Fragmento: Quebrada

25 noviembre, 2023

1.

Me llamo Lina Ramos, soy la esposa de Relicario Cruz. Hace tiempo le vengo diciendo que nos tenemos que ir, pero él no quiere. Se aferra mucho a esta tierra, dice que acá nacimos y que acá tenemos que morir. Pero es que ya no queda nadie, le digo. Y me dice que no podemos andar abandonando a nuestros muertos, no podemos irnos y dejarlos acá, Lina, sin nadie que los reconozca. Así me dice. Que esas cosas no se hacen. Y yo le explico que con gusto me quedaría si hubiera qué comer. Pero esta es una zona muy quebrada, no se encuentra ni un pedazo de tierra que sirva para algo. Solo crecen esos yuyos tristes, llenos de espinas que arañan el viento. Lo demás es pura piedra. Y tarda uno mucho en moverse de una parte a la otra, porque es todo empinado, en barranca filosa, muy escarpada. El otro día, que andaba mala, tuve que ir donde Octavia, que sabe curarme. Me tardé cuatro horas trepándome por las piedras. Llegué con el último suspiro. Todo esto le vengo diciendo, a Relicario, pero no sabe escucharme. Dice que la tierra no se abandona. Que si uno se va, los muertos se quedan sin nombre, y se acaban confundiendo, porque ya nadie se les acerca a recordarles ni quiénes eran, ni qué decían, ni qué les gustaba. Y que eso no se hace, Lina. Que hay que visitarlos, y llevarles la caña, y un poco de sopa, o lo que hayan tenido en vida. Así me dice: si nos vamos, quién les va a llevar la caña, quién les va a recordar cualquier cosa; no podemos, Lina. Y yo trato de explicarle que acá nadie quiere abandonar a nadie, que solamente trate de pensar un poco en nosotros, que acá no hay porvenir. Esta tierra no da nada, Cruz, cada día da menos, si ya no llueve ni lo poco que llovía. Llegan dos nubes, a veces, y uno se las queda mirando como si nos fueran a largar algo de su agua, pero rebotan en la quebrada y se van a llover a otra parte. Así le digo. Pero él anda empecinado y no quiere probar suerte: quiere quedarse acá, nomás, y me pregunta, entonces, dónde nos vamos a ir, Lina, que ya estamos grandes. Y yo no sé qué responderle, porque me pasé la vida entre estas piedras y qué le voy a decir si no conozco mundo afuera. Silenciate, Lina, me digo, cuando veo que mis ansias no prosperan. Solo me calma pensar que mañana le insistiré. Y llega la mañana y llevo mis ojos al cielo vacío que tenemos acá y siento un hastío que me come por dentro. Entonces junto coraje y le insisto: vámonos, Relicario. Es que apenas me despierto ya veo ese cielo sin nubes, sin pájaros, sin nada que lo cruce, nada que nos traiga alguna novedad. El cielo está siempre igual y a mí me da un puro vacío. Llevo catorce años repitiéndole lo mismo, pero no me oye. Catorce años, desde que se fue mi hermano y se llevó consigo a nuestro hijo, nuestro Tala, que tanta falta me hace. A veces me agarra flojera de andar insistiéndole. Pero como no insista, la muerte nos va a encontrar pronto, resecos los dos, al ladito de nuestros muertos, sin nadie que nos lleve ni la caña ni la sopa ni nada. A veces tengo la esperanza de que un día me escuche. A veces le rezo mis rezos a diosito santo, pero no parece oírme, tampoco. Se habrá vuelto sordo, pienso seguido. Soy muy creyente, yo, y Relicario también. Pero me ando llevando a las patadas con Dios últimamente, porque no me escucha ni una sola de mis plegarias. Y eso a veces me da una rabia rencorosa. Es una rabia que me dura varios días. Cuando eso me pasa, le digo a Cruz que diosito debe andar sordo, o que tal vez se haya ido de aquí, él también, cansado de tanta piedra. Y cuando le voy con estas cosas, Cruz me dice que me deje de andar inventando. Que Dios está por todos lados. Y yo le digo que estará por todos lados pero que acá no llega porque no tiene ni modo de llegar. Si vivimos encajonados, Cruz, en esta quebrada. Si hasta hay que mirar para arriba, muy alto, para encontrar el cielo. Pero a él no le gusta nada que le diga así. Me chista y se mete en el taller y eso me da una rabia que me acaba enfermando y me obliga a ir a lo de Octavia, a que me cure. Pena que viva tan lejos. Según los vientos, me toma cuatro horas, a veces cinco, o más, hasta llegar allá, donde vive. Pero es la única que sabe curarme, así que voy, de todos modos. Voy a los trancos, primero, y eso que es cuesta arriba, pero después el sendero se acaba y el terreno se escarpa del todo. De ahí en más hay que inventarse el camino, trepando por las piedras. Eso toma mucho tiempo, y da mucho cansancio, pero yo le pongo empeño. Cuando llego, enseguida aparece Octavia, como si me hubiese estado esperando. A veces sale de adentro; otras veces la veo venir de atrás del rancho, ahí donde hace nacer esas hierbas que usa para los remedios. Y a mí me calma solo verla. Me hace pasar enseguida y me prepara algún brebaje, sin que yo le diga nada, y al ratito ya me siento mejor, y nos ponemos a conversar. Al principio, no le hablaba mucho. Apenas le decía alguna cosa, por agradecerle el gesto, nomás. Pero ahora le ando contando bastante. Le cuento que estoy cansada de tanto insistirle, a Relicario, sin que me oiga, sin que me dé la mera ilusión de que algún día nos vayamos. Me estoy poniendo vieja, Octavia, y ya no sé qué hacer. A veces pienso que Relicario tiene razón, que a los muertos no se los deja, pero a mí las ansias de irme me han crecido tanto que ya no me dejan dormir. Llega la noche y no hay Cristo que me cierre los ojos. Me quedan abiertos, nomás, en esa intemperie del desvelo. Y cuando clarea y salgo del rancho a buscar agua para el mate, el sueño se me trepa por la espalda y me la deja así, toda encorvada. Necesito dormir, Octavia, para caminar derecha otra vez.

2.

—Me voy, Relicario.

—¿Adónde vas a irte sola, mujer?

—Octavia me enseñó el camino.

—Qué camino, Lina, si acá no hay caminos.

—Hay que ir para abajo, hasta dar con el arroyo.

—Qué arroyo va a haber, Lina.

—Así me dijo Octavia. Que baje y baje y no me canse de bajar, hasta dar con el arroyo. Y que después vea bien para dónde va el agua, y que siga caminando siempre en dirección del agua. Que el agua lleva al río y que el río lleva al mar. Vamos al mar, Cruz. Vamos juntos.

—Estás loca, Lina. Qué agua va a haber en ese arroyo si hace años que acá está todo seco.

3.

Se llevó las dos cantimploras grandes que teníamos y un atado de ropa y ese puñado de semillas que le había dado Octavia para cuando se fuera. Que eran semillas buenas, le había dicho, que daban fuerzas, que las usara cuando las necesitara. Se fue porfiada, Lina, a buscar ese arroyo. La última noche discutimos bastante. Yo no quería que se fuera y ella no quería irse sola: quería arrastrarme con ella; estaba emburrada. Vamos a conocer el mar, Cruz, vamos. Así me repetía. Pero yo no la iba a acompañar en ese desquicio que se le había metido dentro. Eso no se hace, Lina. Y ella no me oía. Terca, estaba. Y ahora vaya Dios a saber por dónde anda. Hace más de una semana que se fue. Yo estaba seguro de que iba a volver enseguida. Así le dije, cuando se iba. No seas porfiada, Lina, ya basta de este arrebato, qué sentido tiene, si vas a volver enseguida, vas a ver, tres o cuatro días y estás de vuelta, si nunca te saliste de acá, adónde vas a irte sola. Pero no había caso. Por mucho que le insistiera, ella estaba obstinada con ir al mar. Y ahora me despierto con este fastidio que me envenena. No se abandona al marido, no se abandona la tierra, no se abandona a los muertos. No se abandona, Lina. Dónde se ha visto mujer así. Ya estamos grandes para andar probando suerte por ahí. Pero yo debí imaginarme, ya temprano, cuando me casé con ella: Lina Ramos, de los Ramos, esa familia que nacía encaprichada desde la cuna, si hasta el hermano se atrevió a llevarse al Tala y nos dejó así, sin hijo, sin ayuda.

4.

Me dijo que bajara y bajara. Eso hago. Pero llevo bajando tres días y no aparece ningún arroyo. Tal vez debí quedarme. Tres días, más o menos, me había dicho Octavia. Tal vez dos, si me apuraba. Pero no me puedo apurar más de lo que me apuro porque el camino baja empinado, y cada vez se empina más, y se encaracola, y no me deja ver. Voy a tranco lento, tengo que mirar bien dónde pongo los pies. Cada paso es un susto. Es pura piedra esquinada. Me pregunto si esto se volverá llano algún día. Quiero caminar en suelo liso, ver alguna hierba, algo que crezca de la tierra. Seguiré bajando, Octavia, pero no veo el arroyo y ya me queda poca agua. Seguiré lo que me quede del día. No debe ser mucho. Serán dos horas, hasta que se acueste el sol. No me gusta andar de noche. Y eso que acá las estrellas son muchas, pero su lumbre es poca y no alcanza para mirar. La luna anda menguando estos días; no podría caminar sin sol. Ahora está a mis espaldas, viene de la quebrada y me estira el cuerpo sobre el camino. Parece el cuerpo de una muñeca de trapo, que va a los tumbos, sobre la piedra blanca. Se ve más ágil mi sombra que mis huesos. A esta hora no hace tanto calor. Tal vez me pueda apurar y, quién sabe, ver el arroyo antes de que anochezca. Andaré hasta el último rayo de luz. Si eran tres días, bien podría ver el arroyo esta noche y mirar para dónde va el agua y encontrar alguna hierba donde descansar la espalda. Las piedras son duras, no ayudan a descansar. Llevo dos noches durmiendo así, sin encontrar un modo de zafarme de sus filos. Lo único bueno que tienen es que guardan el calor. Al principio de la noche, cuando el aire ya se enfría, las piedras siguen templando. En eso arropan bastante. Entibian las piernas y una se deja estar ahí, mientras el cielo avanza y las estrellas completan su giro.

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Argentina, 1967. Nació en Rosario, pasó su infancia en Brasil y actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires donde se desempeñó como docente de la cátedra de Psicología Forense. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués.
Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de la Argentina, Uruguay, España, Brasil, Cuba y Estados Unidos.
Es autora de los libros de relatos Cotidiano (2015), Cenizas de carnaval (2018), Figuras infinitas (2021) y Me verás caer (2023), y de las novelas Como si existiese el perdón (2016) y Quebrada (2022). Ha sido traducida al inglés, francés, alemán, sueco, euskera, italiano y portugués.