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Fragmento de la Novela Espejos Quebrados. (Primera Parte).

1 diciembre, 2009

Premio Novela MAGO Editores 2009, de Chile.


Retorno

Recordó sin proponérselo, el fin de un de ensayo que había leído hace tiempo. Era una suerte de parte de defunción político, en el se concluía que luego de las derrotas revolucionarias sólo queda oscuridad y rechinar de dientes. No pudo identificar la razón por la qué se acordó de esa frase mientras volaba hacia Santiago. Se preguntó cuál sería el  sabor que queda cuando se acaban las dictaduras. Quizá eso dependa de cómo acaben, se respondió.

Era su primer viaje luego de muchos años. El momento se prestaba para la introspección aunque no quería deslizarse en ese terreno pantanoso. Su vida la veía como etapas en las que se habían anudado vivencias pero sin pertenecer a ninguna de ellas definitivamente, como cuando alguien siente que ha llegado, pero que no se queda. Los países habían pasado, cambiaban los relieves, los habitantes y el camino conducía a otra estación.

Cómo no tener dudas sobre si al final esta parada tendría el sentido, algo que le hiciera detenerse aunque no lo buscara. ¿Cuántas puertas había cerrado? ¿Cuántas casas había transitado? Calculó que más de cuarenta. Era una contabilidad inmobiliaria sin la solidez de los cimientos. Quizás otros llevaran la cuenta de las veces que habían ido de vacaciones.

Entre uno y otro número intentaba amarrar los eslabones de lo que consideraba una vida coherente, al menos eso pensaba. Había seguido su rumbo, hasta que dejó de creer que era agente de la historia y que la historia necesita agentes, la vida se encarga mejor que la voluntad de juntar a las personas y las circunstancias. De alguna manera creía en eso, con cierta intuición y en reemplazo de viejas creencias. Sólo sabía que cuando el encuentro fallaba se producían grandes desastres existenciales.

No era una evidencia racional, tampoco creía en la providencia  o el destino. La experiencia le hablaba porfiadamente de encuentros y desencuentros que simplemente le confirmaban una y otra vez que la vida tiene, como las ciudades, esquinas para cruzarse y encontrarse. No sirve de nada apurarse por llegar, las cosas tienen su tiempo como las citas en las esquinas. De ese modo se explicaba por qué se casaba uno en tal año y no en otro y se separaba en tal otro. Por qué se moría o se estaba en el lugar en que se podía morir. Por qué ciertas cosas se hacían en cierto momento y no podían hacerse antes.

La cuestión más importante en realidad, era si se lograba llegar a la cita o si uno se extraviaba. También existían otras alternativas, olvidar las citas por ejemplo, no darles importancia, renunciar a ellas. Entre una y otra cita los años pasaban y la cuenta continuaba. No es casual entonces, que en cualquier retrospectiva se hiciera la contabilidad de las citas logradas, fracasadas o perdidas.

A medida que el avión se aproximaba, desde el aire se veían grupos de luces aisladas en la oscuridad como si fueran barcos iluminados en la inmensidad del mar, como cuando esperan entrar en el Canal de Panamá. Por fin el aparato se deslizó en la pista  de Santiago al final de la madrugada, el pasaporte se deslizó por otra pista igualmente silenciosa acompañado por un bienvenido señor, que casi lo sobresaltó. Santiago dormía aún. 

El velo  frío de la madrugada le envolvió el cuerpo mientras buscaba el taxi, treinta grados lo separaban del  trópico que quedaba atrás, borrado súbitamente. Atrás quedaba la humedad asfixiante, el resplandor disolvente de un sol implacable y el olor a descomposición que flota en el aire sobre una tierra recalentada y que no acepta que nada dure. Los años se habían deslizado como gotas de sudor hasta extenuarlo y esa sensación de tocar fondo era la motivación más fuerte para romper ese envoltorio sofocante de espera y sueños postergados.

El taxista le hizo seña y se acercó al borde de la vereda para abordarlo, se instaló en el confortable asiento trasero sintiendo un picoteo de sueño en los parpados.

El chofer tomó su lugar y lo examinó por el retrovisor con un gesto profesional.
– ¿Frío no? dijo a modo de saludo mientras ponía el contacto.
– Sí un poco, respondió.
– ¿De vacaciones?
– Algo así.
¿Usted no es de acá? Retomó el taxista, una vez que circulaba por la autopista.
Andrés abrió los ojos y se irguió un poco más en el asiento que lo adormecía.
 ¿Ustedes tienen un don profesional para identificar a la gente?
– La experiencia señor, la experiencia. Esta profesión permite ver tanta gente que uno se acostumbra a observar las diferencias. Por ejemplo a usted le noté enseguida el acento y unas palabras que aquí no se usan.
– Y entonces ¿Cuál es la conclusión? quiso saber Andrés ya más interesado.
– Eso iba a preguntarle, si no soy indiscreto. Simple curiosidad pero no logro situarlo.
– Aquí nací dijo Andrés.

El taxista lo miro de reojo por el retrovisor. En un país insular pero de éxodo obligado las fronteras mentales se habían corrido mucho y eso había generado una apertura, una curiosidad  familiarizada con los entrantes y los pasantes por la geografía nacional.
– ¿Muchos años fuera? Insistió el taxista con un tono neutro y menos agudo que hasta ese momento.
– Muchos, concluyó Andrés.

El favor

Gregorio se miró en el espejo, terminó de anudar la corbata y volvió a la cocina para terminar el primer café del día. El sol penetraba por la ventana que daba al patio, era un día tibio anunciador de los resplandores del verano. Hojeó el periódico distraídamente, anunciaba el cuarto gobierno de la concertación, liderado esta vez por una mujer socialista, ello hacía noticia en todo el mundo, aquí lo era menos, la vida continuaba.

Escuchó a Valentina bajo la ducha y fue hasta el baño, abrió la puerta y el vapor le invadió la cara, humedeciéndolo instantáneamente. Le dirigió a la sombra tras la cortina un estridente ¡Ya me voy! de todos lo días. La sombra contestó en gorgoteos típicos de lenguaje líquido. Cerró la puerta con cuidado.

La calidez de la mañana lo siguió en medio del bullicio y el aire contaminado de Santiago hasta el metro, era lo único que olía y brillaba como un quirófano. En el metro se podía hasta imaginar que la próxima estación era Berlín. Un breve trayecto de alta tecnología lo llevó hasta su vetusta oficina, rodeado de otras igualmente vetustas decoradas con computadoras modernas. En su oficina abrigó el respaldo de la silla con su chaqueta y estiró los brazos desperezándose. El sol ya no entraba por ninguna ventana, se había disfrazado de lámpara de neón. Alfonso como todas las mañana asomó su cabeza y dijo -¿Puedo?

Gregorio asintió y observó cómo iba depositando sobre su escritorio diferentes archivadores y notas adheridas de distintos colores, el escritorio se convirtió en una pista de aterrizaje. Alfonso terminó sin decir palabra y salió.

Comenzó a examinar los documentos, investigaciones en curso primero, luego informaciones. Era más de lo mismo, más rutina. Suspiró. Entradas del día encabezaba una lista de personas con antecedentes ingresadas al país. Esta se distribuía en los diferentes servicios, dado que podía tener alguna relación con casos archivados o en curso.

Los nombres desfilaron distraídamente hasta el final. En su memoria un nombre volvió a subir los peldaños de la clasificación alfabética hasta la V. Se sintió como un coleccionista que revisa sus piezas guardadas, es el  lado científico de la profesión de policía pensó.

Pero una vez que lo encontró, ese nombre le sugería algo más. La época de un Chile socialmente agitado pero bucólico, con pretensiones reformistas pero sin ensuciar el mantel. De vida de barrio, niños jugando en la calle hasta la medianoche, de terremotos que servían para reconciliarse con los vecinos,  hacer amores nuevos y pasar el susto con pisco.

Era una época de pocos excesos. Políticos buscando la media de todo, como la clase media en busca de departamento y de vehículos pequeños como medida de éxito, también pequeño. Muy diferente a lo que vendría después, cuando se descubrió que el Chile bucólico era un tenue disfraz del conformismo cruel y violento. 

Pensó que hacía tiempo que no iba a Valparaíso. Necesitaba una bocanada de mar. Allí había empezado su carrera de detective. Había progresado. Detective, luego oficial de servicio de informaciones, como se le llamaba a la vigilancia política, había sido guardaespaldas de ministros comunistas y socialistas durante el gobierno de izquierda.

Luego del golpe militar, como la profesión manda, continuó el servicio. Sin transición había interrogado a izquierdistas moderados, menos moderados, aristocráticos, armados o desarmados, cristianos, con o sin sotana, radicales, masones, bomberos, que según se dice siempre van juntos, aunque nadie sabía por qué. La lista incluía todas la categorías, profesores, carteros, obreros, sindicalistas, con y sin sindicato, estudiantes brillantes, eternos y otros perdidos, amas de casa adentro y de fuera, delincuentes por especialidades, prostitutas, homosexuales, empresarios con y sin secretarias, vecinos mal ubicados, transeúntes en el lugar equivocado, ebrios, violadores del toque de queda y al final a todo lo que le pusieran por delante. 

Con la llegada de la democracia había seguido progresando. Pero ahora tenía un problema, era duro admitir que le pasara a él, casi al final de su carrera. Ni Valentina lo sabía, cuánto tiempo más podría ocultarlo, reprochárselo, sufrirlo en silencio, tampoco él lo sabía. No le contó nada a Valentina,  de todos modos ella no quería saber nada que le alterara sus certezas. Para ella su marido era funcionario, con un buen trabajo, hemos progresado repetía, tenemos casa, el país está bien, todo está bien. Para ella el país siempre estuvo bien.

Siguió cavilando, perdido en algún lugar de Valparaíso con la mano sobre la nota de entradas del día. Pareció despertar de pronto, llamó a Alfonso. Le señaló el nombre en la lista. -Búscalo le dijo, quiero hablar con él.

Era un poder extraño el de poder interrumpir la trayectoria de una persona, como la de un insecto que se bate con un periódico. No se trata de una interrupción involuntaria como cuando un conductor atropella a un peatón, es voluntaria y dirigida. La humanidad había gastado mucho tiempo intentando regular esta discrecionalidad, para ello se habían hecho las constituciones y los reglamentos de tránsito, su uso era algo sin duda muy complejo.

Imaginó la sorpresa, la adrenalina y el disgusto pero no se podía evitar.

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Viña del Mar, Chile, 1956.
Economista e investigador chileno, con estudios en la Universidad de Paris VIII Saint-Denis. Es investigador del Centro de Investigación de la Comunicación (CINCO) desde 2005, donde se ha desempeñado como investigador social y colaborado en la producción del boletín mensual “Perspectivas”. Ha ejercido la docencia en universidades de Nicaragua (Universidad Americana, Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y Universidad Central de Nicaragua), Canadá (Québec) e Italia (Florencia, Bolonia).

Su desempeño laboral se ha desarrollado en dos ámbitos: en el área de evaluación de proyectos, con agencias de cooperación internacionales en Nicaragua y otros países de la región centroamericana; y en el área de investigación y asesoría, con centros de investigación y cooperación en Nicaragua, Honduras, Alemania, Finlandia, Italia y Canadá, incluyendo la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).

Entre sus publicaciones destacan “Corrupción global” (2007), “Partidos políticos en Centroamérica” (2005), “Gobernabilidad: entre la democracia y el mercado” (2002), “Descentralización, desarrollo local y gobernabilidad en Centroamérica” (2005), “Violencia social en Centroamérica” (1998), “Nicaragua con el Futuro en Juego. La Transición en Nicaragua” (1995) y “El retorno de la AID” (1993).