Escritura, memoria y territorialización en «Las Genealogías» y «Yo también me acuerdo» de Margo Glantz
1 octubre, 2024
En este artículo se tratarán los conceptos de escritura, de memoria, de territorialización y su papel en la obra de Margo Glantz.
La escritura es algo esencial para Margo Glantz, porque escribiendo crea su mundo y se inserta dentro de un contexto. En Las genealogías y Yo también me acuerdo es algo imprescindible, al ser parte de la autobiografía de la escritora. Es decir, que las obras escritas y leídas por la autora son parte de su vida, como un recuerdo de la infancia o un viaje que hizo. En particular, Yo también me acuerdo es una autobiografía de las vivencias de la autora, pero también de lo que ha escrito, una autobiografía literaria:
Es también una historia de mis propios libros. Vuelvo a trabajar los temas de todos mis libros, los vuelvo a replantear en este libro. Paso revista a mi propia obra. Es una autobiografía literaria también. Una autobiografía de lo que he leído, porque yo siento que soy lo que he leído en muchos sentidos… y al mismo tiempo lo que he escrito, que está atravesado por lo que he leído también, porque las lecturas son muy importantes (Paredes par. 15).
Por lo tanto, la lectura y la escritura son parte de los recuerdos de la autora, quien los tiene que ordenar para entender su vida, así como pasa en Las genealogías a través de la revisión de la historia familiar. La lectura es vida y la vida es lectura.
Escribir es recordar y recordar es escribir, y también es una forma de organizar la vida y ordenar la memoria:
La autobiografía va dejando rastros, señas y huellas de la identidad para que una revisión del pasado se convierta a su vez en una reescritura del presente; el yo en una constante modificación, se rediseña y se redescubre en cada nueva vuelta sobre sí mismo (Treviño, De la vida como metáfora 104).
Entonces, escribir es aquí fundamental para conocer el presente y entender mejor el yo actual a través del redescubrimiento del propio pasado. Escribir también corresponde a tomar distancia de los hechos dolorosos del pasado y a poner sobre papel lo que le ha sucedido a la autora, ayudándola a tomar conciencia de su cuerpo dentro de un contexto judeo-mexicano, borrando las fronteras entre los dos mundos, tan diferentes y familiares a la vez. Por eso, para hacerlo es necesario recurrir a la memoria y a los recuerdos, que se van ordenando como en un rompecabezas:
El linaje y la falta de linaje son relativos. Lucía me entrega cachitos de papel, “cachitos de vida”, en donde se condensan historias y se despliegan diplomas, casi son como este piano negro, Rosenkrantz, que tiene por lo menos ciento cincuenta años de existencia, concentrada en los candelabros inexistentes que han dejado sin embargo una huella en la madera (65).
La madre, como vemos en esta cita, tiene un papel primordial porque es la guardiana de la memoria y la que preserva las tradiciones a través de la transmisión de las recetas y la conservación de los testimonios del pasado (los cachitos de vida) que ayudan a la familia a conocer mejor su pasado. Por lo tanto, la historia familiar sería incompleta sin la madre. Los cachitos dejan huella en la madera y la madre deja huella en el cuerpo de Margo, como los juanetes en sus pies, debido a que le hacía probar zapatos demasiado pequeños cuando sufría por los malos comportamientos del padre de Margo:
Una vez vi llorar a mi mamá en la zapatería. Estaba muy mal, verdaderamente deshecha, exiliada de sí misma y del mundo. Yo debo haber tenido unos ocho años y la escena me marcó. A cada problema amoroso que yo tenía me compraba zapatos más chicos. Y los pies se me iban haciendo polvo. Ahora ya no es así, me compro miles de pares de zapatos, pero que me quedan bien. Iba a operarme un juanete, pero decidí que no, que es como las arrugas, una muestra del sufrimiento (“El caso Margo Glantz” par. 12).
Entonces vemos aquí cómo Margo se identifica con la madre y cómo asocia los zapatos con el sufrimiento, porque la madre castiga al cuerpo de Margo cada vez que sufre, el sufrimiento de la madre corresponde al sufrimiento de Margo. La consecuencia de estos hechos son unos juanetes en los pies que la persiguen a lo largo de toda su vida. Pero también es algo que permite la escritura, porque a partir de los juanetes nace una novela sobre pies y zapatos.
La memoria es imprescindible en la obra, puesto que es una obra autoficcionalizada, porque es algo que le da la vida, según las palabras de Blanca Estela Treviño:
En la escritura autobiográfica la memoria es fuente de vida. La autobiografía cuenta con la memoria tanto para establecer la sustancia del relato como para animar su composición. Si aceptamos que, en cierta medida, toda ficción es en parte invención y recuerdo, podemos reconocer también que los textos autobiográficos admiten esta condición general y eligen destacar la participación de la memoria, poniéndola de relieve para el relato mismo (De la vida como metáfora 92).
Podemos ver aquí que la memoria, entendida aquí como los recuerdos es la linfa vital de la autobiografía, porque sin el recuerdo sería imposible empezar a narrar. La narración en las obras objeto del articulo pasa por el recuerdo, que es un medio que ayuda a construir una identidad.
La identidad es algo que no es estático porque mira hacia el futuro, se modifica como se modifican los recuerdos de los padres. Margo es judía y es mexicana, es una mujer que lee, escribe y viaja, y todas estas experiencias son algo que le permiten construir su identidad para así modificarla constantemente a lo largo de las nuevas experiencias.
Treviño define a la protagonista como un rabí que tiene que ordenar los recuerdos de los padres para que también su historia personal tenga sentido. La construcción de su yo femenino pasa a través de los cuentos de los padres y sus cuerpos (bocas y miradas):
Respondiendo al oficio del rabí, la autora recoge los trozos de memoria de sus padres y los ordena, los corrige y los completa. El orden de las genealogías de Glantz es individual y personal, y por tanto subjetivo. En oposición a la linealidad de la historiografía, la autora sigue su ritmo en cadencias que se repiten y que convierten el relato en “esta galería de cuadros de una exposición” (96).
La protagonista, por lo tanto, carece de un papel pasivo en la construcción de su identidad a través de la memoria, sino es la que la va dibujando poco a poco por medio de las conversaciones con los padres, que con sus cuerpos hacen que Margo se pueda construir como sujeto femenino. La memoria es una memoria del tiempo presente en palabras de Treviño. Las palabras son algo que no es fijo, aunque fijadas por una grabadora, son palabras que cambian y los recuerdos de los padres se confunden entre sí: “Vivir contagia: mi padre corrige la infancia de mi madre y ella oye con impaciencia ciertas versiones de la infancia de mi padre” (Glantz, 2013 147). La patria se territorializa en los cuerpos, porque no teniendo una patria física, la encuentran en el cuerpo del otro, aspecto que experimenta Margo. El único territorio definido para la madre es el cuerpo del padre:
En la memoria de mi madre, los cuerpos y las gentes se confunden y sólo descubro un territorio definido: mi padre. Mi madre ha pasado de la normalidad, de la naturalidad de su mundo conocido —primero Rusia y después su matrimonial desamparo, y el desamparo no era otra cosa en definitiva que la muerte de mi padre, en cuyo cuerpo ella se había territorializado (282).
El territorio es aquí algo que pasa por el cuerpo, que representa lo familiar y lo cotidiano, el otro es medio para identificarse, pero también para construir una subjetividad femenina aparte. La madre toma conciencia de sí misma en la mirada del padre. El verla hace que ella se vea como un sujeto aparte en oposición al esposo y que descubra su cuerpo. Las manos que preparan la comida, la boca que habla de las recetas con Margo, son partes que crean. La mujer es fuente de vida, y no obstante su papel parezca secundario, Lucía es fundamental porque es el cuerpo que ha creado a Margo. La autora se opone a la madre al casarse con un goi (no judío), pero al mismo tiempo reconoce que la existencia de la madre es fundamental, es decir, que la identidad y la identificación con el pueblo judío pasan a través de la boca y de la comida. La madre es aquí el territorio de Margo, porque a través de ella la autora se alimenta físicamente cuando es niña y adulta y, metafóricamente, a través de los platillos judíos preparados por la madre en cada visita dominical: “Pero Margo, ¿Por qué no comes?, no has comido nada. (Nada solo ternera fría, pecho de res, kasha, tallarines, pure de papa, ensalada de frutas, pasteles, strudl y luego, más tarde, té con otros strudls. A mama le parece que estoy muy delgada)” (89). La madre nutre a la protagonista literalmente y a través de los recuerdos y de este modo, además de nutrir el cuerpo de Margo, nutre su memoria. La memoria es aquí algo fluido que escurre, que ofrece diferentes posibilidades: “La memoria es fluida y escurridiza y ofrece posibilidades inesperadas y virtuales. También es transgresora, en el sentido de que actúa en contra del sistema de planificación de la memoria dominante” (Braidotti, Transposiciones 195).[1] Los recuerdos de los padres de la protagonista no se presentan de manera lineal, sino que están sujetos a las experiencias corporales del momento, como lo son un sabor o un olor, que hacen revivir ciertas experiencias a los protagonistas. Las memorias materna y paterna se fusionan entre ellas tanto que se corrigen entre sí.
El corregir su infancia por parte del padre es algo que hace existir a la madre, y esto se ve mucho más claramente en el caso de Margo: podemos ver aquí cómo la convivencia de los padres hace que los recuerdos se distorsionen y las fronteras entre las dos identidades se borren. El padre impone su punto de vista a la madre y la madre lo escucha, pero no hace mucho para rebelarse, excepto en algunas ocasiones.
A través del diálogo con los padres, la mujer toma conciencia de quién es y de cómo se pudo formar como sujeto. Ella enfrenta a sus padres, los cuestiona y los corrige, por lo tanto, se da cuenta de su falibilidad y su humanidad:
Mi padre provenía de una región de estepas ucranianas donde se habían fundado colonias agrícolas para los judíos, cerca de un afluente —“influyente”, dice papá— del río Don, al que le cantan los cosacos, junto con el Volga, canciones que mi papá cantaba, cuando yo era niña, como si fuera un cantor negro (tenor) (17).
Aquí vemos la falibilidad del padre que confunde las palabras afluente e influyente, porque su idioma materno no es el español y por tanto Margo en la obra toma la tarea de corregir su error, que también se vuelve algo que la lleva a las canciones de su infancia, en un juego de recuerdos nostálgicos. Por ello, vemos cómo la palabra escrita activa una parte del cuerpo, el oído, al recordar las canciones que el padre cantaba en la infancia.
El territorio de Margo pasa a través de la barba del padre, motivo del origen de Las genealogías, que le recuerda lo que intentaron hacer las camisas doradas con su cuerpo. La barba es algo que hace que la autora se cuestione sobre su ser judía: “Cuando yo era muy niña mi padre usaba barba: parecía un Trotski joven. A Trotski lo mataron, y si acompañaba yo a mi padre por la calle, la gente decía: “Mira, ahí van Trotski y su hija” (146). Aquí se puede ver cómo la barba hace al padre físicamente diferente de los mexicanos comunes y corrientes y lo hace parecer a Trotski, causando asombro en la gente. La identidad del padre pasa por la barba, porque además de ser un símbolo de identidad cultural es también un símbolo étnico que lo diferencia de los mexicanos, que en su mayoría son lampiños. El vello corporal es muy importante en la cultura judía porque está muy presente en el Antiguo Testamento de la Biblia, sobre todo la barba que tiene un significado de conexión con lo divino:
De acuerdo con la Cabalá (tradición mística) la barba de un judío representa una gran energía de Divinidad. En la terminología del Zohar “Estos trece ti’kunim (conexiones) se encuentran en la barba y cuando una persona tiene su barba completa se le llama una persona fiel y aquellos que ven su barba, ponen su emuná —fe en ella”. El concepto de los “Trece Tikunim” es explicado por el Arizal. Algunas de sus explicaciones incluyen: el atributo de rajum — Misericordioso (existen trece atributos Divinos, el segundo de los cuales es rajum) se manifiesta espiritualmente, en el pelo que crece por encima de la boca (Feiglestof par. 6).
Entonces la barba no es sólo un rasgo físico típicamente europeo oriental, sino también un símbolo de identidad cultural y religiosa que se relaciona con lo divino. Por lo tanto, este rasgo del padre permite a Margo ver una distancia física y corporal diferente al mundo mexicano, pero también una fuerte identificación con su entorno familiar.
Además, es un símbolo muy importante en la cultura rusa y ucraniana, porque hace pensar sobre el impuesto a la barba que Pedro el Grande impuso con el fin de modernizar y europeizar a Rusia. La barba era considerada por el zar una falta de civilización y objeto de burla en las civilizaciones europeas, por lo que al regresar de un viaje de Europa el zar procedió a afeitar a sus invitados durante una reunión y posteriormente a decretar el impuesto. En la anécdota de Pedro el Grande podemos ver un paralelismo con la historia del padre de Glantz, visto como un ser sin cultura por los grupos antisemitas de la época, que para encajar en el contexto tuvo que renunciar a un símbolo de identidad cultural, así como Rusia, durante el imperio de Pedro el Grande (Ferreiro).
El recuerdo es aquí un viaje entre pasado y presente, recordar hace que haya un encuentro con el otro y con lo desconocido, lo exótico. El viaje es fundamental para la autora, no sólo debido a los orígenes judíos (pueblo errante), sino porque es algo que la acompaña a lo largo de su vida y alimenta sus múltiples identidades y su escritura.
El viaje aquí no es solamente físico (las mudanzas de la infancia, los viajes de la autora como académica y por gusto), es también un viaje literario a través de diferentes géneros que contribuyen a formar el tipo de escritura hibrida de Glantz: “Para el escritor, escribir es viajar y viajar es leer y traducir: leerse en diversas realidades del mundo y traducirlas a un lenguaje objetivo” (Treviño, De la vida como metáfora 113). La escritura y la lectura son aquí algo muy importante, porque Margo a través de la narración de su propia historia entiende mejor a sus padres y se entiende mejor a sí misma. El escribir su historia corresponde a traducir, a veces literalmente, su realidad. El mundo desconocido de los padres ya no es tan obscuro e incomprensible. La escritora ya entiende la humanidad de los padres y su falibilidad a través de este ordenar los cachitos de vida. El viaje sucede en dos planos, uno es objetivo y el otro es un viaje interior que ayuda a superar dolores y conflictos:
Uno de los viajes sucede en un plano objetivo exterior, históricos, cultural, documental biográfico e ilustrativo. Este viaje se hace por medio de relatos, diálogos familiares, conversaciones telefónicas, fotografías que se incluyen en el libro, anécdotas de carácter histórico cultural, tanto nacionales como internacionales. El otro viaje es de carácter subjetivo, interior, autoanalítico, sentimental, afectivo y entrañable (114).
En las conversaciones con los padres, el viaje exterior, se abre un diálogo con las raíces judías de la autora, con las cuales había tenido conflictos durante su infancia. Como cuando no le regalaron nada los Reyes Magos:
Alguien me dice que quizás todo se deba a esta sensación terrible de pertenecer al pueblo elegido o al sentimiento intenso de desolación que experimentaba cuando cada 6 de enero me asomaba debajo de la cama y no encontraba ningún juguete, semejante a los que ostentaban, por todo el barrio de Tacuba, enfrente del árbol de la Noche Triste, que ya no existe (se formó un ripio) los niños católicos (236).
Las genealogías que ella escribe tienen la tarea de entender su sentido de exclusión dentro de un mundo que le pertenece, pero que al mismo tiempo la excluye. La autora construye un doble diálogo, con los padres y con los lectores. La narración trata de acabar con el sentimiento de exclusión, por lo tanto, en su viaje íntimo la autora busca comprender la realidad, pero también comprenderse a sí misma en relación con esta realidad, y trata de encontrar un equilibrio entre las realidades opuestas (católica y judía) de su vida. Para hacer lo anterior, la autora no sólo tiene que hacer un viaje íntimo, sino también físico hacia sus raíces a Ucrania para poder descubrirlas por sí misma. La Ucrania de entonces (los años 1980) era muy diferente a la época de sus padres. Las cosas han cambiado y Margo necesitaba tomar distancia de los recuerdos de los padres llenos de nostalgia para poderse definir como judía y mexicana, diferencia fundamental con los padres para quienes la cultura mexicana no era propia sino de adopción, mientras que para Margo es muy suya, habiendo nacido ahí:
Sí, hace poco se hablaba de las coincidencias y de los viajes de folletín. Hablaba de ellos porque cuando uno espera que las coincidencias se produzcan, éstas pasan de largo como la suerte, pero cuando deciden producirse se producen. Y para muestra basta un botón: en esta concienzuda y también desmelenada búsqueda de raíces (suena apantallante), enfilé hacia la Europa Oriental, cuna de mis antepasados por parte de padre y por parte de madre. Sí, fui a Rusia para convertirme en la primera persona de la familia (mexicana) en rehacer el trayecto para repasar las huellas que mis padres dejaron (en 1925) antes del viaje a México, cuando abandonaron para siempre sus antepasados, su Madre Patria. Mi destino mediterráneo se acentúa y mis hermanas me miran y me dicen que soy muy valiente: aventurarme así y elegir las expediciones tierra afuera es siempre una marca de descubridores y como siempre por variar soy Colón, quien al igual que mi abuelo Osher o mi abuelo Mijaíl, preside las navegaciones (263).
Margo es Colón, pero al revés, porque se va a Europa a buscar sus raíces, y para hacerlo tiene que regresar a los orígenes de sus padres y sus antepasados y ver la Madre Patria con sus ojos. El viaje aquí acentúa su cultura mediterránea y remarca su condición de exclusión, en este caso positiva, en contraste con sus hermanas que no tienen el mismo valor para viajar. Margo es una exploradora, descubre y revisa sus raíces, sale y busca su verdad. La protagonista no se conforma con las palabras de los padres, sino que quiere construir su identidad a través de la mirada. Ver y pisar el suelo de Ucrania es existir. Su judaísmo tiene que compararse con otros judíos y con su pasado para poder hacer las paces con el presente, y para hacerlo tiene que viajar donde todo empieza.
Margo busca las estepas de los cuentos de los padres, pero no las encuentra. En cambio, encuentra otras cosas y define así su verdad y su realidad:
Mi transcurso por las planicies cercanas al Dniéper fue emocionante, mi corazón latía pues mis ojos miraban a lo largo y lo ancho esas estepas que erosionaban la memoria de mi padre, más al llegar al hotel una mamatchka-like me dijo que ésas no eran estepas, que había que viajar al sur de Ucrania para encontrarlas (263).
Se puede ver cómo en esta cita la autora comprueba que lo que le contó el padre era su verdad y no era totalmente cierto. Margo busca las estepas y no las encuentra, pero sí se encuentra con la otra mitad de sus raíces, es decir, muchos mexicanos: “No las encontré, pero sí a varios mexicanos con quienes me enlazó el Institut durante un largo día de visitas guiadas a monasterios con cúpulas doradas en forma de cebolla” (Glantz).
Glantz se enfrenta constantemente con su doble cultura: en Ucrania está en contacto con los mexicanos, pero al mismo tiempo hay quien le recuerda su judaísmo, como un profesor de español que forma parte de su grupo de viaje:
Al salir de Laura un nuevo personaje se había aunado a la expedición mexicana: un profesor de la Universidad de Kiev, maestro de español, cuyo discípulo había sido el profesor de nuestra joven guía Olga, muchacha con anteojos y un collar antiguo de corales, regalo de su abuela.
Es un hombre como de setenta años, no muy alto, más o menos delgado, con el pelo cano, ojos melancólicos, habla un español perfecto, pero mexicano. En la noche viene al hotel donde algunos turistas le ofrecerán libros de México, conoce a Azuela (Mariano), a Revueltas, a Elena Poniatowska. Llega, nos vemos en la puerta del hotel, hace un viento fuerte que molesta, ya no deja ver bien. Me pregunta: “¿Es usted hebrea?” (264).
En la cita podemos ver cómo un encuentro casual lleva a Margo a viajar en el tiempo, al pasado en el que viajaron sus padres y en el espacio, es decir, a México a través del diálogo con el profesor, y de nuevo hay un cuestionamiento de la verdad en las fechas discordantes del viaje en el barco Spaardam, porque el profesor dice haber viajado en 1924, mientras los padres de Margo en 1925. “Hay algo que no concuerda, sin embargo: las fechas. El señor que esta frente a mí ha viajado con su familia en 1924; mis padres en 1925” (265).
En conclusión, se puede ver aquí que la doble cultura de Margo y el descubrimiento de sus raíces pasan a través del cuerpo, en particular el de la madre, representación de la cultura judía, mientras que el viaje es algo fundamental para descubrir las raíces que pasan por medio de la mirada, aquellas que le hacen ver la realidad de Ucrania y cuestionar su identidad, que siempre va a ser esa doble identidad que la autora asume mediante un juego de malabarismos. La memoria también es parte de este viaje, y es a través de los recuerdos que la autora puede darle un sentido a la existencia que pasa por el cuerpo de la madre, quien hace que se asuma como sujeto femenino lejano de la tradición judía y patriarcal. A través del viaje de la memoria, Margo puede asumirse como sujeto en contraste con los padres, pero aceptando su doble cultura. En resumen, la protagonista se territorializa en el cuerpo de los padres, porque al no tener patria los cuerpos de sus progenitores son los únicos que representan una patria que desconoce físicamente. El cuerpo es entonces la única forma de poderse identificar con lo judío. Margo, como la madre, debe hacer un esfuerzo para reterritorializarse:
El esfuerzo de mi madre para reterritorializarse —horrible y significativa palabra— es su único remedio, su única arma para derrotar la historia, cuyo discurso genealógico “normal”, como diría ella, cubre trecientos años engullidos con ferocidad por un pasado trágico, pero también maravilloso, la persistencia del judaísmo en la Europa Oriental. La emigración a América exige otro esfuerzo de integración mental, estar al otro lado del océano, revoluciona el signo. En el nuevo territorio, el del exilio, se reacomodan las cosas, el judaísmo se reintegra a la raíz, se habla el yiddish, los enemigos son amigos y el ruso sigue siendo un idioma de unión, el idioma secreto del amor y el de la convivencia con otros exiliados del antiguo y del propio territorio (286).
En este fragmento de una entrevista hecha por Margo Glantz a su madre, después de la muerte del padre, se puede ver cómo la mujer lucha para encontrar un territorio propio en una tierra ajena y desconocida. La lucha contra el exilio se encuentra con la re-significación de códigos ajenos para que puedan volverse familiares y cercanos, y por eso el único territorio posible es el cuerpo, porque en ausencia de un territorio físico hay que identificarse con un cuerpo. Entonces, el esposo se vuelve patria para Lucía, y el padre es el emblema de patria para Margo desde un punto de vista intelectual. El padre es la cultura y un vínculo entre Ucrania y México, mientras que la madre es la guardiana de las tradiciones judías, adaptadas al contexto mexicano en cuanto que alimenta a la familia con las comidas judías. Para su propio territorio, Margo como protagonista necesita encontrar un equilibrio entre los territorios de ambos padres para poderse así definir como sujeto femenino independiente y autónomo.
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[1] La traducción es mía.
Ha estudiado la licenciatura y la maestría en Lenguas, literaturas y culturas
extranjeras modernas en la Università degli studi de Trieste, Italia. También
cuenta con una maestría en Literatura Mexicana y un doctorado en Literatura hispanoamericana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Actualmente trabaja como profesora de italiano en la UPAEP (Universidad Popular autónoma del Estado de Puebla) y la Universidad Iberoamericana Puebla y como traductora e intérprete de forma ocasional, además de dar clases a empresas europeas en la escuela internacional en línea de IBOUX.