuando fui a promover los hábitos de lectura en maestros del proyecto Pantaleón del ingenio de El Viejo, y algo que se logra con lo que dice Ernesto es por ejemplo que la gente no caiga en cursilerías, le ayuda a recuperar su identidad, su autenticidad para expresarse. Me parece curioso.
Pero había dos tipos de prejuicios. Yo estoy de acuerdo en que todo se debata en cuanto a metodologías porque puede haber mil formas de transmitir algo y de hacer las cosas, no hay que cerrarse a que sólo la tuya sirve. Había una preocupación que no dejaba de ser legítima, que si la poesía de Ernesto te iba a llevar al famoso realismo socialista, que se rechazaba. El problema para mí no era ése y ahí es donde yo ya puse distancia de la polémica y ya me plegué y defendí a Ernesto, y después yo misma, te digo, a través de reflexiones tipo las de Coloma, le veo bases y éxito al proyecto de Ernesto. Pero se agarraban de lo anterior para atacarlo. Cuando vos ves que cogen un pretexto y sabés que hay otras intenciones uno se enoja.
Hablemos de tus libros. ¿Cómo se gestaron tus libros?
Mis libros han nacido sin que yo me ponga a prepararlos. No he podido participar en un concurso porque nunca tengo un libro preparado. No soy muy productiva, porque yo tengo dos grandes pasiones: lo social y lo literario, y no me he dedicado exclusivamente a escribir. He tenido que trabajar, obvio, primero por autonomía, aunque me casé y mi marido se hizo un abogado exitoso y nos podía mantener, pero yo siempre quise tener un trabajo, y aparte trabajé en asuntos sociales, que me absorbe y me apasiona igual. No le he dado tiempo exclusivo a la literatura. Ahora estoy convenciéndome que hay que hacerlo, ya llevo una idea que debo estar más reposada. Entonces estoy escribiendo mis memorias.
Mi primer libro salió como todos: voy escribiendo poemas, publico algunos, y vi que algunos poetas estaban publicando pero en aquellos años era bien difícil publicar los libros, no como ustedes que ahora hay tanta facilidad con la computadora y son editores y todo. Bueno, yo dije que quería tener un libro publicado, «voy a reunir los poemas que tengo», me senté con Fernando Silva y con Luis Rocha y les dije, «miren, quiero sacar mi libro». Entonces Fernando me dio el título.
¿Hablamos de Llama guardada?
Sí, y Fanor Téllez, para mí un excelente poeta y siempre con un gran espíritu de servicio, me sugirió las divisiones, como lo podía dividir, y lo publiqué, pero pasó sin pena ni gloria, no tuvo ninguna repercusión, contrario a cuando salió el de Gioconda, que era revolucionario por la poesía erótica y era algo nuevo realmente. En el caso de mis amigas, Michèle era una poeta que estaba no sólo escribiendo sino comprometida en la lucha, y la Ana Ilce, que para mí nació escribiendo, es de un talento extraordinario. Yo siempre me he considerado una poeta decorosa pues, con ciertos aciertos pero tampoco extraordinarios.
Una opinión propia muy humilde. ¿Y los siguientes dos libros?
Y lo siguiente fue el segundo, El aire que me llama. En la revolución me dijo Erick Blandón, «mirá, Vidaluz, ¿no tenés un libro que querrás publicar?», junté algunos que tenía y que había escrito en esos días y se los di.
Y la antología, que fue el tercero, donde publiqué una selección de los dos primeros y agregué los que había escrito en la revolución, fue en los noventa, creo que cumplí cincuenta años en ese período, y tuve la suerte que César Jeréz S.J. lo financió, porque la Editorial Nueva Nicaragua estaba en problemas. Fue Llama en el aire.
¿Por qué siempre enllamada, Vidaluz?
(Risas) La llama guardada era una poesía lírica, íntima, como me interpretó Fernando y estuve de acuerdo. El aire que me llama es la revolución, que es otro verso de Joaquín Pasos. El tercero, Llama en el aire porque ya era para mí, que ya soy dueña de mí misma, ya soy libre también como la luz y el viento, y también la portada la puse con un árbol que me encanta cuyo nombre es llama del bosque, que es flores rojas.
Ya en el 2000 publiqué un poemario de treinta poemas, como ya sentando las emociones, Todo es igual y distinto y el título obedece a que cuando vuelvo a trabajar a la UCA empiezo a enfrentar los mismos problemas que conocí desde antes, el de los estudiantes pobres.
Me acuerdo cuando llegaron las cuatro hermanas Benavides, que son tan talentosas, dos pintoras, una de teatro, todas hacen algo, y me dicen que su papá sí está trabajando y puede pagar una parte, pero la mamá no, y pagar cuatro universidades no pueden. Después llegó otro caso terrible de una muchacha que estudiaba trabajo social, de Boaco, y me dice que vino a trabajar a una familia de trabajo doméstico, y a cambio le pagaban y daban donde dormir y comer. Después le dijeron que ya no le podían pagar, pero sí darle donde dormir y comer, y después que ya no la podían tener ni dar de comer, y que entonces se iba de vuelta. Para mí era la muerte todo eso. Gente que no tenía ni para un par de zapatos y que vos habías visto que fueron combatientes.
Cuando vos ves el pueblo pobre, combatiente, popular, que eran los que se morían, y después la pobreza terrible, te preguntas qué es lo que hicimos, parece que aquí no se hizo la revolución y que volvemos a lo mismo, y desde la facultad de nuevo me encuentro con ciertas compañeras con las que estuvimos en los setenta, mujeres de la clase alta y con dinero, y algunas volvían de EE.UU. y yo les decía, «mirá, ¿no querés amadrinar la facultad?», entonces me di cuenta, ¡vuelvo a hacer lo mismo que hacía antes!, pedirle a los ricos para darle los pobres. Todo era igual pero era distinto, de ahí salió el título.
¿En esta función social la poesía tiene algún rol?
Siempre he dicho que los poetas son los profetas, los profetas que por un lado denuncian, y por otro anuncian la buena nueva. La poesía siempre es un ideal de lo que querés hacer. Yo creo que sí, que la poesía es útil y es catarsis también.
Ya ves, me encanta esta generación de ustedes, me encanta cuando veo #Los2000, me parece que ahí van pujantes, novedosos y que ya ustedes están haciendo otra cosa, pero también me aflige una temática que está ahí, frustrante, oscura y de locura, y también depresión. Me aflijo, un joven deprimido a mí me aflige. Bueno, que yo te reconozco que mi adolescencia fue fatal pero era por eso, mi generación es de cambios.
¿Y qué le resta a esta generación actual de jóvenes? ¿Algún consejo?
No sé qué consejo podría dar. Para mí lo más importante es que se mantengan activos, una juventud pasiva es lo que no me parece. Cuando fui decana en la Facultad de Humanidades de repente había la lucha del 6%, había huelgas, había problemas pero había también una apatía tremenda y me acuerdo que una vez fui donde un grupo de estudiantes que estaban y les dije, «vean, yo les puedo decir que mi generación hizo la revolución y la contrarrevolución, pero no fuimos una generación pasiva».
Hay que hacer algo, en favor o en contra, pero lo peor es quedarte pasivo, ¡con tantas cosas por hacer!
Managua, Nicaragua, 31 de octubre de 1984 - 25 de agosto de 2017.
Autor de cinco libros de cuentos, incluyendo La felicidad nos dejó cicatrices (España y Centroamérica: Valparaíso ediciones, 2014); Los días felices (Costa Rica: Uruk editores, 2011). La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo nombró en 2011 como uno de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, un proyecto para «dibujar una ruta de las letras que se gestan a lo largo y ancho del continente, 25 voces y lenguajes para descifrar, hoy, América Latina». Cuentos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán y portugués, y aparecen en antologías y revistas de los continentes americano y europeo.
En 2009 mereció una beca de escritor del gobierno mexicano en el Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México; y en 2015, la Beca Valle-Inclán del programa de becas MAEC-AECID de Arte, Educación y Cultura del gobierno español, para una estancia creativa en la Real Academia de España en Roma (2015-2016).
Fue cofundador, coordinador general, director ejecutivo y director asociado de Centroamérica cuenta (2012-2015); co-fundador y coordinador de Leteo ediciones, iniciativa editorial sin fines de lucro para la promoción de la nueva literatura nicaragüense. Coordinador del proyecto #Los2000, autores nicaragüenses del nuevo milenio (2012 y 2013), que reunió a diversas voces de la generación literaria del 2000. Fue jefe de redacción y editor en jefe de Carátula, revista cultural centroamericana (2009-2015) y de El hilo azul, revista literaria del Centro Nicaragüense de Escritores (2010-2015).
Fue también miembro del Centro Nicaragüense de Escritores y del PEN Internacional / Nicaragua, miembro fundador de Global Shapers Managua, parte de la comunidad Global Shapers. En 2014 recibió una beca para el Global Competitiveness Leadership Program (GCL) de Georgetown University, Washington, EE.UU., siendo el primer escritor en recibir esta distinción.