Entrevista al poeta argentino Jorge Boccanera

1 junio, 2010

Poeta y periodista, biógrafo y dramaturgo, exiliado y viajero. La obra de Jorge Boccanera (1952, Ingeniero White) abarca numerosos territorios de la literatura, siendo su faceta como poeta la más destacada por la crítica, con diez poemarios publicados hasta la fecha, galardonados con importantes premios como el Casa de las Américas (1976) en Cuba, el Premio Internacional Camaiore 2008 en Italia o el Premio Casa de América (2008) en Madrid. Estos reconocimientos avalan una poética personal distante de la herencia centrípeta de la literatura porteña de Argentina y convierten a Jorge Boccanera en un autor excepcional con un mundo literario autónomo e independiente.

Ajeno a muchos de los movimientos literarios de su generación, “neobarroco, objetivismo, neorromanticismo”, la obra del poeta argentino dirime los sucesos de la historia del continente desde un prisma americanista, sin veleidades europeas. Se adentra en la carnalidad de Centroamérica (como muestra la realidad poética de las selvas de Costa Rica en su último libro, Palma Real, 2008), o se enfrenta a una realidad incoherente y absurda, dominada por los distintos procesos dictatoriales del continente, a través de un compromiso estético y político. Polvo para morder (1982) resume este sentimiento de desarraigo y lucha que le había marcado en algunos de sus libros anteriores.

Rica en contenidos y fluida en la alternancia de formas que practica, su poesía desciende, como dijo Juan Gelman, “del subsuelo semántico que abonaron Raúl González Tuñón, Roberto Arlt, Carlos de la Rúa, Homero Manzi” y habría que añadir al propio Gelman. Influencias que no solo vienen de sus lecturas sino que, en palabras de Jorge Boccanera: “vengo muy cruzado con abuelos italianos, griegos y argentinos, más una esposa costarricense y un hijo mexicano. Del argentino cabal (a Tuñón le gustaba la  palabra auténtico), tomo entereza y melancolía y un sentido profundo de amistad”.

Tiene una obra compleja que trabaja cada verso hasta pulir al máximo su margen de significación. Surrealista, poeta social, viajero, autor del caos y del erotismo, son algunas de las definiciones que ha ido reuniendo a lo largo de sus treinta y cinco años de escritura en el panorama literario internacional. Residente en la provincia de Buenos Aires sigue con su tarea periodística como ya hiciera anteriormente en las revistas Plural (México), Crisis (Argentina) y Aportes (Costa Rica), combinándola actualmente con la dirección de la revista Nómada de la Universidad de San Martín, en Buenos Aires. Revista cuya determinación es sacar a la luz la literatura de su país (principalmente la de los autores de las provincias del interior, tradicionalmente olvidados por la metrópoli), así como la literatura internacional, dándonos una buena muestra del interés que tiene por los poetas menos conocidos y por aquellos que, pese al espacio en el que les ha tocado vivir, luchan por seguir creando y publicando como antes hiciera el propio Boccanera en sus años de extranjería.

La casa del poeta, en el barrio donde se crió Cortázar, es una biblioteca de Babel donde reúne la historia poética hispanoamericana, y también es el taller de donde surgen la mayor parte de sus libros. Este lugar idílico para los amantes de la literatura y de una buena conversación fue el lugar de encuentro de una extensa reflexión sobre la técnica y el oficio poético, y un acercamiento a la poesía contemporánea hecha en el continente.

-¿La poesía latinoamericana posee una articulación que le es propia, una identidad continental?

-Esa articulación propia se ve en una búsqueda constante que más que coagular en escuelas -como pasó con muchos de las vanguardias europeas de principios del siglo XX- nos legó a partir de poetas considerados fundadores o de la constelación inicial: Oliverio Girondo, César Vallejo, Salomón de la Selva, Pablo Neruda, Cardoza y Aragón, entre otros, que más que a determinadas escuelas invitaban a una libertad plena; a echar mano a todo lo que conviniera a la búsqueda de cada uno. Incluso el nicaragüense Rubén Darío se negó a considerar al Modernismo como una escuela con  manifiestos y proclamas de cómo escribir. Más bien esos poetas, aún tomando elementos de la ruptura que convenían a la poética de cada uno, polemizaron con los “ismos” que llegaban de Europa. Una “articulación propia” existe, aunque es difícil de rastrear, porque tiene que ver con modulaciones, matices, cadencias, sentires, fraseos, miradas que llegan del indigenismo, el criollismo, la negritud y los diálogos que se entablan con una naturaleza exuberante o desértica, pero también con las urbes.

-¿Dónde se encuentra el germen de tu creación?

-Eso lo deben decir los críticos. Quizá haya una marca en la mirada sobre la extranjería, pero sobre todo desde esa extranjería. De niño me intrigaban los destinos humanos; los azares que llevaban a gente de procedencias diferentes al puerto donde nací. Ese sentimiento de errancia, que se profundizó después en el exilio, es una usina de preguntas que trato de responder –quizá con nuevos interrogantes- en mis textos.

-Afirmas ser un corrector que talla con sumo cuidado el verso, y has añadido que hay que quemar la poesía para rescatar sus cenizas. ¿Hay que aplicar oficio o intuición a la obra?

-La que manda es la imaginación. Más que decir que corrijo mucho, te diría que escribo mucho, porque entiendo que la primera operación forma parte de la segunda. La corrección no funciona como crítica de lo hecho, sino que forma parte del armado. En la marea de la imaginación, vienen juntos saberes e intuiciones, percepciones y azares. Cuando escribo hay una voz, la mía, que no deja de retumbar en mi interior; esa “parla” que puede durar años y ser extenuante, se detiene cuando empieza a hablar el poema. En ese instante, yo me callo.  

-¿Cuáles son tus propuestas en los talleres literarios que impartes?

-Creo que las propuestas deben ser personales y partir de cada quien y a partir del mundo de cada quien. La “curiosidad”, sí es una palabra recurrente en mis clases de periodismo. Más en esta época donde parece un músculo mutilado. Pienso que escribir es también un reportaje a fondo a la realidad y a los sueños. Y lo lúdico aceita la imaginación, le da movimiento, produce otros diálogos y otras preguntas. Me parece que el poema se va “construyendo” con estupores y vivencias, dudas y certezas, intuiciones y saberes; o a la inversa, desarmando todo eso para encontrar restos de una imagen que late calladamente en la lengua. Te diría que se construye tallando una gran roca de silencio.

-¿La pregunta y la cuestión, son herramientas poéticas?

-“Pregunta” me remite a búsqueda, a experimentación, y la palabra “cuestión” me remite a asunto a dilucidar, pero también a interpelación, a cuestionario. En ese sentido sí, podría considerarse una herramienta. Se me ocurre a propósito de esto un símil gastronómico: la tortilla de maíz que se come en México, es a la vez plato, cubierto y comida. Bueno, eso le cabe a la pregunta.

-Juan Gelman, en su prólogo a Marimba dice que tu poesía brota del subsuelo semántico que abonara Tuñón, De la Púa, Arlt… ¿Te sientes heredero de una  tradición literaria argentina?

-Bueno, hay un fraseo urbano que viene de allí, de la ciudad de Buenos Aires. Y del tango. No te olvides que mi padre era cantor de tango y eso siempre estuvo sonando en mi casa. Pero ese “decir” se cruza luego con otras texturas y sonoridades; adherencias que se fueron dando en largos años que viví en Centroamérica y México. 

-Algún crítico ha definido tu poesía como sola y extranjera, debido a tu periplo centroamericano. ¿Sientes que has tomado otro camino?

-Si hay de verdad otro camino, tiene que ver con la respiración de los viajes. Alguien dijo que mis escritos tienen el “jadeo del viaje”. Así precisamente se llama un libro que apareció en México.

-En muchas de tus obras señalas la importancia de ese “viaje”.

– Siempre sé de dónde parto pero nunca dónde voy a llegar. El que nace en un puerto tiene el tema del viaje instalado, más si ese puerto encierra historias de exploradores como Darwin, de piratas como Sir Francis Drake. Soy un sobreviviente de esa infancia en un puerto de inmigrantes. Un puerto es muchos lugares a la vez, éste estaba asentado sobre una tierra que los indios llamaron  “el país del diablo”, y que antes de denominarse White se llamó Puerto de la Esperanza. Me crié allí, en la peluquería de mi abuelo italiano, cuando era el puerto de mayor calado del cono sur y albergaba mucho movimiento comercial. Seguro me marcó esa atmósfera de pescadores, carnaval, ambiente de cabaret, grescas de marineros, gente con la errancia a cuestas. En la peluquería de mi abuelo transitaba una fauna variopinta de estibadores, camioneros, parroquianos, inmigrantes la mayoría. A mí me gustaba instalarme y jugar, girar, en el sillón del peluquero, pero también era muy callejero. El escritor austriaco Peter Handke, dijo en una entrevista que su andar sin rumbo tenía que ver con gente que había visto en su infancia vagabundear, justamente cuando los demás tenían un sitio a donde ir. A mí también me imanta la fábula de los arrabales, los personajes que tienen la llave de la calle. Eso baña mi poesía y también las historias de vida que escribo, vida, movimiento, desplazamiento, viajes por dentro de la gente.

-En Sordomuda (1991); planteas la idea de la imposibilidad de atrapar la esencia poética, pero la planteas a través de mecanismos literarios y representaciones metafóricas… ¿No es acaso paradójico el uso de estos recursos si tu mensaje es un acto imposible?

-Sí, claro. La poesía es paradoja, que es una figura de pensamiento casi diría nuclear en la poesía. Es más, diría que la paradoja es el punto donde la metáfora eclosiona. Podría decirse, siguiendo este sentido de lo antitético, que Sordomuda plantea al mismo tiempo la búsqueda y lo infructuoso de esa búsqueda. Pero también, Sordomuda alude a que en los deshechos del trabajo de indagación, en ese detritus, quede algo del sentido buscado. Vale decir que el resultado estaría en lo residual.

-Entonces, como señala Vicente Muleiro en el prólogo a Servicios del Insomnio (2005), ¿tu poesía es una transición entre la “corrosión” y el “erotismo”, y tu voz  la de un autor que nos descubre el caos?

-Si ese caos equivale a despojo, está, sí, en el camino de lo que busco. Lo de corrosión y erotismo podría entenderse, por qué no, como lucha de opuestos. Esta pugna de contrarios está muy presente en grandes voces de la poesía hispanoamericana, el asunto es el resultado -imágenes, condensación de sentido, intensidad- de esa tensión. Sobre ese antagonismo, Breton sostenía que los elementos se neutralizaban, pero para Cardoza y Aragón coexisten con sus especificidades correspondientes. Estoy más de acuerdo con la forma en que entendía la lucha de contrarios el poeta guatemalteco.

-¿Por qué señalas, “mi poesía se acerca más al teatro que a lo conceptual”?

Esto lo dije respecto a un teatro de la imaginación montado en el reverso de una literatura de ideas: escrita desde la teoría y como una suma de mediaciones culturales. De todos modos, creo que la poesía siempre está hecha de cruces entre el pensamiento y la intuición; pero en todo caso, y aún como lector, me interesa más que la poesía-ensayo, una poesía surgida de lo visceral, de la imaginación, como pedían Lezama Lima o García Lorca, para dar dos ejemplos. 

-Frecuentemente, las historietas y tebeos que leías en tu infancia, están presentes en tus obras, ¿es posible encontrar un rastro de ellas en tu poesía?

Aunque suene extraño, es así. En el clima de la historieta yo incluiría la secuencia de un poema visual, con movimiento, como “Marimba”. Pero es en Sordomuda donde, creo yo, queda plasmada esta cercanía. Un tono irónico, grotesco, tremebundo se liga a situaciones de aventura que simbolizan asuntos referidos expresamente a la creación. Hay algo de cuadro de historieta en esos textos donde la poesía aparece disfrazada de pordiosera o reina y permanece atada espalda con espalda con el poeta en un campamento rodeado de centinelas. En mi poesía desfilan varios personajes: el domador de leones, los espantapájaros, la contorsionista, el motociclista, el luchador, la sordomuda, el bufón del rey, el callado, las bestias, entre otros.  

-En cuanto a tu tendencia a biografiar la vida de diferentes poetas, ¿por qué ese interés por la conversación histórica?

-Dentro de la investigación literaria y del periodismo, podría inscribirse mi trabajo en el género biográfico, esas historias de vida de Ángeles trotamundos (1993 y 1996) o Malas compañías (1997). Son modos de seguir leyendo historias en la gente, como cuando de chico me sumergía en los comics. Y así como uno de los guionistas de mi infancia, Héctor Oesterheld (desaparecido por la dictadura militar en 1977) resumía una historia en 16 páginas, al contrario de las usuales desflecadas en el consabido suspenso del  “continuará”, trato de condensar los momentos de una existencia en una narración corta e intensa. Son vidas vividas a pleno, como desafíos. 

-Publicas Palma Real en 2008, ¿qué supone para ti la publicación de este poemario? ¿Hubo un cambio en tu desarrollo, ahora tu obra tienta el rastro de la naturaleza?

Ese libro iba a llamarse Cuaderno de la selva y lo anima la floresta, el ramaje. Comencé a escribirlo hacia mitad de los años 90 en Costa Rica, cuando con un poeta amigo, Norberto Salinas, fuimos a la frontera con Nicaragua a una zona selvática llamada Dos Ríos de Upala. Me conmovió allí lo enmarañado que contenía todos los sabores y los olores, todas las formas y las texturas, y las vidas y las muertes. Luego lo seguí en otros parajes de espesura de Costa Rica como Tortuguero y Monteverde. Tiene la selva como eje, una fronda que surge de su propia imaginación y, en una lucha de contrarios, sueña a ratos. En Palma Real me acompañan varios personajes que toman la palabra, comentan: hay pájaros que opinan, reptiles que reflexionan, felinos que dialogan. Todo en un paisaje de voces atravesado por la sensualidad, el silbido de la memoria, y los insectos construyendo el silencio con sus mandíbulas que devoran las hojas crepitantes. Si trabajar es ir al encuentro de algo, intento viajar hacia los espejos de la selva donde pueda aparecer reflejada la pasión, el deseo, el tránsito hacia lo que desconozco, y los árboles talados de mi generación.

-Según tenemos entendido hay a la vista otro poemario. ¿Cuáles son tus proyectos?

En 2008 se publicó Palma Real, que estuvo doce años en escabeche; hay en proceso (lento) un nuevo libro que se llamará, creo, Monólogo del necio, y tengo por delante un libro de ensayo sobre las poéticas de ruptura de los años 20 en América Latina, y una novela.

-Afirmaste en una entrevista: “yo les pediría más imaginación a muchos poetas que parecería que viven en un pozo, que no tienen mirada de nada”. Crees que la poesía actual hecha en Argentina es comparable a aquella de los años  vanguardistas construida en torno a la revista Martín Fierro, y sus grupos de Florida y Boedo.

-Veo que hay gente que no se compromete ni siquiera con su propia imaginación. Y a ratos pareciera que se toma la poesía como exotismo, se la trabaja con pinzas como a un ornamento. Cardoza y Aragón decía que sólo puede haber ideas exóticas, para quienes no tienen ideas. Los poetas de Boedo y Florida, por sobre el supuesto y remanido antagonismo,  estaban “jugados” a una búsqueda y a una mirada profunda de su entorno. Y más que escritores de una década, de una época, diría que sus obras atraviesan todo el siglo veinte.

-En la actualidad los jóvenes de Argentina salen al mundo a buscar oportunidades que no encuentran en el país…; ¿qué opinas de este fenómeno diferente a la expulsión obligatoria que tu generación sufrió debido a la dictadura?

-El exilio es un tema que atraviesa toda la historia argentina y es a la vez eje de mucha de la literatura que aquí se produce; la poesía de Juan Gelman, sin ir más lejos, es un ejemplo. Tengo un libro publicado sobre el tema, Tierra que anda (1999), y tengo en mente escribir otro. Además de lo coyuntural y político, diría que el poeta vive en los “bordos” (con ese término designaba Bartolomé de las Casas a los costados del barcos). En lo particular, haberme ido a los 22 años adquirió un sentido más allá de la desgracia que supone el destierro, porque supone “aprendizaje”. Esto lo hablaba yo con un exiliado emblemático de esta parte del continente, el paraguayo Augusto Roa Bastos, quien vivió algo semejante, y había concluido en que el exilio era su maestro. Como no me fui por razones económicas, y pude abrir los ojos en otras culturas y otras vivencias cotidianas, populares, tengo apenas una mirada general sobre la partida de muchos argentinos en los últimos años. De cualquier modo, creo que en muchos de los que se van hay mucha fantasía; me queda la imagen de un grupo de turistas y un barco encallado en lugares que no quieren ni siquiera pisar.

-Dijiste en una entrevista: “La verdadera solidaridad es ponerse en el lugar de otro, la reciprocidad”. ¿Esa solidaridad de la que hablas está presente en esta época?

-Son tiempos de afectos e intereses comunes parcelados. Lo solidario implica un estado de vecindad alimentado por una acción aglutinante que es reciprocidad y diálogo, trabajo y creatividad dinamizando una mejor convivencia de los hombres en sus proyectos diversos. Bueno, eso hoy está ausente. El paisaje humano lo forma ese ser aislado, fragmentado, aturdido, alienado, despolitizado, impotente, que vive en un estado de vulnerabilidad que se logra mediante  el terror, vale decir que el orden establecido engendra una subjetividad enajenada. Como dicen algunos críticos lúcidos, el compromiso ético pasa por sostener el propio deseo. Me formé en un tiempo de cruces de experiencias múltiples que tenían que ver con formarse e informarse, aprender y experimentar, en un coloquio constante que iba de la biblioteca a la mesa del café, de la universidad a la barriada. Hablo de un diálogo múltiple, polifónico, diverso. Es irremediable que compare cada día aquella porosidad con este presente homogéneo y autoritario de información compactada, que tiende a masificar el discurso desde un mismo punto de vista.

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Gran Canaria, España, 1979.
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. En la actualidad prepara una tesis sobre poesía argentina contemporánea. Fue colaborador en la revista universitaria Calibán de la ULPGC y ha sido editado en la colección Ágape dentro de la antología “Y como éramos pocos” sobre poesía canaria joven. Entre 2004-2009 ha trabajado en Francia (Toulouse) como Lector de español en la Universidad Toulouse II, ha participado en la revista Caravelle de esa universidad. Actualmente trabaja en la Universitate Babes-Bolyai de Cluj Napoca, en Rumanía, como Lector de Filología Hispánica. En 2008 fue galardonado con el VII premio de poesía Domingo Velázquez de Fuerteventura con su poemario bersos, y en el año 2009 ganó el accesit del III Premio de Poesía Joven Injuve a nivel estatal con el poemario amasijos conversaciones y otras ciudades.