Ficción: Su cadáver avanza hacia el mar

5 agosto, 2024

Carla está junto a una roca. Es una piedra blanca, grande y redonda. Hay agua alrededor, es como un río. Aunque no parece río porque es muy delgado. No, no creo que sea un estero. Es un río, pero ahora está bajo, porque es otoño. Hay muchas plantas alrededor, en ese lugar. Más allá es desierto. No, señora, no sé si son coligues o bambúes, desconozco la diferencia. Están en esa parte, porque después son cerros secos, montañas. ¿Me da otro cigarrito, por favor? Gracias. Los caminos están lejos, pero se puede llegar en vehículo. Se puede ir a pie o en un jeep. Claro, también pudo ser en moto. ¿Dónde estuvo por última vez? No, está muy lejos de ese lugar. Ella viajó, quizás sola, quizás con alguien. Es que eso no se puede saber. Quizás fue con pastillas. Sí, lo lamento, señora, pero su hija está muerta. Lo siento mucho, créame, sé lo que duele perder un hijo. Lo he vivido en carne propia, pero no estamos hablando de mí. La Carlita no va a volver. Está en ese río, bajó por él, pero ahora está varada, ahí, junto a la roca. No sé cuánto tiempo más vaya a estarlo. ¿Tenía pololo? Sí, me da esa impresión, de que era una muchacha solitaria. Pero era alegre, sí, ¿verdad? Tuvo sus problemas, como casi todas las chicas de su edad. Una sale del colegio y se siente perdida entre ser mamá o tratar de ser otra cosa. Claro, seguro para ella fue diferente, una niña bien. ¿Ah, sí? Siempre soñé con ir a un colegio de esos, como de la tele, con falditas a cuadrillé. Y así todo, imagínese, se encontraba fea… pero si era tan bonita. Mire su foto, esta carita linda, sonriente. Ella nunca supo lo bonita que era por fuera. También por dentro, por supuesto. Pero sí, sigamos, sigamos. Ponga su mano sobre la mía. Ahí está la roca, el río. Digámosle estero en estos días. Ahí está el cuerpo de Carla junto a la roca, atrapado mientras bajaba. No sufra señora, su hija descansa. Está rodeada de un paisaje hermoso. No lo sé, perdóneme, pero no tengo cómo saber si sufrió o no. Bueno, sí, en el caso del niño fue diferente. Por alguna razón en esa ocasión recibí muchas cosas, mucha información. Hasta pude sentir cómo al niño se lo comían los perros. No, señora, tranquila, a la Carla no se la han comido. No hay perros donde está ella. Hay pájaros, hay muchos pájaros. Ahora mismo unos pájaros muy lindos, de pecho naranjo con líneas blancas en las alas. Les decimos kamtrü en mi tierra, ¿los conoce? ¿Rara? Ah mire, sabe harto el caballero. Hay muchos donde yo vivo. Esos rodean a la Carlita, en los árboles. Es un lugar agreste, poco visitado por el hombre. Hombre. Sí, fue un hombre. Ahora siento eso, que hubo un hombre ahí, con ella. Un hombre de su edad más o menos, extranjero. Habla una lengua difícil de entender. Es como antigua. La habla cuando queda solo, en ese lugar, volviendo a la moto. Claro, llegaron en moto. La moto no era suya, la había arrendado. Era un extranjero, un turista. Más joven. Carla tenía 23 años cuando murió, ¿es verdad? Este tenía menos, unos dos o tres. Era rubio. No sé cómo decirle, no me pregunte esas cosas, me desconcentro. Era rubio. Menos rubio que Brad Pitt, pero más rubio que el comediante… ¿cómo se llama? Sí, Kramer. Menos rubio que Brad Pitt pero más rubio que Kramer. Es guapo, fíjese. No, no, el que estuvo con Carla. Ella tenía piernas muy bonitas, muy largas. ¿Cuánto medía? ¡Meh, como una modelo! Sí, veo sus piernas abrazadas de la roca. Pero el lugar donde está ella ahora no es el mismo que donde estuvo con el hombre. David. Algo me dice que se llama David. Pero no. Porfa, páseme ese lápiz y esa hoja de papel. A ver, dígame qué es esto. Es como una hoja de un árbol. Usted, caballero, que estaba diciendo nombres de pájaros, quizás me puede ayudar. La forma de la hoja es así. Ah, claro, como una estrella de David. Él la tiene en su polera, sobre el pecho. Abajo hay un lienzo que dice algo, unos signos. Carla está enojada con él, algo les pasó en el camino. ¿Se cayeron de la moto?, no sé. Creo que mataron a un animal. Es que es así, a veces siento como si las cosas ocurrieran ahora, en otras veces las siento como cosas que ya pasaron. Pero todo esto ya pasó, usted no se confunda. Le decía que les pasó algo con la moto, atropellaron a un animal. David, digámosle así, se empieza a reír y eso a Carla no le gusta. Se dio cuenta de que él disfrutaba la muerte. Ella siente miedo, se quiere devolver. Pero ya no se puede, porque no sabe dónde está. Había puro desierto alrededor y el animal muerto y la moto y el hombre. Carla levanta los ojos y ve las montañas secas al fondo. El sol pega en su frente mojada, pone los brazos en jarra. ¿Lo hacía siempre? Sí, pero no siempre, sólo cuando se sentía perdida. Perdida o agobiada, como antes de hacer algo de lo que no estaba segura. Qué bonito recuerdo, señora, esas son las cosas que tiene que guardar de su hija. Los buenos momentos, como cuando arreglaron ese jardín. Carla pide tiempo, le hace una tumba al animalito. Es un kamtrü. Uno de esos pájaros naranjas, ¿cómo es que se les dice usted, caballero? Hace un hoyo en la tierra y lo hunde ahí, antes de taparlo. David alega, que se demora mucho, que hace calor. Toma una cantimplora y se queja de que el agua está tibia. ¿Carla hablaba en inglés? Sí, porque se comunican en el idioma de las películas. Ella habla muy bien. Ah, mire usted. ¿Y cuánto tiempo vivió allá? Qué lindo, me imagino que le mandó muchas fotos. Guarde mucho las fotos en ese país, esa es la verdadera Carla, la que vive todavía. Claro. Ella no quiere subirse a la moto de nuevo, dice que va a caminar. Él se ríe, se burla. Cambia de opinión, la consuela. Se acerca a ella y la abraza, le pide perdón por haber atropellado al pájaro. Le dice que vayan hasta el río y luego volverán a la ciudad. Está lejos la ciudad. ¿Cuándo fue la última vez que hablaron con ella? ¿Dónde les dijo que estaba? Esto es lejos de San Pedro de Atacama, es más al sur. Claro, pero el desierto se extiende hasta el sur, hasta mucho más abajo. Esto es en el Valle de Elqui. No sé, yo nunca fui al Valle de Elqui, sólo lo sé. Mire, no sé cómo se llama, pero yo creo que es Dios. Él como que me sopla algo a la oreja, en un idioma mudo, y por eso me llegan las ideas. No, no son imágenes, porque no veo nada, son sólo ideas. ¿Alguien podría dibujar una idea? Yo tampoco lo creo, pero dibujo lo que puedo. En mi mente hay, como decirle, una antesala… ahí proceso las ideas y trato de hacerlas una foto o un dibujo. Gracias, señora. ¿Me convida fuego, caballero? Y el Valle del Elqui se parece a muchos lugares, pero sólo sé que es ese. Cerca de las montañas. Aunque ahora la Carla está mucho más abajo. Hay gente cerca. Gente que se cree espiritual. Están meditando a pocos kilómetros de ella, pero no la sienten, no la escuchan llorar. Tranquila, señora, la Carla está bien ahora. Está esperando no más que vayan a buscar su cuerpo, yo les voy a decir donde está. Pero tienen que ir rápido, antes de que el río suba. Antes de que su cuerpo siga avanzando hacia el mar. Ahí la dejó David. Porque llegaron a la orilla, río arriba y David empezó a manosearla con una risa en la cara. El lugar es tan bonito, le dijo. Mire, no sé cómo lo entiendo, porque no hablo inglés. Pero sé que él le dijo eso: “El lugar es tan bonito”. ¿Y sabe qué pensó Carla? “Pero tú no”. Aunque ella no dijo nada. Había empezado a pensar mucho, Carla. ¿Poco reflexiva? Así parece. Sabía hartas cosas, tenía buena memoria, pero no se cuestionaba mucho las cosas. Creía en el impulso. Quizás por eso aceptó viajar con ese desconocido desde San Pedro de Atacama hacia el sur, en su moto. Él no andaba sol, cuando se conocieron. Iba con un grupo. Todos eran muy parecidos. Usaban unos… no sé si eran uniformes, pero algo como eso. Veo cinco. Andaban todos con zapatos de excursión y bluyines. Las chaquetas parecidas, pero de colores diferentes, azules, verdes, negras. Puros tonos oscuros. Tienen mochilas adelante y atrás. Atrás mochilas grandes, adelante mochilas chicas, llenas de cosas. Entre ellos hablan algo que no entiendo, ni siquiera como idea. Es un idioma impenetrable. Carla está sola dando vueltas cuando se topa con este David, que casi le da vuelta una cerveza encima. Es que ella se enamoraba de este tipo de cosas, usted la conoce. Se fueron juntos esa noche, a la pensión de ella. Una pensión muy bonita, con mucha gente que habla en francés. No, no sé francés, pero he visto películas en francés. Y los cocineros de la tele, tienen el acento parecido. Después están en la moto. Ella no tiene su mochila. Pero no van a encontrar la mochila, porque él la metió en un bus. Fue al terminal de Coquimbo y se acercó a un bus que partía al norte. La pasó como si fuera de un pasajero. La mochila estuvo en la oficina de la empresa por semanas, hasta que se cansaron de esperar. Se repartieron las cosas los que trabajaban ahí, en la oficina de Iquique. Allá tienen que ir a preguntar si quieren sus pertenencias. No, los documentos los tenía ella. Lo demás, todo lo que había que pudiera conectarla, David lo sacó. Un cuaderno, donde ella escribía. Él no entendió nada, porque estaba en español. Carla escribía bastante, pensamientos, sueños. ¿Usted se lo regaló? Sí, tenía una imagen de un volcán, ¿verdad? Ah, qué bonito. No conozco esa zona. David lo quemó. En un basurero. Tiene razón, le pido disculpas. Es que esto es así. Llega una cosa, luego otra y yo no puedo elegir. No puedo alterar el orden en que llegan las cosas. Sí, él la tocó. Pero mire, no se ofenda, no era la primera vez. Habían pasado como tres noches juntos ya, recorriendo, viajando. Ella estaba feliz, muy feliz. Se había hecho ideas. No sé, no le puedo decir. No, no es porque no quiera, es que no puedo saber qué ideas se hizo, sólo sé que están ahí. Como sueños o quizás no sueños, más bien fantasías. Pero hace frío ahora, no en el lugar, en su corazón. Quizás en el lugar también, porque el agua está helada. Ella tiene los pies en el río. Son bien largas sus piernas en realidad, qué bonitas son. No diga eran, señora, siempre van a ser. Ella está viva en otro lugar, somos nosotros los que nos fuimos. Pasamos hacia el futuro, pero ella está en su presente infinito. Somos nosotros los que no existimos para ella ahora. Llegaron a la orilla del río pero la Carla sigue enojada por lo del pájaro. Él no se ha sacado las botas, los zapatos de excursión. Ella está relajada, pero él no. Tiene miedo de que Carla ya no quiera… Está, ¿cómo se dice?, ansioso. Quiere una respuesta. No la desea, pero le parece que el lugar es ideal. “El lugar es tan bonito”. La empieza a manosear, trata de besarla. Carla lo empuja para atrás. Se hace la niña, la sentida. No. Le grita bien fuerte, NO. Ahora es como la hermana mayor que reta al niño. NO. Pero él se enoja, y trata de tomarla con fuerza. Ella tiene una camisa y él se la trata de abrir. Ella agarra la tela con mucha fuerza, aunque él está encima y le pesa harto. Tan delgadita la Carla, pero tiene fuerza. Logra avanzar hacia atrás y se para. Están parados y él viene hacia ella, pero le pega una patada en medio de los testículos. Tan ligeras sus piernas y con tanta fuerza, mire usted. El David se queda retorciéndose en el suelo del dolor. La Carla se pone las zapatillas. Sale corriendo y agarra la moto. El David está atrás, en el suelo todavía, retorciéndose. La Carlita logra encender el motor, pero busca la forma de andar. El David se para. Ella acelera, pero la moto tiene mucha fuerza. En vez de salir derechito se levanta la rueda delantera y ella se cae para atrás. La moto se le echa encima y le duele la pierna. Está atrapada bajo la moto y el David se ríe, se mata de la risa. Se acerca a ella y… ¿está segura? ¿quiere que le cuente? Bueno, mire, a veces los detalles pueden causar más dolor o pueden curar. Hay detalles y detalles. En este caso no creo que puedan curar, sino que van a dar más rabia en su corazón. Por supuesto que la violó. Y mientras la violaba golpeó su cabeza con una piedra, así la mató. Luego la lanzó al río. No, no a la piedra, a la Carlita. Como si fuera una estrella de mar, la agarró de un brazo y una pierna y la tiró girando. No lo veo haciéndolo, pero hay impresiones. Ideas que se hacen en mi cabeza y me muestran cómo ella giró, cómo cayó. El río se la empezó a llevar. Carla paró primero en un lugar lleno de rocas pequeñas. Había como una cascada y ahí estuvo un par de horas. El David agarró la moto y se fue. Volvió donde sus amigos. Claro, eso fue antes. Se deshizo de la mochila y del diario y de todo lo que tuviera que ver con la Carlita. Borró las fotos. Bueno, mire, eso no importa ahora. No, no le puedo decir dónde está. Es muy difícil encontrar gente viva, porque se están moviendo. Solo le puedo decir que ella está ahí, junto a esa roca. Cerca del lugar de meditación. Si dejan pasar unos días quizás esa gente la vea flotando en el río. Pero es mejor que vayan a buscarla, ustedes, antes. Mejor si les piden a carabineros, a la ambulancia. Díganles que recibieron un llamado anónimo, mientan. Bueno, es un consejo, pero usted puede contratar a alguien si quiere. A mí no me debe nada, no se preocupe. Esto yo lo hago por amor, porque Dios me lo pidió. Él me dice cosas en su idioma de ideas y yo puedo ver. Pero vayan ahora, vayan a buscarla. Antes de que sea tarde, antes de que su cadáver llegue al mar, porque los cuerpos que caen al mar nunca vuelven.

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Ingeniero agrónomo y Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena de la Universidad de Santiago de Chile. Ha creado diferentes editoriales, destacándose entre ellas el proyecto Editorial Cuneta. Además, es fundador de La Furia del Libro, feria de editoriales independientes. Es traductor del inglés y el francés. Como escritor ha publicado los libros de poesía Valdivia (2006), Bonnie&Clyde (2007), Aeropuerto (2009) y Monosúper (2016), sus cuentos en A cada rato el fin del mundo (2013), las novelas Matar al Mandinga (2016), ganadora de los Juegos Literarios Gabriela Mistral 2016, y El museo de la bruma (2019).

Actualmente es Director de la Editorial de la Universidad de Santiago de Chile. Es también docente del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH, donde coordina el Diplomado en Gestión Editorial: Teorías y Prácticas del Libro.