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Fragmento: Génesis del sueño

1 diciembre, 2013

Jack Grubstein debuta con la novela Génesis del sueño, publicada recientemente en Costa Rica por Uruk editores, 2013. De esta novela, que la escritora Claribel Alegría ha descrito como «un relato alucinante, realidad y sueño en una insólita simbiosis» compartimos un fragmento.


Pese a sentirse igual de solo que las últimas noches, cuando su familia se va, su soledad aumenta. En el comedor y la sala casi palpa el vacío, pero no quiere pensar ni sumergirse en ningún sentimentalismo y se duerme.

Está en el espacio junto a su nieto. Apenas pueden verse en la penumbra.  Javier dice:

—Abuelo, ¿por qué estamos quietos?

—Vamos rapidísimo.

—No entiendo.

—No lo percibes porque no hay puntos de referencia.

— ¿Y cómo sabes que nos movemos?

— ¿Recuerdas cuando salimos, la rapidez con que perdimos de vista la tierra y la luna? No hemos encontrado resistencia, así que mantenemos nuestra velocidad.

— ¿Y hacia dónde vamos?

—Al fin del universo.

—Pero es infinito.

—Exactamente.

— ¿Y cómo sabremos que llegamos?

—Porque nada nos detendrá.

Don José nota que Javier se va esclareciendo. Busca la fuente de luz sin encontrar ninguna estrella, ningún sol. Ahora pareciera que el cosmos está iluminándose y en ese preciso momento reconoce la mañana que se acerca. Se esfuerza por no despertar.  No quiere abandonar el espacio ni regresar a la tierra, pero la cama en su espalda y la luz tras sus párpados advierten otra realidad. 

Abre los ojos.

Permanece recordando el sueño.  

Al desayunar, la oscuridad y la luz del cosmos son imágenes borrosas, ilusorias y sonríe sin saber por qué.

*******

Al terminar de comer, cambia canales en el televisor como esperando algo mejor en el siguiente ciclo. Tras repetir la operación por horas, desespera. Reconoce que no puede permanecer así. Se baña, se viste y se frustra cuando está listo para salir desconociendo adónde.

Toma sus llaves y sale de compras.

A las tres horas regresa contento. Del valijero saca una bolsa mediana. Entra y se va directamente al dormitorio. Tira la bolsa y desempaca su nuevo estetoscopio. Examina la caja una vez más y lee acerca del amplificador digital que posee. Se desnuda, se acuesta, inserta los auriculares en sus oídos y coloca la membrana sobre el tambor de su pecho.

Don José piensa que la vida carece de color, olor y textura, pero que sí posee un sonido. Se apena al reconocer que su existencia se reduce al movimiento de una válvula. Se pregunta: ¿si me quedara un número determinado de latidos, y asumo que entre más me emocione, más rápido el pulso, aprovecharía mis últimos momentos viviendo intensamente o descansaría para vivir más? Y si un día ubico la membrana en el lado izquierdo de mi pecho y no escucho nada, ¿sería como escuchar mi muerte?

Sitúa la campana en distintas partes de su tórax central e izquierdo, bordeando su corazón. Luego baja a su estómago. Su digestión no es rítmica, cuando fluye un líquido parece un río interno que se estanca y después vuelve a fluir. 

Regresa al tórax, aspira profundo y percibe un viento interno. A diferencia de sus latidos y sus efusiones digestivas, sí controla el flujo de aire que traspasa su sistema respiratorio. De acuerdo con la intensidad con que inhala y exhala, genera diferentes sonidos hasta provocar un chillido. Concibe que con práctica armonizaría los tonos y sus pulmones podrían convertirse en instrumento musical.

Escucha su ombligo como buscando reminiscencias prenatales pero tan sólo re-escucha su digestión.

Baja la membrana más y la coloca sobre su testículo izquierdo. Ausculta un burbujeo y se imagina que si un día utiliza el estetoscopio sobre un hormiguero, sonaría igual.

Está listo para guardarlo, cuando se le ocurre poner la campana en su frente, considera que tal vez logre escuchar sus pensamientos.

Pero sólo hay silencio. Prueba en distintos puntos de su cabeza con el mismo resultado. Para explicarlo se plantea dos posibilidades: o al estetoscopio le falta potencia o mis reflexiones carecen de intensidad.

Luego especula: tal vez justo en el momento que coloqué la membrana en mi frente, dejé de pensar, porque mi cerebro no soportaría escucharse a sí mismo.

Antes de dormirse se dice que quizás la razón del silencio es que su propio raciocinio le oculta un secreto.

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Managua, Nicaragua, 1969.
Ingeniero Industrial graduado de la Louisiana State University, Baton Rouge, Estados Unidos. En 2003 obtuvo una beca NUFFIC y estudió un diplomado de Mercadeo de servicios en el Maastricht School of Management, Maastricht, Países Bajos.

Fue colaborador de la revista Xplorer donde publicó reportajes y fotografías.

Ha publicado cuentos en La Prensa Literaria y Nuevo Amanecer Cultural.
Génesis del sueño (Costa Rica: Uruk editores, 2013) es su primera novela.